Se ha caído de la silla de ruedas. Otra vez el hueso
de la cadera roto me deja sin otra alternativa, que internarlo en un
geriátrico. No tengo veinte años. Mis piernas están muy cansadas. Mi corazón
también. Lo miro con el espíritu de cincuenta y tres años de estar a su lado. ¡Cincuenta
y tres años!, y, aunque muchas veces lo odié y deseé que estuviera muerto, hoy
estoy junto al hombre más interesante que pude conocer.
Alto,
de figura escultural, siempre dorado por el sol, era el Apolo del club, del
colegio y de los lugares donde en la década de los cincuenta podía reunirse la
juventud de clase alta. Tenía un color de cabello más cobrizo que rubio. Ojos
de color miel y un hoyuelo en el mentón que enloquecía a las chicas tontas como
yo. Aun conserva el hoyuelo y sus ojos han perdido esa mirada acariciadora de
antaño. Pero es hermoso. Estudioso, deportista e inteligente, parecía que la
vida nunca lo iba a distraer con penas o problemas.
Yo
era muy joven, inexperta y tenía a toda una familia a mi diestra para mimarme.
Cuando terminé el secundario, viajé por Europa, Asia y África como uno de los
premios. También me regalaron una motoneta, alhajas y ropa como para no tener
nunca más que entrar a una tienda. Mamá decía que yo era la joya de la familia.
Me lo creía. Mi única hermana, Raquel, era un verdadero estorbo. Era diez años
menor, y muy simpática. Era la regalona de papá. Yo cantaba como María
Callas y ella bailaba como Isadora Duncan. Yo nadaba como Esther
Williams y ella recitaba como Ana Gelman; siempre compitiendo
conmigo. Yo la adoraba igual.
Para mi ingreso a la
universidad se deliberó un mes o más. Yo deseaba fervientemente estudiar arte,
pero mis padres no aceptaron. No era bueno que una muchacha de nuestro ambiente
se metiera con esa “gente rara”. Logré autorización para ingresar a ciencias
sociales. Duré muy poco. El grupo de jóvenes y los profesores no me hicieron
sentir bien. Abandoné. Luego ingresé en
filosofía y allí logré graduarme unos meses antes de casarme con él.
José Luis, estaba más hermoso que nunca. Cuando se fijó en mí, yo creí tocar el
cielo con las manos. Muy tarde supe por qué lo había hecho. El título en
filosofía sirvió en muchas oportunidades para darnos de comer, ya que jamás
trabajó y despilfarró la buena herencia que me dejaron mis abuelos y mis
padres. Yo lo amaba igual. Me pregunta: - ¿Cómo lo puedo seguir amando
ahora?- Es una respuesta que sólo se puede entender si supieran cómo era
conmigo. Jamás olvidó una fecha importante. Siempre me trajo flores aunque las
pagara con mi dinero. Era cariñoso y tierno hasta el exceso. Me daba todos los
gustos. Me llevaba al mar, al lago de Como, me hacía subir a los sitios más
hermosos del mundo y contemplar desde allí la tierra. Era un loco por la
belleza. El amor era su meta y quería compartirlo conmigo. Así pagué tener al
hombre más seductor: con mucho sufrimiento, humillaciones, ¡una locura!
Le
ruego que lo cuide con toda su devoción. A él, le gusta que le lean en la tarde
luego de tomar su siesta. Le encanta comer tostadas con miel de flores
silvestres y quesillo de campo. Nunca lo bañen con agua demasiado tibia, no,
por favor, su baño debe ser algo caliente. Las sales de baño serán de lilas o
de jacintos, nunca de rosas o lavanda. Es muy alérgico al chocolate y manteca,
por lo cual ni oler nada que lo tenga incluido. En lo posible duerme con música
de Bach o Vivaldi. Yo le dejo en su maletín los C.D. y si necesita algo...no
tenga ningún reparo en llamarme. Yo estoy abonada a un servicio de mensajería. Los
jóvenes me sacan de cualquier apuro a cualquier hora. Son mis amigos. La
medicación para sus dolencia de...edad avanzada están en este neceser de cuero
azul. ¡Ah sí, sufrió mucho cuando perdí mi última estancia en Bragado! No tenía
cómo sostener su ritmo de vida y tampoco como llevarme a esos viajes locos que
vivía planeando. Luego vinieron unos abogados del gobierno y nos remataron la
casa de Acasuso, la de Pilar, el chalet de Mar del Plata, el de Punta del Este
y el de Miami. Nos quedaba el de Taormina. También lo remataron. Quedamos sin
casa, sin dinero y llenos de deudas. No fue nada. Yo estaba preparada. Salí a
trabajar, para eso tenía un título. Lloró cuando no lo aceptaron en el Club de
Golf ni en el Círculo. Yo alquilé en Belgrano un ambiente y luché por mí y por
él. Tuvo depresión. Luego pasaron algunas cosas... ¡Ah, me olvidaba...a las
once debe darle una yemita con Oporto importado y a las cinco en punto de la
tarde, un té de Ceilán. No toma otro. Acá tiene, le dejo la última caja que me
queda. En la valija están las sábanas de seda natural, eso es para que no tenga
escaras. La ropa interior también es de seda, nunca usó otra. Le ruego, también
que le den un paseo diario por el parque del geriátrico envuelto en su bata de
lana de angora. ¡Es muy delicado para el frío ¡
La
anciana con su impecable traje inglés desgastado por el uso, se acercó al
hombre que la miraba en su camilla. ¡Mi querido, debo ir a casa, los alumnos me
esperan. Tú, debe comportarte con esta gente amable y aceptar sus cuidados. Yo
vendré en cuanto logre sobreponerme a este nuevo problema!
Salió con su porte
distinguido buscando apoyarse en algo o alguien. Delgadísima con una belleza
luminosa, sus largas manos azuladas, sosteniendo un bastón de ébano. Se fue.
El joven médico del
geriátrico estatal sonrió. Tomó a su enfermito que parecía un pajarillo
asustado. Le miró a los ojos y comenzaron a rodar unas lágrimas pequeñitas por
las pálidas mejillas del viejo. El médico tornó a sentarse junto al geronte y
tomó sus signos vitales. Era su forma de tocarlo, confortarlo y darle
seguridad. Así comenzó otra etapa dolorosa de la vida de José Luis.
Tienes a tu merced, la
chica más rica de Bs. As. y prefieres a esa chirusita de barrio...estás loco.
El bramido de mi padre atravesó toda la casa. Mamá casi escondida se parapetó
detrás del piano. Te vas a casar con Valentina Saguier Olmos. Yo buscaré la
forma que su padre me reciba en su casa. Ella será tu mujer desde la iglesia al
civil. Lo que hagas después me importa un saco de porotos. Ya verás, estúpido,
lo que es ser un pobre diablo. Nada queda de la fortuna de tu madre. Los
negocios andan cada vez peor y me vienen con la famosa palabrita:
Enamorados...un carajo, enamorados ni ocho cuartos. La semana que viene
tendremos una cena en el club. Allí invitaré a los Saguier y vos te sentarás
junto a esa chica. Ella será tu mujer y la madre de tus hijos. Ya verás como tu
vida va a ser digna de ser vivida.
Mi padre era de ese tipo de hombre que
lograban lo que se proponían siempre que no fueran negocios rentables. Mi madre
aportó una herencia magnífica y quedaba poco. Yo debía resolver el problema.
Tengo que reconocer que Valentina era una muchacha agradable y lúcida. Tenía
sentido del humor y de la estética; pero yo me moría de amor por una chica que
conocí en la cantina del club. Era la hija del concesionario de la cantina. Era
una morocha despampanante, con ojos
negros y unas curvas que me dejaban sin habla. Sin mucha cultura pero con dos
tetas que - ¡Dios mío! -, me hacían soñar. La tal Olguita, estaba siempre
alegre. Reía con ganas cuando los otros muchachos le decían piropos. Nada de
melindres ni problemas. Yo la tenía clavada entre las dos piernas, entre la
bragueta y las hormonas. En esa época, doctor, no era de hombres no asumir la
responsabilidad de casarse. Si uno quería a una mujer tenía que llevarla al
altar. Yo estaba dispuesto, se lo juro. Me terminé casando con Valentina.
Además la mayoría de las muchachas de mi círculo me seguía. Era lo que se dice pintón, pero se necesitaba tener una
mujer con dinero y Valentina Saguier Olmos tenía mucho. Le confieso que fue
agradable. Ella era el tipo de mujer que lo hace sentir en casa. Tengo que
confesarle, mi amigo, que disfrutamos de viajes, fiestas y cosas importantes,
con mi mujer. Gasté mucho, pero no creo que ella no sintiera que me preocupaba
por hacerla feliz. ¿Si le fui infiel? Y... sí, muchas veces. Con mujeres
jóvenes, con la famosa Olguita que fue mi amante varios años, con amigas de mi
mujer hasta que un día me pasó algo inesperado...Déjeme que le relate...El
hombre se queda hablando con el médico hasta que el crepúsculo entra en la
habitación.
La enfermera ingresó en el cuarto por la mañana y
encontró al anciano muy débil. Llamó al médico de turno y a la vieja esposa. Allí
frente a ellos estaba un hombre moribundo que tenía una pacífica sonrisa de
felicidad. Aceptaba el destino. En su nocturna charla había descargado su
conciencia. La enfermera les contó después lo que escuchara. “Él, había sufrido
mucho al casarse con una mujer por el dinero que aportaba. Pero ella había
sabido comprenderlo. Muchas veces le había leído, le hacía masajes para
distenderle los músculos cuando cabalgaba, hasta le lavaba los lentes cuando no
podía ver bien. Una noche cuando fue a guardarlos en el primoroso estuche
antiguo, chocaron sus dedos con un papel. Ella, le dijo luego con dolor, que
hizo mal, pero a pesar de todo leyó una carta que creía había escondido muy
bien. La letra le era familiar aunque no tenía firma. Se la repitió durante veintiocho
años cada mañana, cada almuerzo y cada noche. Decía así: - Amor cuando me dejaste en casa, después del viaje
desde el aeropuerto, de puro ansiosa, compré el test de embarazo. Dio positivo.
Yo estoy feliz. Quédate tranquilo, mi hermana comprenderá que ella no puede
dártelo y hasta sería bueno darle el lugar de madrina. Esto merece un abrazo de
esos que nos regalamos. Será en el mismo lugar y a la misma hora de siempre. Te amo.- Mi esposa supo que era de Raquel. Siempre la
celó y envidió. Había estudiado arte y su vida era muy libertina. La reacción
de Valentina fue empujarlo por la escalera. Al caer se le quebró la cadera, la
columna vertebral y estuvo muy grave. Un tiempo largo después mejoró, pero como
no tenía quien lo cuidara y despilfarró fortunas, no le quedó otra alternativa
que vivir con ella. ¿De la hermana? No sé, creo que ese muchacho tan hermoso,
que viene a verlo todos los días es el hijo. La anciana lo quiere muchísimo y
él joven le dice “madrina”. Tal vez, tal vez sea el sobrino, el hijo del viejo
con la hermana. ¿Quién sabe? Y salieron a buscar los papeles para hacerle el
certificado de defunción.
Ella, la anciana,
quedó tomada de la mano, acariciando el rostro del hombre que amó tanto y que
la había hecho sufrir tantísimo
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