miércoles, 24 de enero de 2018

LA COPA DEL MIEDO

Cuando Emelda se comunicó con sus compañeras de secundario, logró concretar y con dificultad, el encuentro de  doce compañeras, prometido por años.
            Llegaron a un acuerdo, se reunirían en un antiguo hotel  de las sierras, que estaba equidistante para todas. Alejado del ruido que envuelve las grandes ciudades era ideal.
            Ese viernes llegaría Iris en el tren de las 20; Rosalba en automóvil con Griselda, Renata y Jacinta. Luego arribaría Elvira en autobús con Rita, Susana y Nora. Juanita y Liliana llegarían en otro tren desde el norte.
            Se ubicaron en tres habitaciones contiguas, en el pabellón del que fuera un claustro de religiosas que recibían a jóvenes enfermas de “tisis” y problemas mentales.
            Con el tiempo lo vendieron y quedó en manos que renovaron todo. Primorosas, puestas a punto y hermosas, cada habitación se transformó en un bello refugio de comodidad y confort.
            Las ya mujeres, se fueron acomodando de a dos en dos por cada pieza. Una gran sorpresa inesperada cuando llegó el tren, no sólo con Iris, sino la increíble Mirka…, nombre de fantasía que ya había adoptado una de ellas transformada en una excelente médium, tarotista y astróloga; cuya profesión que oportunamente elaboró con estudios en el país y en el extranjero, profundizando con inteligencia los entrañables laberintos de dicha tarea. Era famosa en la radio, revistas de moda y televisión. Sólo sus compañeras sabían su nombre, que ella odiaba: Olga Serafina. Con ella se había juntado el número 13.
            Bien… todas hablaban a la vez, querían saber unas de otras la vida y sus misterios, sin darse tregua. Nadie oía nada. Llegó la hora de la cena. Ingresaron en un enorme comedor con mesas coquetas y alegres, llenas de flores y manteles coloridos. La cena exquisita se regó con buen vino y champagne.
            De regreso y agotadas, la jornada había sido larga, se bañaron y se durmieron. Algunas siguieron charlando hasta la madrugada. Nadie quería quedarse fuera de las historias  y entre risas y lágrimas se iban poniendo al día con sus vidas y aventuras. Otras recordaron las épocas de juventud temprana con las picardías propias de la adolescencia.
            Al otro día usaron la piscina y luego de almorzar hicieron una caminata por los alrededores. Cayó la noche y haciendo un apretado círculo se quedaron en la habitación 27. Con la puerta abierta por donde ingresaba una brisa fresca y la luna llena iluminaba el cuarto. También los rostros de las muchachas.
            De repente, Mirka, sonriendo astuta, propuso un juego con una copa de cristal que extrajo de una bolsa de terciopelo rojo con flores doradas que bordadas parecían auténticas. Entre risas y algunos temores aceptaron. Elvira con papel blanco hizo las letras del alfabeto y los números del 0 al 9. Comenzó el juego y las preguntas llovían. Reían y se enojaban, protestando cuando no les gustaba lo que se armaba en ese baile irrespetuoso de la magia.
            De prontota copa se movió sola. Marcando un nombre de mujer: María Eloisa Janenshon Deiras y un número 19. Ingresó solapado el silencio feroz y las religiosas, tomaron su rosario o medallas de santos protestando. Se quejaron… -¡Vieron estas son brujerías! ¡Son peligrosas! ¡Yo no me quiero adherir a estas cosas! ¡Yo menos y ya me voy a dormir! Más en la pared se dibujó la imagen gelatinosa y transparente de una muchacha con ropa de antaño. La puerta se cerró de un golpe de aire y la dama, como era lógico desapareció en el acto.
            Mal dormidas al despertar, fueron para hablar con la conserje en el vestíbulo del hotel y preguntaron: -¿Acá vivió la señora María Eloisa…en la habitación 27? – Y la gerente se puso nerviosa y pálida. –Eso es algo extraño, pero no imposible… digo, ver a Eloisa. Esa joven falleció en 1889 en lo que fuera su noche de bodas. Un joven, su prometido no llegó nunca ya que el tren en que viajaba descarriló a varios kilómetros de acá. Ella se iba a casar en esa capilla que ya casi no se ve por lo crecidos que están los árboles. Dicen, los que la conocieron, que falleció de un ataque al corazón. Pero hay una historia de lugareños que en realidad se suicidó. Seguro que les pidió que rezaran misas por ella ¿Verdad? 
            -Sí, ahora comprendo, dijo Mirka, que eso trataba de decir y hablábamos tanto que no la oímos.
            -Vayan, hoy a las 11, hay misa en la capilla, un anciano sacerdote aparece siempre que ella pide misas. Él puede cumplir con su ruego, lo hace desde años.
            Todas regresaron en silencio, llegaron al templo en horario y allí, estaba el anciano monje. Se aprestó y comenzó con las rogativas y la ceremonia. Nombró a María Eloisa, aunque ellas no se lo pidieron. ¿Cómo sabía?
            Dos días después, lo que duró la reunión, el clima fue diferente. Regresaron a sus hogares con la promesa de regresar pronto. Esa fue la última vez que Emelda las reunió. Nadie quiso volver.


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