Y entonces
sucedió que
descubrí que
no estaba sola
que el canto
quejumbroso del ave agorera
me acompañaba en
el destierro de la noche. Y
que una estrecha
parte del gentío me seguía
arrastrando un
desahogo de urdiembres milagrosas.
Míticas.
Burlando las
mascaradas siniestras
de un carnaval
mitológico sombrío, pero
no lo estaba,
sola,
quedaba
incrustada en el vacío rodeando al tiempo
con los ojos
llenos de cristales entramados.
Presentí,
entonces, la presencia
sucedió el
milagro cuando danzaron los memoriosos
en la
contemplación de la luz
la
reminiscencia troquelada aviesa
inútil
pero memoria que
no olvida los recodos del camino
donde se
detienen los migrantes.
Allí estabas en
la búsqueda ilusoria
contorsionando el espacio entre la luna y las palabras.
Ahí estaba el
aliento de la noche, tus besos, tu presente.
No estaba sola.
No lo estaba.
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