La
vieja y deslucida casona de adobones, entre los parrales encatrados escondía un secreto. Nadie sabía cuándo ni
cómo se había muerto la Negra. Un día habían llegado unos hombres con unos
policías y envuelto en un mantel a cuadros verde y blanco se llevaron lo que
todos presumían era su cuerpo. En el fogón carcomido y grasiento dejaron unos
papeles dañineros con muchos sellos y se fueron cerrando las puertas con una
cadena y un candado tapujero. Una hoja de papel escrita a máquina quedó
pegoteada allí con un engrudo pastoso, en el medio de las puertas como sellando
un pacto mudo de no entrometerse. El "choco", el gran amigo de los
solitarios se quedó varios días allí aquerenciado sin comprender nada, como la
gente de las otras fincas.Un día se fue y como todos se fue desdibujando la
imagen de la muchacha retozona y alegre. En esa poquedad de presencia humana
comenzó a crecer chipica donde antes había lechuga, zapallo y zanahorias. Los
parrales quedaron tan cargados de colgajos de uva seca, que de a poco se fueron
cortando los sostenes alambrudos y cayéndose en la tierra reseca y ocre quedó
hecho un estropicio la otrora heredad abundosa. Y el silencio comenzó junto a
las sombras a ponerle un color distinto al que fuera un vergel cultivado y
frutal. Un viento zonda tiró abajo un almendruzco con el que hacía el dulce más
rico que existiera. Cayó un rayo en el nogal y el pequeño incendió provocó un
sustó pasajero. Nadie se atrevía a pasar la tranquera por miedo a los milicos y
a la autoridá como decía don Carmelo...¿quién sabe qué pueden hacerle a uno?.
Llegó
el otoño y las hojas de los álamos del carril y del ancho callejón cubrieron
con su crujiente chisporroteo de ocres y aguaitadoras hojas costumbreras, el
adormecido chacrerío del Algarrobal.
Un
calorcito siestero hacía más suave los primeros fríos que alejaron a los
cosecheros y acampujaron a los aporcadores y chimangones que vuelteaban
buscando changas. Los buenos podadores llegaban más tarde con tijeras y sus
espaldas de cartón y barro. Sus manos artesanas no se movían de balde, ¡ ellos
sabían...! y una poda buena era una buena cosecha. La casa de la Negra,
emponchada de soledad, fue refugio de garreros y mirones que aguaitaban para
acercarse algún fogón con arrope, con humita y carbonada de la buena.
La
casa de la finada estaba tan destartalada cuando se fueron, que parecía un
amañado estropicio. Después se quedó quieta; parecía una catedral de yeso y
sal, nostalgiada de cacareos de gallinas cluecas, de chillidos y gritos casi
humanos del grasoso engorde para el
carneo de julio y el resoplido mañero de la yegüa " Pintada", que
arrastraba los trebejos laboriosos de la finca. La casa estaba muda. Muda la
faja amarillenta de la puerta que nunca se había abierto por miedo a la
autoridad.
Y el frío que acercaba el invierno compañero
de los muertos.Pasó el tiempo y nadie merodeó el caserón siniestro. ¡Pero
...comenzó un rumor que se hizo sospechoso a mujeraje..." La difunta se ha
devuelto a la casa abandonada...", "La Negra está aposentada pidiendo
responso en el rancho ruinoso.."; y el comentario crecía como espuma
olorosa de puchero, como el olor penetrante del dulce de alcayota en la paila
de cobre que chispea al sarmiento, como la preñez ansiada de la viña en primavera...!
¡Y
entonces...un día...!
La
siesta recalentaba lindo los sesos y los chicos jugaban a la payana junto al
zanjón aquella tarde de verano; un coche pasó levantando mucho polvo y dejando
cegatones a los "culillos", que chapaleaban en el agua marrón como si
aprovecharan un mar sereno y limpio que nunca conocerían ; entre tirada y
tirada, los carozos de durazno, de damasco y de ciruela, frotados, lustrosos y
mágicos volaban entre los dedos ágiles y febriles, eran mejor que las
piedras...y la "vieja" no protestaría por romper los bolsillos de los
desgastados pantaloncitos, con las piedras. El automóvil disminuyó la velocidad
y se detuvo enfrente de la casona destartalada. Unos hombres bajaron del auto y
merodearon con interés delante del derruido portal. Sacaron algunas fotos. Los
chicos curiosos se acercaron al brillante "fordcito" y con las manos
mugrientas y el aliento húmedo comenzaron a lustrar los cromados. Como fieras los comenzaron a echar y los mocosos
ni lerdos ni perezosos, los apedrearon con todo lo que encontraron a mano.
Volaron insultos a piedras, amenazas a cascotes, gritos y una lluvia de carozos
de lustrado lujo infantil. Esos se fueron rápido decían a coro y atropellando
las palabras los chiquilines. ¿Quiénes serían esos puebleros curiosos ?.
Los
eternos rastreadores de ambiciosos milagros para robar la pobre gente
indefensa, ya miraban los posibles manoseos de los creyeros.
Pasó
un tiempo y todo quedó en la simple anégdota. Para "Patrón Santiago"
con un frío de nieve maliciosa y necesaria, la Arminda y la Felipa que iban a
la procesión por el callejón de la alameda abajo, vieron que la ventana de la
que fuera la sala de la "difunta" estaba abierta, se miraron
sorprendidas y se santiguaron. Con unas montoneras olorosas de cementerio otoñal
y vejez en la mano, llegaron hasta la parada del colectivo, tenían que llegar
al centro, no fuera que el "santito" se fuera a enojar y se moviera
la tierra como un tembladeral ya bastante conocido. Cuando subieron y se
apretujaron entre sudores, toses y charlas ajenas dentro del micro, las viejas
las miraron con mal humor y los hombres con desprecio, "chupa
cirios", pensaron muchos , "santas mujeres" pensaron otros y
ellas sólo pensaban en la ventana de "la Negra". La iglesia de "San Nicolás" estaba una
preciosura de candiles y sotanas, resplandecían las lámparas doradas y un olor
penetrante de incienso malograba el de cuerpos, ahogos y sebo, perfumes
baratos, transpiración y miserias
escondidas. ¡ Rezos, muchos rezos, palabrería inútil para algunos funcionarios
que acudían por orden del comité o de un superior "mojigato"!. ¡Ellas
no, ellas creían en el Santo...y pensaban en la Negra !
De
regreso era tarde, ya el sol había comenzado a patinar de colores rojizos y
morados hasta las mismas aguas turbias y se apresaron una junto a la otra
buscando calor, cobijo y bravura...de mujeres simples. Los pies
desacostumbrados a los zapatos parecían
aguijoneados por millones de alfileres , tenían los pies hinchados como sapos y
les dolía la riñonada de caminar sobre el baldoserío de la Alameda. Querían
llegar pronto y acomodarse en sus humildes camas para descansar de tanto trajín
callejero, ajeno a sus vidas sencillas. Cuando atravesaron la calle y
enfrentaron el callejón oscuro frente al portón del caserón semiderruido,
asombradas vieron con fijeza que una frágil luz amarillenta se filtraba por los
postigones casi abiertos. Corrieron a los tropezones. ¿La
"Perichona", el "Ánima de la Difunta" o el mismo
"Mandinga"? ¡ El terror cubrió los rostros y aprisionó el alma sumisa
de las mujeres! .Se separaron y entraron casi mudas a sus hogares . Los
rosarios de cuentas bendecidas una y mil veces, parecían agua fresca del
manantial montañéro, como pasaban entre los dedos sudorosos y agarrotados por
el miedo y las duras faenas de la tierra.
A
la medianoche una lechucita comenzó con su silbido característico frente a las
ventanas de ambas mujeres. Mensaje de ánima.¡ La difunta quiere algo!, ¡ Misa,
seguro!. El amanecer las encontró con el mate dulce y unas sopaipillas grasientas
y camotes asados al rescoldo,
desgranando avemarías y padrenuestros. Don Carmelo llegó como a las ocho para
podar el parral de la Arminda y después del primer "amargo" comenzó
la extraña cháchara comadrera.
-
¡Buenas compadre!- ¿cómo le anda?- dijo estirando la mano.
-
Con achaques de viejo comadre, los mesmos de siempre y ¿qué me cuenta? -y se
sentó en un banco de totora en la orilla del fogón secándose la frente con un
pañuelo de color incierto.
-
¡ La Negra, Carmelo; la Negra nos quiere decir algo...cosa de preguntarle no
más!- dijo con un gesto de santiguarse- Mire, hay que llamar al compadre
Sacarías que es de "Ver" en las tripas de las aves. Es hombre
"santo" tiene los "dones y es curandero" ; seguro que él
podrá limpiar la casa. Y le pasó un
mate.
_
Doña Arminda...,¿ cómo va a pensar que después de tanto tiempo, un dijunto va a
presentarse y a mandinguear a los amigos?-dijo el viejo atragantándose con la
comida- ¿Acaso no sería un atropello de la despojada ?
-Yo
de la Negra no quiero hablar. Me malicio que el ánima desatendida y en pena,
anda entre los frutales y el higueral del callejón -dijo acercando un diligente
mate con sopaipilla crujiente de grasa peya.
-
No estará en sosiego entodavía - dijo chupando an
sioso el mate dulzón que
rechifló entre sus labios.
-
¡Válgame Dios compadre..., válgame Dios, que dende hace casi un año las ánimas
peregrinan por el callejón de los Sosa. ¿no vio las luces malas a la oración,
si un caso?- secándose la frente con el mugroso delantal señaló la puerta y se
persignó.
-
¿Luces malas?- dijo haciéndo "Cruz-diablo" con las manos call
osas y labriegas.
-
¡ Mismo digo, mismo dicen los que saben !, compadre...- el calor le daba un
tono rubicundo a la cara morena.
-
¡Tal vez la Perichona o la "Difunta Correa ! . Esas sí son de mentas y de
apariciones costumbrosas, comadre.
-
Yo le repito la mujer nos necesita.- y juntando varias velas y unas estampas de
santos se encaminó hacia la casa en cuestión, dejando al hombre con el
baqueteo. Al llegar a la puerta sintió un tirón que casi la empuja a la
acequia, y señalando a la ventana comenzó con los rezos mientras tartamudeaba
del susto. De pronto una figura levemente luminosa se recortó en los restos de
vidrios mugrientos. Arminda salió corriendo sin volverse a mirar. A la hora del
Ángelus y cuando ya la tarde se entrometía impiadosa, entre humo de olivo
bendito de Domingo de Ramos, de la Semana Santa pasada, que crepitaba en el
brasero y unas gotas de agua bendita , se prometió ir a ver de nuevo , pero
esta vez buscaría compañía de gente amiga, no fuera que le pasara algo...y así
una procesión de cinco vecinas comenzaron la extraña caminata. Nada más llegar
y verse de frente con "la muerta", vestida con un hábito de carmelita
descalza.
Cuando
medio espantadas, se atrevieron a hablarle, desapareció entre los ruinosos
adobes, dejando un enorme perfume de nardos. La Armida envalentonada entró en
la casa. Sobre el antiguo mesón encontró una carta, amarilla y sucia de tierra
pero donde se podía leer aún :" mañana me voy a vivir con el Benito
Suarez, no vuelvo más...y me lleva con él para casorearme...y en el piso caído
como al descuido el diario "Los Andes" que aún anunciaba un trágico
accidente : ESTA MADRUGADA MURIÓ EL GRAN CANTOR
BENITO SUAREZ, dejará una esposa y cinco niños huérfanos de padre.
Sobre
la mesa un frasco de veneno vacío era el mudo mensaje de la Negra.¡ Pucha si
necesitaba Misas la difunta !.
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