Con los duendes de la
noche, con la luna y las estrellas en una palabra hablan con sus ángeles.
Nadie
le había contado el secreto, lo descubrió una noche de tormenta mientras
buscaba y rebuscaba una foto de sus antepasados. Había subido al ático, por esa
escalera tambaleante que apenas sostenía su pie firme. Había cumplido cincuenta
años y en noches como esas se quedaba dormido y soñaba, repetitivamente con una
imagen.
Veía
un hombre parado bajo la lluvia tratando de ingresar en una puerta que se
negaba a abrirse. El agua chorreaba por el ala de un sombrero que se parecía al
que usaba un párroco del pueblo de San Calixto, donde vivió con su abuela por
uno o dos años, antes de trasladarse su familia a otro país.
En
un tiempo no muy lejano, ebrio, discutió con su madre y la llenó de reproches y
terminó con un golpe en la cara que le dolió en el alma. El vino, el licor y el
alcohol, lo habían superado. Ya había olvidado lo que significaba estar sobrio.
Perdió el trabajo, la novia y hasta su madre esa noche lo echó. ¡Y llovía!
En
un hospital en el que fue en un estado lamentable, acompañado por una ser
caritativo, consiguió dejar de beber. Tocó el infierno con su mente. “Delirium
tremens” escuchó esa noche. Vio que volaban montañas como pájaros negros, vio
manos sueltas que golpeaban a puertas inexistentes, escuchó campanas y relojes
y chirridos de frenadas de automóviles y gritos… era su mente enferma por el
efecto nefasto de la bebida.
Cuando
salió de allí, buscó a su madre, estaba internada con la mente ausente. El
dolor la había golpeado más que la cachetada que le diera su mano de madre
angustiada y sola. La vecina no pudo creer cuando lo vio tan sano. Era otro
ser, humano, tranquilo y triste. Pero le entregó la llave de la casa y le suplicó
que fuera a ver a quien tanto lo amaba. Y lo hizo, cada jueves, cada sábado y
domingo, compraba unas flores y la visitaba. No lo reconoció, pero estaba
serena. Quieta, miraba por un ventanal hacia la vereda como esperando a
alguien.
Consiguió
un trabajo. Él, era un buen relojero. Inició una vida, como siempre había
soñado su familia. ¡Pero las indomables noches volvían con esos sueños
recurrentes. El hombre parado bajo el chubasco con una gabardina extraña y el
sombrero de alas grandes.
Esa
noche, encontró entre mil trebejos y cosas viejas una caja de madera con
cerradura metálica. No había llave. Descendió hasta la mesa de la cocina, donde
la lámpara inyectaba una luz potente. Tenía que abrirla como fuera. Eso no lo
amilanó, buscó un cuchillo y rompió el cierre. Saltó por el aire un trozo de
bronce y madera. Entre los amarillentos papeles, fotografías poco claras y
sobres con sellos de otros países, encontró un sobre lacrado. Se tomó todo el
tiempo que sobraba esa noche. Una a una fue mirando con una lupa las fotos y de
pronto vio una que le hizo dar un brinco en el corazón anhelante. ¡La imagen
mostraba a un clérigo igual al de sus sueños! Trató de leer detrás de la copia.
Imposible la vieja tinta borrosa y anémica se negaba a despejar su curiosidad creciente.
Buscó
el mate y calentó agua para cebarse unos “amargos”. Luego caminó cansino y se
sentó a leer cada carta, cada papel y allí… encontró lo que habían escondido
por años y años. Su origen. Lloró. Y comprendió todos los misterios. Era nieto
de un sacerdote que había roto el celibato. Enamorado hasta los tuétanos de su
abuela, se había escapado del convento. La raptó y se la llevó a un país
lejano. Allí nació su madre. Y luego, arrepentido se perdió en un desierto de
África. Lo encontraron muerto. Y su abuela escapó de Europa para esconder su
terrible pecado. Esa noche los duendes se transformaron en ángeles y se
perdonó. Porque la mochila de sus ancestros era muy pesada y sabiendo la
verdad, sólo con amor, podía entender sus propias culpas.
Se
sentó en el pórtico mirando el cielo, que despejado de nubes bravías, comenzaba
a mostrar la luna y las estrellas. Y se atrevió a hablar con los fantasmas y
perdonó a sus abuelos y finalmente ingresó en la casa, apagó la luz y se
acomodó en su lecho como un hombre nuevo. El pasado quedaba atrás con su carga
de fuego.
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