La llegada a Egipto fue tormentosa. El avión tenía una falla en el tren
de aterrizaje y dio decenas de vueltas sobre el desierto para gastar el
combustible. La gente en general, no entendía qué pasaba y desgraciadamente por
razones obvias yo me daba cuenta (mi marido pertenece a la aviación) y era
interesante ver el desierto. Supe luego que Sahara en árabe quiere decir
desierto, que gracioso, decimos desierto de Sahara y es repetir lo mismo.
Bueno, luego de aterrizar nos dicen que a las tres de la mañana nos
pasaban a buscar al hotel para subir al paquebote que nos llevaría río arriba
por el Nilo. Yo, me quedé pasmada, ya que odio levantarme temprano. Pregunté
por qué a esa hora y el guía me miro con un gesto sarcástico… ¡Por el calor! Y,
sí, cuando estábamos en el vaporcito, a eso de las diez, hacían 43 grados… allí
comprendí lo que era el calor.
Los hombres usan ropa blanca de algodón y turbante del mismo color,
sandalias y las pobres mujeres, todas de negro con guantes y cubiertas hasta
los tobillos y las muñecas, sólo se les ve los ojos y las manos.
La cabina era buena, pequeña, pero bien organizada. Con una cama amplia
pero separada por las sábanas (famosas por su calidad) para que cada persona no
tocara el cuerpo del compañero o compañera de viaje. Un hermoso balcón desde
donde me podía sentar a observar a las mujeres lavando en el río Nilo en las
orillas, rodeadas de chiquillos ruidosos y alegres que chapaleaban en el agua
que corría hacia el mar Mediterráneo. A la hora de almorzar, ya había subido el
termómetro a los 50 grados. Sólo el aire que movía el río hacía sentir un
cierto alivio.
Una cosa que me maravilló ver al amanecer la salida del sol. Era un
disco rojo que por la arena que es sempiterna en esa tierra, se veía velada
como cubierta por una suave mantilla opalescente. A esa hora era un látigo de fuego. El famoso
Amón Ra de los antiguos era un castigo para nuestros cuerpos acostumbrados al
clima del sur de América.
Mi amiga, quien había aceptado hacer el viaje junto a mí, compañera de
colegio y de la vida, salía de un divorcio doloroso, dejando a sus dos hijas
esperanzadas en un futuro mejor para su madre. Yo, siempre había soñado ir a
Egipto, para lo que había leído cuanto libro y texto hablara de la antigua
civilización de los faraones. Debo reconocer que me llevé una gran decepción.
¡Nada era como lo pintaban los libros!
Mi familia, esperaba que pudiera encontrar esa magia de las cosas del
pasado. No fue así. El barco atravesó el Nilo desde cerca del Cairo, hasta la
frontera con Sudán. En la ruta fuimos conociendo los monumentos que están
diseminados a las orillas. Todos mal cuidados, sucios, llenos de gente que se
agolpaba en ellos sin permitir ver los extraordinarios trabajos de piedras con
jeroglíficos que se desgranan con la arena de los vientos y que nuestro guía,
un hombre que hablaba trece idiomas y nos cobraba muchos euros por día, no nos
explicaba por ser devoto musulmán. Según nos decía, era pecado para él, entrar
a los viejos templos con dioses paganos. Conclusión que salimos del viaje con
muy pocas experiencias arqueológicas admiradas. ¡Un raro espécimen que corría
para poder orar según escuchaba el sonido en los altavoces de mezquitas que
pueblan todo el territorio!
En el vapor, nos habían ubicado en una pequeñísima mesa detrás de dos
columnas y éramos las últimas en ser servidas. ¡Nos llamó la atención! ¿Qué
pasaba? Éramos dos mujeres solas y dudaban de nuestra sexualidad. Joder,
tuvimos que quejarnos. Al llegar al Cairo, en un hotel maravilloso, con
piscinas y músicos haciendo arte internacional, nos teníamos que ubicar
separadas de los árabes.
Ni soñar usar bañador y entrar en el agua, a pesar del calor. Por ser
mujeres nos estaba prohibido. Entre los recuerdos que queríamos comprarnos,
eran réplicas algunos cartuchos o imágenes de joyas de la época antigua, de
plata u oro con turquesas o lapislázuli o coral; nos llevaron a una joyería. En
ese lugar vi una de las únicas mujeres, que le habían permitido trabajar su
familia. Usaba una “chilaba y velo color rosado”; no lo podíamos creer. Hablaba
un buen italiano, por lo que pudimos saber que había estudiado y sabía leer y
escribir. Ella nos comentó, que el ochenta por ciento de las mujeres son
analfabetas y sólo aprenden el Corán de memoria. Y los hombres aprenden si son
de cierta clase social. La policía en su mayoría es analfabeta. El tránsito en el
Cairo era un caos, no hay semáforos y a veces convergen por el mismo carril de
frente en dirección opuesta, tal que se atascan los vehículos.
Cuando regresamos a la capital, siempre veíamos enormes fotos de su
presidente, Mubarak, quien al poco tiempo fue depuesto por una revuelta de
religiosos. Y llegó el sueño mío de toda la vida entrar al Museo Nacional. El
guía corriendo nos acercó a la sala donde está el famoso “Faraón Tu Tan Kamon”.
Una experiencia increíble. Su máscara es una maravilla. El sarcófago de oro es
algo inexplicable. ¿Cómo pudieron hace más de cinco mil años trabajar esa obra
de orfebrería tan preciosa? Vimos algunas joyas y trajes, un carruaje y de
pronto…nuestro guía llegó corriendo y nos sacó del lugar. Nos llevó a ver la
estatua del único faraón que era monoteísta, cuya figura es muy diferente a
otras y nos alejó del museo. Mi enojo aun persiste. Siempre me gusta estar
horas en los museos que visito y allí no nos dejaron, por ser de otra religión
y ser mujeres.
Entonces, le sugerimos, que queríamos ir a la Biblioteca de
Alejandría que es un monumento hecho por las Naciones Unidas y es Patrimonio de
la Humanidad. Queda
a trecientos y tantos kilómetros de El Cairo, y allí tuvimos otra experiencia hermosa.
Contratado el automóvil, el chofer nos puso en la zona trasera cubiertas las
ventanillas con cortinas negras. No veíamos nada a los costados. Una música que
aturdía y no nos hablaban, ni el chofer ni el guía al que le habíamos pagado
una pequeña fortuna. Mi amiga con el calor, comenzó a descomponerse y le
debimos obligar, luego de una discusión que fue de antología, que sacara las
cortinas y pusiera el aire acondicionado. Lo hizo luego de amenazarnos con el
infierno, siguió la ruta con la música enloquecida y la velocidad de una
carrera de fórmula uno. Creíamos que moriríamos en el intento. Pero a Dios
gracias llegamos ilesas a la
Biblioteca que es una maravilla. ¡OH, sorpresa, allí vimos
algunas muchachas que estaban estudiando!
El día que salimos de Egipto rumbo a Roma, sentí que mi corazón estaba
roto. Ni vagar por las pirámides, ni ver los magníficos estantes de la
biblioteca, ni el agua limpia del Nilo en su zona cerca de Sudán, me devolvían
el sueño de conocer el Egipto soñado.
Después de esa experiencia, ya en mi ciudad, escuchando los noticiosos
de Televisión supe que habían derribado el gobierno y se instalaba una
corriente islámica de mayor ideología y que el pueblo estaba muy feliz.
Hablaban algunos opinólogos que había mucha corrupción. ¡Pero en qué lugar del
mundo no la hay! Desgraciadamente, ese magnífico pueblo vive de antiguos
esplendores, que no cuidan y la ignorancia los hace sumir en una pobreza
enorme. ¡Cómo lo siento! Pensar que fueron tan importantes en la historia de
hombre y cuna de grandes matemáticos y de ignotos arquitectos e ingenieros.
Ver en las rutas familias andando en asnos, con parvas de heno y la
mujer envuelta en sus ropas negras con cincuenta grados de calor y los niños
detrás, desnutridos y descalzos… mejor miro los programas de History Chanel y
conozco lo que no pude ver en la tierra de los faraones.
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