Me duelen las manos. Y también la
espalda. Hace una larga semana que trajino. Quiero, pero no puedo. Sí quiero
realizar todo este pedido que recibió Joaquín de esa nueva casa de comida que
construyeron en la ladera este.
¡Es linda esa parte! Tiene un
pequeño sabor salvaje. La tierra húmeda,
la fina llovizna de las nubes que se
apoyan cansadas sobre pinos. ¡El olor resina y a polen! La comenzaron a
construir el mismo día de nuestro encuentro. Yo iba con mi bicicleta por el
sendero buscando setas frescas. Nos encantan revueltas con cebollas y finamente
picadas huevos y queso parmesano. Yo me movía por esos rincones que conozco
desde pequeña, que recorría con el abuelo Marco, y él, me iba regalando sus
cuentos y secretos. Bueno iba por allí; nos encontramos. Parecía un astronauta
recién llegado de un planeta lejano. Era un muchacho fresco, alegre y vivo. Era
como el bosque. Me gustó así, de rápido. Yo le gusté, y seguramente, porque me
charló como si me conociera de todo la vida. Tuve que sentarme en un tronco,
que caído desde hacia un tiempo, albergaba un sin fin de pequeños seres tan
vivos como su risa, su mirada clara, se movía, deslizándose por los pinos,”piseas”
y robles.
Casi nos
olvidamos para qué habíamos llegado allí. Fue Joaquín el que se dio cuenta de
la hora, yo salí corriendo con la mitad
de las “setas” de lo acostumbrado. Llegué a la cabaña y caí sólida
en el banco rústico de mi cocina. Ese, mi hogar tiene el perfume cálido
de las casas del bosque.
Me sentía feliz cuando llegaba a su
saloncito. Hasta allí llegó el otro día Joaquín con su camioneta ruidosa. Allí
transformaba su horno de cerámica y cientos de pesados moldes de yeso. Me
sorprendió. Me intrigó. Me gustó el perfume ácido de la arcilla, de los
extraños objetos de la tarea creativa de
mi nuevo amigo. Me invitó a realizar su
trabajo y acepté. Me gusta eso de
ir armando un mundo de útiles objetos
familiares.
Ahora, cada pequeño plato, taza o
fuete tiene su alma, su espíritu ingenuo y personal, le doy a cada uno un gramo
con vida de soplo y le regalo una pequeña chispa de vida propia , me gusta, me
siento creadora, donadora de historias magras.
Hoy estoy cómoda. Es mucho para
hacer. Tengo que hornear el bizcocho de toda una vajilla y mis manos se niegan.
Siento pena porque me falta una chispa para encender el fuego de la creación. Debo
recuperar la alegría y aderezar con belleza la ingenuidad de los adornos.
Rescatar el bosque en cada una de las fuentes. Que al mirarla, penetren en el
perfume de la tierra húmeda y de los helechos. El amor del latido de los
pájaros del “robledal” y los granos del
pinar. ¡Por eso amé a Joaquín, porque le ponía el bosque a cada pieza! Pero una
mañana desperté y se había ido. Me dejó una nota. Tal vez regresaría el próximo
invierno.
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