jueves, 10 de octubre de 2019

PENSANDO EN EL AMOR, EL AZUL CORAZÓN SE MUEVE




            Lisandro despertó esa mañana con un dolor de músculos que no podía salir del lecho. La noche anterior, se había dejado caer exhausto sobre ese colchón poco amigable. No sabía que las horas no alcanzarían para regresarle esa fuerza natural de los valientes. Una semana antes, salió de su casa con el corazón lleno de fuerza y alegría. Iba a una aventura novedosa. Un trabajo que su tío Julián consiguió unos veinte kilómetros de su pueblo.
            Las minas son de plata. Eso decían y están los filones olvidados por una historia de muerte y misterio. En los socavones habitan los fantasmas, decían los lugareños. Y los puebleros se reían a carcajadas, se reían. Ellos, eran seis. Lorenzo el más viejo, Arturo y Carlos de unos treinta años, Rufino y Julián con sus cuarenta y tanto y yo, que me creía vivo. Ahora estaba muerto, muerto de dolor y llagas en las manos.
            Quince días con el pico entre las maderas podridas en la cueva oscura y pestilente. Con un calor sofocante y una luz insignificante que apenas servía para saber dónde poníamos los pies y las manos. ¡Y había agua! Caía en cascadas por las paredes verdosas. Salíamos empapados. Socios y abatidos. No encontrábamos nada.
            Lorenzo cocinaba unos garbanzos con gusto a poco para conformar semejantes hombres trabajando. La panceta se olía a metros y comenzaron a merodear perros hambrientos y salvajes. Unos huevos fritos en grasa de cerdo y pan que preparaba Arturo cada día, nos llenaba de amor. Yo me acordaba de los manjares que cocinaba mi abuela.
            Lisandro, con dificultad, se levantó y fue a lavarse al río. Descubrió algo que brillaba en el agua entre los guijarros. Unos pájaros negros graznaban cerca de su espalda, gritó y volaron por los altos matorrales del lugar. Se agachó y tomó eso que brillaba. Era como un guijarro dorado. ¡Oro! No dijo nada. Lo escondió en la mochila. Con esto, le haré un anillo a Camila. Su corazón palpitaba como caballo desbocado. Se alegró tanto que sintió una punzada en el corazón de muchacho enamorado.
            Carlos se acercó hasta donde se bañaba y salió puteando por el agua helada. Lisandro no se había dado cuenta que el río estaba con hielo en paletones duros. Pensó en Camila y un sudor tibio le corrió por el cuerpo. Su corazón parecía un campanario de catedral en fiesta. Notó que estaba azul la piel y los labios morados. Corrió a buscar refugio en la fogata. Al verlo así, todos se rieron. Y él, sin decir nada, les dijo que no fueran al río, que le pareció ver un fantasma.
            ¡Vamos, cobarde! Los fantasmas no existen, dijo Lorenzo. ¿Qué encontraste? Se perturbó y tiritando se quedó rezongando. Nada. Nada. Pero mañana me voy, hace muchísimo frío y no hay plata en la mina. Armó sus petates y se fue caminando con las manos en su viejo pantalón de lona. Él, ya tenía su corazón azul, pensando en el amor y en la pepita de oro. Los otros se quedaron.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario