miércoles, 29 de julio de 2020

UNICORNIO DE SEDA


D    

                              Caminaba sola por la calle solitaria soñaba con su infancia y sus recuerdos. Armaba y desarmaba  guirnaldas amarillas con sus recuerdos. Cerró los ojos de impecable color tristeza. Entre su pecho y su pulso latía un suspiro de hojas secas y crujientes. Cada pisada quedaba sobre la tierra enjoyada en ocres, dorados y rojos su cuerpo se iba  transformando, transmutaba en un retroceder de tiempo incontenible. Su cabello gris se alargaba en una sinfonía de ondas castañas y sedosas mientras se alisaba las trenzas y los ojos perdían lentamente el color ceniciento que cobraban luz y vida. Volvió a ser niña. Pequeña Eunice con su vestido lacio, holgado, largo... y su perfume a jazmines desolados. Eunice  recobrando la sonrisa y la melodía de las rondas.
                                Tras los álamos robustos que rondaban entre hojas de amarillos y rojos, vio la figura frágil del hada del jardín de primavera. Tan sutil con su túnica de gasa y su corona de flores silvestres. Sonreía y la miraba con sus ojos de esmeralda.
                               La tomó del lazo de su delantal de organza y le colocó una coronita de flores multicolores que emergían de las manos... de la nada. Todo olía a perfume de jazmines, a frescias, a violetas y voló un pájaro de cristal, miles lo siguieron, perdiéndose en el humo gris, que con el viento se transformaba en plumas rojas. Eunice se reía, rodeó el tronco del roble y del abeto y allí, justo, justo allí enfrentó al unicornio de color azafrán y plata. Los ojos de gata, dorados la miraron un minuto, tan sólo un instante y recobró la risa. Era muy raro el unicornio. El que ella tenía cuando niña era de  porcelana. Se lo dio su abuela antes de embarcar e irse. No la vio más. Su hermoso unicornio era de terciopelo tibio. Suave y alegre en  una mirada triste. No hablaba. Los tomó a los dos... al hada del jardín y al unicornio y se sentó en la alfombra de plumas y hojarasca. La rodeó una tenue melodía de celestas y agua. Jugó acariciándolos y a las antiguas rondas infantiles. Ya cansada se detuvo en medio del jardín de la antigua casona y se durmió.  Se perdió en la noche de los sueños eternos donde estaba su abuela hacía tiempo.


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