martes, 29 de octubre de 2019

UN ALELUYA DE HOJARASCA DE OTOÑO



UN ALELUYA DE HOJARASCA DE OTOÑO SE AVECINA
URDIEMBRE GIGANTE DE OROPELES DE BRONCE
QUE IMITAN UN CUADRO DE VAN GOGH, UN SUEÑO DE UNA TARDE
UN INVIERNO INICIAL CON VETAS DE JADE Y OBSIDIANA
UN ALELUYA CON INSOMNIO EN SÁBANAS DE ARENA
SAUCES CALIENTES ACARICIANDO LAS NUBES DE AMIANTO
ESTOPA DE AZÚCAR IMPALPABLE CON MANOS DE HIELO DORADO
DEBAJO EL SOL PLATEADO CONSUMIENDO OTRA ESTRELLA
Y MI CAMPO ALFOMBRADO DE ASOMBRO ESPERA UN LIRIO BLANCO
OTRO ALELUYA DE CARMINES Y TACONES AFILADOS QUE HIEREN LAS PIEDRAS


LOS POETAS




¿Cómo sobrevive un poeta en las tinieblas?
¿Cómo trueca el cieno en polen?
¿Cómo instala perlas en la sangre derramada?
¿Cómo arrima el violín, el arco a las cuerdas rotas?

Las palabras se quiebran en el otero en llamas.
Trepan lenguas venenosas sobre la piel de un niño.
Transitan arañas por el rostro suave de una niña.
Duerme la bruma escondiendo la verdad eterna.
Se inclina la garganta pegajosa al brocal de la vergüenza.

La mentira juega. ¡Pobre poeta, atrapado en la noche!
Acuden las obscenas inquietudes a su boca.

Los campesinos trillan lágrimas con miel y espanto.
Los poetas sangran sueños azules y violetas.
¿Cómo sonarán los rudos campanarios con huesos de los muertos?
¿Cómo llegará al final el poeta sin su voz de fuego?

NO QUERÍA VOLVER




   Apenas se apagó la lámpara salía el hombre. Detrás quedaba una semi-forma de sombras casi fantasmales que se movían como sonámbulos. Se hizo un silencio, roto de pronto por el chirrido agónico del tren que se  acercaba. A tras luz, la silueta del recién salido parecían espantajos deshilachados.
   El callejón parecía despertar de grillos y ranas que apareaban la tarde en agonía.
   Un chiquillo escuálido salió corriendo de la casa tras el hombre. Llamaba a gritos.
El hombre, sordo, continuaba su camino. Logró alcanzarlo. Se trepó a sus brazos apretó sus piernas alrededor de la cintura  y  lo  rodeo de besos. La mujer  parada a la distancia abrió los brazos en cruz. Su imagen quedó cincelada en bruma y carne. Él, lentamente regresó. El niño estaba tibio de sonrisas. La mujer contuvo  una lágrima de fuego, sabia que al regresar él, su vida volvería a ser una carga de roca incandescente. Entró, prendió la lámpara. Estiro un mantel a cuadros y distribuyo tres  platos sobre la mesa.


EL PESCADOR




Una cárcel de espinas incrustadas en la memoria de un muchacho que tiene que pescar.
La tarde calurosa amenazada una noche plagada de estrella. Él, se sentó sobre la madera húmeda y caliente. Sacó una pipa y prendió un perfumado sabor de chocolate. Su tabaco amigo de la soledad. Miró tras sus pupilas nubladas  por la luna y suspiró cansado. Terminaba un día y el mar calmo no llenó el vientre hambreado de  su barca. Poca pesca. No había viento y el poco que rondaba su bote, no permitía que se alejaran de la costa donde seguro se apretujaban los peces.
Un olor penetrante de sal y pescado hería a los hombres silenciosos en sus bancas. El sol se escondía con esfuerzo tras la pequeña colina en occidente, dejando el cielo con un color de sangre seca. De muerte antigua. Un pescador comenzó a canturrear un triste sonido. Otro tomó un sonido de belleza inexplicable en esa rústica vida de sudor y fuerza.
El muchacho se acomodó. Cerró los ojos y dejo vagar la mente en los recuerdos. Laberintos de historias avidas que  regresaban como pájaros.
Recordó a su abuelo que le enseñó los juegos de la infancia, recordó la brava tormenta que se tragó con furia el barco de su padre.
Cerró los ojos y aspiró profundamente la sabrosa pipa. ¡Una mujer! Pensó en la muchacha de sus sueños. Era altiva la tonta, lo miraba de lejos como para que no se atreviera a buscarla. Pero siempre pasaba cerca del muelle con la pollera de color mostaza y flores rojas. Revoloteaba el cabello sobre su espalda como alas de gaviotas en danza de apareo.
Una nube comenzó a avanzar sobre el mar y se puso oscuro y sombrío. Sopló un viento enérgico que atormento el madero, tuvo que bajar las velas y remar brioso. El agua le mojaba el rostro. A lo lejos la vio con una lámpara encendida. Era ella que lo guiaba a la costa. Las olas lo tapaban. Siguió peleando. Ella lo estaba esperando, no podía fallarle.


ALQUILER



Cinthya Mac Rowells después de la operación supo que nunca quedaría embarazada. ¡Cosas del destino! Su fortuna era voluminosa en bancos de su país y del extranjero, pero supo también que para Patric, su prometido era imprescindible tener un descendiente y si era varón mejor. ¿Qué podía decirle, la verdad? La abandonaría por esa fila enorme de muchachas casaderas de Danbury.
Tomó la determinación de mentir. Escandalosamente y tenaz aparentó estar embarazada para que Patric le pusiera el codiciado anillo en el anular y la llevara al altar.
Estaba hermosa y el hombre se obnubiló viendo a la graciosa mujer que esperaba su hijo. El padre O’Cannohill quiso intervenir pero fue imposible acercarse a los Clark, todos eufóricos con el acontecimiento.
En el viaje de bodas, Cinthya sorprendió a su joven esposo con descomposturas y teatralizó hasta el día que se indispuso y una hemorragia poco convincente quiso delatarla. Ella lloró la pérdida “imaginaria” del bebé. Regresaron a Danbury y comenzó la extraña vida de la pareja.
Una mañana la joven esposa sacó su BMW y se metió en una barriada oscura. Paró en el 9014 de la calle Nolan y descendió directamente a una casucha humilde donde la esperaban. Allí contrató el vientre de una inmigrante ilegal, que no salía a la calle por miedo a los inspectores de Aduana que deportan a cada indocumentado que encuentran. Era una joven blanca, de origen latino pero con ascendencia europea. Ojos grises como los de Patric y cabello castaño claro como el suyo. Pagó cinco mil dólares por adelantado, al nacer el niño, pagaría diez mil más y todos los gastos de medicinas, vitaminas y hospital, que debería ser privado para poder quedarse con el niño.
Dos días después trajo en un condón herméticamente cerrado la semilla de Patric. Pasó un par de meses y el embarazo estaba plenamente monitoreado. Eran tres bebés, dos varones y una niña. Mientras tanto Cinthya, aparentaba estar nuevamente encinta. Pero disimular tres era demasiado. Con absoluta frialdad le ordenó a la mujer que abortara.
Ésta se negó y amenazó con hablar a la familia Clark. Cerca de la fecha de parto, en medio de un gigantesco lío, tuvo que decirle a Patric la verdad. Él en silencio, la siguió hasta la casa de la sustituta, y de dos balazos mató frente a la mujer a una Cinthya, que no supo nunca el por qué. Cuando llegaron los policías, Patric con la futura madre de sus hijos, habían desaparecido.


NO MERODEES DETRÁS DE LAS PUERTAS




Siempre a la Luz, nunca al silencio. No te calles.
La mentira y la ocasión es merodear en el redil
Es robar la inocencia y la confianza. Maldad.
Nadie te turbe la ingenua creencia y la fe en Dios.
Los lobos babean tras las puertas, son malignos.
No son pastores, quieren ovejas para alimentarse.
Y un día, el Juez bajará la espada en sus cabezas.
No habrá perdón en la grey, ni en las alturas.
Un grito sonará: ¡Misericordia! Sin respuesta
Tal vez, un peregrino, con ceniza y sayal
Esperará en las puertas. ¿Habrá silencio?
¡Ten mucho cuidado, niño! Hay lobos merodeando
Tras las cortinas del templo. ¡Misericordia!

sábado, 26 de octubre de 2019

DESPIDIÉNDOTE




¿Dónde....dónde la lanza primigenia?

Esa que abrió el costado donde  fluyera un corazón

 de pájaro dormido.

Allá en el monte, solo una luz se apaga

en el alón de sueño adormecido, un vuelo roto.

Una caída,

Una derrota...

¡Qué marcó tu rostro quinceañero!

Tu muerte estaba preanunciada.

Volaste hacia el negro poniente abrazado a tu adicción mortal.


Tanto amor de la matriz prestada ahogó tu soledad.

Es cierto, no alcanzó para ti, mi muchachito atormentado.

No puedo tejerte una red de brazos para atrapar... tus sueños.

Tus manos ya no pueden alcanzar mi pena,

 volaste tras el horizonte de la nada;

 tu génesis violenta te abandonó sin miedo.

¡Tus miedos increíbles!

¿Dónde estarás niño desesperado por la vida;

¿Qué incógnita tu destino y tu muerte?










POEMA: HOY, MUJER




Hoy mujer eres la semilla que frutece
Hoy mujer salvas la tierra del diluvio
Hoy mujer eres sol, mar, montaña y fuego.
Salvas la trayectoria de los pies descalzos
En un mundo de tormentas y huracanes. Guerras.
Hoy mujer, no te detengas en la orilla
Donde sólo encallan las naves perdidas.
Vuela mariposa hacia el sol naciente
Abraza el árbol de la vida. Sueña.
¡Mujer! Valiente militante del amor,
Cazadora de delicias y pesares. Sueña.
Hoy volverás a repetir la única verdad,
Que la Paz es la bandera que nos une,
Que somos labradoras de la tierra, fértiles.
Somos nido, flor, maíz, pan y vino.
Somos el vientre donde se funda la vida.
La esperanza.

LOS SECRETOS




 Con los duendes de la noche, con la luna y las estrellas en una palabra hablan con sus ángeles.
            Nadie le había contado el secreto, lo descubrió una noche de tormenta mientras buscaba y rebuscaba una foto de sus antepasados. Había subido al ático, por esa escalera tambaleante que apenas sostenía su pie firme. Había cumplido cincuenta años y en noches como esas se quedaba dormido y soñaba, repetitivamente con una imagen.
            Veía un hombre parado bajo la lluvia tratando de ingresar en una puerta que se negaba a abrirse. El agua chorreaba por el ala de un sombrero que se parecía al que usaba un párroco del pueblo de San Calixto, donde vivió con su abuela por uno o dos años, antes de trasladarse su familia a otro país.
            En un tiempo no muy lejano, ebrio, discutió con su madre y la llenó de reproches y terminó con un golpe en la cara que le dolió en el alma. El vino, el licor y el alcohol, lo habían superado. Ya había olvidado lo que significaba estar sobrio. Perdió el trabajo, la novia y hasta su madre esa noche lo echó. ¡Y llovía!
            En un hospital en el que fue en un estado lamentable, acompañado por una ser caritativo, consiguió dejar de beber. Tocó el infierno con su mente. “Delirium tremens” escuchó esa noche. Vio que volaban montañas como pájaros negros, vio manos sueltas que golpeaban a puertas inexistentes, escuchó campanas y relojes y chirridos de frenadas de automóviles y gritos… era su mente enferma por el efecto nefasto de la bebida.
            Cuando salió de allí, buscó a su madre, estaba internada con la mente ausente. El dolor la había golpeado más que la cachetada que le diera su mano de madre angustiada y sola. La vecina no pudo creer cuando lo vio tan sano. Era otro ser, humano, tranquilo y triste. Pero le entregó la llave de la casa y le suplicó que fuera a ver a quien tanto lo amaba. Y lo hizo, cada jueves, cada sábado y domingo, compraba unas flores y la visitaba. No lo reconoció, pero estaba serena. Quieta, miraba por un ventanal hacia la vereda como esperando a alguien.
            Consiguió un trabajo. Él, era un buen relojero. Inició una vida, como siempre había soñado su familia. ¡Pero las indomables noches volvían con esos sueños recurrentes. El hombre parado bajo el chubasco con una gabardina extraña y el sombrero de alas grandes.
            Esa noche, encontró entre mil trebejos y cosas viejas una caja de madera con cerradura metálica. No había llave. Descendió hasta la mesa de la cocina, donde la lámpara inyectaba una luz potente. Tenía que abrirla como fuera. Eso no lo amilanó, buscó un cuchillo y rompió el cierre. Saltó por el aire un trozo de bronce y madera. Entre los amarillentos papeles, fotografías poco claras y sobres con sellos de otros países, encontró un sobre lacrado. Se tomó todo el tiempo que sobraba esa noche. Una a una fue mirando con una lupa las fotos y de pronto vio una que le hizo dar un brinco en el corazón anhelante. ¡La imagen mostraba a un clérigo igual al de sus sueños! Trató de leer detrás de la copia. Imposible la vieja tinta borrosa y anémica se negaba a despejar su curiosidad creciente.
            Buscó el mate y calentó agua para cebarse unos “amargos”. Luego caminó cansino y se sentó a leer cada carta, cada papel y allí… encontró lo que habían escondido por años y años. Su origen. Lloró. Y comprendió todos los misterios. Era nieto de un sacerdote que había roto el celibato. Enamorado hasta los tuétanos de su abuela, se había escapado del convento. La raptó y se la llevó a un país lejano. Allí nació su madre. Y luego, arrepentido se perdió en un desierto de África. Lo encontraron muerto. Y su abuela escapó de Europa para esconder su terrible pecado. Esa noche los duendes se transformaron en ángeles y se perdonó. Porque la mochila de sus ancestros era muy pesada y sabiendo la verdad, sólo con amor, podía entender sus propias culpas.
            Se sentó en el pórtico mirando el cielo, que despejado de nubes bravías, comenzaba a mostrar la luna y las estrellas. Y se atrevió a hablar con los fantasmas y perdonó a sus abuelos y finalmente ingresó en la casa, apagó la luz y se acomodó en su lecho como un hombre nuevo. El pasado quedaba atrás con su carga de fuego.
               

NIDOS VACÍOS



Para sacudir los nidos desocupados y darle lugar a los jóvenes pájaros para que aniden en primavera.

      Los chicos de las granjas, juegan con lo que encuentran, dijo Eulalia. No te preocupes hermana. Encontrarán seguro mil curiosidades para entretenerse. Míralos, trepados en la vieja encina. Balanceándose en los sauces sobre las acequias. No te abrumes.
      El campanario de la vieja capilla llamaba al ángelus. Y Antonia dejó las ollas y pucheros para rezar. Su rostro pintado con harina desdibujaba las mejillas arreboladas por el calor del fogón. Sus manos regordetas y suaves de sobar el amasijo, eran como paletas de color rosado fuerte. Caía cabello cano entre sus mejillas. Los ojos enrojecidos de tanto llorar se esfumaban con el vapor del cocido.
      Mirna, Cecilia y Saulo, reían con la inocencia de los niños que no saben la causa del traslado a la granja. ¡Chicos vengan a rezar con la abuela! Llamó Eulalia. Parloteando se acercaron a la cocina y se acomodaron junto a la mesa donde la masa de los fideos se estaba refrescando para ser cortada en finos hilos con cuchillo. “Los fideos de la abuela eran un sueño”
      ¡Y el ángel del señor anunció a María…! Chicos no se pellizquen, no peleen…y ¡“Concibió por obra y gracia…! Dije silencio. ¿Pero abuela qué quiere decir concibió? Preguntaron a coro. Bueno vayan y sigan jugando.
      Salieron corriendo y gritando “Mancha”. Te toqué. Se perdieron entre los espalderos de uvas y el zanjón que no traía agua por falta de deshielo y lluvias.
      Pasó un rato y se escuchó el motor de un automóvil, era Daniel que regresaba con Sara y Delicia. Hemos dejado todo listo para la ceremonia de mañana. Ahora después de almorzar vamos a dormir un rato la siesta. Los niños que entren y descansen porque la tarde será larga, fue el deseo de Jorge. Pero no escuchaban el llamado desde la casa. Habían encontrado en los cerezos unos nidos de pájaros y como estaban vacíos, comenzaron a juntarlos para jugar.
      Sara se sacó la falda y las medias de seda que tenían varios hilos corridos. Se puso una bata y se tiró en la cama de su madre. Delicia se desató el cabello que tenía sostenido con hebillas y se sacó la faja. Un desparramo de piel de su vientre operado, la hizo suspirar. ¡Por fin puedo respirar tranquila! La gata se deslizó por entre sus piernas y se acomodó ronroneando en el hueco de su nuca. El almohadón con perfume a lavanda, abrazó un sueño largamente deseado por Delicia.
      Afuera, comenzó a bajar la luz, el sol se iba escapando por entre los álamos hacia la cordillera. Para la hora del te. Los chicos regresaron agotados con los brazos llenos de arañazos de las ramas y espinas de los molles. En el regazo debajo de sus prendas sucias y arrugadas, aparecieron los nidos vacíos de pájaros y huevos.
      Abuela: ¿Harán nuevos nidos en primavera? ¿Tendrán pichones los pájaros? Y el parloteo hizo un bache de espera para la jornada triste del otro día. Tenían que enterrar al abuelo.
       


martes, 22 de octubre de 2019

OTRO POEMA A "ALEJANDRA PIZRNIK"


PIZARNIK, ALEJANDRA

Camina
Sobre la piel caliente de la noche ensangrentada

Camina
En la orilla desafinada del acorde del teclado

Camina
Dentro del borde desdentado de la niebla

Camina
Como ebria entre la espiral de espinas

Camina
Como lo que eres en tu sobria ternura de cuchillos

Camina
Por el acantilado brumoso de rocas rotas y la muerte

Corre, corre.
No mejor sigue y camina que la nada te espera en su regazo.

MORIR VIVIENDO




                        El ojo hinchado y un desgarro en el labio. El pelo ralo y quemado. Un calor sofocante y la humedad evaporando el agua fétida  a la orilla del camino. O mejor dicho lo que fue un camino y ahora es un raro esbozo de terraplén y escombros, entre cuerpos mutilados y aves carroñeras que arrancan restos de vísceras y piel. El vestido arrebatado a tirones, apenas cubre un pequeño seno insipiente a la adolescente mujer de doce años. Majola, se arrastra con un arma colgada de lo que aun le queda de brazo. El machete troncó su antebrazo a la altura del codo. Un esparadrapo mugriento intenta esconder la mutilación. Negro de moscas, succionando la sangre apenas coagulada de la herida, el pobre envoltorio del muñón, se infecta sin tener futuro. Camina. La fiebre la hace ver visiones. Entre las matas el movimiento de seres invisibles a los ojos heridos, le inyectan algo de vida. No está sola como cree. ¡Otra vez no, por Satanás!
                        Un punto lejano, entre el polvo, le trae un feo recuerdo y fortalece el terror que anida en su pequeño cuerpo. Son ellos. Los insurgentes. Un ser tan andrajoso como ella, aparece entre la maleza del costado de la huella y la atrae hacia un hueco de barro maloliente. ¡Otra vez no!  Suplica con los restos de brazo que aun puede elevar hasta el rostro de ese ser arrinconado como ella. Se acerca un jeep con soldados del Frente Revolucionario. El repiqueteo de metralla, golpea la tierra y sube una nubecilla de polvo para cubrir su dolor. El olor a muerte cubre cada trozo de cañaveral. Cierra el ojo que aun tiene abierto. No quiere ver el rostro que la mira. Una mujer de la tribu leonesa, la cubre con lo que tiene de cuerpo. La cabellera gris, esconde una enorme herida en la cabeza. A su lado un niño muerto cubierto con moscas y alimañas que corroen su desnudez.
                        Una seña de silencio, cubre la boca desdentada para que no las descubran. Un orín tibio se cuela por sus piernas. Tiene sangre en los pies de cuando los soldados la sorprendieron en las ruinas de lo que fue una iglesia evangélica en Sierra Leona. Uno, tres, siete… no sabe cuántos la ataron y la penetraron. Eran animales feroces entre sus frágiles piernas. Los golpes que le dieron la dejaron desmallada y casi muerta. ¡Estás viva aun, Majola!  Huyó en cuanto despertó. La pesadilla fue querer arreglar la ropa y ver que ya no tenía manos. Ni brazos. Pero colgada de su hombro la metralleta arrastraba el polvo junto a su fantasmal figura. Sangre. Mucha sangre perdida. Arrancó un trozo de algo que encontró entre las ruinas y buscó humanos que la ayudaran. Encontró un puesto del gobierno. Le dieron agua y le vendaron los brazos. Se acercó un liberiano y le ofreció un diamante por sexo. Le escupió la cara y recibió otra golpiza. Esa noche escapó.
                        Ahora estaba allí, junto a esa madre. Extraña y sola. El graznido de los  buitres anuncia su festín de hartazgo. Ya no siente hambre. Apenas puede mover su lengua dentro de la rota  boca seca. La mujer que no habla su lengua, le hace señas que la siga por la senda que serpentea un curso ligero de agua. Deja al niño para que la muerte haga su obra. Hay tantos igual a él, que ya no se puede contar con la mano. Sólo le quita un mínimo cordón que lleva alrededor del cuello con una bolsa de tela embarrada y mugrienta. Sigue a la mujer. Camina, ésta, tanteando con una vara que alguna vez fue el mango de un paraguas. Resbala la niña, y cae. Hay un resto humano cubierto de pequeños gusanos. Generosos comen, dejando limpia la tierra. Sólo huesos. Al caer, su rostro, encuentra un ojo blando, acuoso aun fresco, que fue de un muchacho o una niña. Un grito se sofoca en su garganta reseca. Entre los pocos despojos, hay un brazalete de oro y un envoltorio que toma con calma. Esconde entre sus hilachas el hallazgo. Con eso comprará algo. Tal vez comida, tal vez agua… tal vez una hermosa muñeca que viera hace tiempo en su aldea. La llevaba una niña blanca en los brazos. Ella, iba con su madre y sus cinco hermanos. Todos muertos por los machetazos de los combatientes. Mira el cielo. Lloverá, piensa, hay un raro color en el aire. La mujer voltea la cabeza y se la queda mirando. Señala adelante. ¡Fuego! Majola, señala las nubes y las primeras gotas caen dadivosas sobre su piel reseca. De pronto llueve como hace tiempo no lo ven en la zona. Una verdadera cortina de agua lava las heridas, la sed agazapada en el cuerpo maltrecho de ambas. Sonriendo por primera vez, ve los ojos de la mujer que la arrastra a la deriva. Es ciega. Con algo punzante le quemaron las pupilas y ella, se abrazó a la vida igual. El frente Revolucionario Popular visitó la aldea y aquellos que vieron los robos y las muertes, fueron cegados como ella.  El espeso humo envuelve la zona y pasan dos patrullas sin verlas. ¡Salvadas nuevamente! ¿Ésto es la guerra? ¿Ésta la salvación para nosotros los africanos en Liberia o Sierra Leona? No tiene respuestas. Es sólo una niña de doce años.
                        Mientras la mujer se lava con el agua que corre sonriente en la cuneta, ella escarba en el bulto que encontró atrás, en el cadáver y se asusta mucho. ¡Diamantes con sangre! Cada uno y todos esos malditos vidrios que buscan los blancos, los hermanos  negros…arrastran la sangre de los aldeanos de ese territorio. Los deja caer uno a uno en el barro y camina tras la dama ciega.
                        Demasiada muerte. Demasiada sangre y desdicha. Por un puñado de esas feas piedras. Recuerda a su padre, ebrio, buscando en el lecho del río. Recuerda a su madre, golpeada para arrebatarle una de esas. Recuerda la vida en su aldea. Ella más pequeña, ayudando a sus hermanos a zarandear la arena, el agua y el barro. Igual a este barro con olor a excrementos y muerte. Ahora es una muerta viva, que camina.

LOS VIEJOS.




            No es fácil, en verdad, no es fácil. La mujer camina con dificultad entre los cuidados muebles antiguos y  cada paso que da le parece que hace un esfuerzo inusitado. Los recuerdos vienen y van. A veces le parece que está cerca de la vida, otras que la sombra se acerca para buscarla. Ella es orgullosa y no va a deponer su resistencia. No será una partida anticipada. Se sabe hermosa. Claro ya no quiere verse en el espejo. Allí, está la verdadera y su amado compañero la sigue como si tras ella estuviera el premio mayor. Todavía él tiene la mente fresca. Ella se pierde por momentos. Tengo que ir a la escuela, dice algunas mañanas. Pero luego de un rato de silencio recuerda que hace muchos años que está jubilada. ¿Querido cuándo vienen los chicos del colegio?. Pero sabe que ya son universitarios, que están lejos. Alberto, es médico y vive en Canadá con su familia. Laurita, es farmacéutica y tiene una farmacia en la Patagonia  junto a su marido. Ernesto falleció en un viaje por la ruta a Mar del Plata, con su hijo de catorce años. Su nuera y sus dos nietas están viviendo en España. No vendrán. El país no les da oportunidades. Catalina ya cumplió setenta y tres años. Está sufriendo, dicen los médicos, una enfermedad cada día más común. Anzhaimer.
            El amor que ha unido a esta pareja, le obliga a recluirse en su casa a la espera de un remedio o de un cambio. ¡Es tan difícil! Es una enfermedad que produce un deterioro de las neuronas del cerebro. Los amigos no reciben respuesta a sus llamados, ni los vecinos, que ven preocupados como se van deteriorando ambos. Odilia, la amiga más fiel, busca comunicarse con los hijos, pero ninguno puede hacerse cargo.
            Una tarde, Catalina, ve caído en el baño a un señor. Es ese hombre que nunca la deja sola. Ella se acerca y lo toca. Está muy frío. Se queda horas junto a él. Pero no se mueve. Asustada, abre la puerta de calle y sale caminando por la acera desierta. Un muchacho, se sorprende al ver a esa dama en camisón caminando sola y la detiene un momento. Ella lo mira y le sonríe. Él, cree que la mujer sabe a dónde va. Sigue su camino. Ella, continúa por la vereda hasta llegar a una esquina donde pasan muchos automóviles. Cruza sin mirar. Un camión frena, pero no puede impedir golpearla. El chofer desesperado, la levanta y la lleva hasta una sala de auxilio. Nadie sabe quien es esa dama en dificultad.
            En el noticiero de la tarde ponen una foto de la señora. Nadie la reconoce. Es una vieja herida. Una mujer que tal vez, ha sido abandonada por sus hijos. ¿Lo ha sido? Luego por los golpes recibidos ella se duerme en un dulce sueño.
            Una semana después, el mal olor despierta sospecha en los vecinos. Llega una patrulla y abren. Él, está allí, muerto. Buscan a la dama. Un joven oficial, recuerda a la mujer del accidente viendo la foto de Catalina en la mesilla. Buscan a los hijos y ahora sí, tienen tiempo para asistir a su despedida. Cuando regresan a la casa, un silencio doloroso los envuelve. ¿ Qué nos ha sucedido? Hemos permitido que mamá  y papá se murieran, sin asistirlos. La Muerte, parada junto a la vieja foto familiar ríe a carcajadas. Otra vez atrapó a una vieja y a un anciano abandonados porque el siglo XXI es el enemigo del Amor. Ni siquiera la Señora de las Sombras llora por esa pareja que terminó su vida con amor humano.

                                   En recuerdo de Hering  y su amada esposa Teté.

DEL LIBRO "TRASEGANDO HISTORIAS EN RITMO DE VINO"- 2014


UNA ESCLAVA DE RODAS.

            Antheia sostiene una lámpara sobre el lecho en el cual tiembla el cuerpo afiebrado de la joven Licaria. El aceite de la lámpara agoniza. La esclava también. Una persistente fiebre ha hecho su silenciosa tarea. Las dos mujeres no pertenecen a los mismos amos, pero se reconocen por sus orígenes. Antheia destapa las piernas de la enferma y ve que una herida en la extremidad derecha, está por estallar. La piel amoratada está tirante y busca una salida, que inminente, empuja hacia el exterior sus humores. Hay un olor penetrante y pútrido. La mujer murmura. Tiene sed. Está sola.
            Antheia moja los labios sin intentar tocarla. Puede ser un mal que los dioses Hermes Trismegisto o Hades, enviaron en venganza a las que fueron robadas en la guerra. Puede ser un mal contagioso y la enfermedad maldita. Envuelve, casi sin rozarla, la pierna con tela de lino mojada y fría. Buscará de alguna manera atemperar las fiebres. Evitar el estallido y que se desparrame el humor verdoso que se desprende de una lesión en el tobillo. Los dedos de Licaria, se aferran a la tosca túnica que cubre su cuerpo. Murmura y murmura palabras incomprensibles. Su lengua primitiva y lejana de su ciudad perdida.
            La compañera sale apresurada a buscar ayuda. Las piedras de la calle que la acercan a su dueña, atraviesan sus sandalias de fina suela de cuero y cáñamo. El sol cae plomizo sobre la piel que ya no es clara. Impregnada de sudor, su cabello y su túnica se pegan a cuerpo ardiente. Se desplaza como suele hacerlo a esa hora del medio día, entre la sombra, de las paredes de grandes piedras que amurallan las casas de los señores guerreros y comerciantes de Rodas. Su figura juguetea como marioneta efímera entre la “stoa” que la conduce a su hogar. Debe solicitar ayuda a su “señora”.
            Cuando arriba al atrio, luego de hacerse anunciar, se refresca en la copa que está junto a la cisterna pluvial. Esa enorme copa de piedra resiste el tórrido calor del verano. El agua está fresca y limpia. Una pequeña esclava egipcia, busca en el interior a su ama, quien se hace esperar. Su fina mano ornada de anillos de exquisita orfebrería, acomoda el cabello preciosamente trenzado. Está disgustada por la interrupción. Quedan unos segundos en silencio. Kalithea, el ama, espera que la muchacha hable. La joven mujer no se atreve ni elevar la vista frente a su señora. La pregunta surge y Antheia le da una detallada descripción de lo que le sucede a Licaria.
            La hermosa dama, ha tenido un sueño esa noche. Palas Atenea en forma de ave gigante le ha señalado enormes calamidades para su casa. Ha despertado conmovida y llorosa. La presencia de la esclava la pone, aun más, en alerta. ¿Cuáles serían esas calamidades? Tal vez la peste o una nueva guerra. Ingresa a las habitaciones y regresa con unos “dragmas”, que pone en la mano temblorosa de Antheia. También trae hila de lino limpias y de algodón egipcio, que compró en tiendas cerca del ágora. “Busca a Hipóstrato, él y Diocléous, tratarán de curar a esa mujer”. Ingresa al dormitorio, despidiendo a la muchacha.
            Sale Antheia presurosa por la angosta calzada ardiente. En el barrio oeste, bajo el templo de Atenea Kamira, encontrará al médico. Primero se detiene en un templo a la Dios Higeia y Apolo, dejando un “dragma” en la seguridad que los dioses aceptarán la ofrenda. Despliega unas ramas de olivo junto a una pequeña figura de la diosa Hestia y continúa por el camino, para comprar una bolsita de mirra para mantener el fuego sagrado. Lo entregará luego a la sacerdotisa del templo. Hay un extraño silencio que acongoja. Los cuervos, se han echado en los tejados, abriendo sus negras alas, abrazando las tejas. Algo siniestro anda merodeando Rodas.  
La congoja electriza a la esclava. Sólo se escucha, al pasar, el murmullo de las voces solemnes cantando loas a la diosa Hestia, en boca de las sacerdotisas.
Con celeridad, llega a Filouspapos y busca la casa de Diocléous, que yace en su “oikos” bajo las higueras refrescándose. En la puerta de madera, tallada con mano hábil, una intrincada serpiente enrosca el bastón de Mercurio. Es allí. Golpea y espera. Sale una anciana ciega. Antheia, le explica qué la trae a molestar al galeno. La agobiada mujer queda en espera. Hipóstrato y Diocléous deben prepararse. Salen ambos ancianos con una bolsa repleta de objetos y medicinas. Los sigue un puñado de esclavos capadocios. Ligeros e inteligentes, se adelantan con saumerios y rezos a los dioses de la salud. La prisa domina al grupo. Antheia, señala el camino al séquito. Son doce hombres y ella, atrás por ser mujer y esclava, los sigue sin levantar la vista del camino.
Al ingresar al habitáculo, el hedor de la carne humana, pone a los experimentados galenos, en guardia. Encienden muchas lámparas. Los esclavos capadocios, traen cubos con agua limpia y fresca. Un afilado estilete penetra la carne palpitante y fétida. Un grito desgarrador atraviesa el espacio. En una vasija de barro caen los humores putrefactos. Licaria pierde el conocimiento. El dolor, la fiebre y un deseo intenso de dejar la vida, la enroscan. Esclava por la fuerza, atropellada por soldados que la arrebataron del cuerpo inerte de su madre, siendo niña, sólo desea volver en un viaje alado, el de la muerte, a su país natal. Ya no recuerda mucho de su lugar ni del rostro de su madre. Licaria está atravesando el delgado filo entre la vida y la muerte. Presiente la cercanía de la barca de Canservero. Lo ve. Delira.
Diocléous, raspa hasta el hueso la carne putrefacta y arranca sin piedad trozos de piel y músculos. Los esclavos sacan entre hilas y paños, los despojos. Los entierran en un profundo hoyo tras la casa. Agregan hierbas y sal marina. Adentro, agua, emplasto y el líquido fermentado de las vides, hacen gemir a la enferma.
Comienza a disiparse el olor nauseabundo y se despliega el olor del vino. Dionisos, el dios del delirio místico se presenta en el brebaje. Le dan de beber y lo derraman en cada llaga. Además queman hojas de plantas en un brasero, que va envolviendo todo. Adormece Licaria y a los que se quedan en vigilia junto a ella. Sueña.
En un breve murmullo escucha Hipóstrato a la joven mujer que llama a su patria. “Alexandria, me gusta el mar por la mañana. Déjame regresar a tí, ciudad querida” .  Un remezón conmueve el piso. Comienza un ronronear de la tierra volcánica. El ruido y el movimiento, sacude a todos. Terremoto y horror. 
Licaria vuelve a Alexandria. Esa que queda tan lejos, tan lejos como la vida. Tan lejos como la libertad para la esclava.


VOCABULARIO.
Stoa: fila de columnas dóricas con cámaras para tiendas y alojamiento en la parte de atrás, que se azaba sobre una cisterna con capacidad de 600 m3 de agua para abastecer a 400 familias en Rodas. Siglo VII a.C.
Dragmas: moneda común usada en la antigua Grecia.
Oikos: en las casas de los “señores” el Oikos era la parte de huertas, cuidadas por esclavos, donde se criaba el pequeño rebaño familiar. Sólo lo tenían las familias patricias. Siglos V, VI  en adelante. De la palabra Oikos deviene la palabra economía.
Ágora: espacio o plaza donde se desarrollaba la vida pública, muy importante en Gracia antigua. Allí se creaba la cultura y la filosofía.
Higeia y Apolo, Atenea Kamira, Hestia, Dionisos, Canservero: Mitología Griega. Dioses que acompañaban a los hombres en su vida diaria.
Alexandria: Ciudad actual de Alejandría, norte de Egipto, sobre el Mediterráneo y en la desembocadura del Río Nilo. Famosa por su historia.


POEMA DE UN LIBRO INÉDITO


En la larga esfera de la tarde
el estrépito de un sol incandescente
me dibujó una sonrisa
inaugurando sequías
continué en silencio
una tarde de invierno
junto a la acequia
pero necesaria mi alma
contempló mi rostro desangrado
en espera de sueños confiscados al exilio
comprendí que no era mi materia
debí soñar despierta
abandoné a esa amiga antigua, mi utopía      
en un desierto de extraños y
pensamientos añejos.
Tú, muy lejos gritabas mi nombre,
sin respuesta mi cuerpo y  la garganta.
Gritabas mi nombre en mil idiomas extraños
mi cuerpo era un arpegio de silencio.
Era un erial secreto con un fantasma de aguas cristalinas.

UN PROBLEMA DE AMORES IMPOSIBLES.




En un corredor del castillo vi el pañuelo con las pequeñas iniciales bordadas en rojo.  Me sorprendió que ella, justamente ella, perdiera algo tan personal pero nunca imaginé que Dositeo era quien lo había sacado sin que ella supiera del pequeño tocador de la muchacha. Gesualdo se volvería loco de ira si supiera que el alegre Dositeo andaba dando vueltas por ese sitio del castillo. Fue casi un milagro que yo atravesara a esa hora desacostumbrada el corredor. Si bien los pesados gobelinos y cortinados ocultaban singularmente el pálido suspiro de lino, el monograma era incuestionable de la joven esposa.
Cuando llega al castillo, sus helados corredores, su eterna humedad, la falta absoluta de comodidades, pusieron como enajenada a la pequeña ama a quien tanto me habían encomendado en nuestro condado. Su padre, enérgico caballero, cuyos cofres estaban atiborrados de monedas de oro, ducados y libras, acuñadas en lejanas tierras, para comprar las bellísimas telas que fabricara en sus telares mi señor, me había exigido devoción plena. Yo me sentí feliz de cumplir la misión encomendada, sin saber lo que me esperaba.
Astrid acababa de cumplir catorce años esta primavera y su gozo juvenil trastornaba al agrio futuro compañero de la niña. Por lo menos Gesualdo tenía doce o trece años más que mi pequeña, era un pálido, hosco, malhumorado y avaro hombre de negocios. Delgadísimo, casi calvo, usaba unos calzones de linón que le caían como ramas de sauce sobre unas piernas flacas y nerviosas. Sus pequeños ojillos observaban como ratones heridos cada presa. ¿ Nunca voy a entender el pacto amargo de entregar a Astrid a ese bellaco.
Su caballo era hermoso, joven y fuerte. Los músculos de los brazos del potro saturados de olores familiares nos daban nostalgia de las largas cabalgatas por el valle de Shellwing, enorme coto verde que nos envolvía con sus cálidas tardes de tedio. Desde lejos, este otro castillo parecía un monumento fúnebre para nuestros jóvenes ojos extranjeros. Cuando salíamos a montar su cabello se desbarataba y parecía un ángel con alas de pelo rojizo. Yo le obligaba a usar su capa de terciopelo verde esmeralda y desde lejos parecía una diosa pagana. El urgido Gesualdo se asomaba a los ventanales y la seguía con ojos aguileños como a una presa de cestrería cuyo ave más deseada era mi pequeña ama. Y bien, así que hube de recuperar el pañuelo me alejé sigilosamente en dirección a su habitación, cuando una mano enguantada me sujetó por la garganta y pude sentir el filo espeso de una navaja que se deslizaba por mi cuello. Caí inconciente y hoy he despertado. Después de un tiempo increiblemente largo. 
Me sacudió un sonido muy agudo que no puedo distinguir entre los conocidos. Veo gente que atraviesa las galerías con extraños vestidos, escandalósamente cortos en las damas y austero en los hombres. Nadie usa peluca ni calzones con puntillas. Veo un ir y venir de extraños carromatos sin caballos, metálicos y de brillantes colores, que se mueven sobre unas ruedas rústicas de un color negro y que no hacen ruido sobre las piedras.  Paso por los corredores y atravieso las puertas y muros sin que nadie advierta que mi ropa es diferente, que tengo los zapatos de seda totalmente empapados de sangre y que mi cabeza, está apenas sostenida por un mínimo trozo de hueso. O no me ven o yo estoy en otro mundo irreal, deliro y no soy quien fui.
Bajo las escaleras de mármol y veo que unos hombres de cabellos color verde, violeta o rojo, con pequeños alfileres que le atraviesan las cejas, los labios o las mejillas, con dibujos de demonios y aves extravagantes sobre la piel, llevan y traen los cuadros que siempre desde que nosotros llegamos al castillo, cuelgan con gruesos cordones de seda de enormes clavos en los muros.
¡Oh no!, esa que llevan ahí es mi ama. Su hermosa figura pintada con la capa de terciopelo verde. ¡Qué bien han logrado el color de sus ojos! Pero están como muertos. Los niños. Serán sus hijos, que yo no alcancé a conocer. Se parecen a Dositeo. Su boca delgada y su barbilla aguda, los hoyuelos de las mejillas, la hendidura en el mentón... parecen hijos de Dositeo y no del prometido de mi señora. ¿Qué me he perdido? ¿Cuántas aventuras han sucedido sin que yo conociera en mi desdichada espera? ¿ Y por qué y quién me habrá pasado esa mala jugada? Tal vez el horrible  Gesualdo me odió porque yo supe que Astrid no le era fiel. Me sentaré en esa silla de seda azul... ¡Eh, amiga e siente sobre mí! Pero claro soy un espíritu desubicado, ahora comprendo.
¡ Algo sucede! Un hombre frente a cada grupo ofrece en venta los cuadros. Ahí va mi niña. Gesticulan o elevan un pequeño disco con una manito de madera. El hombre habla rápido y golpea con un martillo de bronce sobre el atril. ¡Veinticinco mil libras por mi ama! Eso ha desembolsado un viejo caballero que llora sin disimulo. Me acerco y atravieso su cuerpo. Me dejo caer al costado de su silla. Tengo un poco de pudor que me vea y se asuste.
¡ Sigue llorando! Se yergue y sale; apenas puede caminar por la edad. Se le acerca un hombre de unos cuarenta años. “- ¿Abuelo, ha comprado el retrato de su madre?- ¿ Para qué quiere otro si tiene como veinte retratos de ella? – el anciano no habla. Aleja con cierto desamor al varón que lo sostiene enérgico con la mano y pronuncia una sentencia: - ¡Debería darte vergüenza, rematar los cuadros para arreglar los techos de nuestra casa! – la mirada burlona de ciertas visitantes, lo hacen molestar más. –Abuelo, ya no vivimos en el siglo diecinueve, esto es el siglo veintiuno y el dinero no nos alcanza, sólo con la venta de los cuadros salvaremos que nos quiten el castillo. Después tendremos que hacer un hotel entre sus habitaciones, para albergar turistas americanos... eso nos defenderá de los acreedores. Usted no puede entender lo qué se debe y lo difícil que es ahora para mi hermana Astrid y para mí, mantener esto. Perturbada me alejo unos segundos pero regreso cuando escucho: -¡ Siquiera la abuela Astrid, se apareciera desde el más allá y nos ayudara! ¡Sería fantástico tener un fantasma en el castillo! Eso atraería a muchísimos curiosos. – dijo pasándose la mano por el rostro como lo hacía el alocado Dositeo cuando miraba embobado a mi amita. Así supe que a partir de ese día un deber inmemorial me atrapaba al castillo. Buscaré igual a Astrid en este otro lugar de la existencia. Pero yo sería lo que ellos necesitan, ya me arreglaré yo para hacérselos saber.

ÉSTO DE HABLAR DE LO PROHIBIDO



 
-          Quiero a mis hijos.- dijo con voz casi inaudible, mientras forcejeaba con las hilas.
-          Están bien cuidados.- fríamente, el médico le señaló una especie de pecera con los seres en movimiento perezoso.
-          ¿Cómo haremos, si en cada herida hay una infección, doctor? Dígame, ¿se podrá mejorar o curar?- nerviosa y esquiva la mujer de alrededor de 45 años, se mueve con insistencia, tratando de no tocar a la joven muchacha, que yace en el lecho totalmente dopada.
-          Señora, su hija está ahora en una etapa muy delicada. Se la encontró totalmente abandonada en una calle donde viven un sin fin de desocupados y menesterosos. Hay que reconocer que fueron ellos los que la ayudaron.
-          Mamá te odio, devuélveme a mis hijos- dice con voz destemplada la joven.- A Usted también lo odio, me han quitado a mis hijos.- vuelve a repetir como un latiguillo la enferma.
-          Llamaremos a psiquiatría y a otro especialista. Igual, creemos que por lo menos estará internada entre cinco y seis meses. De ella depende. Nosotros ahora trataremos de curar las infecciones.- expresa con más interés el doctor.
-          Mamá devuélveme a mis hijos. Sólo tú, me pudiste robar a mis hijos y este cabrón hijo de puta, que ahora quiere dejar a mis otros hijos allí en esa heladera de vidrio. La Rosarito estaba a punto de poner huevos. Y el Hilarión estaba muy viejo para subir y bajar buscando comida. Devuélvanme a mis hijos.- la muchacha se r4evuelve frenética , alargando las manos hacia la pecera instalada cerca del lecho. – las enfermeras entran y salen asqueadas, pero saben que deben esperar a los psiquiatras para hacer algo.
-          Señora, este Síndrome, llamado del “Canguro” es frecuente en gente que sufrido grandes pérdidas. Es explicable en el caso de esta muchacha. ¿Quién le quitó a los verdaderos hijos? ¿Qué edad tenía?-  el facultativo escribe en la historia clínica cada dato detallando las palabras con líneas oscuras.
-          El primero fue a los catorce años. – respira profundamente la madre y continúa.- llegó de la escuela descompuesta y cuando le pregunté comenzó a ensoñar con el relato de los “favores” que le había regalado un galancito del curso.
-          No mamá, mentira, yo me enamoré y le pedí que me alejara de esa casa de brujas, donde viven tu mamá y tus hermanas. Vos me arrastraste hasta la atroz choza de la “médica”, la curandera y me sacaste mi primer hijo. Era muy pequeñito.- suena como un silbido la voz sisearte de la enferma.
-          Claro, qué íbamos a hacer, en el pueblo, con una nena de catorce años embarazada de un desconocido. Expresa apenas audible la voz de la mujer, que nerviosa se revuelve en su lugar como una lagartija desesperada.
-          Bueno, con eso se explica en algo todo esto. – un suspiro sale entrecortado de la boca del galeno.
-          Mentira, mentira.... – canta la muchacha que se va poniendo cada vez más nerviosa.- ¿y el segundo? Me lo sacaron atada como estoy ahora, porque él y yo llorábamos suplicando.-
-          Tenías apenas quince años. ¿Cómo lo iban a cuidar, si ni siquiera tenían la secundaria aprobada?- dice la mujer.
-          Mamá y ¿mi tercer hijo? Yo escondí durante cuatro meses mi embarazo, y la desgraciada de tu madre, que esté bien quieta en el infierno, me descubrió y me arrastraste al inmundo lugar donde me sacaron mi bebé. Era un varón dijo la bruja. Y él, mi amor, corrió y lo encontraron colgando de los hierros del puente. -  grita histérica, la joven.
-          Ese infame, sólo quería tu apellido y tu herencia. Los campos de tu abuela y las joyas de la familia. Seguro que luego te dejaría llena de hijos y en la calle.- estalla la mujer.
-          Señora, hace tiempo que su hija vive en la calle y no quiere que la lleven a su casa. Asegura interviniendo el médico. El síndrome del canguro, es una enfermedad propia de personas que se han sentido muy agredidas... y.... los sollozos suenan lúgubres en la pequeña sala del hospital.
-          Pero... pero ella es menor. No podía quedar en boca de todo el pueblo el buen nombre de la familia, una familia llena de heroicidad y honor. Su abuelo fue gobernador y su padre...- queda con las palabras jugueteando en la boca.
-          Ese otro, flor de hijo de mil putas, robó, se cogió a medio pueblo y encima trató de violarme desde que tenía seis años. El señor Abogado más prestigioso del pueblo, hizo bien en pegarse un tiro. Yo se lo hubiera dado, sin más ni más. Exijo a mis bebés ya mismo.- expresa revolviéndose en la cama, la muchacha.
-          Tranquila, tus cucarachas y tus gusanos están mejor ahora que en tus heridas, que se habían colmado de gusanos y estaban llenas de pus. – cuenta el médico.- Se iban a infectar con tus infecciones. – la explicación trata de calmar a la joven enferma.- Si las querés,  tenés que ayudarte y así ellas estarán mejor.
-          Quiero a mis hijos, quiero a mis hijas, quiero a mis hijos, quiero a mis hijas... -y el ronroneo, es una oración ininteligible  que se escucha apenas.- Mamá... morite, hacé algo por la humanidad... suicidate.-Le escupe a la madre que llora...  Salen todos e ingresa el psiquiatra.
-          Hola, me llamo Hugo y me imagino que no querés hablar conmigo. Soy tu médico de cabecera y trataremos juntos de ver porqué te producís esas heridas en la piel y guardás cucarachas en ellas, ah, y gusanos, que me contaron que son tus hijos. – dice muy abierto el hombre.
-          Sí, son mis hijos y cada una tiene un nombre. Se aman y me aman, no como la malvada que acaba de salir. – baja la voz- Ella me mató a mis tres primeros hijos. Eran dos nenas y un varón. No le cuentes a nadie. Ella es de la cofradía de la catedral y reza raras oraciones por día. Mi amor, Ernesto, se ahorcó por su culpa. El demonio vive en su casa. Es mala y su madre y hermanas también. Quiero que me devuelvan a mis hijitos e hijitas, ellas no van a morir en manos de una curandera. Y sigue hablando y hablando hasta que se queda dormida.

HOMBRE SIN NOMBRE PROPIO.




Llovía. Llovía como si el cielo quisiera desgajarse en lágrimas. La habitación era de pobre a miserable, pero Virtudes Maidana vino igual para ayudar en el parto. El viento se entrometía por cada agujero del rancho desnudando la pobreza. En el catre, casi desfallecida, la “Tuca” gemía en un charco de aguas y orines sangrientos. La tapó con un poncho y se sentó sobre el vientre para que pudiera expulsar al hijo. Un grito eterno y fatal escapó junto con un chorro de sangre y niño. Así nació el infortunado.   
  Flaco, embadurnado de grasa placentaria y mierda de la parturienta. La nueva madre tenía apenas trece años y el chico, pesado a ojo por la Virtudes, había cargado unos cuatro kilos o un poco más. Desgarrada y desfalleciente, quedó sobre el colchón de chala con perfume a desamparo. La Tuca era la que atendía el boliche y el patrón le dijo:- ¡Si serás mencha, así no se hacen los hijos! – y la agarró sobre el mesón donde vendía la bebida y se despachó hasta que no le quedó un poco de semilla sin arrojar en el hueco húmedo y destrozado de la infeliz. Salió sonriente y le tiró unos billetes “para que te comprés un vestido nuevo y lavate bien, no vaya que se te note”.
La Tuca muda, sin lágrimas, se secó los mocos con lo que le quedaba de la pollera y se tocó “la peluda” donde le salía sangre y un jugo viscoso con olor a lejía. Se tapó con un mantel que guardaba Don Yumma en un arcón en espera por si venía alguien de afuera, de la ciudad o un personaje de la política, como le contaron que a veces sucedía en época de elecciones, se acercaban a comer y beber hasta caer borrachos al piso. Salió en silencio hasta la covacha que le servía de habitación. Se tiró al camastro desvencijado y se dejó morir por el palpitar alocado de su cuerpo herido. Esa noche murió su alma. Esa noche murió el deseo de vivir por el dolor agudo que le dejó el patrón. Inmundo. Olor a animal de corral usado. Podrido. Cobarde.  
Al otro día la echó. Le dijo no se cuántas palabrotas que no entendió y la golpeó con el rebenque. Y ella tomó lo poco que tenía. Nada en realidad y se fue sin rumbo por el callejón de tierra. Caminó hasta que el dolor y el hambre la anotició que aún estaba viva. Se acercó a la chacra de los Hidalgo para pedir ayuda. Allí, la vieja Evarista apenas la vio se dio cuenta qué había pasado. Tenía años como para de una ojeada ver lo que otros no veían. Le dio asilo y la acomodó en su rancho. Su vida no había sido distinta y no se dijo una sola palabra del suceso a nadie.
Don Yumma, cuando recibió la visita del comisario por el boliche, le insinuó que la Tuca se había escapado con el “Chineño”, un vago que andaba por ahí y el astuto policía con una mirada de aguilucho le respondió, que “por casualidad había aparecido ahogado, el tal “Chineño”a orillas del remanso del arroyo El Junal hacía una semana y que de la Tuca, no había ni un petate”. El embustero meneó la cabeza y sólo hizo ruidos incomprensibles. Igual, la Tuca no era importante y nadie movería un dedo por una pendeja así.
Todo quedó en aguas sucias de pueblo endiablado y promiscuo. Así llegó la menta que en lo de los Hidalgo había una gorrona preñada y que la Evarista la cuidaba.
Y llegó la lluvia y el ingrato nacimiento del niño. La Virtudes lo envolvió en un trozo de sábana limpia y se lo dio al Nicasio Ochoa, su hombre. Él, buscó entre sus papeles un librito y dictaminó que como era el día seis de enero, se llamaría como estaba escrito: Ador. De los Reyes. Preguntó el apellido de la Tuca. Nadie lo conocía. Ella ya no podía hablar su corazón se debilitaba y el calor de su cuerpo huía tal como las nubes se iban abriendo para entreverar rayos de sol entre las cañas del techo. Así quedó como nombre Ador, de los Reyes, como apellido.
La Evarista se llevó al muchacho y con leche de cabra y burra lo alimentó. Pero sus noventa y tantos la llevaron bajo tierra como a la Tuca, que quedó debajo del sauce  a orillas del molino harinero de los Arredondo. Ador tenía cinco años y a nadie que se hiciera cargo de él.
El cura párroco de La Anunciación de María lo asiló unos meses, pero comenzaron las tilingadas de “que es hijo de él y lo tenía escondido” y “que le gustan los mimos de niños más de la cuenta” o “¿Quién sabe si no es una encarnación del Maldito?” y mil supercherías propias de ignorantes por lo que se apuró a buscar una familia que lo cuidara.
Fue a dar con unos recién llegados de Italia. Unos Friulanos de gustos sobrios y trabajadores que no tenían nada más que siete hijos. Lo recibieron con el mismo amor que a los propios. Don Giácomo y doña Giulia, lo quisieron. Buscaron darle una educación esmerada mandando a todos los varones a la escuela y a las nenas no sólo a la escuela sino que aprendieron piano, violín y corte y confección.
Ador, era feliz. Un día se cruzó con Don Yumma y éste lo tomó de la ropa, con una mirada inquisidora penetró en sus ojos oscuros y moros y le dijo: “Te parecés a tu madre pero tenés los ojos de un beduino”. Ador salió corriendo y abrazando a Giulia le contó asustado lo que el bolichero le había dicho. Esa noche, Giácomo le propuso a Giulia vender la chacra y emigrar a Santa Fe. Muy pronto se marcharon, dejando un recuerdo grato a quienes los conociera y  un sobre que al momento de subir al tren le acercó Virtudes Maidana. Era la historia de Ador de los Reyes.
Pasó el tiempo y como buenos inmigrantes llenaron la casa de títulos universitarios. Ador, les regaló uno que decía: Médico.
Ese día la madre del corazón puso en sus manos el sobre de papel amarillento, algo engrasado por las manos de la vieja partera y el tiempo transcurrido. Una nube de congoja llenó el pecho del muchacho, que se propuso volver al pueblo que lo engendró.
Llegó una tarde de enero. Llovía como si el cielo apasionado devolviera la memoria en lágrimas su ofuscación. Truenos y viento helaba  erizando la piel. Dejó su coche a la puerta del boliche, caminó lentamente hacia el mismo mostrador donde fue engendrado y allí en una antigua y destartalada hamaca encontró al viejo. Ciego y riscoso, olfateó en la penumbra y dijo: “Te esperaba”.
Ador se aproximó confundido. En principio con un odio descomunal que lo había hecho pensar en matarlo, luego, cuando observó ese lamentable personaje desgreñado, sucio y degradado por las úlceras de la diabetes, se conmovió y sólo atinó a decirle: ¿Por qué lo hizo?
Don Yumma, sin aflicción sonrió y en un suspiro apenas audible murmuró… ¡La carne joven me enceguecía, endemoniaba sin escrúpulos mi cuerpo y una fuerza poderosa poseía mis manos! Nunca pensé que tendría un hijo. Eso era para la gente buena. Yo no lo merecía. Y el día que te vi., supe que lo eras. Que había engendrado un hijo. Te aguardé sin esperanza. Ahora puedo morir tranquilo y le alargó una caja de plata con incrustaciones de nácar. Acá tienes tu herencia.
Ador recibió con un sentimiento de rechazo la caja del viejo que cayó rotundo al piso. Al dejar la caja para sostener al moribundo una lluvia de monedas de oro cubrió el suelo. Bajo el vientre del anciano una alfombra de joyas preciosas sirvió de pomposo refugio al cuerpo consumido. Las nubes oscurecieron aún con mayor espesura la tarde y unos rayos fortuitos iluminaron al muchacho que sobrio trató de mitigar su ánimo. Salió sin tocar nada. Buscó a un vecino y le pidió ayuda. Pronto se llenó de gente que observaban al andrajoso Yumma rodeado de una enrome fortuna, y, solo.
Estaba tan solo que ni todo el desierto de donde había emigrado quisiera recibirlo en su seno. Solo con su estupor y espanto de fantoche de demonio. Obsceno en su soledad de ignominia y abusador de niñas desgraciadas.
Ador de los Reyes salió cerrando la puerta sin volverse atrás.