Le decían el
“Chueco”. Tenía las piernas como paréntesis. Pero era un guapo que trabajaba de
sol a sol. Era amigo de un compañero del colegio que no sabía lo pobre que se
podía ser, hasta que una tarde lo acompañó a la piecita donde vivía con la
abuela. La madre lo había abandonado cuando nació. Y el padre… ni lo conoció. Era
patético, su colchón en el piso, unos cajones de fruta de mesa y de sillas,
pero… en un rincón todos los trofeos del abuelo. Sí, su abuelo había sido un
centro fobal, como decía la abuela, de primera. El pibe llegó a su casa con los
ojos rojos de llorar. La madre, maestra y el padre médico, no entendían nada.
¿Qué te han hecho? Y él, les contó cómo había sufrido viendo a su amigo
acariciar los trofeos y preseas del abuelo. Fotos a color, revistas El Gráfico
con las hojas amarillas de tanto manosearlas, diarios con fotos del abuelo con
el pie en el balón y una copa en la mano. Y ahora sin nada, sin cama, sin
zapatillas de marca, sin madre ni padre. El chueco, era un niño bueno, era su
amigo y no sabía cómo tratarlo después de ver cómo vivía.
El padre lo
escuchó asombrado y con pudor, le ofreció ayudarlo. Pero ¿Cómo? Vamos a charlar
con la maestra. Ella nos dirá qué podemos hacer. Allá fueron y sí, la profesora
de gimnasia les comentó: -Chueco o mejor dicho Jorgito, es un as con la pelota.
Es un niño que con un buen entrenamiento y comiendo una dieta adecuada, puede
llegar muy lejos. Y los padres de todos los alumnos de curso se pusieron de
acuerdo, sin que él y su abuela supieran que lo ayudarían. Así, un día llegó
una chata con una cama flamante, mesas de luz, sillas y mesa para la cocina,
que compraron en el centro comercial y ropa. Luego llegó el pedido del almacén
de don Tulio y carne fresca y pollo y verduras. Con toda la ayuda, a la abuela
le parecía que llegaba navidad, pero temía que se terminara pronto. Pero no.
Siguió hasta que llegó el verano y pasaron de grado y el Chueco creció y se
hizo fuerte y lo contrataron en Banfield y llegó a ser un crack. Nunca supo que
su amigo, el petiso Martínez, era el promotor de su suerte. Hasta que un día,
lo encontró en la calle y sintió un fuerte deseo de abrazarlo. Y la gente los
miraba. Uno alto, fuerte y chueco y el otro delgado, pálido y compuesto. ¡Claro,
el petiso Martínez se recibió de médico y el Chueco de As del fútbol local!
7-
Al Carloncho le sonaba como un bombo en la
cabeza, que tenía que ser un As en el fútbol. De chiquito se iba a la canchita
del colegio de los pibes grandes, se metía por una rotura que tenía el
alambrado perimetral y practicaba con una pelota de medias viejas.
No sabía que lo
miraban desde adentro. Cuando llegaba a la casa todo transpirado y sucio, la
mamá con la chancleta le daba un chascazo. Eso fue al principio y después bajó
los brazos. ¡Era de madera ese hijo nada de cuentas de sumar y restar o de leer!
Pero aceptó que algún día podía llegar a la primera.
A los doce años,
gracias al profe que lo espiaba desde adentro del colegio, lo probaron en el
club y por suerte lo aceptaron. Cambió su vida. la madre le hacía otra comida,
y toda la familia estaba revolucionada.
Lástima que se
lo llevaron a la capital, lejos del pueblito y el barrio. Tenía quince años y
ya estaba en el banco de suplentes, esperando que lo llamaran para remplazar a
un titular. Y un día llegó. Cambia el
número siete por el doce; López desgarrado se retira de la cancha en
ambulancia. El estadio llora por la pérdida del triunfador que sale herido…
¡Vamos pibe demostrá que por tus venas hay sangre de campeones! Y el D.T.
gritaba y la gente parecía hormigas a las que le habían revuelto el hormiguero.
El sol se escondió, una nube maligna le agredió con una tormenta brutal. Lluvia
y granizo. Carloncho sólo veía la pelota. Corrió, gambeteó, voló e hizo mil
piruetas y metió un gol, que le dio un triunfo maravilloso al equipo.
Nunca se va a
olvidar ese momento. La fama, el abrazo de sus compañeros y de repente… el número
cinco, se le tiró encima. Todo se oscureció. Un negro de noche sin luna se
metió en el cuerpo de Carloncho. Dicen que ahora en esa especie de silla
ortopédica mira los partidos y con la cabeza, que es lo único que mueve, dirige
los partidos.
En el club, le
hacen homenajes…Pero a él, ¿de qué le sirven, sino puede jugar nunca más?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario