martes, 4 de noviembre de 2025

EL HOTEL

 

 

            Joaquín llegó al medio día, ayer, con el pedido. Yo asombrada le acepté. Pero reconozco que es mucho trabajo. Cada pieza con su forma diferente, por deseo de los hombres del refugio recién construido. ¡Es bonito!

           Es un complejo hotelero con cabañas de troncos. Sus ventanas de vidrio doble  la hacen cálida. Una enorme chimenea. Tiene el comedor, donde en la noche podrán jugar cartas, pool, fumar habanos y jugar ruleta.

             Me  dijo Joaquín que han contratado unos músicos, un malabarista y mago, de la capital.  Será un lugar hermoso. ¡Los muebles de madera de pino con ese perfume a bosque! Las colchas de colores robados a las flores del campo. Cada habitación un nido tibio con dos lámparas de Vitró, que le dan un conjuro hechizante a la luz que filtran. ¿Cómo no amarse en ese clima? Invita al romance, al diálogo tierno y amoroso.

              Bueno para eso en cada una de estas piezas pinto un corazón con flores. Pájaros y pinos.

            Cuando termine el trabajo, que es mucho y delicado, me han invitado a la inauguración. Harán un baile con gente de las ciudades vecinas y vendrán actores y actrices. Hasta creo que vendrá alguien de la televisión a filmar.

            Mi vajilla, es decir las bellas porcelanas que estoy pintando brillarán por su perfección y la ingeniosa creatividad. Joaquín ha visto la cristalería y dice que es maravillosa como la cubertería con monograma. Cuando vayamos a cenar me sentiré muy halagada.

            Será un placer comer el ciervo ahumado con aceitunas calabresas y pepinos agrios. Ni hablar de la ensalada de rúcula, alcaparras, ananá y jamón cocido. El té de manzana, perfumado y caliente, con tarta de canela y dulce de grosellas. Los postres son delicias inventadas por un chef especializado en Francia.

            Ciertamente tengo que apresurarme, pronto me llamarán nuevamente para decirme: ¿Ya están listas las cosas? Y yo tengo todo a la mitad.

              ¡Como me duele la espalda! Ya está saliendo el sol, se me han quedado los dedos duros de armar en porcelana los dibujos que me solicitaron en el Hotel. Pero han quedado bellísimos.

             ¡La cara que pondrán los dueños del hotel y los comensales!

 

 

 

 

 

 

BUENOS AIRES… TANGO


 

            HACE TIEMPO, BUENOS AIRES, YO ATRAVESÉ TUS CALLES  

              RECORRIÉNDOLAS EN BONDI, EL VERDE QUE AUN RECORRE

            POR LA AVENIDA LA PLATA Y LAS ESQUINAS DEL ALBA

            CUANDO SONABA EN LA RADIO UN TANGO MALEVO  Y TRISTE

            Y EL CHOFER LOS TARAREABA COMO PARTE DE SU ALMA

            APRENDÍ TU LUNFARDO ENTRE BOCINAS Y ESPERA

            CONOCÍ TUS EMPEDRADOS DANDO SALTOS EN LOS BACHES

            Y LAS PIEDRAS.

            CALLES ANTIGUAS Y NUEVAS.

            EN LA ESQUINA DE BOEDO, UN LINYERA,

            UN TIPO VENDIENDO DIARIOS, UNA MANGUERA EN LA ACERA,

            UNA MILONGA DE GARDEL, UN FULANO QUE SILBABA

            CAMINITO, GIRA-GIRA, SUR CON TODO LOS OLVIDOS.

            LA BOCA, PUENTE ALSINA, CABALLITO O MATADERO

            SON LOS RINCONES QUE ESCONDEN LA MÚSICA DE TU ESTIRPE

            QUE INSPIRAN AL MALEVAJE, CUCHILLEROS Y CAFISOS.

            UN ASTOR PIAZOLA Y SU “ADIÓS NONINO”,

            “AMANECE EN       BUENOS AIRES”, UN MARIANITO MORES CON   

           “ADIÓS PAMPA MÍA”

            BIEN BOHEMIO COMO ERAN LOS MUCHACHOS CON GOMINA

            AHORA NO SE ESCUCHAN A DEMARE NI A FRESEDO

            PERO EL TANGO SIGUE VIVO… Y ES EL BAILE ARGENTINO

            QUE EL MUNDO COMIENZA A AMAR. MI BUENOS AIRES QUERIDO

            CUANDO YO TE VUELVA A VER, NO HABRÁ LLANTO NI  OLVIDO.

             

CAFÉ TORTONI

 

Entré a un paraíso

Entré al Tortoni

En cada mesa presentí a un poeta.

¡Allí parece que “Manucho Mujica Lainez” escribe!

¡En aquella mesa está Borges!

No creo que ronden por acá tantos poetas.

Fantasmas que sonríen a mi paso…

¡Sueño con la poesía de la Storni,

sólo sueño con una sinfonía de palabras bellas!

Tal vez el murmullo se eleva buscándolos a “ellos”.

Los poetas de entonces, los inolvidables,

los genios que involucran la palabra a la vida callejera.

Al tiempo inexorable, que huye.

El Tortoni, se adormece a la madrugada

y los espíritus vuelven a rodear las mesas

y sobre el mármol de las viejas tablas

en un papel en blanco, con pluma cucharita y tinta,

escriben sueños, tangos y las historias tristes

del Buenos Aires antiguo y musical.

Entré como una espía. Entré al Tortoni.

CERCA DEL CIELO

 


En Los Hornillos, se hablaba del cierre de la única bodega de la zona. ¿En qué trabajaría la gente simple con sus familias pobres? ¿Qué ha sucedido con sus dueños?

Eran buenas personas venidas de un país lejano donde se trabajaba mucho y se hablaba poco. No sabían el idioma del país y apenas podían darle órdenes a los obreros y ayudantes. Pero siempre generosos y justos en el pago en las cosechas y laboreo de las tierras. Esa tarde se avecinaba un suave viento del norte que calentaba la zona. El invierno había sido crudo y poca gente había venido de vacaciones a las playas aledañas.

En la colina, como gran atracción se veía el edificio de la bodega y la casa de sus dueños. De una arquitectura italianizante, mezcla de otras ideas de los constructores, se alejaba de una construcción maravillosa. Era bastante sólida, pero de aspecto desordenado. Igual, la bodega era una atracción para los que buscaban curiosidades y dicha bodega, sí, que las tenía. Sus exquisitos vinos.

El joven Lucas, curioso y despistado, comenzó su fajina diaria encomendada por el concejal de la municipalidad. Limpiar los alrededores de las playas y zonas de turistas. Sacar cuanto trebejo descartaran los viajeros y cuidar la limpieza de asientos y veredines.

Caminó por la playa hacia el sur. El sol estaba presente y la suave brisa, le despejaba el largo cabello que cubría desenfadado el rostro. Fue juntando algunas botellas, papeles y hasta pequeños guijarros que no entendía porqué la gente dejaba debajo de los sillones de descanso. Su bolsa ya estaba casi llena. Se sentó y bebió agua de una cantimplora que le entregaban en la muni. Así le decían en Los Hornillos al municipio. Las olas estaban alteradas, se sentían un pequeño fluir de agua salada en el rostro, pero eso era una alegría para Lucas. Pasó Aníbal por la vereda y le hizo una mueca. ¡Lo sufro, pensó el muchacho, es un idiota! Regresó con su bicicleta y le propuso hacer una suerte de carrera por la zona. ¡Ni pienso, tengo mucha tarea por hacer! Vete, yo seguiré con mi trabajo. Aníbal, malhumorado salió como un ave despedida por la playa.

El mozalbete, siguió con su tarea. Ya había avanzado varios metros, cuando entre la arena, vio un brillo singular. ¿Qué habrán tirado allí? Caminó derecho hasta donde deslumbraba un pequeño pero interesante objeto. Escarbó la arenisca y salió a la luz un anillo hermoso, cuya piedra parecía una lenteja de mil colores. Él, nunca había visto algo así. Lo limpió de arena y se lo guardó en un bolsillo envuelto en un pañuelo de aspecto dudoso. Con eso el limpiaba sus manos y rostro sudados y sucios.

Regresó sobre sus pasos. ¿Qué haré con el anillo? Se lo muestro al jefe y me lo quita diciendo que es de tal o cual. Si le digo a mi padrastro, me lo quita y se lo juega en el bar de Zair. Se lo mostraré a mi vieja. Ella si, sabe de estas cosas.

Llegó a su pequeña vivienda y encontró a su madre lavando en un fuentón como si estuviera dejando pedacitos de pulmón. Jadeaba. ¡Madre, mire lo que me encontré en la playa! ¿Qué es esto? No sé, pero luego que termine iremos a la casa de la bodega, seguro doña Sara sabrá decirme de qué se trata.  Esperó mientras descolgaba un botellón de limonada por su garganta. Ya fresco y cambiada de ropa su madre, salieron rumbo al alto donde se mostraba airosa la casa de los dueños de la bodega.   

Llegaron con unas fuertes ráfagas que hacían volar el delantal de la buena mujer y el cabello de Lucas. Golpearon y al rato, abrió una anciana. ¿Qué necesita? Ver a doña Sara. ¿Para? Eso déjemelo a mí, yo hablaré sólo con ella. Está descansando. ¡No importa, usted la llama y yo le digo por lo que vengo! La anticuada aya, dejó entre abierta la puerta y ambos intentaron descubrir los adornos y muebles de la casa más rica del pueblo. Así, curioseando los encontró la señora. Adela, ¿qué la trae por acá? Perdone señora, pero mi hijo ha encontrado en la playa un anillo y queremos saber si es de algún valor. Sacó Lucas la alhaja y se la mostró. La mujer pegó un respiro y se sostuvo en el marco de la puerta. ¡Vaya anillo que encontraste muchacho! Debe ser el brillante más grande que ví en mi vida. ¡Y he visto muchos, antes en mi país!

Vengan, entren. Llamaré a mi esposo. Salió la dama por un pasillo y abrió la puerta de un escritorio, donde estaba el hombre de la casa. Demetrio venga por favor. Tengo algo que mostrarle. Frente a Lucas y su madre, el robusto caballero se acercó y abrió la mano para ver el objeto que brillaba en las del chico.

¡Dios mío, dijo y se apoyó en el respaldo de un sillón! Tartamudeaba, se secaba el rostro con un pañuelo de lino, se desprendió el cuello de la camisa y terminó sentándose en la punta de una silla. ¡Es un anillo que... bueno, tiene mucho valor! La señora Sara, lo miró sorprendida. ¿Cómo sabes tú el valor de la joya? Es que, es que... no podía hablar; las palabras se le enredaban en la garganta. Creo que lo ví en la vidriera del joyero del pueblo vecino. Tendré que ir hasta allá para preguntar de quién puede ser.

Todos lo miraban asombrados ya que siempre el bodeguero era tranquilo y muy callado. ¡Iré contigo y con Adela! No, imposible. ¿Porqué te ofuscas tanto Demetrio? El hombre se descompuso y hubo que llamar a la servidumbre para que ayudaran a llevarlo a su dormitorio. Lucas los siguió pero no entendía qué le había pasado.

¡Mañana, bien temprano venga Adela, cuando él descanse, iremos a Maximiliano Bustos, el otro pueblo y así el joyero nos dirá! Un ayudante los acompañó hasta el vestíbulo y salieron sin antes dejarle el anillo en custodia a la señora de la casa.

Cuando llegó al dormitorio, don Demetrio lloraba. ¡Qué te pasa hombre? Nada, mañana lo sabrás, déjame dormir. Salió la mujer asombrada. Nunca había visto tan afectado a su marido. Al rato, sintió que hablaba por teléfono con alguien, un susurro que apenas se oía. Carolina, mi amor... apareció el anillo que te di en nuestro aniversario. Lo encontró un muchacho en la playa. ¿Cómo lo perdiste? ¿Cómo? ¿Lo tiraste a propósito? Y yo que estoy en gran apuro con la bodega... Sara entró y le dio tremenda bofetada en pleno rostro. ¿Conque tienes una amante? El teléfono cayó y se sintió la voz de una mujer del otro lado: ¿Crees que me importa tu estúpida bodega? Yo, amo a tu hijo y él, quiere casarse conmigo. Es joven y soltero y tú, eres un anciano.

Sara se sentó y enfrentando a su marido le dijo: ¡Creo que tendremos que hablar con nuestro hijo! Esa canalla te ha sacado dinero y se lo sacará a él si no le dices la verdad. Mañana, lejos de ir al joyero, le irás a dar un dinero a Adela y a Lucas y luego a buscar a nuestro muchacho, que anda con una zorra.

Demetrio, se quedó callado. El hombre desvastado, hundió su rostro en la almohada y sollozando se acurrucó sobre sí mismo. Adiós a su tranquila y bella vida. Sara nunca lo perdonaría y sabía que su hijo tampoco. Al día siguiente sacó el auto, fue a la vivienda de Adela y le dejó un fajo de dinero. Luego salió a toda carrera por el camino y se despeñó en los acantilados lejos de la playa. Nunca estaría cerca del cielo, su pecado se lo impediría.  

CINCO ESTRELLAS

  

¡Sabía que las noticias malas llegan como las tormentas sin aviso!

-Señor Gordon, tendrá que acompañarnos-

Llegó cantando. Estaba feliz. Se había tatuado en la nuca cinco estrellas de cinco puntas. Eran de tamaño pequeño, pero se veían hermosas. -¡Nosotros pusimos el grito en el cielo. ¡Un judío no puede hacerse eso. La Ley lo prohíbe. Ya verás como se enojará el rabino.- dijo la madre.

-Mamá, yo no practico, me he cortado la barba y los peiot.- ¿Qué dirá el Seide? ¡Hay, qué fácil es para ustedes todo ahora!- ¡Cortala mamá! Soy el mejor de mi clase y en básquet y tengo el record en natación en la piscina juvenil.

-¡Ariel!¡Hijo Mío! Que Yahvé te proteja.-

Esa madrugada del sábado llegó la patrulla hasta el edificio. Salió Esther con la peluca sobre los ruleros y apenas cubierta con una bata gastada. -¿Familia Gordon? El dueño de casa por favor, que baje a la vereda con documentos somos de la policía estatal.-

Ismael se puso un pantalones, se acomodó la kipá, como pudo en su calva y bajó corriendo, con el documento en la mano y aterrado.

-¡Hay una posibilidad que identifique a unos muchachos que se han accidentado!-

¡Mi Dios! ¡Subió, se cambió bajo el diluvio de lágrimas de su mujer y su hija! Ya verán que no pasa nada, les dijo. Subió a su coche; que como todas la familia de esa cuadra estacaba en la calle. Siempre defendiéndose de los bribones, entre la vereda y las alcantarillas. Siguió a los policías. Llegaron, como era de esperar a un edificio descascarado, sucio y sombrío. Con olor a creolina y a cigarrillos, humedad que atravesaba cada pared y arista de las habitaciones mugrientas. Lo hicieron entrar a una sala donde estaban sentados unos tipos ignotos, groseros malolientes, con lentes gruesos, ropa vieja; que se escarbaban con palillos comida de la boca mal cuidada. Algunos sin rasurarse y silenciosos que lo miraron con desprecio ¿Quién sabe quién este fulano?

Señor Gordon pase. Sobre unas mesas de granito negro lidiaban con tres cuerpos. Se acercó despacio; destaparon a uno de los jóvenes. Sus ojos  se agrandaron cuando vio en la nuca del muchacho cinco estrellas de cinco puntas con un balazo en el medio. Un grito se atascó en su garganta y cayó con un infarto mortal sobre el piso de la morgue.

ATREVIMIENTO


 

"Si el hombre vive, es porque cree en algo" León Tolstoi.

Cuando nació, todos se retiraron sorprendidos. ¡Si el médico dijo que iba a ser un muchacho! Nació niña, muy blanca y con una pelusa rubia que enmarcaba las mejillas regordetas. La llamaron María del Pilar. Era hija de una pareja de más de cuarenta años, casi un milagro. Pusieron tanto empeño en educarla que era el ejemplo del barrio. Esa pequeña calle, casi un pasaje del interior de un barrio obrero, donde no había más que trabajo e ilusiones.

Creció haciendo de su pequeñez un hermoso corolario de actividades: canto, danza, costura, recitación, cocina y cuidaba del jardín como nadie en las cercanías. Era un verdadero Edén. Cada año, además de la escuela donde concurrían todos los chicos y chicas del barrio, ella traía un certificado de tareas diversas. El profesor de gimnasia, que era alemán y muy atlético, vio algo diferente en la niña y habló con los padres: "Tiene que trabajar esas habilidades", es una verdadera joya sin pulir. ¡Atleta nata!

Ala discordia la puso el tío Alfredo. ¿Cómo una mujer va a ser atleta? ¿La mujeres para la casa y para cuidar la familia y al esposo y a los hijos… qué tanto gimnasio? Pero la abuela Ursulina dio la palabra final: La María del Pilar será lo que tiene que ser, una atleta. Punto. Nadie, pudo decir nada más.

Así pasaban los meses, los años y llegó a la pubertad. Ya había ganado muchas medallas, muchas copas y diplomas de todo tipo. La abuela la acompañaba a cada ciudad, pueblo o club, donde la muchacha, superaba a sus compañeros de tiro al disco, a correr cien, doscientos y trescientos metros; según pasaban los ciclos y cumplía las etapas según su edad. ¡Era tan linda, que los compañeros le decían muchos piropos!, pero ella era criada con valores de personas mayores.

Una mañana muy temprano, el profesor Kurt Clinger llegó a la casa de María del Pilar. Los padres y la abuela lo recibieron sorprendidos. Estaban expectantes. Vengo a preguntar, mi pupila, María está nominada para ir a los juegos olímpicos en Europa. Tienen que hacer sus papeles y preparar toda esta lista de elementos para representar a la argentina en Oslo. ¡La sorpresa los dejó mudos! El padre le pidió un tiempo para hablarlo con calma. Él profesor salió con la triste idea que no la iban a dejar. Y así fue. La respuesta fue un No rotundo.

Tenía dieciocho años, era hermosa, pero… nadie podía acompañarla y Europa estaba muy lejos y ellos, no podían permitirse gastos tan altos. María del Pilar lloró tres días, pero aceptó su destino.

Esa parte de su vida quedó en el recuerdo. En su lugar fue una joven de la capital federal, que trajo una medalla de plata. Si iba María, seguro, traía una de oro. Y el Honor para la patria. No tuvo el atrevimiento de hacer lo que amaba, atletismo.

Pasaron los años y se dedicó a lo que dijo el tío: cuidar de los padres, ayudar y enterrar a sus abuelos y ancianos de la familia y trabajar en una empresa de laboratorios médicos, donde conoció a Jorge. Como amigos llegaron a cumplir veinte años compartiendo trabajo, cenas laborales, paseos de la empresa, congresos de laboratorios, etc. Un día él, Jorge la invitó a almorzar y la llevó a conocer a sus padres y hermanos. Allí le pidió casamiento y en pocos meses en una pequeña ceremonia se casaron. Ella tenía cuarenta y ocho años y él, cincuenta. Vivieron felices, pero algo empañaba su vida, por la edad no pudieron tener hijos. Se conformaban con compartir con los sobrinos todos los acontecimientos novedosos: circos, cabalgatas, vacaciones y un sin fin de actividades. Una noche, después de cenar y bailar varios tangos con el tocadiscos de la casa, Jorge, se sintió mal. Se acomodó en la cama y tomado de la mano de María del Pilar, pasó al sueño eterno. Fue una tristeza infinita. Pero la vida siguió.

Los años pasaron y hoy desde la ventana de un geriátrico observa a los pájaros que vuelan buscando a esa María del Pilar que cada mañana les daba de comer en la ventana.

lunes, 3 de noviembre de 2025

LA CHUCHI


            No sé por donde empezar, si por el final o el principio. Por ahora veo que empecé siendo yo sola en la plaza, con la foto y el cartel. Me acompañaron mis abuelos. Al día de hoy ocho meses después hay como quinientas personas. Cada 17 de mes- número de la mala suerte- vengo con lluvia, sol, caminando con la foto de la Chuchi y pidiendo Justicia.

            Siempre vienen las maestras que nos ayudaron en la escuela primaria. La Chuchi, se caminaba veinte cuadras hasta la casa de la señorita Isolda para que le prestara libros. Leía muchísimo. Era una extraterrestre en la Villa.

            La foto que traigo es de cuando ganó la bandera en sexto. Está linda. Era tan hermosa que siempre la elegían reina de la primavera. La Chuchi, era alta, me sacaba una cabeza y más, delgada, flaca por falta de comida. Su mamá vivía en cama con un vaso de vino o directamente tomaba de la botella. ¿El padre, vaya una a saber quién era y dónde estaba? Tenía un pelo largo hasta más abajo de la cintura y ojos grises como nubes de tormenta, la Chuchi. Tormenta fue su corta vida.

            Una mañana, mi amiga, me pidió si podía bañarse en mi casa. Yo viví siempre con mis abuelos, porque mi mamá me tuvo y se fue. Nunca más supimos de ella. A mi papá tampoco lo conocí. El abuelo Felipe, trabaja con la chatita haciendo transporte en la feria. La abuela Rita, cose para una fábrica clandestina de Avellaneda. Le pagan por quincena y nunca me faltó nada. A la Chuchi sí, le faltaba todo por eso mi abuela la invitaba a comer de vez en cuando o le regalaba un sánguche de bife, con huevo duro y queso. Yo le daba mi leche en la escuela y la torta que nos daba el gobierno. Yo soy más rellenita que ella y los chicos me hacían burla.

            Sigo con la historia, señorita, me fui por las ramas. Comenzó a venir siempre y me ayudaba con las tareas. Cumplimos los doce y ella parecía una mujercita, bella y hablaba como una grande, porque vivía leyendo. Se comía los libros que le daban la seños de la escuela. Yo seguí la escuela secundaria, ella no pudo y salió a buscar trabajo.

            Encontró de ayudante en una panchería de Constitución y eso fue su perdición. Allí conoció al Tuerto. Él, le presentó a un muchacho muy lindo y que parecía un príncipe de película. Jonathan no sé cuanto. La llevaba y la traía a la Villa en un auto de esos que salen en las propagandas. Se vestía como grande. Se maquillaba mucho y parecía una modelo.

            Un día vino a pedirme si se podía quedar en mi casa. Tenía un labio partido y un moretón en las mejillas. Nos dijo que se había caído en la calle. Mi abuelo no le creyó. Es viejo y sabe. Así una noche de tormenta sentimos un ruido en la puerta. Se asomó el abuelo. Estaba tirada en la calle y sangraba. La abuela Rita la envolvió en toallones y nos fuimos al hospital. Quedó internada y la médica habló con la abuela. “Una gran paliza, embarazo perdido, aborto, posible muerte”. Yo no paraba de llorar. Se quedó mi abuela y fui a buscar a la madre. Estaba borracha y me tiró con la botella. Le dije de todo; se paró como pudo y salió tambaleándose a la calle. Se cayó y quedó tirada la muy puerca y el hombre con el que vive la arrastró hasta la vereda y se detuvo allí. La lluvia no la despertaba. ¡Era patética!

            Vino a buscarla el “Príncipe”, tenía que trabajar en el burdel. Era la fundamental bailarina en el caño y no podía perder la clientela. Se la llevó de prepo y la madre, vieja desgraciada, la dejó ir sin decir ni mu. Después supe que era el “príncipe” el que le daba plata a la gran hija de puta. No la vi por un largo tiempo. Yo terminé el bachiller con 17 años y rendía para asistente social cuando apareció en casa. Estaba destruida. Parecía una mujer de cuarenta años. Tenía un bebé. Una nena hermosa parecida a ella. Carina. Me dijo que si le pasaba algo me la quedara. Yo no la entendí. ¿Qué le podía pasar?

            Una mañana cuando salía para la facultad, se me acercó una mujer policía. Me preguntó si yo era Elisa Medina. Le dije sí. Venga su amiga Elizabeth Soria está muy grave y la llama. ¡La Chuchi se llamaba Elizabeth Soria! Yo ni me acordaba.

            Llegué al hospital en el coche de la policía. Estaba en terapia. El “Príncipe” la había rociado con nafta y prendido fuego. Era un monstruo. Se moría. La doctora me pidió que acercara el oído a los labios de la Chuchi. El olor me asqueó, la carne quemada es asquerosa, pero lo hice.”Te dejo mi hija, cuidámela como si fuera tuya” y sentí un ronquido que salía de la garganta de la Chuchi. Me sacaron de la sala y me dieron a la Carina que ya tenía un año y medio.

            La mujer que me la entregó me dio unos papeles con sellos del juzgado en que me hacían responsable de la bebé. Yo lloraba a moco tendido. Había muerto quemada por el precioso Jonathan. Gracias a Dios fue preso. Después en el velorio supe que había zafado de la cárcel, porque es hijo una diputada nacional y tiene un montón de amigos en la casa de gobierno.  

¡Por eso vengo todos los 17 de mes con la foto y el cartel pidiendo Justicia! ¡No puede ser que ese maldito siga en la calle después de lo que le hizo a la Chuchi. La próxima, será otra y otra, total nadie lo puede encerrar. ¡Ah, cada vez viene más gente y más fotos de otras mujeres quemadas o asesinadas por sus parejas y hay más carteles!

Sabe señorita periodista ¿la Chuchi murió con 18 años y nadie reclamó su cuerpo? La enterramos con la ayuda de mis abuelos, las maestras de la escuela y algunos vecinos. De la madre no supimos nunca nada, dicen que desapareció de la Villa. Pero hay tanto muerto tirado por ahí, en las alcantarillas. ¿Quién puede preocuparse por una borracha empedernida? Gracias por venir.

            JUSTICIA, JUSTICIA, JUSTICIA!!!!!!

ESE ALTILLO LLENO DE SORPRESAS

 

            Mamá nos ordenó “ nunca entrarán en el altillo”. Ese fue el peor error que pudo cometer. No dormíamos la siesta ni podíamos concentrarnos en las tareas de la escuela pensando en lo que guardaban en ese altillo misterioso.

            La corta escalera tenía ocho, sólo ocho escalones y se encontraba detrás de ellos una puerta de madera oscura con una vieja cerradura metálica. Solamente mamá y el tío Eugenio tenían la llave. Siempre la limpiaban cuando estábamos en la escuela. Nunca pudimos ver qué había ocultado el viejo gruñón, del tío, en ese rincón famoso.

            El viejo llegó un día de otoño. Era soltero y había vendido su casa en la capital para venir a vivir con nosotros. Mi hermana Chachi, tuvo que dejar su habitación y cederle su cama, su ropero y su paz. Vino a dormir con Luciana y conmigo. Estábamos apretadas en el dormitorio que daba  al sur, era frío y el baño quedaba a cierta distancia. Siempre había que esperar que el hermano de papá terminara de vestirse, peinar su larga cabellera que pasaba de un lado a otro haciendo un enrejado parecido a una cesta de mimbre, en su calva reluciente.

            La primera semana fue muy agradable contándonos chistes y anécdotas, de su juventud. Luego habló de sus viajes y finalmente nos hablaba de sus maravillosas compras de anticuario. Nos veíamos obligadas a buscar en el diccionario la mayoría de las palabras que decía porque no sabíamos qué querían decir. Mamá nos retaba diciendo que para eso papá pagaba una escuela tan cara. ¡ Es que el tío es tan antiguo, que nos se le entiende de qué habla! Le contestábamos nosotras.

            Comenzamos a imaginar que en el altillo había un tesoro robado en algún lejano país exótico. Luego decidimos que había una momia de Egipto, donde según él, había vivido entre traficantes de tesoros perdidos. A partir de las tres o cuatro semanas, ya habíamos llegado a la conclusión que había un cadáver de alguna mujer, a la que había comprado a los beduinos del África y luego de matarla, la había descuartizado para no estar preso en Devoto. Así, en las interminables noches desveladas, hablábamos tantas tonterías, que mamá terminó por prohibirnos dejar la luz encendida hasta que las campanadas daban doce golpes de bronce. El reloj, es verdad, era del tío. Era hermoso y tenía además unas bailarinas que salían de una especie de teatrito de terciopelo rojo. Lo había comprado en Italia, en Venecia. Con eso habían llegado dos sillones color azul y plata, de forma exótica; una vitrina repleta de miniaturas de cristal de colores, hechas muchas de ellas en países con nombre difíciles. En fin nuestra vida de niñas tranquilas había terminado con el famoso altillo prohibido.

            Descubrimos que el tío, estaba muy enfermo. Una extraña fiebre tropical, que había contraído en África o en Australia. Eso creaba mayor curiosidad entre nosotros. Esa llave... era un imán perfecto a nuestra imaginación. La cerradura herméticamente cerrada, ponía un murallón entre los ojos despabilados y el corazón palpitante. Mamá también escondía algo. Y para los chicos todo lo que es prohibido es la invitación a transgredir.

            Pero, un día, salieron los tres, papá, mamá y el tío Eugenio en busca de un médico especialista. Luciana encontró la llave y allá fuimos. Subir los escalones fue una aventura indescriptible. El olor a humedad y el polvo, golpeó nuestras narices. Un sin fin de cajas, baúles y arcones con maravillas se abrió a nuestras pupilas dilatadas por el asombro.

            Había un sin número de trenes eléctricos, a cuerda, muñecas con brazos y piernas articuladas cuyos ojitos de porcelana brillaban con el suave movimiento de sus cabezas. Se abrían y cerraban rítmicamente , mientras de sus vientres salía un sonido semejante al llanto o a la palabra: mamá.  Quedamos boquiabiertas. Un cajón contenía cajas de música. Las había de madera, de madre perla, de carey, de vidrio...; algunas tenían pequeñas muñecas que danzaban otras, una cascada de nieve que caía sobre un trineo. Había soldaditos de plomo vestidos con sus perfectos atuendos de época. Nos distrajimos tanto que cuando quisimos salir, descubrimos, ya tarde, que la puerta se había cerrado y no teníamos forma de abrirla desde adentro. Yo comencé a llorar y Luciana me trataba de consolar, pero sabíamos lo que se venía. Pasó un tiempo, para mi, interminable y escuchamos las voces familiares. Papá discutía con el ¡famoso! Tío Eusebio. Estaba tan enojado, que gritaba. –Han entrado sin mi autorización.-  La ira lo hacía temblar, dijo luego mamá, relatando la discusión. Chachi, por celos nos había encerrado y cuando mamá abrió la puerta... la abrazamos, pidiéndole perdón y que nos protegiera. Todos estaban muy serios. Papá nos habló con serenidad, pero con la formalidad de los momentos difíciles.

            La cara del tío era una estatua de madera, pero, luego del susto, al final, nos regaló uno de sus tesoros. Yo recibí una muñeca alemana, de cabellos rubios naturales, que hablaba con un extraño mecanismo dentro de su cuerpo. Fui la más feliz de las muchachas de mi barrio. Luciana recibió una cajita de música siciliana con una arlequín que tocaba una pequeñísima guitarra y Chachi un tren a cuerda que giraba y giraba alrededor de vías que pasaban por una ciudad en miniatura. ¡Ah, mi muñeca tenía un precioso vestido de color azul! Aun la conservo a pesar de mis ochenta años.

           

GAUDENCIO ALBORNOZ

 

            Nació en medio de una feroz tormenta. Y su vida fue tormentosa. El cuerpo de contextura débil, no le impidió sabotear la inclemencia de la niñez. Peleó por el espacio que le ofrecía la familia que le tocó. La perdió siendo un purrete. Siempre perdió.

            Sus noches a destajo de hambre. Su tímida tristeza y la enconada necesidad de salud, lo acercó al límite. Con astucia sorprendente corrigió la insoportable carencia de sostén material. Jugó tan sólo con objetos descartados, en soledad de amigos, creó uno imaginario con el que compartió lágrimas y risa.

            Un día creció como para comprender su realidad e inició una batalla desproporcionada contra la vida. Desmesura y destreza lo acercaron a defender el área donde logró pararse. Ese día le descubrieron la habilidad para la música. Era un barítono de primera. Dotado de una exquisitez incomprensible.

 Una mano interesada lo catapultó por caminos nuevos. Aprendió letras y sonidos que desarrollaron un repertorio inagotable. Cada audición era una fiesta. La radio le abrió el espacio más ambicioso que se pudiera pensarse. Fama y algo de dinero.

           

 

La Negra

                                              

                        La vieja y deslucida casona de adobones, entre los parrales encatrados  escondía un secreto. Nadie sabía cuándo ni cómo se había muerto la Negra. Un día habían llegado unos hombres con unos policías y envuelto en un mantel a cuadros verde y blanco se llevaron lo que todos presumían era su cuerpo. En el fogón carcomido y grasiento dejaron unos papeles dañineros con muchos sellos y se fueron cerrando las puertas con una cadena y un candado tapujero. Una hoja de papel escrita a máquina quedó pegoteada allí con un engrudo pastoso, en el medio de las puertas como sellando un pacto mudo de no entrometerse. El "choco", el gran amigo de los solitarios se quedó varios días allí aquerenciado sin comprender nada, como la gente de las otras fincas.Un día se fue y como todos se fue desdibujando la imagen de la muchacha retozona y alegre. En esa poquedad de presencia humana comenzó a crecer chipica donde antes había lechuga, zapallo y zanahorias. Los parrales quedaron tan cargados de colgajos de uva seca, que de a poco se fueron cortando los sostenes alambrudos y cayéndose en la tierra reseca y ocre quedó hecho un estropicio la otrora heredad abundosa. Y el silencio comenzó junto a las sombras a ponerle un color distinto al que fuera un vergel cultivado y frutal. Un viento zonda tiró abajo un almendruzco con el que hacía el dulce más rico que existiera. Cayó un rayo en el nogal y el pequeño incendió provocó un sustó pasajero. Nadie se atrevía a pasar la tranquera por miedo a los milicos y a la autoridá como decía don Carmelo...¿quién sabe qué pueden hacerle a uno?.

                        Llegó el otoño y las hojas de los álamos del carril y del ancho callejón cubrieron con su crujiente chisporroteo de ocres y aguaitadoras hojas costumbreras, el adormecido chacrerío del Algarrobal.

                        Un calorcito siestero hacía más suave los primeros fríos que alejaron a los cosecheros y acampujaron a los aporcadores y chimangones que vuelteaban buscando changas. Los buenos podadores llegaban más tarde con tijeras y sus espaldas de cartón y barro. Sus manos artesanas no se movían de balde, ¡ ellos sabían...! y una poda buena era una buena cosecha. La casa de la Negra, emponchada de soledad, fue refugio de garreros y mirones que aguaitaban para acercarse algún fogón con arrope, con humita y carbonada de la buena.

                        La casa de la finada estaba tan destartalada cuando se fueron, que parecía un amañado estropicio. Después se quedó quieta; parecía una catedral de yeso y sal, nostalgiada de cacareos de gallinas cluecas, de chillidos y gritos casi humanos del grasoso engorde  para el carneo de julio y el resoplido mañero de la yegüa " Pintada", que arrastraba los trebejos laboriosos de la finca. La casa estaba muda. Muda la faja amarillenta de la puerta que nunca se había abierto por miedo a la autoridad.

                         Y el frío que acercaba el invierno compañero de los muertos.Pasó el tiempo y nadie merodeó el caserón siniestro. ¡Pero ...comenzó un rumor que se hizo sospechoso a mujeraje..." La difunta se ha devuelto a la casa abandonada...", "La Negra está aposentada pidiendo responso en el rancho ruinoso.."; y el comentario crecía como espuma olorosa de puchero, como el olor penetrante del dulce de alcayota en la paila de cobre que chispea al sarmiento, como la preñez ansiada de la viña en primavera...!

            ¡Y entonces...un día...!

                        La siesta recalentaba lindo los sesos y los chicos jugaban a la payana junto al zanjón aquella tarde de verano; un coche pasó levantando mucho polvo y dejando cegatones a los "culillos", que chapaleaban en el agua marrón como si aprovecharan un mar sereno y limpio que nunca conocerían ; entre tirada y tirada, los carozos de durazno, de damasco y de ciruela, frotados, lustrosos y mágicos volaban entre los dedos ágiles y febriles, eran mejor que las piedras...y la "vieja" no protestaría por romper los bolsillos de los desgastados pantaloncitos, con las piedras. El automóvil disminuyó la velocidad y se detuvo enfrente de la casona destartalada. Unos hombres bajaron del auto y merodearon con interés delante del derruido portal. Sacaron algunas fotos. Los chicos curiosos se acercaron al brillante "fordcito" y con las manos mugrientas y el aliento húmedo comenzaron a lustrar los cromados. Como  fieras los comenzaron a echar y los mocosos ni lerdos ni perezosos, los apedrearon con todo lo que encontraron a mano. Volaron insultos a piedras, amenazas a cascotes, gritos y una lluvia de carozos de lustrado lujo infantil. Esos se fueron rápido decían a coro y atropellando las palabras los chiquilines. ¿Quiénes serían esos puebleros curiosos ?.

                        Los eternos rastreadores de ambiciosos milagros para robar la pobre gente indefensa, ya miraban los posibles manoseos de los creyeros.

 

                                   Pasó un tiempo y todo quedó en la simple anégdota. Para "Patrón Santiago" con un frío de nieve maliciosa y necesaria, la Arminda y la Felipa que iban a la procesión por el callejón de la alameda abajo, vieron que la ventana de la que fuera la sala de la "difunta" estaba abierta, se miraron sorprendidas y se santiguaron. Con unas montoneras olorosas de cementerio otoñal y vejez en la mano, llegaron hasta la parada del colectivo, tenían que llegar al centro, no fuera que el "santito" se fuera a enojar y se moviera la tierra como un tembladeral ya bastante conocido. Cuando subieron y se apretujaron entre sudores, toses y charlas ajenas dentro del micro, las viejas las miraron con mal humor y los hombres con desprecio, "chupa cirios", pensaron muchos , "santas mujeres" pensaron otros y ellas sólo pensaban en la ventana de "la Negra". La  iglesia de "San Nicolás" estaba una preciosura de candiles y sotanas, resplandecían las lámparas doradas y un olor penetrante de incienso malograba el de cuerpos, ahogos y sebo, perfumes baratos, transpiración  y miserias escondidas. ¡ Rezos, muchos rezos, palabrería inútil para algunos funcionarios que acudían por orden del comité o de un superior "mojigato"!. ¡Ellas no, ellas creían en el Santo...y pensaban en la Negra !                      

                        De regreso era tarde, ya el sol había comenzado a patinar de colores rojizos y morados hasta las mismas aguas turbias y se apresaron una junto a la otra buscando calor, cobijo y bravura...de mujeres simples. Los pies desacostumbrados  a los zapatos parecían aguijoneados por millones de alfileres , tenían los pies hinchados como sapos y les dolía la riñonada de caminar sobre el baldoserío de la Alameda. Querían llegar pronto y acomodarse en sus humildes camas para descansar de tanto trajín callejero, ajeno a sus vidas sencillas. Cuando atravesaron la calle y enfrentaron el callejón oscuro frente al portón del caserón semiderruido, asombradas vieron con fijeza que una frágil luz amarillenta se filtraba por los postigones casi abiertos. Corrieron a los tropezones. ¿La "Perichona", el "Ánima de la Difunta" o el mismo "Mandinga"? ¡ El terror cubrió los rostros y aprisionó el alma sumisa de las mujeres! .Se separaron y entraron casi mudas a sus hogares . Los rosarios de cuentas bendecidas una y mil veces, parecían agua fresca del manantial montañéro, como pasaban entre los dedos sudorosos y agarrotados por el miedo y las duras faenas de la tierra.

                                   A la medianoche una lechucita comenzó con su silbido característico frente a las ventanas de ambas mujeres. Mensaje de ánima.¡ La difunta quiere algo!, ¡ Misa, seguro!. El amanecer las encontró con el mate dulce y unas sopaipillas grasientas y camotes asados al  rescoldo, desgranando avemarías y padrenuestros. Don Carmelo llegó como a las ocho para podar el parral de la Arminda y después del primer "amargo" comenzó la extraña  cháchara comadrera.                                                      

            - ¡Buenas compadre!- ¿cómo le anda?- dijo estirando la mano.

            - Con achaques de viejo comadre, los mesmos de siempre y ¿qué me cuenta? -y se sentó en un banco de totora en la orilla del fogón secándose la frente con un pañuelo de color incierto.           

            - ¡ La Negra, Carmelo; la Negra nos quiere decir algo...cosa de preguntarle no más!- dijo con un gesto de santiguarse- Mire, hay que llamar al compadre Sacarías que es de "Ver" en las tripas de las aves. Es hombre "santo" tiene los "dones y es curandero" ; seguro que él podrá  limpiar la casa. Y le pasó un mate.

            _ Doña Arminda...,¿ cómo va a pensar que después de tanto tiempo, un dijunto va a presentarse y a mandinguear a los amigos?-dijo el viejo atragantándose con la comida- ¿Acaso no sería un atropello de la despojada ?

            -Yo de la Negra no quiero hablar. Me malicio que el ánima desatendida y en pena, anda entre los frutales y el higueral del callejón -dijo acercando un diligente mate con sopaipilla crujiente de grasa peya.

            - No estará en sosiego entodavía - dijo chupando an

sioso el mate dulzón que rechifló entre sus labios.

            - ¡Válgame Dios compadre..., válgame Dios, que dende hace casi un año las ánimas peregrinan por el callejón de los Sosa. ¿no vio las luces malas a la oración, si un caso?- secándose la frente con el mugroso delantal señaló la puerta y se persignó.

            - ¿Luces malas?- dijo haciéndo "Cruz-diablo" con las manos call

osas y labriegas.

            - ¡ Mismo digo, mismo dicen los que saben !, compadre...- el calor le daba un tono rubicundo a la cara morena.

            - ¡Tal vez la Perichona o la "Difunta Correa ! . Esas sí son de mentas y de apariciones costumbrosas, comadre.

            - Yo le repito la mujer nos necesita.- y juntando varias velas y unas estampas de santos se encaminó hacia la casa en cuestión, dejando al hombre con el baqueteo. Al llegar a la puerta sintió un tirón que casi la empuja a la acequia, y señalando a la ventana comenzó con los rezos mientras tartamudeaba del susto. De pronto una figura levemente luminosa se recortó en los restos de vidrios mugrientos. Arminda salió corriendo sin volverse a mirar. A la hora del Ángelus y cuando ya la tarde se entrometía impiadosa, entre humo de olivo bendito de Domingo de Ramos, de la Semana Santa pasada, que crepitaba en el brasero y unas gotas de agua bendita , se prometió ir a ver de nuevo , pero esta vez buscaría compañía de gente amiga, no fuera que le pasara algo...y así una procesión de cinco vecinas comenzaron la extraña caminata. Nada más llegar y verse de frente con "la muerta", vestida con un hábito de carmelita descalza.

                        Cuando medio espantadas, se atrevieron a hablarle, desapareció entre los ruinosos adobes, dejando un enorme perfume de nardos. La Armida envalentonada entró en la casa. Sobre el antiguo mesón encontró una carta, amarilla y sucia de tierra pero donde se podía leer aún :" mañana me voy a vivir con el Benito Suarez, no vuelvo más...y me lleva con él para casorearme...y en el piso caído como al descuido el diario "Los Andes" que aún anunciaba un trágico accidente : ESTA MADRUGADA MURIÓ EL GRAN CANTOR  BENITO SUAREZ, dejará una esposa y cinco niños huérfanos de padre.

            Sobre la mesa un frasco de veneno vacío era el mudo mensaje de la Negra.¡ Pucha si necesitaba Misas la difunta !.