martes, 22 de octubre de 2019

DEL LIBRO "TRASEGANDO HISTORIAS EN RITMO DE VINO"- 2014


UNA ESCLAVA DE RODAS.

            Antheia sostiene una lámpara sobre el lecho en el cual tiembla el cuerpo afiebrado de la joven Licaria. El aceite de la lámpara agoniza. La esclava también. Una persistente fiebre ha hecho su silenciosa tarea. Las dos mujeres no pertenecen a los mismos amos, pero se reconocen por sus orígenes. Antheia destapa las piernas de la enferma y ve que una herida en la extremidad derecha, está por estallar. La piel amoratada está tirante y busca una salida, que inminente, empuja hacia el exterior sus humores. Hay un olor penetrante y pútrido. La mujer murmura. Tiene sed. Está sola.
            Antheia moja los labios sin intentar tocarla. Puede ser un mal que los dioses Hermes Trismegisto o Hades, enviaron en venganza a las que fueron robadas en la guerra. Puede ser un mal contagioso y la enfermedad maldita. Envuelve, casi sin rozarla, la pierna con tela de lino mojada y fría. Buscará de alguna manera atemperar las fiebres. Evitar el estallido y que se desparrame el humor verdoso que se desprende de una lesión en el tobillo. Los dedos de Licaria, se aferran a la tosca túnica que cubre su cuerpo. Murmura y murmura palabras incomprensibles. Su lengua primitiva y lejana de su ciudad perdida.
            La compañera sale apresurada a buscar ayuda. Las piedras de la calle que la acercan a su dueña, atraviesan sus sandalias de fina suela de cuero y cáñamo. El sol cae plomizo sobre la piel que ya no es clara. Impregnada de sudor, su cabello y su túnica se pegan a cuerpo ardiente. Se desplaza como suele hacerlo a esa hora del medio día, entre la sombra, de las paredes de grandes piedras que amurallan las casas de los señores guerreros y comerciantes de Rodas. Su figura juguetea como marioneta efímera entre la “stoa” que la conduce a su hogar. Debe solicitar ayuda a su “señora”.
            Cuando arriba al atrio, luego de hacerse anunciar, se refresca en la copa que está junto a la cisterna pluvial. Esa enorme copa de piedra resiste el tórrido calor del verano. El agua está fresca y limpia. Una pequeña esclava egipcia, busca en el interior a su ama, quien se hace esperar. Su fina mano ornada de anillos de exquisita orfebrería, acomoda el cabello preciosamente trenzado. Está disgustada por la interrupción. Quedan unos segundos en silencio. Kalithea, el ama, espera que la muchacha hable. La joven mujer no se atreve ni elevar la vista frente a su señora. La pregunta surge y Antheia le da una detallada descripción de lo que le sucede a Licaria.
            La hermosa dama, ha tenido un sueño esa noche. Palas Atenea en forma de ave gigante le ha señalado enormes calamidades para su casa. Ha despertado conmovida y llorosa. La presencia de la esclava la pone, aun más, en alerta. ¿Cuáles serían esas calamidades? Tal vez la peste o una nueva guerra. Ingresa a las habitaciones y regresa con unos “dragmas”, que pone en la mano temblorosa de Antheia. También trae hila de lino limpias y de algodón egipcio, que compró en tiendas cerca del ágora. “Busca a Hipóstrato, él y Diocléous, tratarán de curar a esa mujer”. Ingresa al dormitorio, despidiendo a la muchacha.
            Sale Antheia presurosa por la angosta calzada ardiente. En el barrio oeste, bajo el templo de Atenea Kamira, encontrará al médico. Primero se detiene en un templo a la Dios Higeia y Apolo, dejando un “dragma” en la seguridad que los dioses aceptarán la ofrenda. Despliega unas ramas de olivo junto a una pequeña figura de la diosa Hestia y continúa por el camino, para comprar una bolsita de mirra para mantener el fuego sagrado. Lo entregará luego a la sacerdotisa del templo. Hay un extraño silencio que acongoja. Los cuervos, se han echado en los tejados, abriendo sus negras alas, abrazando las tejas. Algo siniestro anda merodeando Rodas.  
La congoja electriza a la esclava. Sólo se escucha, al pasar, el murmullo de las voces solemnes cantando loas a la diosa Hestia, en boca de las sacerdotisas.
Con celeridad, llega a Filouspapos y busca la casa de Diocléous, que yace en su “oikos” bajo las higueras refrescándose. En la puerta de madera, tallada con mano hábil, una intrincada serpiente enrosca el bastón de Mercurio. Es allí. Golpea y espera. Sale una anciana ciega. Antheia, le explica qué la trae a molestar al galeno. La agobiada mujer queda en espera. Hipóstrato y Diocléous deben prepararse. Salen ambos ancianos con una bolsa repleta de objetos y medicinas. Los sigue un puñado de esclavos capadocios. Ligeros e inteligentes, se adelantan con saumerios y rezos a los dioses de la salud. La prisa domina al grupo. Antheia, señala el camino al séquito. Son doce hombres y ella, atrás por ser mujer y esclava, los sigue sin levantar la vista del camino.
Al ingresar al habitáculo, el hedor de la carne humana, pone a los experimentados galenos, en guardia. Encienden muchas lámparas. Los esclavos capadocios, traen cubos con agua limpia y fresca. Un afilado estilete penetra la carne palpitante y fétida. Un grito desgarrador atraviesa el espacio. En una vasija de barro caen los humores putrefactos. Licaria pierde el conocimiento. El dolor, la fiebre y un deseo intenso de dejar la vida, la enroscan. Esclava por la fuerza, atropellada por soldados que la arrebataron del cuerpo inerte de su madre, siendo niña, sólo desea volver en un viaje alado, el de la muerte, a su país natal. Ya no recuerda mucho de su lugar ni del rostro de su madre. Licaria está atravesando el delgado filo entre la vida y la muerte. Presiente la cercanía de la barca de Canservero. Lo ve. Delira.
Diocléous, raspa hasta el hueso la carne putrefacta y arranca sin piedad trozos de piel y músculos. Los esclavos sacan entre hilas y paños, los despojos. Los entierran en un profundo hoyo tras la casa. Agregan hierbas y sal marina. Adentro, agua, emplasto y el líquido fermentado de las vides, hacen gemir a la enferma.
Comienza a disiparse el olor nauseabundo y se despliega el olor del vino. Dionisos, el dios del delirio místico se presenta en el brebaje. Le dan de beber y lo derraman en cada llaga. Además queman hojas de plantas en un brasero, que va envolviendo todo. Adormece Licaria y a los que se quedan en vigilia junto a ella. Sueña.
En un breve murmullo escucha Hipóstrato a la joven mujer que llama a su patria. “Alexandria, me gusta el mar por la mañana. Déjame regresar a tí, ciudad querida” .  Un remezón conmueve el piso. Comienza un ronronear de la tierra volcánica. El ruido y el movimiento, sacude a todos. Terremoto y horror. 
Licaria vuelve a Alexandria. Esa que queda tan lejos, tan lejos como la vida. Tan lejos como la libertad para la esclava.


VOCABULARIO.
Stoa: fila de columnas dóricas con cámaras para tiendas y alojamiento en la parte de atrás, que se azaba sobre una cisterna con capacidad de 600 m3 de agua para abastecer a 400 familias en Rodas. Siglo VII a.C.
Dragmas: moneda común usada en la antigua Grecia.
Oikos: en las casas de los “señores” el Oikos era la parte de huertas, cuidadas por esclavos, donde se criaba el pequeño rebaño familiar. Sólo lo tenían las familias patricias. Siglos V, VI  en adelante. De la palabra Oikos deviene la palabra economía.
Ágora: espacio o plaza donde se desarrollaba la vida pública, muy importante en Gracia antigua. Allí se creaba la cultura y la filosofía.
Higeia y Apolo, Atenea Kamira, Hestia, Dionisos, Canservero: Mitología Griega. Dioses que acompañaban a los hombres en su vida diaria.
Alexandria: Ciudad actual de Alejandría, norte de Egipto, sobre el Mediterráneo y en la desembocadura del Río Nilo. Famosa por su historia.


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