domingo, 31 de agosto de 2025

GAITAS EN LA MEMORIA


                                                    

   Orieta se despertó con un sudor que empapaba la almohada y el camisón. No hacía ni frío ni calor. La primavera se había presentado diferente a otros años. Con el control remoto abrió la cortina que oscurecía la habitación. ¿Había soñado o vivido una experiencia notable?

Nació en una ciudad mediterránea de Argentina. Sus padres y abuelos eran italianos y habían llegado en el tren desde Buenos Aires para vivir en el interior; además, no tenía ningún antepasado galés, escocés o gallego; sin embargo siempre tenía ese sueño recurrente. Las gaitas llegaban de lejos con su sonido agridulce. Agudo y melancólico. Ella sentía que paseaba descalza sobre un prado de trébol verde, entre robles antiguos, fuertes y poblados de pájaros desconocidos.

Se veía a sí misma vestida con una túnica de lino fino, el cabello suelto hasta la cintura y sus manos como cuellos de gansos de plumón se movían al ritmo de dichas melodías. Nunca se animó a confiarle a su madre ni a Enrique su experiencia.

Debe ser una vida anterior, le dijo una compañera de la facultad que amaba el ocultismo y la New Age. ¡En vidas pasadas has vivido en el país Celta, en Dublin o en Stonehenge. Yo me reí a carcajadas.

¡Soy más “tana” que la tarantela y la pizza…! Pero me dejó pensando. Desde los cinco años o antes yo sentía esa música y me perturbaba.

Comencé a investigar. Fui a la escuela de música y me mandaron a una biblioteca enorme. Cuando entré, los allí presentes me miraron sorprendidos. 

¡Yanneth Jones, cuándo regresaste? ¿No era que no reemprenderías nunca la vuelta a este país que fue tan agreste para tu música?

Yo los quedé mirando estupefacta. Me llamo Orieta Strucchi y siempre viví en este lugar. Jamás me fui y he venido a investigar por una melodía que me tiene asombrada. Sueño siempre con gaitas y… relaté por primera vez, sin vergüenza mis visiones nocturnas.

Se había hecho un silencio mayúsculo. Me miraban con temor y curiosidad. Un joven músico, con seguridad, se acercó y me dijo: - Mira, no se si lo que te voy a decir puede servirte de algo…, acá vino hace unos años, una becaria que tocaba la gaita muy, muy bien. Era la profesora más querida de la academia. Delgada, de largo cabello rojo que coronaba su cadera, siempre vestida con una túnica de lino suave de color claro… y un día, se enamoró del profesor Cándido Cazares. Él, era un hombre mayor. Violinista. Soltero. Creo que el amor fue mutuo, pero… esta historia no podía terminar como en las películas. ¿Sabes? Una mañana viniendo para las cátedras lo atropelló un coche y quedó en coma. Cuando despertó estaba totalmente amnésico. Aun vive en un geriátrico del estado. No conoce a ningún alumno ni a profesores y a ella, la echó del nosocomio. Sólo, nadie supo por qué la reconoció,  antes que ella se alejara le suplicó tocara una antigua partitura con la gaita. Ese sonido quedó en la memoria colectiva de la academia. Dicen los que cuidan de él y acá en las salas, en ciertas noches, se escucha la gaita de Yanneth Jones con su clara música de gaita.

Salí desconcertada, peor que cuando entré. Sigo en algunas noches, soñando con esa estridente música celta de gaita.                              

                                    

                                    

 

RECUERDA ONOFRE

 


            Tomaste la decisión de irte de Villa Antigua, para escapar de un amor imposible. Mi memoria se retrotrae a ese día. Cerraste la casa, pusiste un enorme candado de bronce en la gran puerta de raulí chileno, que había hecho el abuelo en su taller de carpintero y ebanista. Las celosías parecías párpados de una doncella muerta en la mejor edad de juventud. ¡Ay, Onofre…! Cuánta pena dejaste en Guillermina.

            Ella te observaba desde la ventana en la casa frente al gran portal. Corriste hacia el paso del tren. El reloj de la iglesia dio siete campanadas que sonaron a camposanto. Dejaste un hueco enorme en el pueblo. Tanto que, si recuerdas, el abuelo había plantado un cedro sobre la pared del oeste para evitar el ardor de los veranos. ¡Pues bien, era pequeño cuando te fuiste huyendo del padre de la muchacha! Pero pasó el tiempo y se transformó en un árbol gigante, tanto que derribó todo el muro. Dejó la casa abierta como si una boca enorme que quisiera engullirse todo lo que quedó dentro.

            Guillermina comenzó a llorar. Cada vez que escuchaba el ruido del ferrocarril, con su paso de hierro asustado, ella prorrumpía en llanto. Tú nunca llegaste. Su padre la vio tan triste que vino a preguntar por tu destino. Yo no sabía donde vivías y trabajabas. No supe darle una respuesta; al poco tiempo un infarto que desgajó al viejo, la dejó sola. Curiosamente cuando le fui a dar el saludo por su orfandad, estaba húmeda; las manos, los guantes, la blusa y la pollera. ¡Tanto lloró que comenzaron a juntarse pequeños charcos primero y luego más y más agua en su alcoba, esa que tenía frente al portón de raulí que extrañamente nunca se cayó arrastrado por el derrumbe de la casa! Allí brilla todavía el bronce de la aldaba y el candado como mudo recuerdo de que allí ha vivido una familia.

            Un día me pidieron que fuera a ver a Guillermina. Cuando abrí la puerta, que no tenía llave, un raudo fluir de agua con sabor de lágrimas me envolvió completo. La hallé ahogada en su propio llanto.

            Le di una sepultura hermosa, llena de ángeles celestes de yeso y una cruz de mármol, que encontré en el patio de tu casa derruida por la desidia y el tiempo. Onofre, perdona, no puedo seguir contándote lo que pasó después porque he llorado tanto, que me estoy ahogando como sucedió con ella. Onofre, recuerda que yo la amaba más que tú y nunca pude hablarle de mi amor y darle un beso. Mi esposa y mis hijos no saben de mi eterno amor por Guillermina

            Adiós Onofre, espero que si vienes a buscarla, encuentres esta carta entre las flores del antiguo patio o junto al portón de raulí que hizo el abuelo. Con cariño, Demetrio, tu hermano menor.

 

CARTAS

  

            Adoraba al tío Atilio. Moría y me pedía que llamara a Ricardo, amigo incondicional de la niñez. Bajé las escaleras con una velocidad increíble en mí.

            Con mano temblorosa entregó una llave de plata y murmuró un nombre... Elisa. Cerró los ojos y dos lágrimas casi desaparecieron en su piel arrugada y pálida.

            Me entregaron una pequeña caja de madera perfumada, con su tesoro. Salí corriendo, al llegar a una casona de la zona residencial de la ciudad. Fui recibida por una anciana muy elegante y fina. Tomó el cofre; las cartas cayeron como cascada en la alfombra. Comenzó a leer. Estaban escritas en fino papel de hilo con la hermosa letra de Atilio.

 

                                              

            Marzo de 1927

 

            Mí amada niña......

                           Hoy volví a verla. He pasado por décima vez delante de su casa. Usted no me mira. ¡Claro cómo va a fijarse en un pobre muchacho como yo!.... La amo tanto....Sueño con su cabello de color de trigo y el pálido y suave tono de su rostro. A veces la veo jugar con su hermana que no es ni la pálida sombra de su cálida belleza. Siento su clara risa juvenil y sueño con poder hablarle. Le envié un libro de poemas de amor y vi que lo leía sentada en los troncos del jardín mientras se hamacaba entre las flores. Todos los poemas son lo que yo quiero para nuestro mundo. Vuelvo a decirle que la amo.

                        Su enamorado.

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            Adorada Eloisa.....

                          Su traje negro la hace más fina y frágil. ¿Cómo la cobijaría entre mis brazos, para que su pena se calme?  ¡Perder a un ser amado es una tortura, pero no poder hablar al objeto de adoración, una tragedia!... La amo tanto que...creo que voy a enloquecer. Ayer volví a pasar por su casa y vi con dolor, que lloraba junto a su árbol favorito. ¡Cómo hubiera entrado para que , apoyando su cabecita en mi pecho, encontrara un poco de consuelo a sus penas. Perder un ser tan querido, es como perder la luz del sol y todas las primaveras. Insisto la sigo amando, tanto...como puede un poeta amar a su inspiración!.Me imagino una larga conversación con el ser más bello de la tierra. Usted.

                                                                      

                        Quien la adora por siempre.

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Amor de mi vida....

                           Quisiera decirle que las rosas, son mi regalo de cumpleaños, la vi salir vestida para su fiesta de gala en el Jokey Club, parecía una reina. ¿Cómo no ser yo un caballero y poder acercarme para decirle cuánto la amo?

                           Su cabello caía como una cascada de oro por sus hombros. Casi caí desmayado, cuando me miró y me sonrió.... yo estoy necio y creí que sonreía de puro feliz. ¡Estaba tan bella! Elisa amada niña, ya tiene dieciocho años. ¡Pronto no podré verla, seguro que alguno de esos jóvenes con los que bailó el vals, será quien la pueda amar. Yo la vi por las rejas desde la calle, todo el tiempo..., hasta que me sacó la policía.

                           La sigo amando..........

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Amor  

            Cuando la vi partir a Europa (lo supe, por el chofer de su padre), sentí que me arrancaban un tesoro. Tal vez no regrese jamás.... Disfrute de lo que le regala la vida. Mi niña adorada...Cuando camine por las viejas callejuelas de París  y vea las arcadas del Coliseo yo, desde acá iré besando ese viejo y conocido pavimento, que nunca pisaré o tal vez, sí, lo haga pero sólo será para buscarla entre la muchedumbre que ignora mi devoción por "ti...", te he nombrado por primera vez con la confianza que me dan los años de seguirte por todos lados donde tus cadenciosos pasos andan.¡Te amo más que nunca!

                                  

                                                                       Tu amigo y adorador de siempre.

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            ¡Muchacha, corramos, quiero verlo!

            Llegamos a casa, subió con agilidad, entró. Lo tocó, él abrió los ojos.... ¡Cuánta dulzura!

- Amor mío, Atilio, ¿Por qué tardaste tanto en llamarme para decirme que me amabas? Yo también te amé toda la vida...y te esperé.

            Casi habíamos llegado tarde.

                                                            

 

EL VIAJE... DESPERTÓ AL HOMBRE

 

 

     Recién he podido cumplir mi anhelo de besarla. Sus labios tan fríos como mi dolor mortal, se entregaron sin poner resistencia. Murió hace unos minutos y llegó a cumplirse mi deseo. Aún vibra en mi cuerpo el ardor de la pasión escondida. Todos me miran petrificados...el médico y sus ayudantes ven como acaricio su cuerpo y lo beso. Beso hasta el más íntimo rincón de su cuerpo amado. Su alma no lo dudo ya es mía.

           

            El vehículo se desliza por el camino polvoriento, infierno de hoyos inescrupulosos que infectan la huella. Saltan los amortiguadores y protestan con desenfreno con cada pozo y yo miro con desesperación a mi  “padrino” que maniobra como si no quisiera evitar ninguno para aliviar los golpes de mis piernas y traste. Hace unos días me pidió prestado a mamá para que lo acompañe en este viaje de aventuras por la Patagonia. Yo siento que hará que viva una maravilla de vacaciones. Ella no estaba en mi mente. ¡Su secretaria! Tiene un culo y unas piernas que no me dejan mucho espacio en el asiento. Me ha empujado tantas veces que ya me siento del tamaño de un pez, largo y finito...la odio. Es difícil entender ¿cómo mi padrino tiene que acarrear con semejante estúpida? Permanentemente se limpia con un pañuelo la cara para sacarse el polvo que ya ha penetrado por todas las rendijas de la parte de atrás y por todos lados. Casi no la miro y ella me espía de reojo para hacerle morisquetas a Lucio, que así le llaman a mi padrino. Él me invita a pasar un rato a la parte trasera y ella se pone jocosa y me hace unas burlas que me dan más aversión. En realidad tengo un hambre terrible, mamá nos preparó empanadas y tortillas y el perfume de las papas calientes y aceitosas, me hacer hipar el diente. Al detenernos bajo un árbol de perfil extraño, torcido y retorcido por los vientos del sur, siento que mis pobres huesos de trece años, que pronto voy a cumplir, necesitan urgente moverse. Salto con euforia y corro tras unos “michay” secos que se desparraman por la arenosa planicie por donde discurre el camino. ¿Me pregunto si el suelo en la luna será como acá? Salgo a estirarme y la muy torpe se agacha y me pregunta si voy a ir a mear... ¡Qué meterete! Soy grande y no le tengo que decir a ella. Además es una desvergonzada. Decir eso delante de su jefe. Ella me dice que mire para el oeste que va a expansionarse y se pierde entre los matorrales. Yo la espío y le alcanzo a ver como se baja los calzones y su culo rosado se agazapa en el falso retrete que ha encontrado. ¡Mamá...si que tiene desvergüenza...! Lucio se hace el distraído pero yo lo descubro mirándola por el espejuelo del automóvil y él se pone desconcertado y ríe con una risa muy estúpida. Los hombres, dice el tío Albino, deben mirar a las hembras, es cosa de machos y es normal. Y yo no me arrepiento de mirar, para lo que hay que ver últimamente en mi barrio y en la escuela. Siento que me mira perturbado pero a mí no me hace un respingo. Ahora se sienta atrás junto a mí y después de lavarse con agua de un bidón, las manos, me pasa pedazos de emparedados de jamón serrano y tortillas que me como en un santiamén, llena la barriga me entrego a mi juego favorito, jugar con “dado mágico”, y comienzo a pensar en los monstruos que vamos a cazar con Lucio y ella. ¡Tiene un nombre tan feo...Alana! ¿A quién se le ocurre llamarse Alana? Pero así le dice mi padrino con voz de...galán de cine. Ella trata de no demostrar nada pero yo le noto que pierde el seso por él. Pero él tiene su mujer y sus cuatro hijos en Pueblo de los Álamos, y según entiendo son una familia "modelo" dice mamá cuando se pelea con papá. Él ni la mira...o eso creo. El traqueteo del coche entre los hoyos del camino me ha dado ganas de echarme una siesta de esas que suelo tomar en casa de mis abuelos en Río de las Águilas, debajo de los cerezos y durazneros atrapando abejorros y cigarras, para el insectario de biología. Un sueño blando y profundo me hace despegarme de la realidad. Sueño sin pudor con los tiempos de juegos en la vega de Antonio, en el solar de los abuelos, los padres de mi madre. Allí juntábamos lombrices y moscas y nos íbamos a pescar al arroyo de Los Toritos, bandadas de cotorras y teros nos alertaban de cualquier peligro. También soñé con ellos, mis primos del campo, con quienes componíamos un corrillo de ruidosos y alegres muchachos, con los que viví momentos de ensueño. Me despierta un terrible golpe que hizo que atronara la carrocería del coche. Me enderecé y vi, que habíamos quedado semi volcados sobre la parte derecha del mismo. Un terrible pozo rompió el eje y Lucio se agarraba la cabeza...Miré hacia todos lados y no se veía ni un solo ser vivo. Habíamos aventajado a varios camiones en el medio día, pero yo que dormía, no sabía si en el tiempo de mi sueño habíamos cruzado a alguien más.  Escuché varias palabrotas no reproducibles, en boca del padrino. Luego un silencio pesado me urgió a descender y tratar de hacer algo. Era casi el crepúsculo y un paño de añil serpenteaba por los matorrales. Un choique cruzó corriendo y detrás una bandada de polluelos, los charitos, lo siguieron. Ya estábamos en la desértica Patagonia, donde no vive casi nadie y sólo de vez en cuando aparecen camiones del ejército y algún que otro transporte con fardos de lana. La desolación de Alana me perturbó, lloraba y su cuerpo se sacudía rítmicamente. Mi padrino vino a ayudarla a salir de esa incómoda ubicación, para ello se tuvo que tomar del cuello de él y así saltar hasta el camino. Yo sentí una curiosa sorpresa ver como se demoraba en brazos del `patrón´, pensé en la pobre mujer que se había quedado cuidando los niños. Luego, me ofrecí para ir en busca de ayuda...pero no me permitieron diciendo que aún era chico y el padrino partió caminando por esa abrumadora ruta Nº 40, hacia lo desconocido. Sólo llevaba una cantimplora con agua y yo me imaginé muriendo de sed en ese desierto terroso y dañino. Ella, ya no lloraba y se sentó junto a un quetrihué algo carcomido por ratones y viento, que solitario llenaba de serena seguridad entre las dunas ariscas a quien pedía un refugio. Cuando alzó la mirada me sonrió y me hizo una caricia negociadora. Yo bajé la guardia, tengo que reconocer mi miedo a lo desconocido, me acerqué y juntos comenzamos a comer la comida algo agria que nos esperaba entre los bártulos, como le decía papá, que traía Lucio y de las valijas con la mercadería que como segundo motivo lo movían. El verdadero trabajo que lo aventuraba por esa inmensidad desolada, era instalar en un pueblito del sur la oficina de correos, ya que él era quien daba el visto bueno al lugar y a los hombres o mujeres que se harían cargo de la estafeta postal de nueva creación. El ferrocarril se encargaba de mover la correspondencia una vez que estaba todo listo y él aprovechaba a llevar muestrarios de joyas, telas, ropa y un sin fin de chucherías con lo que agregaba buen dinero a su sueldo.

Alana me observó y comenzó a acicalarse, su blusa fue desabrochada y pude ver su corpiño blanco con puntillas...pero lo que me produjo una rara sensación entre mis piernas, fue la redondez y blancura de sus senos. Apenas pude mirar porque ella se cubrió rápidamente. Yo advertí que mi sexo estaba diferente; era la primera vez que la veía de ese modo. Mi rostro era una brasa ardiendo y creo que ella lo advirtió por eso se irguió y caminó por la orilla de los matorrales de colapiche y coirones, como buscando poner distancia y decoro. No supe que decir y me dediqué a limpiar el automóvil, levantando un polvaredal que la hizo estornudar hasta que me suplicó que dejara de hacerlo. Así vimos a la distancia un camión con sus luces exangües que se aproximaba por el camino. La bocina algo sorda y resfriada, nos advirtió que llegaba ayuda y en efecto con el vehículo trajeron un cable y nos arrastraron con seguridad entre los baches hacia un lugar desconocido.

            La casona estaba construida en un campo donde criaban ganado lanar y caballos de tiro. El hombre era un rústico labrador y su mujer una tímida campesina de origen extranjero, por su modo parco de monologar descifré inglesa o algo así, y apenas hablaban español. Muy arrebolada y alerta, la mujer de edad imprecisa, arregló una habitación para que pasáramos la noche. Yo me sentía feliz dormiría en una cama de verdad después de varios días. Lucas me tomó del hombro y me arrastró hacia la zona donde había quedado el auto, con particular fuerza. Allí me explicó que debía ser prudente y que no podía decir que Alana no era su mujer, que yo pasaba como hijo y que debía dormir en otro lado. Mi silencio sería muy bien retribuido y así nos ayudarían...creyendo que éramos una familia en problemas. Una gran furia me penetró por todo el cuerpo, transido de sorpresa y exaltación comenzó una sensación de malvada desesperación. Pero me quedé en un mutismo porfiado, y me acerqué a la mesa tendida para comer sin mirar siquiera a esa granuja que había encendido una extraña pasión en mi cuerpo adolescente. Con el pasar del tiempo comprendí que los celos me habían despertado instintos malsanos, pero propios de mi edad. Comimos y yo en silencio imaginé un millón de formas de venganza, mientras ellos dialogaban apenas. El cansancio y las ganas de estar juntos hacían que apuraran el alimento y la bebida. Cuando todo terminó me encaminaron a un rincón donde habían improvisado un catre y allí debí dormir esa ingrata noche. Me venció el sueño y entre el sopor pude escuchar las suave risa de Alana que no dudé, estaba en brazos de mi joven desenfrenado y sobón padrino. Esa noche crecí y comencé mi adultez. Esa noche supe lo que significaba la infidelidad y el dolor de lo inconfesable. ¡Casi me sentí incestuoso!

            Por la mañana muy temprano me despertaron las voces y el ruido de martillos y herramientas que reparaban el  eje y al mediar la mañana ya reparado el coche partimos. Ella apareció con un vestido de algodón floreado, su juventud realzada por un pañuelo en el cabello suelto hasta la cintura y sus mejillas sonrosadas y frescas con un toque de bienestar y dicha en el brillo de los ojos color miel. Mi impresión fue total, ya que parecía una chiquilina de casi mi edad. Un dolor me arredró y sentí ganas de salir a matar a mi padrino. Lo odié y subí al automóvil asumiendo que haría algo para desquitarme.

            Lucio me miraba por el rabillo del ojo y tarareaba una canción que me parecía fúnebre y para ofenderlo le endosé un enrevesado discurso sobre lo hórrido de su canto. Se reía y yo más enojado quise pegarle y esquivando mi puño me comenzó a decir que entre Alana y él sólo había mucha confianza y respeto... así que cuando llegáramos a Petriel, yo dormiría con él y ella en otra habitación sola y que nada había sucedido en aquella casa y que tenía horror a mi mala impresión. Nada me conformaba ya que yo había descubierto el sinsabor del deseo carnal mirando los senos dorados y mórbidos de la ahora frágil compañera de aventura. Pensé en la tortura que pudo haber significado para ella la engañosa muestra de un amor mentiroso e insensato, impuesto por su patrón por la fuerza. Ella seguro que había sido forzada y embaucada por Lucio, obligada por la necesidad de mantener un trabajo... Al atardecer cuando ya llegábamos a Petriel, ella juntó fuerza y me habló de su amor incondicional por mi padrino y sentí que seguramente no regresaría nunca a mi hogar. Antes moriría de amor.

            Petriel era un pueblito de pocas casas y gente sencilla. Su arquitectura me hacía acordar a Río de las Avispas. Casas chatas de una sola planta y con enormes patios sin árboles ya que el viento impedía su desarrollo. Algunas lengas torcidas, maitenes y teniús, asomaban entre los cercos de adobe de unas pocas viviendas. En la plaza estaba levantado un pequeño templete para una estatua que no llegó nunca de la capital y los muchachos del lugar se subían remedando a figuras imaginarias sobre su estructura de cemento y concreto. Eran muy divertidos y pronto me dediqué a acercarme a ese grupito de holgazanes para enfrascarme en charlas de "citadino" versus "pueblerinos", pero ellos eran chicos despiertos y sin vericuetos en su simplicidad que me dejaron sin argumentos para agrandarme frente al  grupo. Así también aprendí a ser más noble y consolidé amistades que aún guardo.

            Mi padrino buscó un sitio para instalar el correo y encontró una viuda seria y responsable como oficinista, le ayudaría un muchachito de casi veinte años y la inauguración se hizo con la presencia de todo el pueblo, incluyendo al cura párroco, la maestra y el policía...que hacía como doce años que no ponía preso a nadie. Así llegó el momento de regresar. Junto a nuestros "bagayos", amontonamos regalos que nos habían hecho. ¡Eran muy generosos!

            Regresamos y volví a sentir un fuego abrasador en mis muslos, sexo y corazón cada vez que Alana iba al baño entre los amancays o los topa-topa, y yo desvergonzadamente espiaba sus muslos rosados y pródigos de juventud. No quería que llegáramos nunca. Aceptaba sus chanzas, me hacía el pícaro y me daba de comer en la boca y le mordía los dedos suavemente... ¡Ella se reía sin comprender! Le tocaba tiernamente las piernas cuando se dormía y gozaba pensando que con el tiempo sería mía. Al fin terminó el viaje y yo regresé a mi casa donde conté algunas de nuestras aventuras, sólo yo sabía cuánto dolor me causaba conocer la verdadera conducta extraviada de mi padrino. Supe que Alana se había marchado a su pueblo en el litoral. Le pedí a Lucio su dirección y me la dio diciendo que no fuera chismoso...él nunca sabría el desesperado apasionamiento que en mí despertaba; la amaba. Escribí ciento de cartas. Nunca me contestó. Cuando ingresé a la facultad, recibí una tarjeta de ella. Estaba en la capital enferma y quería verme. Su mal era incurable.

            La encontré casi inconciente en una clínica de muy poca categoría de los suburbios. Se abrazó llorando y me pidió que trajera a su "amor". Con una furia inexpresada lo busqué y lo arrastré a su lecho. Él, indiferente, la trató sin mayores ternuras. Desmayada en su final me pidió que no la dejara sola y esperé su desenlace, con iracundo desconsuelo. Aún amaba a esa mujer que apenas me superaba en edad y que había desentrañado mis más intensos ardores juveniles. En el sombrío recinto donde espiró, pude cumplir el mayor de los anhelos...besar su boca deseada. Partí sollozando y supe que había vivido un amor extraordinario.

            Hoy que lucho con mis votos sacerdotales. De las manos del mismo Cardenal Primado tomé los Óleos Santos y profesé mi verdadera pasión por la vida. Ella, Alana, quedará en mi profundidad como la llave de amor con mis pequeñitos hermanos en el  pecado, los mismos que arden dentro de este cuerpo mío. Sólo conociendo el amor y viviendo una pasión arrasadora, como la que me consume el alma, puedo ser un hombre de Dios... íntegro.   

 

 

LA HERRERÍA

  

La discusión llegaba hasta el cobertizo de los trastos. La pobre Aurelia hacía los últimos esfuerzos para parir. Ya lo había hecho desde que su madre la casó con Emeterio, el herrero a los dieciséis años. Este era el noveno niño que llegaba al mundo y parecía fuerte, más fuerte que los dos anteriores.

Una resistencia más y apareció una niña. ¡Por suerte una fémina! Era la tercera mujer entre seis varones. La discusión aumentó. Se tiene que llamar como la abuela Narcisa…; no como la Asunta, la madrina de Emeterio…; no como la tía Julia.

El ir y venir limpiando todo no despejaba el ambiente húmedo y oloroso a menta y albahaca que ponían en el piso tosco de la habitación. Y alcanfor por la llegada de la niña. Entró Emeterio y al ver la creatura dice: -Igual a la Tía Eufemia… y a la pobre le quedó ese nombre.

La mirada triste de Aurelia se detiene en los mellizos. Tienen dos años y están hambrientos, nadie los ha mirado y son tan buenos que no tienen lágrimas para el hambre de amor y atención. Llama a Clara, la pequeña de diez años, su primera hija. Esta llega apresurada, está cocinando una gallina en la enorme olla de hierro en el fogón. Sacó unas brasas de la herrería. El joven ayudante, le ayudó.

La niña mira a los pequeños, que deambulan entre el camastro de la madre y la puerta del único lugar donde no hay tanto ruido.

La “mujercita” como ama de casa precoz, le acerca a su madre un tazón con caldo y carne desmenuzada, zanahorias y apio (cosechado al amanecer); y toma a sus hermanos y los lleva a la mesa primitiva donde desmenuza pana en caldo con patatas pisadas y les da de comer.

Lo hombres, Emeterio y Salvador, el ayudante con los tres hijos pequeños de la familia, van cerca de la fragua y la bigornia, trasuntando los encargos de clientes exigentes del pueblo.

Salvador es un ser que deja perplejo a los vecinos. Joven alto y desgarbado, pero de fueraza increíble con la masa. Callado pero despierto. Atento y creativo. Serio y bonachón. En el pueblo le dicen el “Rojo” o “Colorado”, es el tono que adquirió junto a la forja. Servidor imprescindible y estoico. Columna vertebral de la herrería.

De pronto, aparece Clara y llama al padre. ¡Mamá duerme desde esta mañana! No la podemos despertar. ¿Será normal? Esperen, déjenla descansar y si no despierta me avisan, hay que entregar cinco trabajos al comendador. Marcha la “madrecita” y ocupa el espacio obligado por la circunstancias. Las matronas y vecinas ya se fueron y ha caído un manto gris azuloso sobre la casucha. La luna invisible no ilumina y un viento chillón arremete por los huecos de puertas y ventanas. Clara tapa como puede cada orificio.

Esa noche, crispada por la falta de apoyo, Clara apenas duerme. Su madre no despierta. Un hálito sutil la muestra viva. Pero el sueño profundo confunde a la inocente. ¡Padre mamá no despierta!

Ha pasado un día y nada cambia. Emeterio se acerca y la llama, no contesta. Un dolor y angustia acomete su alma. ¿Dime niña, tu madre te dijo dónde hay billetes? Clara duda. Sí, su madre le indicó un secreto rincón tras los trastos de la cocina. Iré al pueblo a buscar un médico.

La niña prende del pecho adormecido de la madre a Eufemia. Mama, la leche brota suavemente de la copa rosácea de la durmiente. Luego la muchacha, saca de una lata unos billetes de los que cree son más valiosos y se los da a su padre. Éste la acaricia y por primera vez la alza, abraza y besa en la frente y ambas mejillas. Una lágrima asoma por sus ojos verdes. Y una sonrisa tibia aflora de sus labios. ¡Es la primera vez, que ella recuerde! Queda Salvador a cargo de los chicos en el taller, sigue cuidando a tus hermanos pequeños y a tu madre. Yo voy al pueblo. La jaca bien cuidada, brilla su pelaje marrón y ocre, las crines peinadas y chispeantes, se alejan por el camino a la ciudad cercana.

El médico, único en ese pequeño caserío, tiene una docena de pacientes que esperan en la sala y dos o tres en la vereda. Emeterio ingresa y habla con la ayudante; una matrona regordeta y amable que transmite su pedido al galeno. ¡En cuanto termine de solucionar  la salud de los que esperan, irá en su tílburi a la casa del herrero!

Llega la noche y a lo lejos se vislumbra el antiguo coche del médico. El caballo se detiene frente a la casa y Salvador toma las riendas y lo engancha en un aro forjado en la cerca de la veredita. Al ingresar siente un extraño perfume que ya ha olisqueado en otras habitaciones. Era un débil aroma a magnolias y damascos. No tenía parangón con la realidad de austera pobreza de ese hogar. ¿Adónde advirtió esa fragancia espectral?

Se acercó a Aurelia, dormida profundamente y entregada a un mundo fantástico y onírico desconocido para el médico y los hombres. Clara le entregó la única toalla de lino blanco que guardaba su madre para los bautismos.

El Galeno tornó a levantar el cuerpo leve de la mujer y apoyando el oído al los pulmones escuchó curioso un sonido rítmico de la respiración, los latidos algo desordenados y un dejo de inercia impecable. ¡Emeterio, tu mujer duerme! Y creo dormirá un tiempo porque está tan agotada que no tiene fuerzas ni para abrir los labios. Le daré un tónico bebible y le darán sopa de ave todos los días donde se cocinen hierbas que anotaré en este papel. ¿Sabes leer? Entonces búscalas tú mismo en el bosque.

Ella despertará un día como si fuese ayer. A la pequeña, la amamantará mientras pueda, luego me avisas y te conseguiré una mamila de vidrio y les enseñaré cómo deben tratarla. No me pagues hoy. Sales de un momento muy difícil. Está bien dame dos billetes solamente. Ven niña. ¿Cómo era tu nombre? Ah, si, Clara. Será un honor ser tu maestro en estos menesteres.

El  tílburi se aleja en la noche nebulosa. Y los pájaros arrullan el sueño de Aurelia y el llanto de Emeterio. Alrededor del hogar esperan, cada uno de los habitantes, que al amanecer la mujer despierte. Cada cual piensa cosas diferentes, sólo la pequeña Eufemia duerme sin saber lo que sucede en ese caserón de la herrería.

   

ARELYS

 

            HOMENAJE A MAIA

 

                               No me acuerdo bien cuando me drogué la primera vez. Le saqué al Tulio, que creía que era mi padre una noche que me llevó a su cama. ¡Oiga doña, no le voy a decir lo que me hizo! Pero me creí que me quería y no a mi mamá. Bueno, ella esa noche estaba pasada. No podía ni hablar. Balbuceaba. Me convida un “faso”, lo necesito. Hace dos días que no me inyecto. Estoy atada en la comisaría como el perro de mi abuela, la “bruja” que nunca me defendió.

                               Yo tendría siete años. Nunca fui a la escuela. Nunca supe lo que era jugar como otros chicos. Vivíamos en la casa del Tulio, hasta que una noche se peleó con mi vieja y nos echó. A la calle, bajo un portal primero, después bajo un puente del tren que está abandonado desde hace mucho.  ¿Mi nombre? Creo que me llamo Arelys. Así me llamaban los “canas o los de la familiar” cuando nos pillaban robando comida en algún lugar. Una semana en “cana” y nos bañaban, despiojaban y vestían con ropa que tenían en cajones. Mi vieja insultaba, pateaba y se cortaba con vidrios. Le faltaba la “merca” y a mi también. ¡Pero yo tenía entre ocho y nueve años! Un señor de traje blanco o celeste venía y nos revisaba. Pero pronto de nuevo estábamos en la calle.

                               Creo que tengo diecisiete años, ahora. No tengo papeles, diga, ¿de dónde voy a sacar documentos, como usted me pide si viví toda mi infancia en la calle? Mi vieja está peor que yo, ya no habla. Se escapó de la casa de su madre, la “bruja” según me contó una vez, porque no quería que viviera en lo del René, un adicto de la cuadra, y después que la embarazó de mí, la echó. Creo que está preso. Pero yo no lo quiero reconocer como padre. ¡Es un hijo de puta! Tenía como cuarenta y mi vieja trece. Nací en la calle. Viví en la calle, pasé frío, hambre, enfermedades y me drogué a los siete u ocho.

                               Tuve un hijo, que me lo quitó la mina que me atendió en la “familiar”, dijo que yo era inepta o algo así. Inadaptada social, eso dijo. Y si me da un poco de merca, le sigo contando. Por ahí me entero que estoy de nuevo embarazada o preñada, como me dice la mina de la “familiar”. Eso me daría pena. Por el pendejo que viene al mundo sin destino como yo.

                               ¡Doctora la necesitan en laboratorio… es urgente! Espera mellizos. Pero mire en la imagen no se les ve el cerebro a los fetos. Está aparentemente de veinte semanas. ¿Qué vamos a hacer?

¿Llamamos a “Familiar” y que nos orienten o el juez debe decidir? Esperemos que se limpie un poco, ya entró en crisis dos veces. Esperemos… esperemos.

                               ¡Arelys N.N. tiene dos años de prisión por poner en riesgo la vida de sus hijos, la propia y por no ser un ejemplo para la sociedad!

                                ¿Y doña, eso qué significa? ¿Voy en cana otra vez? Qué culpa tengo yo que mi vieja no me enseñara y me diera una vida como la suya. Que la “bruja de mi abuela no me educara” y que el Tulio me hiciera su mujer con siete años. ¡Diga, qué culpa tengo que nadie se hiciera cargo de mi vieja adicta con trece años, me prostituyera para tener “merca” y yo ahora en cana!

                               Señorita Arelys N.N. la ley es la ley. Tiene dos años, siete meses y quince días en la prisión de mujeres de la ciudad. Cúmplase la misma con número 28.791 inciso 45 del /56. He dicho.

 

lunes, 25 de agosto de 2025

LA COPA DEL TERROR

 

            Cuando Emelda se comunicó con sus compañeras de secundario, logró concretar y con dificultad, el encuentro de  doce compañeras, prometido por años.

            Llegaron a un acuerdo, se reunirían en un antiguo hotel  de las sierras, que estaba equidistante para todas. Alejado del ruido que envuelve las grandes ciudades era ideal.

            Ese viernes llegaría Iris en el tren de las 20; Rosalba en automóvil con Griselda, Renata y Jacinta. Luego arribaría Elvira en autobús con Rita, Susana y Nora. Juanita y Liliana llegarían en otro tren desde el norte.

            Se ubicaron en tres habitaciones contiguas, en el pabellón del que fuera un claustro de religiosas que recibían a jóvenes enfermas de “tisis” y problemas mentales.

            Con el tiempo lo vendieron y quedó en manos que renovaron todo. Primorosas, puestas a punto y hermosas, cada habitación se transformó en un bello refugio de comodidad y confort.

            Las ya mujeres, se fueron acomodando de a dos en dos por cada pieza. Una gran sorpresa inesperada cuando llegó el tren, no sólo con Iris, sino la increíble Mirka…, nombre de fantasía que ya había adoptado una de ellas transformada en una excelente médium, tarotista y astróloga; cuya profesión que oportunamente elaboró con estudios en el país y en el extranjero, profundizando con inteligencia los entrañables laberintos de dicha tarea. Era famosa en la radio, revistas de moda y televisión. Sólo sus compañeras sabían su nombre, que ella odiaba: Olga Serafina. Con ella se había juntado el número 13.

            Bien… todas hablaban a la vez, querían saber unas de otras la vida y sus misterios, sin darse tregua. Nadie oía nada. Llegó la hora de la cena. Ingresaron en un enorme comedor con mesas coquetas y alegres, llenas de flores y manteles coloridos. La cena exquisita se regó con buen vino y champagne.

            De regreso y agotadas, la jornada había sido larga, se bañaron y se durmieron. Algunas siguieron charlando hasta la madrugada. Nadie quería quedarse fuera de las historias  y entre risas y lágrimas se iban poniendo al día con sus vidas y aventuras. Otras recordaron las épocas de juventud temprana con las picardías propias de la adolescencia.

            Al otro día usaron la piscina y luego de almorzar hicieron una caminata por los alrededores. Cayó la noche y haciendo un apretado círculo se quedaron en la habitación 27. Con la puerta abierta por donde ingresaba una brisa fresca y la luna llena iluminaba el cuarto. También los rostros de las muchachas.

            De repente, Mirka, sonriendo astuta, propuso un juego con una copa de cristal que extrajo de una bolsa de terciopelo rojo con flores doradas que bordadas parecían auténticas. Entre risas y algunos temores aceptaron. Elvira con papel blanco hizo las letras del alfabeto y los números del 0 al 9. Comenzó el juego y las preguntas llovían. Reían y se enojaban, protestando cuando no les gustaba lo que se armaba en ese baile irrespetuoso de la magia.

            De prontota copa se movió sola. Marcando un nombre de mujer: María Eloisa Janenshon Deiras y un número 19. Ingresó solapado el silencio feroz y las religiosas, tomaron su rosario o medallas de santos protestando. Se quejaron… -¡Vieron estas son brujerías! ¡Son peligrosas! ¡Yo no me quiero adherir a estas cosas! ¡Yo menos y ya me voy a dormir! Más en la pared se dibujó la imagen gelatinosa y transparente de una muchacha con ropa de antaño. La puerta se cerró de un golpe de aire y la dama, como era lógico desapareció en el acto.

            Mal dormidas al despertar, fueron para hablar con la conserje en el vestíbulo del hotel y preguntaron: -¿Acá vivió la señora María Eloisa…en la habitación 27? – Y la gerente se puso nerviosa y pálida. –Eso es algo extraño, pero no imposible… digo, ver a Eloisa. Esa joven falleció en 1889 en lo que fuera su noche de bodas. Un joven, su prometido no llegó nunca ya que el tren en que viajaba descarriló a varios kilómetros de acá. Ella se iba a casar en esa capilla que ya casi no se ve por lo crecidos que están los árboles. Dicen, los que la conocieron, que falleció de un ataque al corazón. Pero hay una historia de lugareños que en realidad se suicidó. Seguro que les pidió que rezaran misas por ella ¿Verdad? 

            -Sí, ahora comprendo, dijo Mirka, que eso trataba de decir y hablábamos tanto que no la oímos.

            -Vayan, hoy a las 11, hay misa en la capilla, un anciano sacerdote aparece siempre que ella pide misas. Él puede cumplir con su ruego, lo hace desde años.

            Todas regresaron en silencio, llegaron al templo en horario y allí, estaba el anciano monje. Se aprestó y comenzó con las rogativas y la ceremonia. Nombró a María Eloisa, aunque ellas no se lo pidieron. ¿Cómo sabía?

            Dos días después, lo que duró la reunión, el clima fue diferente. Regresaron a sus hogares con la promesa de regresar pronto. Esa fue la última vez que Emelda las reunió. Nadie quiso volver.