LILA
“Cae lentamente al estanque, donde los nenúfares le hacen bromas a las
libélulas que copulan para continuar con la vida”
Anónimo.
La pequeña Lila va dejando
esa edad, cuando no se ha vivido sino una niñez tranquila y festiva. Al cumplir
los once años, su amada Edelmira, madre del corazón, comenzó a tener esa tos
pertinaz y dolorosa, que la derrochaba sobre blancas sábanas y almohadones
orlados de puntillas. Comía poco y dormía mucho. Su piel se transformó en un
frágil alabastro suave, a veces ambarino, a veces por las fiebres y calenturas
de un encendido color encarnado. Una fina pedrería de sudor, refrescaba su
arrebol. Cual rocío matutino cada prenda que cubría su escuálido cuerpo humedecido,
el satén y las sabanillas. El ralo cabello otrora dorado, era una mata
selvática que desparramaba sombría, desdibujada y pajiza.
Lila la veía como se iba deshaciendo día
a día. Casi como una hoja transparente de seda, o de esas que se colocan entre
las hojas de los libros y semejan un encaje ocre, simulando ser hoja, simulando
ser un tul de finísima estructura. La amaba. Espiaba cada momento sus
convulsiones que comenzaron a ser cada minuto más cercanas y terminaban con
unas gotas de sangre. Los ojos hundidos y condecorados por medialunas
violáceas.
Su padre, Alcides Morelos, la había
traído cuando Lila apenas daba unos pequeños pasos para caminar, y ella, le dio
la mano y el amor de una madre inexistente. Nació del amor de ellos, un
muchachito de cabello negro, ojos oscuros y rebelde. Creció jovial y dislocado.
Reía y rompía cada regla, cada voto, cada reflexión que quisieron inculcarle,
en la casa era infrecuente verlo sentado a la mesa, dormir a las horas
apropiadas y en la escuela duró tan poco que apenas aprendió algunas letras y
números del ábaco.
Siempre el padre observaba a ese
muchacho díscolo y mal aprendido, con desconfianza. Y sí, un día se escapó
llevándose una jaca brava. Tenía apenas doce años. Lo trajo un juez, con un
moretón en la mejilla y un brazo fracturado. Sin caballo y sin zapatos. El padre,
pagó la deuda de los destrozos que había hecho en el pueblo y lo encerró una
semana en la alcoba. Lila le llevaba en escondidas algunas confituras y
limonada fresca.
Salió más tranquilo, pero… lleno de
ganas de vengarse. Edelmira murió. Su esposo, lloró sobre el cuerpo triste y el
corazón vacío. Lila lloró a su lado y juntos la llevaron bajo el jacarandá que
ella amaba.
Cuando el muchacho cumplió quince años,
su padre fue a buscar un cargamento del puerto y se quedó dos meses, esperando
el barco. Cuando regresó encontró a Lila con el rostro sombrío. Callada y
triste. Creyó que extrañaba a Edelmira. Pronto supo que la muchacha estaba
embarazada. Su hermano, la empujó por la escalera y el niño murió sin nacer.
Pasó un tiempo en que el padre trató de
saber quién era el padre de aquel vástago. La niña callaba. Cada momento más
taciturna y esquiva. Su hermanastro la miraba con dureza y presagio de
golpizas. Ella cumplió quince años y el muchacho catorce. Lila le rogó a su
padre que la dejara marchar de la casa a un convento. No era posible que la
aceptaran si sabían del embarazo y pérdida. Se transformó en un fantasma en
vida. Cada noche, encerrada en su alcoba, espiaba por una hendija cuando su
hermano pasaba rondando por los pasillos como gato silenciero.
El padre necesitó marchar nuevamente al
puerto y cuando regresó, ella nuevamente estaba encinta. La duda ya no era
duda, claramente era el muchacho el causante de ese destrato. Golpeada y
arrastrando su pudor adormecido, llegó a término. Nació una hermosa niña. El
muchacho, en la noche, la tomó cuando Lila dormía y la llevó al río y allí la
arrojó sin el menor dolor.
Los gritos despertaron la casa. ¿Dónde
está la niña? ¿Adónde y quién me la ha quitado? La risa descontrolada del
muchacho dejó a todos boquiabiertos. Un malvado demonio vengativo. Un truhán.
Un asesino.
Con quince años había sido capaz de
abusar de su hermanastra y matar su hijo. El padre tomó la escopeta y sin
pensarlo mucho, lo corrió por el campo y lo acribilló cayendo, este, sobre el trigo
dorado que ya maduro, quedaba mojado por la sangre de quien fuera de su propia
sangre.
Dicen los lugareños que al día siguiente
Lila flotaba en el estanque junto a las libélulas y flores de pétalos blancos.
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