jueves, 15 de octubre de 2020

CORTAR LAS TORMENTAS

             Artemio echa a andar entre los parrales de verano. Las uvas están muy verdes todavía, hay que esperar para que maduren. Va con la azada al hombro con las manos arqueadas por el polvo de la tierra agreste de las montañas. La acequia cantarina trae poca agua y los sauces se hincan para adsorber el líquido que se encapricha ser ausente.

            Un año con poca lluvia. ¡Como siempre, el Zonda, arremete con furia de fuego sobre los viñedos!

            Las alpargatas levantan un talco terroso y prieto cuando camina Artemio. El sol se va ocultando tras unas nubes negras y amenazadoras. Tormenta. El miedo se arrebata a sonidos de campanas al viento. Granizo. La mirada desesperada se entromete en el fuego del latido austero del hombre del viñedo.

            Se enjuga la frente, que copia el aullido de las ráfagas de viento. Está desesperado. Un año, carpiendo, podando, atando y ahora que el verde se entremezcla con la vida, se viene la tormenta.

            La Justina viene al trote entre los surcos, cuidando de no caerse, que pierde la oportunidad de cambiar la historia. Trae una bolsa de sal y otra de cenizas. Trae esperanza de campesina laboriosa y con antiguas costumbres de los ancestros.

            Cuando cae el primer rayo, luego se siente un trueno que moviliza la tierra. Hace tanto que no escuchan ese sonido augural de la pobreza. Los perros aúllan en el caminito que ha dejado el hombre. Deja la azada apoyada en un álamo. Saca la pala ancha para hacer el rito. Se buscan y se encuentran entre truenos y relámpagos, entre un granizo seco y pequeño que puede triturar la vida.

            Ella, la Justina hace el espacio para comenzar la ceremonia. Él, acerca las cruces que lleva en la ancha faja de su vientre exiguo y recrean las “cruces de sal y ceniza” como lo hacían los abuelos. Rezan de rodillas entre los plantíos que se van mojando poco a poco y merman los granos de hielo que se transforman en lluvia copiosa y fértil.

            La acequia comienza a crecer y ellos empapados, se abrazan por haber logrado desembarullar la tormenta y salvar los frutos.

            En un par de semanas con sol y agua, habrá un misterioso crecer de los parrales y vendrán las uvas a brillar con su color de fiesta y vino futuro.

            La usanza antigua ha dado su amor y su constancia de frutecer sin miedo. El rito antiguo de alejar las tormentas con las cruces de sal y ceniza sigue vigente en la vida de los campesinos.

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