Estar en Alemania, es reconocer lo que significa el trabajo, la
persistencia a vivir y el respeto por las reglas. Cuando estudiaba tuve la
suerte de tener profesores que nos mostraron cómo quedó Alemania después de la
segunda guerra mundial. ¡Destruida! También fotos y películas que mi padre nos
hizo ver para que valoráramos la paz.
Llegamos, con mi madre a Francfort, y de allí nos llevaron a un hotel
pequeño. Era invierno y había mucha nieve. ¡Era hermoso! Yo tenía treinta y
cinco años y mucha vitalidad.
Mi madre había comprado un paquete con un sistema que nos venían a
buscar al hotel y nos hacían conocer lo que quisiéramos. Por un lado es bueno
por otro lado no tanto. No había conocido todavía el sistema del autobús
turístico que sí te hace conocer los puntos más interesantes. Pero fuimos a
diferentes ciudades donde habían restos de obras de los antiguos romanos, de
las tribus bárbaras anteriores y ciudades pintorescas como Mannheim, donde
compré un hermoso reloj Cucú, y recorriendo a orillas del río Rin hasta llegar
a Dusseldorf todas las ciudades reconstruidas por los laboriosos alemanes.
Una mañana llevé a mamá a almorzar en un típico restaurante “tirolés” o
yo lo creía así; como no se hablar nada de alemán tomé el menú y señalé un
plato al azar para mí y otro para mi madre. Ese, era uno que comía un señor
cerca de nosotros, y que resultó ser chuleta de cerdo con papas y una salsa
agridulce. Cuando me presenta el misterioso plato que solicité…era una parvita
de lomito de ciervo ahumado. Me reí mucho, por ignorante y el mozo se moría de
risa. ¡Pero lo comí, era exquisito! En medio del postre, vi detrás de mamá un
ratoncito que atravesaba el piso hacia la calle. No hice ningún llamado de atención
porque mi madre, les tenía terror a las lauchas. Pensé, se sube a la mesa,
grita y como no nos entienden nos llevan presas. Ya me veía en la comisaría
tratando de explicarle a un policía que mi madre odiaba los ratones. Mamá los
olía, era como algo sensorial ya que me dijo: ¡Una rata! No, dije con mi mejor
cara de póker. ¡Sí, hay una rata!
Mamá si haces algo raro nos encierran en la cárcel. Llamé al mozo y con
una hoja de papel y un bolígrafo dibujé un ratón y señalé por dónde había
pasado. El hombre trajo al dueño, no sé que me dijo, pero no nos dejó pagar y
nos saludó hasta la puerta llamando un taxi que pagó él. Tengo que agregar acá,
que mi madre tenía tal terror por las lauchas que un día que encontró una en el
pasillo de mi casa, del grito que dio, la pobre rata se murió de un infarto.
Imagino el que daría allí, y yo, sin saber hablar en alemán.
Recorrimos una ruta junto al río Rin y lo que me asombró en ese momento,
fue ver semáforos en los recodos del río para evitar colisiones de barcos y botes.
Nunca los vi en ningún lugar desde entonces.
Conocimos ruinas romanas que parecían recién restauradas. Impecables.
Pienso que hoy después de casi cuarenta años, Alemania con el éxito de sus
políticas y la unión con la parte oriental, debe ser maravillosa. Dios quiera
que pueda regresar algún día. Lo curioso que estoy casada con un suizo-alemán y
el apellido de mi esposo es bien difícil de escribir y pronunciar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario