lunes, 21 de marzo de 2022

VIAJE POR LA GRAN CIUDAD

 

            La señorita Abigail ingresó en el vetusto hotel seguida por su querida nana Hortensia. El pequeño espacio olía a lavanda, cocido de cebollas y azúcar quemada. Apareció el anciano dueño, con un una pierna amputada, seguramente durante la guerra, se apoyaba en una muleta de caña de indias y de su cabeza calva sólo caía un mechón de canas que en un tiempo fue de color rojo.

            Parapetose tras un mueble de madera lustrada, abrió un libro y se quedó mirando a ambas mujeres. La joven le tendió la mano y con la sonrisa más auspiciosa, le dio sus papeles de referencia.

            Venían del Valle de Águila Negra en el oeste del territorio y se quedarían varias semanas. El hombre la miró con cierta desconfianza. Ella tomó el bolso y hurgó, sacando un fajo de dinero, ¿serviría ésto para recibirlas sin desconfianza? Una ancha sonrisa cambió el humor del viejo y comenzó a escribir los nombres en el libro.

            Luego del interrogatorio innecesario, las acompañó a la mejor habitación del establecimiento. Era amplia sin exagerar, con alfombra beige y una ligera orla de rosas en guía que se perdía bajo los dos lechos. Un armario de madera de cerezo con espejo ovalado era el mueble más importante. La lámpara de opalina disfumaba la luz, pero había otra grande que alumbraba el pequeño escritorio.

            Hortensia acomodó el bolso grande sobre una banqueta y el vejete, dejó el cofre en el piso cerca de la ventana. Esta daba a un jardín pobre y con algunos rosales, cuyas flores caían en pétalos moribundos sobre el césped mal cortado.

            - ¡A las diecinueve horas se cena! No lleguen tarde porque Pascuala se enoja. Las toallas se cambian dos veces a la semana y las sábanas cada tres días.-                                                                               Salió y se oyó el golpeteo de la muleta de madera que se perdía por el largo pasillo.

 

-          ¡Por fin solas! Viva la libertad, desátame el corsé, dijo mientras tiraba el sombrero sobre una silla. La nana ofuscada, le sacó ese espantoso corpiño que estaba de última moda, quién sabe dónde.

-          ¡No sé cómo aguantas esto, mi niña! Este lugar me parece demasiado lúgubre y el viejo… hizo demasiadas preguntas.  ¡No crees?

-          Bueno, si, es un mirón y bicho, pero espera un par de días para opinar.

-          Te repito pequeña, no me gusta. ¿Viste cómo te miró cuando le dijiste la edad, se le caía la baba, al mequetrefe.

-          Y tú morías de celos por tu bebota. Ya tengo dieciséis años y Tata, me autorizó a venir para hacer lo que me propuse.

-          ¡Esperemos no tener problemas!!! La regordeta Hortensia, se sacó la cofia y el mantón de lana, acomodó los botines de su mimada y se acomodó en el lecho, previo a dejar sus “lunnettes” sobre la mesilla. Se durmió y comenzó a roncar.

Cuando el sol se apoyaba en la pared despertó Abigail y sacudió al ama. Se colocó un vestido simple de de tela ligera y sobre los hombros se echó un chal de angora. Salieron ambas hacia el pasillo escuchando el ruido de platos y vajilla. Donde vieron una buena luz, calcularon era el comedor. Les sorprendió que hubiera un sola mesa para todos los presente. Y a la hora precisa, apareció una mujer que dejó boquiabierta a ambas. Alta, tan delgada, que parecía una vara de sauce, de piel amarillenta, arrugada y con cabello ralo de color pajizo. Entre las manos flacas traía una sopera humeante. Comenzó a servir sin pronunciar ni una palabra. Cuando llegó a Hortensia, hizo un gesto de desagrado. Derramó la mitad del líquido que a los otros comensales y se fue por una puerta oculta por una cortina verde oscuro.

Abigail, comenzó saludando a los presentes. Eran en su mayoría hombres solos. Había una excepción, una pareja de alrededor de sesenta años, que hablaban entre sí y reían con picardía. ¡Eran tan agradables! 

Inmediatamente comenzaron a charlar. Pregunta tras pregunta sonsacaban datos sobre las novatas. Un joven de barba y espejuelos las miraba sin pestañear. Sus manos tenían los dedos entintados, seguro era un escribiente de trabajo doble en alguna de las oficinas donde Abigail, debía concurrir.

-          Señor disculpe mi indiscreción ¿usted trabaja en alguna oficina pública? Mañana necesito ir a… la mano de Hortensia, la detuvo. No debía hablar con un caballero sin ser presentada y menos un mozo de alrededor de veinte años.

-          Mi nombre es Jaime Spitt, mayor gusto señorita, lamento que nadie nos presentara como expresa el decoro, pero responderé a su pregunta. No, trabajo en la Biblioteca Nacional, soy escribiente y me permite leer mucho y estudiar leyes.

-          Abigail, le alargó la mano y saludó cordial al muchacho.

 Entró Petrona con una fuente de carne de cordero cocida con hierbas y patatas. Mientras el anciano se servía la mejor porción la pareja miraba con curiosidad a la muchacha. Se hizo un breve silencio y nuevamente Hortensia recibió la menor porción.

-          ¡Perdón señor, puedo preguntar porque no el sirven como a todos, la misma comida a mi Nana? Ella es como mi madre, ya que siendo huérfana desde muy pequeña me crió. Además hemos pagado igual por nuestra estadía.

-          ¡Petrona ven, la señorita se ha quejado… manifiesta que la comida de la Nana es menor en proporción a la de su niña.

-          ¡Ella debería comer en la cocina junto al personal y no con los señores! Es una servidora como yo. Me niego a servirle más, si quiere comer mejor que vaya al fogón.

-          Usted me ofende, Hortensia es mi madre del corazón y yo no voy a permitir que se me ofenda.

La vieja se alejó murmurando sin más y desapareció. Todos comentaron el hecho, pero para Abigail, fue un momento que la puso muy nerviosa. Salió del salón sin probar bocado y Hortensia la siguió sorprendida, y con mucho apetito. Durmieron tranquilas. No se oía ni un rumor en los pasillos. Sin embargo, a la mañana siguiente, grande fue la sorpresa de las mujeres al encontrar en la sala de desayuno a dos policías, haciendo preguntas a los que iban llegando.

En la carbonera habían encontrado a Petrona muerta. Su cuerpo escondido entre parvas de carbón y mucha sangre. Supieron que estaba allí desde la madrugada y su cuello roto y muy  golpeada. 

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