Amancio
Urtubia había nacido junto a los surcos de la viña. Su piel salobre tenía el
color del sudor agrio del sol siestero. Fue engendrado a deshora y por un macho
bravucón y curdado que desapareció ahí mismo. La Amalia lo parió como pudo,
sola y triste, casi como a un malquerido y expulsado por una brujería hecha
atrás de su conciencia india. Vino el tiempo de criarlo y lo hizo sin caricias
ni besos, simplemente lo crió. Un día de esos, ella, encontró al Zahir Mussaza,
un vendedor de fantasías, chucherías, pócimas y mil objetos llamativos que
vendía por las fincas. Se aquerenció en su caserón grisáceo, maloliente y
sucio. Fregó paredes, pisos y un fogón tiznado como el mismo infierno. Limpió
vidrios y puertas y le dio al hombre, un lugar de macho y alegrías. Zahir la aquerenció
como premio a sus desvelos. Amancio había quedado afuera. Zahir sólo impuso
"eso"...Amancio en un cuchitril en la parte de atrás...y cerca de la
letrina. Nunca a la escuela, es cierto, pero sí a trabajar la chacra y con sus
añitos frescos a estrenar coraje de agua helada en invierno; en esa palangana
donde podía higienizarse, rompiendo primero una capa de hielo. A bañarse en el
tanque de cemento en la finca de don Tito, en esos días calientes de enero y
febrero.
Trabajo
le sobró siempre. Aprendió a podar, a aporcar y hacer bien toda clase de
injertos. Los vecinos lo buscaban, a pesar de sus años, para que los hiciera en
durazneros, perales, ciruelos...y las mujeres en los rosales...todos le daban
algo, menos plata que recibía el padrastro. Siempre vistió ropa usada y
gastada, que su madre remendaba. Alegre y obediente, nunca se quejó y su madre
se fue haciendo más suave. Él, sólo, se fue haciendo grande. Ya tenía trece
años. Una tarde de invierno, a la oración, don Zahir lo llamó a voces, asustado
y nervioso...-¡Amancio, vení
muchacho...tu madre...no se ve bien,... la pobre! De pronto una bocanada de
sangre y un grito. Los ojos se quedaron quietos y así se murió, sin ayuda de un
médico que llegó tarde. Cáncer, - dijo – Lo tenía hace rato ella ¿Cómo hizo
para pasarlo parada? ¡Debe haber sufrido dolores muy crueles! Silencio.
-
Amancio quédate cuidando todo...no podés dejar la casa. - fue la orden del
padrastro.
-¡Don
Zahir...no le parece que el chico tiene que despedir a su madre!- opinan los
meteretes de las fincas aledañas.
-
No puede dejar la casa...y punto. Tiene que hacer mil cosas que no esperan. -
el hombre sale ofuscado y casi tropieza con el niño viejo. No pudo acompañarla.
Las
cosas siguen su tiempo de reloj sin cuerda, la primavera regresa y los árboles
frutales le regalan sus primicias. Este año la cosecha va a ser un espectáculo,
muy buena... Amancio comienza su nueva tarea... ser ama de casa. Cocina,
friega, plancha, y más le falta tiempo a su poco tiempo. Zahir le ordena que
entre..."Dormí en la cama de tu
vieja", sus cosas son tuyas ahora. Busca de su pocilga unos pequeños
tesoros. En una cajita de lata tiene unas figuritas nuevas, unas piedras que
encontró en el lecho del zanjón y parecen objetos preciosos, una cucharita
labrada en plata que encontró en la calle el día que fue a la iglesia por
primera vez. Como no sabe leer tiene un libro sin abrir y apenas lo toca para
no desparramarlo! Entra en la casa y penetra en ese santuario donde dormía su
madre. Un terror quieto lo abruma. Es de noche y se tira sobre la cama. Siente
el perfume a romero del cabello de la desposeída, tiene miedo. En la oscuridad
cree ver los ojos negros y brillantes la difunta. Por primera vez la llora. Así
acepta la suerte de infelicidad y penas que le ha tocado.
Grande
ya, es tan bueno que todos lo quieren. Zahir ya está viejo. No sale todos los
días con su carretela llena de trastos milagreros. Le pesan los años y siente
que ya no puede. El chico lo ayuda y por primera vez, se avergüenza del mal
trato. Sale un día a la ciudad. Nada le dice al Amancio, como siempre. Cuando
regresa le explica que si él muere, en un cajón de su ropero hay una llave, con
algo que será para él. No se la da, pero en eso queda todo. Pasa el tiempo. Una
mañana temprano Amancio siente un golpe extraño, fuerte, corre a ver. ¿Qué
sucede? Encuentra al viejo caído, con medio cuerpo en la cama y el resto en el
piso. Sale corriendo a llamar a Don Tito...alguien que escucha los gritos llama
a una ambulancia. Cuando llega está muy mal y lo trasladan al hospital. Don
Tito se va con Zahir y a la tardecita regresa buscando los papeles del hombre.
El viejo ha muerto.
¡De
nuevo solo en ese caserón que él ve un poco amigo y otro poco como enemigo!
Camina y retumban sus pasos por la casa vacía. Tiene mucho miedo y se duerme
vestido como quien puede ser echado del lugar. Don Tito viene a buscarlo y lo
lleva al cementerio...ve como una a una echan cucharadas de tierra sobre un
humilde cajón de madera. Todos lo abrazan y algunos le ofrecen ayuda. ¿Ayuda
para qué? Si él siempre se arregló solito...y comienza a andar su territorio de
descubrimientos.
Llega
a la casa y toma todo lo que queda del viejo, hace un atado y lo lleva a su
antigua habitación. De pronto recuerda el tema de la llave. Obediente la busca
y comienza a desandar habitaciones. Frente al ropero tiembla, retrocede, siente
vergüenza y terror del difunto. Pero sabiendo que tiene la orden aquella vez, abre
el cajón y da un paso atrás sorprendido, un montón de fajos de billetes atados
con piolines le sonríen. También papeles envueltos en plástico arrugado. ¡No
sabe leer...tendrá que pedirle a don Tito ayuda! Esa noche no puede dormirse
rápido, pero el cansancio lo arremete. Se duerme y sueña. Éstos lo llevan a su
más tierna infancia, a su dolor de desamor y desamado. Sueña el frío de sus
noches y de las miradas indiferentes de su triste madre y de Zahir. Un
escalofrío le recorre el alma y su cuerpo quieto y se despierta. Gracias a Dios
está solo.
Pasan
unos días y una mañana llega un hombre joven con otro no tanto, en un coche
nuevo. Lo buscan a él...y allí se presentan abogados de una firma antigua. Vienen a
decirle que el viejo padrastro le ha dejado una pequeña fortuna en bonos y oro.
¡Sonríe y su perfil de niño...tiene diecisiete años impresiona a los
profesionales! Está lleno de sorpresa. ¿A él, don Zahir le ha dejado algo?
-
No poco, no algo...te ha dejado mucho. Tres fincas, doce casas de alquiler,
joyas y papeles que cotizan en la
Bolsa. ¡No puede ser, no entiende nada, si apenas le hablaba,
si nunca lo quiso!
-
Señor yo no sé leer. Nunca fui a la escuela y ¿qué voy a hacer si de acá no he
salido nunca? No he ido nunca a la ciudad...nunca jamás.
Los
hombres lo miran curiosos y opinan: “Es mejor ellos le ayudan y que le manejan
todo...” Mas el muchacho recuerda palabras del padrastro. ¡Nunca confíes en
nadie y menos si es estudiado y de la ciudad! ¡Los señoritos son todos unos
sinvergüenzas no hay que creerle! Les dice que hablará con su tío Tito y que ya
hablará con ellos. Los abogados se van refunfuñando. Él, sueña despierto. Don
Tito, Don Cosme y Don Nerio lo ayudan, le enseñan a firmar y le leen los
papeles y aprende de a poco... ¡es tan joven! Al tiempo ya sabe manejar las
cuentas y muy bien las fincas.
Ya tiene veinte años, y es un patrón generoso.
En medio de las hileras un tractor sacrifica a una muchacha cosechadora, que
queda destrozada tras los enormes neumáticos. Policías y jueces van y vienen.
Pero nadie observa que a la orilla del cuadro hay un bebé llorando. Nadie lo
alza ni lo lleva. Tampoco es reclamado y así le llega el Pedro, por olvido e
indiferencia, también burocracia. Al tiempo le llega la Rosa de mano de la Romina , hija del
contratista de La Pedrera ,
viudo y alcohólico, es madre-niña, que enamorada de un joven se va y la deja..." Por sólo unas horitas... usted es
tan bueno". Nunca regresa. Rosa es
miedo e ignorancia. Después llega el Julio (indiferencia paterna) y la Claudia con soledad y pena
que le recuerda a su madre.
Y
así se le llena la casa de niños que nadie quiere. Sólo él siente amor, los
manda a la escuela. Un día llega el primer título de técnico electricista, el
Pedro; después una maestra, la
Rosita y una dentista y un aviador, la Claudia y el Julio y pasa
el tiempo y vienen los casamientos y fiestas de bautismo. Y el Amancio
solitario, que no tuvo casi madre, nunca conoció a su padre, sufrió mucho a su
padrastro...hoy rodeado del amor de esos "hijos" que son su familia
vive en un cielo de estrellas. Es abuelo.
En
un otoño de cosecha...a las once de la noche cierra los ojos a un sueño de
tiempo inmemorial...Amancio Urtubia ha muerto. Ha dejado una familia
enorme...él que no conoció mujer en su lecho, para criar a los chicos...de la
calle. Amancio Urtubia recorre la ruta de amor más grande...la que lo
lleva a Dios.
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