martes, 1 de octubre de 2019

UN PADRE Y SU PERRO FIEL



  
                                                                      La estupidez Humana sobra...: los únicos estúpidos son los hombres.


Plantó la ligustrina junto a la pared y el perro comenzó a ladrar como enloquecido. Este “Trueno” está loco. Ladra como si una tormenta estuviera por dejar caer rayos y centellas. Esa mañana había salido a correr con él, y estaba tranquilo. Llegaron y se tiró de un zambullón a la pileta, salió se sacudió el agua mojándolo y refrescando el sudor que corría por su cuerpo. Lo envidió por un rato. Ingresó a la casa y abrió la heladera. No había casi nada. Un limón dos huevos, unas rodajas de fiambre viejas y la botella de agua. La bebió con gusto. Se metió a la ducha y el líquido se desparramó en disfrute por su cuerpo. Silbó la canción de la radio que esa mañana había escuchado.
Voy a salir a hacer compras. Se vistió con un Jean y una camiseta de “Boca” y unas zapatillas cómodas, las otras las dejó en el fregadero. Cuando venga la “paraguaya” las lavará.
Estaba divorciado hacía como veinte años y vivía solo con su perro. Tomó un chango y se fue por la vereda hacia el sur. El supermercado estaba medio vacío, cosa agradable por demás. Buscó unas costeletas en la góndola de la carne, unas morcillas y un par de costillas. Luego pasó por los lácteos. Sacó queso gruyere, yogurt y leche descremada. Olvidó la manteca. Compró huevos y algunas ensaladas de esas que ya vienen preparadas. No se acordaba si tenía aceite de oliva y buscó entre las marcas que había la de precio accesible. Compró pan árabe y unas galletas. ¡Ya tenía para toda la semana!
Salió luego de pagar y cruzó hasta el kiosco de don Julián. Eligió dos revistas y un periódico. Se fue silbando un tango de Contursi. Llegó a la casa, justo cuando sonaba el teléfono fijo. ¡No lo atiendo! Seguramente son esos pesados que hacen encuestas. Pero volvieron a insistir y Trueno ladró de nuevo como a la mañana.
¡Hola! Sí, soy yo, ¿quién me habla? ¿Quién? Se sostuvo fuerte de la mesa. Se sentó y pálido escuchó la voz de su interlocutor. ¡Sos vos, Azucena? Hace más de veinte años que no sé nada de tu vida. Yo, estoy bien. ¿Qué pasa? ¿Qué? No puede ser. Nunca me dijiste que estabas embarazada. Tenemos una hija y lo ignoraba. ¡Sos una maldita! Y ahora me lo decís, ahora que ya tiene veinte años. Bueno te espero.
Cortó la conversación. Fue a la cocina y se sirvió un whisky.
Sintió el motor de un coche en la puerta, Trueno, ladraba enardecido. Lo metió en una habitación, no fuera que mordiera a la fulana. Su ex. Sonó el timbre y abrió. La encontró bastante bien, pero desencajada. Los ojos rojos como muestra de haber llorado mucho.
La invitó a sentarse y a tomar agua con limón. Ella como atragantada bebió de un trago.
Se llama Griselda. ¡Tienes que ayudarme! Hace una semana que se fue enojada conmigo del departamento y la vi subir a la camioneta de ese tipo que le pega. Yo no quería que siguiera con él, pero está como alienada. La policía no la encuentra y ya han hecho toda clase de búsquedas en los lugares que frecuentaba. ¿Entre tus contactos no conocerás a alguien que nos ayude?
Me senté lentamente y la miré. Me podés mostrar una foto. Es igualita a vos cuando nos conocimos. ¡Linda! ¡Hermosa! Ella se largó a llorar. Yo temblaba. ¿Qué le pudo haber hecho ese maldito?
No sé, te juro, que de no ser por algo muy serio, no te hubiera llamado. Ese hombre es un malvado. Le suele pegar y ella regresa a casa con moretones en la cara y en la espalda. Tiene un niño de dos años, que ahora está con mi hermana.
Me quedé en silencio. Soy un estúpido, nunca me llamaste para que te ayudara con la niña, con su educación, con su vida…
Trueno, se soltó de la correa y salió corriendo al patio. Ladraba desespera do junto a la ligustrina que había puesto esta mañana. ¡Algo le pasa! Trueno nunca es así, ni te ha mirado. ¡Es tan celoso!
Llamemos al…veterinario. No a la policía, algo raro pasa. ¡Vos como siempre muda!
A los minutos un coche de la policía se detuvo cerca del garaje. Descendieron cuatro agentes federales.
Trueno salió como flecha de la puerta hasta la pared medianera. Ladrando con ferocidad. Buscaron milímetro a milímetro por todos lados. Salieron rodeando la pared  y allí en la tierra recién removida, se plantó el perro. Señalando el lugar. Allí atada y cianótica yacía la pobre muchacha. El estúpido compañero, la mató y se la dejó cerca al padre para causarle un terrible horror.

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