Llegué
de la ciudad para trabajar sin que nadie me molestara. Pronto vendría Javier con carpetas y otros elementos para
consultar. Mi prima Catia encantada, me dio las llaves de la vieja casona que
era de todos y de nadie en particular dentro de la familia. Estaba sentado
frente a la chimenea, afuera hacía muchísimo frío y mi amigo y compañero aún no
había llegado con el resto de trabajo que teníamos que realizar. Me extasiaba
el crepitar de fuego entre las viejas piedras, que desprendían un exquisito
perfume de pino y desde donde saltaban pequeñas chispas que explotaban en una
ronda alegre y alocada. Yo me arropé con la manta que había tejido la tía
Eleonora, antes de morir, allí en la casa. ¡Qué satisfecho me sentía! Me
levanté y observé por la ventana. Ya comenzaba a nevar nuevamente, me encaminé
al mueble donde las tías habían dejado sus ricos licores caseros, me serví en
una copa de cristal color rubí y me volví a sentar. Observé el licor y a través
de su colorido cristal miré el retrato de la chimenea. Era una mujer pintada
quién sabe cuándo y dónde, que me miraba y en realidad tenía un defecto en los
ojos y sólo me miraba con un solo ojo. Era horrible nunca le había puesto mucha
atención. ¡Qué fea era! Hasta tenía una suave pelusa sobre los labios. ¡Pero
tenía el mejor cuerpo que había visto en años! ¿Quién habrá sido?- me dije
sonriendo. Ya les preguntaré a las mujeres por qué aun está allí. Mañana lo voy
a sacar, pensé y continué revisando mis papeles. La pondré en la mansarda donde
había un sin fin de cosas arrumbadas. El sopor del licor y el calor me hicieron
dormir. Desperté con un fuerte golpe en la puerta. Había llegado Javier muerto
de frío y su auto cubierto de nieve. Bajamos computadoras y cajas. Abrí la
cochera y guardó el auto. Luego nos enfrascamos en nuestra charla y trabajo.
Cuando se hicieron las dos de la madrugada nos dio hambre, nos hicimos comida.
Fuimos a dormir cansadísimos deseando que parara de nevar pues de no ser así,
tendríamos mucho trabajo para despejar la nieve.
Cuando
me acosté y apagué la luz un suave resplandor asomó tímidamente entre los
pesados cortinados y un crujido suave atrapó mi espíritu somnoliento atisbé en
el cuarto pero por supuesto no vi nada extraño y me dormí. En la otra
habitación Javier roncaba sin pausa.¡Gracias a Dios no había traído consigo a
su joven esposa con el bebé! Yo después de mi separación no estaba para problemas domésticos. No
recuerdo qué pasó, pero me desperté sobresaltado al alba, con un suave murmullo
de gente que hablaba muy quedo, presté atención y con pocas ganas bajé los
escalones para mirar de dónde provenía esa charla, pero no había nadie. Un frío
me recorrió la espalda. ¡Yo era un hombre moderno, agnóstico y positivo! Acá no
hay nada y subí a mi alcoba donde me
acosté para recuperar el calor y la calma. ¿Había sentido miedo? No era tan
sólo mucho frío. Javier era una orquesta sinfónica de ronquidos, dichoso de él
que ignoraría la inoportuna visita fantasmal.
-
¡Despertate, Carlos, que tenemos que trabajar, hoy hay que terminar con todo¡-
dijo Javier sacudiéndome con colcha y sábanas mientras pasaba por mi nariz una
tostada caliente con manteca y mermelada- hice café y ya podemos desayunar,
gracias a Dios dejó de nevar y salió el sol, hay barro por todos lados; y bajó
las escaleras cantando.
Yo
me disponía a desvestirme para darme una ducha caliente cuando frente a mí se
planta una vigorosa mujer extrañamente trajeada que me miraba descaradamente.
Mi instinto me hizo tapar como podía, y, ¡oh! sorpresa descubro que era la
mujer del retrato en la chimenea. ¡No puede ser!- me dije. Traté de entrar rápido a la ducha pero el espectro
me seguía mirando encantada de mi desnudez. Le hice señas y la eché con
palabras non santas pero ella allí firme mirando mis intimidades. De pronto
desapareció por el espejo del baño y yo suspiré encolerizado conmigo mismo. No
me animé a decirle nada a Javier porque pensaría que estaba de chanzas. Bajé y
me acerqué al cuadro, pero había desaparecido. Le pregunté a mi amigo si él lo había
sacado y me miró extrañado: ¿de qué cuadro me estás hablando si yo no vi ninguno?
Y, ¿yo comencé a preocuparme...me estaría enfermando o sería algún problema
psíquico?
Comenzamos
a trabajar y enfrascados por tanta tarea no advertimos que en la mesa las tasas
del café se habían alejado y estaban al borde y que bailoteaban en sus
platillos. Ahí fue cuando Javier me increpó con severidad:- ¡Carlos me estás
tomando el pelo?, no te hagas el mago conmigo que yo soy muy impresionable!-
para qué dijo eso, allí fue cuando comenzaron nuestros pesares...verdaderamente
esas fueron cosas muy locas. ¡Nunca imaginamos que a un par de oficinistas de
ciudad, encontraríamos una casa llenita de fantasmas!, y digo, llena porque
comenzaron a aparecer unas jóvenes llenas de veladas que nos acariciaban, nos
tocaban y no nos permitían terminar con nuestra labor. Al principio nos dio
miedo y no nos podíamos mover, pero fue demasiado y comenzamos a defendernos.
Yo las increpé, les expliqué que teníamos que completar los trabajos y se
fueron riendo escaleras arriba mostrando larguísimas cabelleras de mujeres
jóvenes y cuerpos muy tentadores. Se apagó la luz bajamos al sótano y allí
encontramos en un destartalado sillón un grupo de viejos seres que parecían
esperar a alguien, en realidad eran señorones con unas manifiestas calvas y
relojes de gruesas cadenas de oro que aguardaban a alguien. Ni nos miraron
cuando con nuestras linternas intentábamos arreglar los fusibles, así
comprendimos nuestra situación. Estábamos en una casa extrañísima. Ya habíamos
conseguido arreglar el desperfecto cuando nos sobresaltó el ruido estruendoso
de la planta alta, donde algo había caído estrepitosamente. Javier se negó a
acompañarme pero no aceptó quedarse solo en el salón. Subimos y encontramos todo
en su lugar excepto nuestras ropas repartidas por todos lados y en especial
nuestra ropa interior que colgaba de las añosas arañas de cristal.
Comenzó
a sonar insistentemente el teléfono de Javier, atendió y suspiró
tranquilizándose cuando escuchó la voz de su adorada Erica, que le preguntaba
por su vida, ya que con tanta confusión y trabajo fantasmagórico había olvidado
llamarle. ¡Pero no pudo decirle que estaba en esos raros trances ya que nadie
le creería! ¡Ah mientras hablaba una figura exquisita le acariciaba las
entrepiernas! Claro que era un ser transparente y muy inestable pues aparecía y
desaparecía.
Yo
aproveché para llamar a mi prima Catia que no se sorprendió, sólo se reía a más
no poder de nosotros...-Yo me olvidé de contarte que en esa casa vivió la amante de nuestro tatarabuelo que se
llamaba Irinalda del Mar era una famosa bailarina de teatro y el abuelo le
permitía tener discípulas que esperaban a los amigos del viejo pícaro, hay por
allí un retrato de la mujer y cuando le
gusta un hombre, lo vuelve loco como al
desvergonzado abuelo.- Yo no podía creer lo que escuchaba, así me enteré
algunas verdades de mi preciosa familia. ¡Pensar que ahora eran pura sacristía
y beneficios parroquiales! Así, como pudimos, terminamos de hacer nuestro trabajo
para huir de la casa de fantasmas del lupanar.
Cuando
cerré la puerta sentimos las carcajadas de las muy bribonas que quedaban de
gran jolgorio con sus viejos espectros. Les aseguro que no vuelvo nunca más.
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