Ella sentía el calor de sus manos y su pecho. Él, se olvidó
de sus promesas. Palabras incumplidas y muchas penas que tenía en cada día de
una vida de chica abandonada.
Desde pequeña había tenido que hacerse cargo de sus
hermanos e inventaba juegos y risas, creadas por nobleza para lograr que florecieran
los niños, en los ojos afiebrados de ellos que soñaban y esperaban otra vida.
Una vida normal con una madre amorosa.
¿Era acaso imposible el amor simple de una familia? La
utopía de querer y que los quieran por ser sólo un frágil y sencillo grupo de
chicos olvidados de la vida.
¡Este dolor que sentía y que aún siente, está pleno y
rebosante de esperanza!
La casa se cae a pedazos, el techo se llueve y casi no
tienen agua en los grifos, pero Lorena lucha, tiene que sacar a sus hermanos de
la pobreza extrema. Un incendio se llevó todo. A su padre embriagado con licor
barato, a su madre que trató de despertarlo y se transformó en una antorcha
ardiente entre los tirantes de madera del entretecho. Los bomberos, los vecinos
que le ayudaron a rescatar a los chicos. Pero en un barrio pobre cada uno hace
lo que puede y da, incluso lo que le falta. Ahora tenía que ser ayudada por
extraños. Ella temía a los que prometían maravillas. Su madre algo le decía. ¿Cuidado
con los de afuera, te tratarán bien al principio y después, quién sabe?
Aléjate.
Ella que es noble, frágil, libre y tiene miedo que se
quiebre como en mil estrellas. ¡Que estalle
y se transforme! Que se funda en la moneda fácil, en plata fría.
La madre siempre le decía que el tiempo es como escarcha,
como esquirlas de hielo y tristeza.
La voz suave de esa mujer golpeada y solitaria le hablaba
en el oído, y los silencios y lo frágil de los pobres chicos que tenía año a
año en su corta existencia y el amor olvidado en las promesas de su padre que
débil, tomaba cada día más y no trabajaba, ni ayudaba en nada.
Y una noche escuchó un susurro de alas, en la noche más
oscura que su corta vida. Apareció una dama, que dijo ser la abuela. Prometió
buscarlos para sacarlos de ese cuchitril inmundo y la esperó inquieta el
regreso.
Volvió la mañana siguiente con un señor que ya había venido
una vez, él, les había prometido resolver su existencia. Los llevó a otro
pueblo. A Lorena le costó mucho dejar ese rincón maloliente pero conocido y
lleno de recuerdos.
Cuando llegaron y vieron la casa creyeron que soñaban.
¡No pudieron describir tanta belleza! ¡Al amanecer, el
jardín que parecía dormido despertó en el griterío de las aves y una clara
brisa que besaba el agua de una fuente que gorgoteaba agua limpia y clara,
despertando un mundo de pequeños insectos. ¡Aleteaban las aves en sus nidos y
despertaban en mil recuerdos! Un olor a leche tibia y pan caliente llenó los
pulmones de los chicos que se abalanzaron como fieras a comer. Hacía tiempo que
no lo hacían. Su madre a veces conseguía traerles un desayuno comparable a ese.
Pasó un tiempo y conoció a Marcelo. Un vecino que la enamoró y la llenó de
promesas. Su abuela le previno. ¡Cuidado! Pero enamorada se olvidó de los buenos
consejos. Así se fue con él. Y después supo cómo las palabras son viento y
vuelan. Y en ese vuelo, volvió a saber que es ser abandonada a su suerte.
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