El mercadillo estaba
repleto de vendedores y transito de comerciantes que a viva voz intentaban
atraer compradores. Los vegetales
brillantes y las aves colgaban como flores vivas de colores de los tenderetes.
El perfume fuerte, mezcla de mil especies, merodeaba por entre las alfombras y
vestidos de mujeres y niños.
De un pequeño portal,
salía una música fuerte que aturdía y rompía los oídos de los caminantes.
Azedinne se cubrió el rostro y tras el velo buscó con desesperación a ese
hermoso joven que le había ofertado un collar de turquesas en la feria del mes
pasado.
Su padre no le había
permitido regresar y le dio varias monedas a su hermano Abdhul para que la
acompañara a la Medina.
Éste por dinero era capaz de ir hasta a la tienda de ropa del centro más caro
de la ciudad. El minarete comenzó a llamar a la oración y todo quedó quieto.
Los hombres de rodillas con la frente al piso, rezaban las azuras del Corán y
las mujeres de bruces como verdaderas esclavas del Venerado. La mayoría sabía
de memoria el libro sagrado, pero por ser mujeres no podían rezar a viva voz
como los hombres.
Un extranjero, las
miraba asombrado. Azedinne le escuchó decir que parecían flores negras gigantes
postradas en las piedras. Pronto todo se volvió a mover, los hombres caminaron
a las tiendas, los ancianos a sentarse en los portales rezando con su rosario
de cuentas infinitas y las mujeres como pájaros oscuros comprando con la ayuda
de sus hermanos o hijos varones.
Ella, caminó despacio
observando con sus ojos que transparentaban dulzura. Ojos negros de azabache
luminoso, se llenaron de tristeza cuando lo vio. Estaba en la trastienda de un negocio tomado de la mano
con una joven extranjera. Su corazón se desmembró. Salió corriendo y su velo
voló por el aire. Un susurro de temor y el manotazo del hermano la pusieron en
alerta rápido. El muchacho salió tras ella, la alcanzó y le pasó el velo.
Mientras la miraba con una forma amorosa y bella. ¿Qué hacía esa extranjera en
la tienda?
Abdhul la sentó en una silla y le ayudó a
componerse, para eso era un “hombre” de trece años. Mientras le prometía que
averiguaría sobre el joven vendedor. ¡Claro que por un billete!
Durante los días de la
semana, Abdhul, se entretuvo en la Medina haciendo preguntas
sobre el joyero. ¿Es casado? ¿La tienda es de él? ¿Y la extranjera? Toda clase
de interrogantes que los mayores comenzaron a preocuparse porque no era bueno
que un muchacho averiguara tanto. Todos comentaban sobre su hermana, que había
cometido el pecado de hacer volar su velo. Él, avergonzado daba mil
explicaciones.
Su madre comenzó a
sospechar. Le quería sonsacar el tan interesante apuro que había adquirido de
ir al mercadillo de la Medina. Pero
él, serio, solo contestaba que andaba buscando un ajedrez especial. ¡Que Alá,
lo perdone! Mentía descaradamente.
Un amigo del padre
apareció por la casa de los chicos. Venía como “casamentero” a preguntar por
Azedinne. Y el padre, inocente le pidió una visita de los padres del muchacho.
Arreglaron la boda. Y
dicen que ha quedado en la historia del mercadillo el vuelo del velo de
Azedinne al que le han agregado mil fantasías de amor.
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