Con penosa
obviedad he perdido el destello de los ojos.
Compartí la
neblina que atraviesa el cuerpo con la luna.
Amansé,
entonces, la pared del silencio.
Los latidos
abiertos al color azul-verde del alma.
Atropellan
mis brazos de un cuerpo inerte. Sin vida.
Calma la
sed con cántigas antiguas. Nobles sonidos.
Invítame a
salmodiar sobre la frente de un ave.
Caminaré
con el rumbo extemporáneo de la muerte.
Ciega de
toda ceguera, como un animal herido.
Recobraré
la palidez de la tarde en la llanura verde.
Veré la luz
en la mirada del niño vagabundo y tierno.
Será un
arlequín de mil colores repartiendo flores.
¿Dónde
queda la línea del horizonte azul de la esperanza?
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