martes, 20 de noviembre de 2018

LA ENVIDIA




                       El comedor señorial esperaba el brillo de los comensales. Un encuentro de seres solo interesados en mostrar su poder. Su riqueza en oro y suerte.
                         Cargando una enorme hipocresía, individualismo y soledad.
                         Risas apagadas, miradas que se entrecruzan con veladas invitaciones a practicar deportes de tipo sexual. Exquisitos platos pasan por cada comensal. El vino corre y el champagne desborda.
                         De pronto el dueño de casa se incorpora con una palidez azulada. De su albo e impecable pantalón de lino blanco, una leve cascada de sangre cae en mancha que se derrama jugueteando por los hilos. Silencio. El hombre se toma los genitales y de entre sus dedos emerge un tenedor de plata. Agudos dientes se incrustaron en su piel. Brilla a la luz de las arañas de cristal. No se anima a arrancarlo. Cae.
                        Al mismo  instante se desmaya una joven modelo que estaba a la izquierda junto al bello anfitrión herido. Caen copas y sillas de vino, manchando el bello mantel de encaje en bermellón, que inmaculado  fue desplegado esa tarde. Algunos tratan de ayudarlo.
                        La mirada extraviada de la esposa se posa en la jovencita y el marido herido. De la silla a la derecha del sitio se escucha un raro sonido, es la voz de la esposa del gerente de la empresa, que con fuerza aprieta otro tenedor de plata lustrada. Corre hacia el jardín y en su falda manchas de sangre insinúan su poca astucia. ¡Ella no pudo soportar las miradas del jefe a la modelito!


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