miércoles, 13 de agosto de 2025

EL ESPÍA

 


Nunca pensó que lo que había comenzado como un chiste, una gansada de estudiantes, iniciados en el mundo de la universidad, se iba a transformar en un verdadero trabajo. Era inexplicable. Cuando llegó al claustro, entre los oscuros pasillos, las salas desiertas con ecos fantasmales, ventanales de vidrieras multicolores por donde apenas se filtraba un rayo de luz; lo habían dejado boquiabierta.

Julián, apretaba un portafolio de cuero que expandía un olor a piel antigua, maltratada. Olor a viejo. Había recibido la cartera de su abuelo Amilcar, quien a su vez, siempre relataba historias repetidas una y otra vez, de cuando en plenos bombardeos, encontró ese magnífico portapliegos lleno de mapas y cartas de un alto personaje del país. Nunca supo si eran verdaderas, las historias, o inventadas.

Entre los papeles que traía, estaban sus investigaciones sobre la vida de Heber Zacarías, el famoso investigador de la policía de Repusa Viñeau. Pensó que en esa inmensa biblioteca, encontraría mucha información. Lamentablemente, no fue así. En principio no le dieron en préstamo, las llaves de la zona oeste donde bajo estricto control, se apiñaban cartas y carpetas con historias verídicas que hablaban de la vida y costumbres de personajes que llevó a la gran revolución y dejó el país en una guerra. Según algunos medios, había cobrado como cinco millones de vidas. Julián, no lo creía, de ser así, repoblar el país hubiera llevado muchos quinquenios, ya que los más castigados fueron los hombres y las más infelices, hambreadas y sojuzgadas, fueron las mujeres.

Una mujer de alrededor cincuenta años, manejaba los estantes y abría o cerraba los anaqueles cubiertos de vidrios, herméticos. Era una muralla humana que miraba por sobre sus gafas de gran miope, y escrutaba el alma de los lectores, indagando sus verdaderas intenciones. "Nadie se va a apoderar de la intimidad de los hombres". Nadie, se podía meter a fisgonear en esa historia tan cruel que marchitó una generación. Julián comprendió que tenía que ganarle a esa "bruja", así, comenzó a buscar mil formas de caracterizarse para lograr copiar los mapas y papeles de esa zona de la biblioteca.

Comenzó por buscar una academia de teatro, en donde le enseñaron trucos para desfigurar su tan sólida presencia. Cambió hasta el modo de caminar, hablar con acento de regiones campesinas, se vistió de mil maneras para despistarla. Pero la mujer astuta siempre lo descubría. Se animó y la comenzó a conquistar con trucos viejos, los que usaba su abuelo. El difunto era un genio. Un día logró que le abriera el codiciado estuche donde como soldaditos de plomo, estaban los libros y carpetas que apetecía.

Sacó varios carpetones que desbordaban papeles amarillentos. Leyó con desesperación para no perderse una sola línea. Buscó y rebuscó. Allí estaba la clave de las traiciones de esos héroes de barro que en la facultad, elevaban a lugares inesperados. Eran verdaderos bochornos.

Encontró fechas, juntó encuentros que servirían para demostrar que habían sacado buenas tajadas en oro y billetes de alta denominación y que nadie se había imaginado. Dos o tres nombres que parecían fantasmas de leyenda. Devolvió las carpetas y dejó entrever que no había encontrado nada sustancioso.

Salió con la cabeza llena de preguntas. Qué sería de esos seres nefastos… dónde los encontraría. El momento llegó. Una antigua guía de teléfono que encontró en la biblioteca del abuelo, sirvió para conocer direcciones, lugares y países. Consiguió un período de "descanso" en la facultad. Y Partió como un detective a rebuscar los personajes. Llegó a El Cairo, allí encontró que el famoso doctor en archivos del museo había desaparecido con una importante cantidad de objetos antiguos. Mister Brunswich, era un buscado ladrón. Eso lo animó a seguir una pista insegura y como era desconfiado, poco preguntó a quienes generosamente querían asesorarlo. El último lugar donde se lo había visto era en unas zonas desérticas al sur de Egipto. Consiguió un jeep y contrató un beduino como chofer. Llegó a las ruinas. No estaba y nadie lo había visto. Un despistado arqueólogo soltó… "Creo que viajó a Berlín".

Su regreso fue azaroso y tomó el primer avión a Berlín. Le llamó la atención que su chofer, el beduino, viajaba en el mismo vuelo. Lo seguían. Apenas bajo del aeroplano, compró un billete para Omán. Un distractor. Buscó un coche y se alejó por un barrio nuevo, después de la unión de ambas alemanias, había cambiado la fisonomía de la gran ciudad. Se entremezcló con turistas y entró en el museo de Berlín. Le llamó la atención un cartel, muy pequeño que llevaba un apellido parecido a otro de los viejos "héroes" de su investigación. Her Van Steve Tremblay

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