lunes, 20 de septiembre de 2021

CAMINO DE ESPERANZA

 

-Naides será dispreciado al convite, dijo el Rito, hay locro para alimentar a una tropilla entera...- La peonada se acercó esperando su comida. El Negro Eugenio, repartió escudillas y comenzó a repartir el brebaje. Sólo un hombrecito se hizo a un lado y se acomodó lejos del festín.

- Es don Tiburcio Peña, el hombre dice que no pudo trabajar todo el día y que no le corresponde comer junto a los otros.

- Déjese de joder hombre y métale a la cuchara, acá hay para tuitos.

En vano había buscado a su familia. Regresó. Se fue después de pelearse con su mujer y dejarla por años sola. Viajó por países lejanos, conoció el hambre y la sed, pero nunca cometió delitos. Era un hombre de ley.

Cuando llegó a su tierra, a su casa, encontró otra gente. “No sabían qué derrotero había tomado esa mujer con sus seis hijos. Le vendió la casa y se fue. Simplemente, sin pedirle la dirección u otro dato, se quedó a vivir en la que fuera la casa de ese señor gastado y ojeroso, de piel curtida y raramente vestido.

Se alejó sin decir nada, no tenía derecho a reprochar nada. Su huída era suficiente, incluso, para que la Irma se buscara a otro que la ayudara con todo: casa, hijos, comida. Todo. Se fue de la ciudad y buscó trabajo en changas. Pero tenía un dolor terrible en los huesos. El mar, su tarea bruta en canteras y minas, había hecho estragos en sus huesos.

     Cuando podía hacía todo el día, sino se consolaba con media jornada. El tema era dormir en un lugar seguro y limpio. Ya conocía él, lugares lúgubres y peligrosos. Recordó en Marruecos cuando lo asaltaron unos nubios. Si n o lo ayuda un moro, estaría muerto. Y cuando llegó a Cádiz. El bote era un infierno de africanos en destierro. El hedor maldecía su nariz criolla. Pudo reconstruir su vida con muy poco y regresó con la esperanza de encontrar los hijos. Pero el tiempo es cruel, como fue él con los muchachos.

     -Tiburcio Peña, ¿no tiene un hijo dotor en la estancia “El Resplandor”?- ¿Rito, cómo se llama el dotor de la casa de Los Hornillos, ese que curó al cura cuando el año pasado se cayó del pingo mañero!!!?

     El corazón del viejo dio un brinco. Sudaba gris agriado por la duda. No podía soñar con encontrar a su familia. No lo merecía. Era un cobarde. Pero se quedó callado, mientras los trabajadores hablaban. –Se llama Tiburcio Peña, igual que usté. –

     La mirada intrigada de la peonada se posó en el viejo. ¡No puede ser, dijo el Rito, mírese la pinta, parece un pobre diablo!

     -Ni me lo diga, tienen razón, no valgo nada. Disculpe, ¿Cómo es el muchacho? Diga.

     Es alto como el Saverio, robusto y tiene una mirada despierta. Se casó con la niña Eugenia, la hija del dueño del Resplandor. Tiene como cuatro cachorros, dos hembritas y dos machitos. Yo lo conozco bastante por mi mujer, que lleva su enfermedad a cuesta la pobre. Él, la ayuda mucho. Es bueno y se sacrifica por toditos los paisanos del valle.

     El silencio lo envuelve, lo miran con sonrisas hirientes, ese tipo no tiene un hijo médico. Es nadie.  

     Come en silencio y terminado el convite se aleja saludando a la gente. ¡Buenas…, adiós a todos, sigo mi camino! Pero en el fondo el corazón palpita. ¿Tendrá el valor de encontrar un hijo?

     “El Resplandor”, no queda lejos, a seis leguas, más o menos. Irá como por descuido, acercándose sin apuro y sin mostrase. Rito y los hombres quedan opinando. Nadie sabe qué puede pasar. ¿Será hijo del viejo?

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