Ischa
llegó al teatro. Había soñado con ingresar “Al Molino Rojo y ser tapa de
magazines y fachadas de famosos teatros. Desnuda posó para aquella extraña
mujer sueca, que fotografiaba a los famosos; parecía estar frente a una estatua
de Rodin, esculpida en mármol blanco. Recordó a su madre, que veía películas de
Ingrid Berman y Marlene Dietrich. Eso la impulsó a estudiar arte y emigrar a la
capital. Como hija única debía asegurar la felicidad y los sueños de su madre.
Unas tarjetas amarillentas la conectaron con ciertas personas del medio
artístico. Entre ellas la fotógrafa sueca. ¡Ella debe hacer tu libro de
presentación, hija, es la mejor!
La
dejó allí, muerta de frío. De pronto comenzó a tiritar y un dolor punzante
ingresó en sus pulmones. La joven con una fiebre altísima llegó a su
habitación. No supo cuánto tiempo tardó en mejorar. Allí envuelta en un edredón
sufrió un delirio donde un sin fin de
hombres la poseían. Todo pasó con suerte. Salvó su vida.
Cuando
regresó curada al teatro en la marquesina figuraba su desnudo abrazado y besado
por un sin fin de hombres iguales a los de su pesadilla.
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