miércoles, 24 de enero de 2018

LAS MARCAS EN LA PIEL

Carolina nació con una estrella en cada brazo, no de verdad, sino se hubiera quemado. Eran lunares con forma de estrella, rosado oscuro, limpios, reales. Cuando la bautizaron el agua se escurrió por el cuerpo y lavó un poco el color de sus lunares, el tiempo fue desdibujando los bordes y cuando cumplió los veinte años eran dos pequeños puntos, casi imperceptible.
            Había días en que si tomaba sol, se notaban más. Si comía frutillas también o tomate. La sandía le daba un color transparente. ¡Era cómico como toda la familia estaba atenta a como cambiaban de color sus estrellas!
            El día que se enamoró, su “chico” se conmovió con la historia. Al darle un beso, su primer beso, se pusieron bien rojas. El día de la boda…, amanecieron, doradas. Y el día que nació Benjamín, lo primero que hicieron fue mirar si tenía las marcas. Sí, las tenía en el pecho junto al corazón, y el médico le dijo: Carolina, Benjamín trae una marca especial, este año serás bendecida con algo insólito… no se explicarte, pero será muy bueno.
            El niño fue inquieto pero dulce, inteligente y se abrazaba a su madre con fervor, al padre lo acariciaba con sus manitas regordetas. Muy pronto aprendió a decir sus nombres y a darles besos. Y cada día sus marcas brillaban más y más, como si fuesen de oro.
            Tal vez, un ser único e inmaterial, los colmara de suerte y felicidad. Cuánto más rojas se ponían las marcas de Carolina, menos brillaban las de Benjamín. Era una suerte de juego macabro, pero una mañana ambos se vieron sin los lunares y supieron que el papá y esposo, estaba en el hospital. Había sucedido un accidente fatal. Cuando fueron a verlo él

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