Mi nombre es Dorotea. Ayer, mi tía Cornelia y mamá,
me regalaron este precioso cuaderno para que escriba y anote todo lo que pasa
por mi corazón. Mis diez años están llamando desde mi mundo interior a cambiar
nuestra realidad que es muy triste.
Nos han desalojado por cuarta vez.
¡Otra vez nos mudamos! ¿ Adónde iremos esta vez? Mamá dice que 1925 será un año
desastroso para los obreros acá en el sur. Por supuesto que Fernando comenzó a
embalar la vajilla heredada de la abuela, con diarios viejos que nos dio el
párroco, es el rito que tenemos con cada mudanza... cada plato, taza o fuente envuelto celosamente con un suave
paño de lana y papel de seda. Un bello papel que vino desde la vieja casa de mi
bisabuela Etelvina, por 1859. Luego se ubican prolijamente en un baúl, que
cuenta mamá, trajo ella cuando vino con la tía Cornelia desde Gales. ¡ Las
copas brillan con la luz, como si quisieran reflejar toda la belleza del
universo. Los cubiertos de plata, van en
un estuche precioso todo tallado y tienen labradas las iniciales de Etelvina y
Leonard... su fiel esposo, mi bisabuelo.
Nuestra pobreza es extrema. Papá
dice que se resolvería si mi mamá acepta llevar esas reliquias a la capital
para venderlas a algún coleccionista... pero se arma una guerra de sólo
decirlo.
Hoy mamá se desmayó, sufrió un
colapso cuando papá tomó la caja de los cubiertos para venderlos. Pasará una
semana enferma, seguramente, como sucedió antes. Discutirán y papá aceptará que
todo quede como está. ¡ Nada se toca! Mamá nos inculca que: “jamás debemos desprendernos de los objetos
heredados de tía Cornelia ”- y lo que sí ha sido motivo de otra lucha es el
“famoso escabel de la bisabuela”... - ¡Nunca sirvió para nada, sólo para
peleas y discusiones! Por lo menos la vieja Biblia es interesante. Papá suele
pasar su dedo, curtido por los fieros trabajos en el corral con las ovejas, sobre
las líneas que escribiera mi tatarabuelo: - “ el día que tengas una dificultad insalvable, desármalo...”- pero
mamá impávida cuida que nada le suceda.
Así, deslucido por el tiempo y con
algunos insignificantes bordes deshilachados, el escabel preside nuestras
largas vigilias de necesidades y de hambre que pasamos algunas veces. En casa
falta todo... pero allí están esos valiosos objetos rescatados del incendio. ¡
Esa es la otra historia!
Se cuenta en toda la Patagonia. La muerte
de mis abuelos en el año 1902. Fue una
historia repetida por muchos, pero sufrida por mi mamá y mis tíos. En ese
tiempo llegaron de la capital unos hombres del ferrocarril, que intentaron
comprar las tierras y las majadas a un precio impensable, comenzando con
problemas de todo tipo. Eran ingleses o
del norte de América. Los obreros comenzaron con huelgas por la fuerte presión
que ejercían los inmigrantes que traían algunas ideas revolucionarias. Comenzaron a no ayudar con
las pariciones y morían los animalitos.
Mi abuelo, necesitó
pedir un préstamo al banco para poder superar la falta de majadas. No pudo
pagar y las deudas lo agobiaron hasta que llegó el momento en que le remataron
el campo, las herramientas y los animales. Peleó como su sangre mestiza de
criollo nativo y madre galesa, pero ganaron los más fuertes. El abuelo
perdió hasta el deseo de comer... en un
ataque de desesperación, mandó a los hijos hasta el templo para que llevaran un
mensaje al pastor. Sacó a un descampado junto al molino, el ajuar que le dieron sus padres antes de atravesar
el océano. Luego encerrándose con su amada esposa en la casa, prendió fuego y
abrazados quedaron juntos para siempre. Ardieron en la soledad de la tarde hasta que oscureció y el sudario azabache
cubrió con cenizas la tierra apelmazada. Se transformaron en una leyenda,
repetida en toda la
Patagonia. Quedaron , ellos, mi mamá y mis tíos, en la más
increíble de las pobrezas, los envolvían las necesidades como los tentáculos de
un animal hambriento y a eso se agregó el rencor y el odio, que cada día
visitaba sus corazones enfermos. Y tardó mucho hasta que mi madre aceptó y
cambió su actitud hacia la vida.
El tiempo cambia
todo. Mis padres se han transformado en un par de rivales en guerra perpetua.
Yo siento que cada día estamos peor. La tierra ya no produce y los nuevos
dueños, extranjeros que no la aman, sólo pretenden tener ganancias sin
sacrificios. Por eso somos expulsados de la tierra.
Hoy, mi hermano
con obediente cariño, sigue con los ritos. Es tan calmo, con mamá, acomoda cada objeto antiguo con amor, por lo
que nos ha dado estas raíces tan fuertes. Yo lo admiro, pues mi rebeldía, me
hace que sienta la necesidad de romper con las promesas. Así mi lucha es tan
dura como la de mis padres.
Mientras pasa
esto, papá se reúne con algunos obreros
en los galpones, allí hablan y tienen ideas nuevas, revolucionarias. Ellos dicen que son los eternos explotados y se han
cansado, se llaman entre ellos...”anarquistas”.
Cientos de papeles se amontonan en una novedosa imprenta que llegó en un
barco sueco. Las ideas revolucionarias – dice mamá- complicarán todo aun más.
Se esconden de los ingleses y de los patrones. Se esconden también del ejército
que ha llegado desde Buenos Aires armado y provisto de gente dispuesta a usar
los nuevos “Rémington”. Hablan de
represión y mano dura. Mamá sufre y discute. Nosotros tenemos mucho miedo, pero
papá no escucha y sigue en sus reuniones clandestinas. He visto armas debajo
del sofá donde ahora duerme él. Mi hermano lo ha visto armar botellas de
gasolina con pellones que hacen las veces de mechas. Otras son de alcohol. Las
ubica en cajones, las cubre con paja y mientras las almacena murmura con ira
que nadie lo va a doblegar. Mamá llora y llora...
Esta noche hay una
reunión en el galpón del “chileno” y papá nos ha abrazado a cada rato, murmura
cuánto nos ama y nos besa en la frente con mirada turbia y afiebrada. Antes de
ir a dormir quiero dejar escrito que el ruido que provocan los soldados me
tiene muy asustada. Hoy los vi merodeando por la calle cerca de nuestra casa.
Si llegan a entrar yo correré hacia la habitación de mamá donde estaré segura.
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