He pasado
apretando los puños,
descalza
entre la niebla,
solitaria en la tarde de papel y
sonrisas.
Las
cuerdas y mis voces en silencio arrebatan aplausos
de la historia que olvida en su
camino
una calle empedrada de sueños.
Necesito abolir a la distancia el
recuerdo de mi infancia,
las añejas calesitas despobladas de
amigos,
allí donde cabalgaba mi inocencia
adamascada y
los suspiros en la grupa de lágrimas
dormidas.
Atrapando los ayeres perfumados de
incienso
El pasto ensangrentado.
Los viejos candelabros de plata
adormecidos
en el albo mantel.
La copa
desgarrada en gritos de vino consagrado
al Dios de
mi esperanza.
El pan caliente.
El olivo.
Necesito callar los pétalos caídos
que susurran palabras de nostalgia
de esta niña mimada del silencio y la
lluvia.
Un almendro sin flores, sin muñecas
ni grillos...
Mis manos despojadas.
A la distancia un sol anaranjado.
Una estrella de rostro almibarado
jugando a las canicas de bella
porcelana.
Ya no juego, canto en la brisa,
transporto caracolas.
Mi playa está desierta de gaviotas y
de espuma.
Y el adiós el adiós sin rostro y sin
palabras.
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