lunes, 6 de septiembre de 2021

MUCHACHA EN SÍ BEMOL

 

Luana caminó por el adoquinado, conforme. Había conseguido ingresar en el ámbito del teatro más prestigioso como segunda bailarina. Sus pies agrietados por los ensayos ya no le dolían. Era feliz. Su maestro Lijuel Boroskyn apostó a su calidad. No es fácil, le había dicho, pero verás como cada día, si te lo propones, tu tarea será más y más valorada.

Recordó el día en que su madre se iba a la fábrica de máquinas viales, y ella le dijo que quería ser bailarina. Lloró. En realidad lloraron juntas. Su madre sabía que se alejaría para siempre del pequeño pueblo, pero que el futuro era de su querida Luana.

            Consiguió que un capataz hiciera los arreglos y llegó a la capital, con sólo su sueño. Delgada, ínfima en su contextura, pálida y sutil, parecía una libélula desplegando sus pequeños brazos hacia el cielo. Su rostro, picado por la varicela la hacía parecer un ratoncito perdido. Su maestra, la primera que la recibió, se llamaba Nindya  y era tan severa, que sintió  que la despreciaba. La otra, antes de Lijuel Boroskyn, era Annia Glastovievich, la otrora primera bailarina del mejor ballet del mundo. Luana sudó. Sollozó. Gritó. Sus pies heridos por las puntas de madera, los dedos sangrantes, hasta que se encallecieron bajo las medias de algodón, fueron los órganos fustigados para lograr de Luana una bailarina. Cuando llego el examen final y Lijuel Boroskyn la eligió junto a tres jóvenes más, creyó que tocaba el cielo o la cara de Dios, con sus pies. Inmutable, el maestro, las hacía llegar a la máxima mortificación con su bastón de marcar el ritmo, golpeando pantorrillas y espaldas. Así había sido señalada para la prueba. Y allí estaban con Maika Verchinuaka tratando de conseguir el primer puesto en la compañía. Tomadas de la mano, esperaron el resultado de la prueba. Luana quedó en segundo puesto. Corrió a buscar una forma de comunicarse con su madre. Por el adoquinado primero caminó, luego corrió. Fue tan fuerte el golpe que le propinó el viejo camión del ejército que voló por el aire. El chofer sólo atinó a decir: - Alguien dijo que las mujeres, y las mariposas se parecen bastante. ¡No lo creen? ¿Vieron cómo voló,  parecía que quería tocar el rostro de Dios con sus pequeñas manos!  Y siguió su ruta para cumplir con la entrega de las armas que llevaba al cuartel.

 

  

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