martes, 13 de octubre de 2020

ESOS FANTASMAS

             Aurentia, olvídate. ¡Sí, olvídate! Nunca podrás regresar a la tierra de tus ancestros. Deja de soñar, mujer.

            Cuando se fue destruyendo la casa de Orellanos, en el sótano, como un ancla perdida, encontraron un baúl muy viejo. Estaba bien conservado para los años que parecía tener en ese oscuro rincón, entre cientos de trastos olvidados. Cuando lograron abrirlo, muchas cosas se transformaron en cenizas, otras estaban buenas.

            La casa de Orellanos era un alcázar construido con ladrillos y lágrimas de amor. El amor prohibido de tu abuela por el señor Tiburcio Olveira Castell. Ella escondía su pasión bajo el velo de la tristeza y la música cuando en la pianola soterraba su ira y celo. ¡Un escándalo si proclamaba su amor! La señora de Oliveira, se sentaba cerca de su esposo y tomaba su chocolate tibio con bizcochos cuando ella la miraba y sonreía como si no supiera que los sudores eran por esos ardores que la enlazaban. La casa era enorme y en el jardín, junto a la glorieta, las flores y helechos escondían su furor apasionado. ¡Pobre tu abuela! La casaron a los trece años con su tío de cuarenta y tantos, sin haberlo visto nunca. Por poder ante escribano y cura.

            Llegó el papel de la boda por vapor a la ciudad dos meses después y ella lloró sobre su lecho siete días. Nadie le podía hacer que comiera, hasta que llamaron al doctor Aurelio Oliveira Castell, hermano del vecino. Así lo conoció. Apenas se lo presentaron en una tertulia la flecha del amor le hincó el corazón. Amó al hermano de quien la hizo aceptar al marido anciano que llegó a los meses desde aquellas tierras lejanas.

            ¡Y la pobre tuvo nueve hijos! Sin amor y murieron siendo niños con una extraña enfermedad, que según dijo el doctor Aurelio, era causada por ser tío y sobrina. ¡Cosas de esa época! Tu madre sobrevivió… porque, dicen que era hija del señor Tiburcio. Comentarios de fogones y envidias.

            Bien en ese viaje dicen que llegó el arcón que encontraron en el destrozo que realizaron los operarios. ¿Conocías esa historia?

            Habían extraviado ese enorme arcón. Seguro que vino de allá, de la tierra lejana y mítica de ellos. ¿Tal vez ni recordaron qué venía en él? La ropa, muy bonita se fue deshilando como un hielo con el calor del sol, los alamares dorados y las peinetas, estaban tan duras que se quebraban apenas los ojos se posaban en ellas. Eran un mito, una mágica ilusión. Unas botas de cuero roídas por ratas o polillas se desfiguraron como la bruma en las mañanas del campo.

            Un cofre, que milagrosamente estaba íntegro y sus pinturas se podían ver con colores de magnolias y rosas amarillas, fue el gran hallazgo. Costó abrirlo. En el joyero, había un guardapelo impecable, como recién guardado. Una pequeña trenza con cintas desvaídas de color violeta, se enroscaba entre las florecitas que se deshicieron con el aire. Allí estaba la clave de la historia. ¡De tu historia, Aurentia!

            Recuerdo que el tío Ortuliano la escondió por varias generaciones, a tu historia, claro. Igual, se transformó en el sueño de los misterios y todos protagonizamos alguna fantasía con ello. Todo imaginario. Ese cofre nos permitió vivir una fábula distinta, emocionante, mágica. La tía Eufrasia, decía que era de una hija perdida en medio de una tormenta en los mares del sur. El tío, Ortuliano le agregaba pequeñas pistas a cada pregunta que le hacíamos nosotras.

            Cuando murió y desapareció la arqueta, quedamos un tiempo confundidos. Al principio se habló en cada cena o tertulia, hasta que se fue esfumando como el vapor de una fogata en la madrugada. Muchas inquietudes se desvanecieron con el tránsito del tío Ortuliano. Su amada compañera, perdió todo la esperanza de vivir y hasta se quedó calva. Ya no tocaba el clave que habían traído desde Francia cuando llegaron a la casa, varios años atrás.  

            Aurentia, deja de soñar. No podrás ir. Eres tan distinta a todos nosotros, que te evitarán si pones un pie en la tierra de ellos. Entonces los misterios nos acosaban. Luana, tu hermanastra, se quedó soltera esperando conocer y recibir la herencia o el cofre con su verdadera historia.

            Creyó, la muy necia, que cada hombre que se acercaba y pedía su mano y sus placeres, lo hacía por el valor de lo que creíamos había encerrado allí.

            Ya vieja, medio ciega, hablaba sola, creemos que con sus fantasmas personales. Ella los veía y corría por las galerías de la casa hablando y riendo. Siempre desnuda, cubierta solo por su larga cabellera negra que se pintaba de gris a blanco. Su piel agrietada y flácida. Su cara ambarina y seca. Sus manos arcillosas y artríticas se abrazaban a los arcones de la sala. Tú, no. Seguiste pensando en un regreso para buscar una verdad incómoda. Te tumbabas en el pasto húmedo mientras los insectos bebían de tus ojos negros que habían perdido el brillo.

            Mi querida Aurentia, nadie sabe quién es la dueña de la trenza del cofre. Tal vez fue la amante de tu padre que atravesó los mares en espacios infinitos como bufón burlesco. ¡Y tu madre, la hermosa Francine, escapó de la hacienda con un soldado que le prometió ser reina! Reina de qué, nadie lo supo ni sabe. Yo me quedé a cuidarlas. Y viví esperando que la fortuna nos trajera un cofre con la verdadera historia.

            ¿Te imaginas, Aurentia, en un pueblo de negros tú, tan blanca y bella, buscando la crónica de todos los sucesos de entonces? Quédate tranquila, mi niña, no podrás regresar. Ese es tu destino, no encontrar fantasmas. Sólo buenos relatos que presumo son sueños.

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