martes, 20 de octubre de 2020

EL TRÁMITE

 

            La cola en la oficina es larga. Me duelen los pies, tengo ganas de ir al baño y sentarme en algún lugar. Así sea un banquito de madera. Hace calor. Tengo rabia. La ira me hace sudar y siento deseos de arrojar la carpeta a cualquiera de esos estúpidos empleados que me observan impávidos. Ya sé, que no tienen culpa alguna. Pero estoy cansada de esperar. Siento que me hablan y no escucho. Es una mujer que protesta igual que yo. Me importa poco si a ella le hace daño esta espera. A mí, me pone loca. No pueden ser tan indiferentes. Pero claro, son las nuevas técnicas de venta. Llame al teléfono gratis. Llamé, me harté de llamar. Primero te hacen marcar dieciséis números antes de escuchar la música que tarda minutos y minutos para que un ignoto telefonista, si no es una voz grabada, quien te da tantas explicaciones y tan rápido que hay que ser un héroe de “Dartagnan” para seguir y lograr el éxito. Luego viene más música. Otra voz que te dice que dentro de veinte días, podrás disponer de tu correo electrónico. ¿Cómo hacer para lograr que las cosas se hagan ahora? No. Nada. Hay que esperar y … joderse. Un montón de gente te ha instado a ingresar en el mundo cibernético. Lo necesitás. Pero…¿ realmente así se puede disfrutar de un sistema tan inútil?

            He hablado con siete empleados, tres técnicos y ahora, después de veinte días, vengo arrastrando este paquete inútil. Y pensar que antes con mi banda chisca, me comunicaba sin problemas. Bueno, me toca a mí. Paso… me piden el documento y como el documento es el de mi maridito, me explican que no puedo hacer yo el trámite.

            ¿Qué hago, mato al empleado o le pongo un dispositivo explosivo al edificio con todos adentro? Mejor llamo a Bin Laden o a sus seguidores, en una de esas consigo una respuesta más interesante y rápida. ¿O no?

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