Claro,
Jonatan, mirá en este día me pueden suceder cosas. Algo, no puedo decir qué.
Algo diferente, como si la vida quisiera regresarme un puñadito de todo lo que
me ha escamoteado. Hoy he tenido la premonición. Me pasé toda la puta noche
dando vueltas en el cuchitril que alquilo. Es una mala imitación de hogar, es
un departamento sucio, húmedo y mínimo. Cuando tuve que salir de mi casa...
arrastré en dos bolsas de consorcio negras, las pocas pilchas que pude
arrebatar de la ira de mi ex mujer. Caminé por Zapiola con la cara abrasada de
odio. Mi cuerpo era una grosera larva enfurecida. Rojo, veía todo rojo. Olía
todo a mierda. Escuchaba sólo los gritos histéricos de la “guacha”, mi ex
mujer, que me percutían rechinando en el cerebro. Las corbatas que asomaban por
agujeros de las bolsas eran múltiples lengüetajes que arrastraban mugre entre
la basura de las veredas. ¡Un asco! La gente me miraba. Las minas con
curiosidad. Los tipos burlones. Yo sentía que todos sabían que me habían echado
de casa. ¡Sabés? Y ahora me prohibe ver a mis hijos.¡ Está loca! Mi abogado le
ha dicho que tengo derechos y, ¿qué contestó? ¡Que prefiere matarlos y
suicidarse antes que yo los vea, les compre algo o les hable! Pobre de ellos.
Repito que está “re chapa”, como si los pibes fueran propiedad de ella. Pero
hoy algo me va a cambiar la vida, lo sé, lo presiento. Jonás, escuchá, hasta el
año pasado era el padre perfecto, de esos que iban a las charlas de las
escuelas, pagaba la cuota al día, los llevé a Disney. Hasta me bancaba a mi
suegros, a mis cuñaditas y a sus “boludos” cónyuges, y la mar en coche.
Ahora
soy: ¡ Mefistófeles!, sí el mismo diablo en cuerpo y alma, si tiene. Según
ella, sólo el infierno me puede contener. Pero hoy palpito algo que me va a
pasar.
La
computadora que ha permanecido estática, comienza a mostrar una sucesión de
imágenes. Dos “noteros” jóvenes ingresan hablando del último ataque terrorista
en Irak. Discuten acaloradamente sobre el futuro de esta guerra infame que
destruye la paz y la seguridad en Medio Oriente. Carlos, deja la displicente
silla girando como enorme carambola
descuidada. Sale y se asoma a la
sala junto a redacción, donde su jefe teléfono en mano, murmura entrecortados
ayes de sorpresa. Levanta una mano y le hace una seña. Carlos se acerca. Le
señala la silla frente al escritorio y apretando el botón del intercomunicador
le hace escuchar: “Sí señor García, vendí
mi libro “Jordania La Travesía”, para poder recuperar a mis hijos”- la voz
clara de una mujer me dejó perplejo. Como un resorte salté de mi asiento y
salí. Mi negación fue absoluta. No sé quién es esa mina que hablaba por
teléfono, pero yo sentí que naturalmente era mi enemiga.
Mi
piel se espinaba con la palabra “recuperar
hijos”. Ella debía ser una hembra manipuladora, capaz de mover cielo y
tierra para perjudicar a un atolondrado que como yo, padecía la histeria de una
maniática.
El jefe colgó y
rascándose lívido la barba algo crecida, hablaba palabras incoherentes:
musulmanes, raptores, inaccesibles, asilo... y tan lejos, y ¿ahora? Y un sin
fin de gruñidos. Me dijo: - Carlos vas a ir al hotel Internacional para hacerle
el reportaje a la señora Gabriela Arias Uriburu, ella es hija de un diplomático
de carrera; argentino, que se casó con un musulmán en...- ¡Ni pienso! Ya
conozco la historia. El hombre se fue a su tierra y se llevó los hijos.- dije
sin alterar mi tono de voz. –Yo, No voy a ningún lado. –y lo dejé con la
palabra en la boca.- Mandá a otro, yo ni loco voy.- dije saliendo apresuradamente. Él seguía
hablando, yo ya no lo escuchaba. Salió tras de mí, gesticulando y tratando de
quitarme el sí. Rotundo dije “No”. Me lancé a la calle que me abofeteó con el
ruido y la contaminación. Estaba ciego de rabia. Debo haber dado la impresión
que estaba a punto de asesinar a alguien. Detrás de mí venía el jefe con
Jonatan, mi camarógrafo. La máquina al hombro, él, reía a zafiedad, con la dentadura abierta al
terco desafío. “Eh, Carlos esta es La Nota” vociferaba y los transeuntes nos
echaban miradas de desconcierto.
Caminaba
como si Lucifer me siguiera, crucé calles y plazas, pero atrás siempre corrían
tras de mí Jonás y el jefe. Cuando quise acordar estaba enfrente mismo del
Hotel Internacional. De un empellón me metieron a la conserjería y allí justo
delante de mi mirada aborrascada se paró una hermosa mujer, cuya sonrisa,
despojó en un instante mi insanía.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario