martes, 22 de octubre de 2019

LA CABAÑA DEL BOSQUE




Me duelen las manos. Y también la espalda. Hace una larga semana que trajino. Quiero, pero no puedo. Sí quiero realizar todo este pedido que recibió Joaquín de esa nueva casa de comida que construyeron en la ladera este.
¡Es linda esa parte! Tiene un pequeño sabor salvaje. La  tierra húmeda, la  fina llovizna de las nubes que se apoyan cansadas sobre pinos. ¡El olor resina y a polen! La comenzaron a construir el mismo día de nuestro encuentro. Yo iba con mi bicicleta por el sendero buscando setas frescas. Nos encantan revueltas con cebollas y finamente picadas huevos y queso parmesano. Yo me movía por esos rincones que conozco desde pequeña, que recorría con el abuelo Marco, y él, me iba regalando sus cuentos y secretos. Bueno iba por allí; nos encontramos. Parecía un astronauta recién llegado de un planeta lejano. Era un muchacho fresco, alegre y vivo. Era como el bosque. Me gustó así, de rápido. Yo le gusté, y seguramente, porque me charló como si me conociera de todo la vida. Tuve que sentarme en un tronco, que caído desde hacia un tiempo, albergaba un sin fin de pequeños seres tan vivos como su risa, su mirada clara, se movía, deslizándose por los pinos,”piseas” y robles.
Casi nos olvidamos para qué habíamos llegado allí. Fue Joaquín el que se dio cuenta de la  hora, yo salí corriendo con la  mitad  de las “setas” de lo acostumbrado. Llegué a la cabaña  y caí sólida  en el banco rústico de mi cocina. Ese, mi hogar tiene el perfume cálido de las casas del bosque.
Me sentía feliz cuando llegaba a su saloncito. Hasta allí llegó el otro día Joaquín con su camioneta ruidosa. Allí transformaba su horno de cerámica y cientos de pesados moldes de yeso. Me sorprendió. Me intrigó. Me gustó el perfume ácido de la arcilla, de los extraños objetos de la tarea creativa  de mi nuevo amigo. Me invitó a realizar su  trabajo  y acepté. Me gusta eso de ir  armando un mundo de útiles objetos familiares.
Ahora, cada pequeño plato, taza o fuete tiene su alma, su espíritu ingenuo y personal, le doy a cada uno un gramo con vida de soplo y le regalo una pequeña chispa de vida propia , me gusta, me siento creadora, donadora de historias magras.
Hoy estoy cómoda. Es mucho para hacer. Tengo que hornear el bizcocho de toda una vajilla y mis manos se niegan. Siento pena porque me falta una chispa para encender el fuego de la creación. Debo recuperar la alegría y aderezar con belleza la ingenuidad de los adornos. Rescatar el bosque en cada una de las fuentes. Que al mirarla, penetren en el perfume de la tierra  húmeda  y de los helechos. El amor del latido de los pájaros del   “robledal” y los granos del pinar. ¡Por eso amé a Joaquín, porque le ponía el bosque a cada pieza! Pero una mañana desperté y se había ido. Me dejó una nota. Tal vez regresaría el próximo invierno.

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