Apenas se apagaba la lámpara salía el hombre para su
fábrica en el bajo. La vida era cada día más difícil y había llegado el momento
en que sus fuerzas flaqueaban. Había cumplido los sesenta años y desde muy
chico lo hicieron trabajar. Era el huérfano que servía para cobrar un buen
sueldo del estado.
Hasta que se escapó y alejado de los “padres sustitutos”,
su pequeña vida cambió mucho. ¡No fue fácil!
Detrás quedaba una semiformas de sombras casi fantasmales
que se movían como sonámbulos. Se hizo
un silencio roto de pronto por las ruidosas calles y los trenes que arrojaban
humo y ruidos. Él, se había trepado a uno sin pensarlo. Se hizo un gran
silencio roto de pronto por el chirrido agónico del tren que se acercaba en la
vía contraria. Sintió una mano que le propinó un duró empujón. Cayó en las vías
instantes después que pasó el convoy. A tras luz, la silueta del recién salido
parecían espantajo deshilachado. Pero era él, que salvó su vida de milagro.
Sucio, herido y gimoteando anduvo un trecho hasta el andén. Caminó vacilando.
Entró a una calle. Otra y otra, hasta que se quedó quieto en la esquina de un
pequeño pueblo. Luego de sentarse en el umbral de un caserón abandonado, se
quedó dormido.
El callejón parecía despertar de grillos y ranas que apareaban
la tarde en agonía.
Un chiquillo escuálido salió corriendo de la casa. Llamaba
a gritos. Buscaba ayuda para alguien. Despertó de repente y trató de acercarse.
En una esquina enfrentó a una mujer que había sido
atropellada. Caída sobre el frío empedrado, sangraba. Él, no podía dar más de
sí. Llamó a un obrero que pasaba por allí. Pasó de largo.
El hombre, sordo, continuaba su camino. Logró alcanzarlo. ¡Ayúdeme!
El hombre se acercó y entre los dos la levantaron y la sentaron. Estaba muy
herida. El niño lloraba quedo. Acudió otra gente que la rodearon y buscaron el
apoyo de un automovilista. Se los vio alejarse por las calles del pueblo.
Fue la inauguración a su nueva vida. creció en mil faenas y
trabajos. Aprendió a leer y a escribir gracias a las buenas dotes propias y la
bondad de una de sus patronas. Cuando cumplió veinte años se fue al ejército y
allí terminó de aprender y ser hombre. Lo aconsejaron que fuera al puerto a
trabajar y eso hizo. Allí trabajaba desde entonces. Todos los conocían y apreciaban
por su honradez y cumplimiento en el laboreo duro de los barcos. Un día… caminó
lentamente hasta el lugar donde solía juntarse con don Tulio, el único amigo
que tenía. Sintió un dolor agudo en el pecho y al llegar a la puerta del
negocio se desplomó. Corrió el compañero y él, le murmuró al oído un adiós de
infinita dulzura.
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