Para sacudir los nidos desocupados y darle lugar a los jóvenes pájaros
para que aniden en primavera.
Los chicos de las granjas, juegan con lo
que encuentran, dijo Eulalia. No te preocupes hermana. Encontrarán seguro mil
curiosidades para entretenerse. Míralos, trepados en la vieja encina.
Balanceándose en los sauces sobre las acequias. No te abrumes.
El campanario de la vieja capilla llamaba
al ángelus. Y Antonia dejó las ollas y pucheros para rezar. Su rostro pintado
con harina desdibujaba las mejillas arreboladas por el calor del fogón. Sus
manos regordetas y suaves de sobar el amasijo, eran como paletas de color
rosado fuerte. Caía cabello cano entre sus mejillas. Los ojos enrojecidos de
tanto llorar se esfumaban con el vapor del cocido.
Mirna, Cecilia y Saulo, reían con la
inocencia de los niños que no saben la causa del traslado a la granja. ¡Chicos
vengan a rezar con la abuela! Llamó Eulalia. Parloteando se acercaron a la
cocina y se acomodaron junto a la mesa donde la masa de los fideos se estaba
refrescando para ser cortada en finos hilos con cuchillo. “Los fideos de la
abuela eran un sueño”
¡Y el ángel del señor anunció a María…!
Chicos no se pellizquen, no peleen…y ¡“Concibió por obra y gracia…! Dije
silencio. ¿Pero abuela qué quiere decir concibió? Preguntaron a coro. Bueno
vayan y sigan jugando.
Salieron corriendo y gritando “Mancha”. Te
toqué. Se perdieron entre los espalderos de uvas y el zanjón que no traía agua
por falta de deshielo y lluvias.
Pasó un rato y se escuchó el motor de un
automóvil, era Daniel que regresaba con Sara y Delicia. Hemos dejado todo listo
para la ceremonia de mañana. Ahora después de almorzar vamos a dormir un rato
la siesta. Los niños que entren y descansen porque la tarde será larga, fue el
deseo de Jorge. Pero no escuchaban el llamado desde la casa. Habían encontrado
en los cerezos unos nidos de pájaros y como estaban vacíos, comenzaron a
juntarlos para jugar.
Sara se sacó la falda y las medias de seda
que tenían varios hilos corridos. Se puso una bata y se tiró en la cama de su
madre. Delicia se desató el cabello que tenía sostenido con hebillas y se sacó
la faja. Un desparramo de piel de su vientre operado, la hizo suspirar. ¡Por
fin puedo respirar tranquila! La gata se deslizó por entre sus piernas y se
acomodó ronroneando en el hueco de su nuca. El almohadón con perfume a lavanda,
abrazó un sueño largamente deseado por Delicia.
Afuera, comenzó a bajar la luz, el sol se
iba escapando por entre los álamos hacia la cordillera. Para la hora del te.
Los chicos regresaron agotados con los brazos llenos de arañazos de las ramas y
espinas de los molles. En el regazo debajo de sus prendas sucias y arrugadas,
aparecieron los nidos vacíos de pájaros y huevos.
Abuela: ¿Harán nuevos nidos en primavera?
¿Tendrán pichones los pájaros? Y el parloteo hizo un bache de espera para la
jornada triste del otro día. Tenían que enterrar al abuelo.
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