El
viejo historiador quiso enjuagar el barro con que habían tratado de ensuciar la
epopeya del más grande del héroe. Estaba enardecido. ¡Esos bastardos hablar así
del mismísimo libertador de un territorio mítico y desprotegido de los derechos
de independencia!
El
Decano, lo llamó para que expresara su opinión. A él, que había recorrido el
camino destajado por su ansiedad de conocer palmo a palmo los rincones que
atravesó, despejando intrusos y enemigos. Tenía que limpiar el nombre y la obra
de un gigante.
Los
mediocres hablaban insensateces. Inventaban actividades sin sentido hechas a
espalda de su gente, esa que lo acompañaba en sus campañas. Que sacrificaban
vida, bienes y familia para acompañar al “Jefe”.
Lorenzo,
su ayudante, comenzó a perseguir enemigos. Y ahora hablaban de traición, de
abandono, negligencia, de ambiciones inexplicables.
¡Es
increíble el trabajo de investigación realizado por el anciano maestro, cuyas
investigaciones llenaban anaqueles de la gran biblioteca del Centro de Historia
Universal y Nacional de la capital y de facultad. ¡Al fin limpió el barro de un
héroe que no tenía pie de barro, sino estatura de un Gigante. Héroe y hombre.
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