Cuando logró cambiar de escuela, Adela, sintió como un soplo de aire fresco. La institución en la que había trabajado le había dejado un sabor amargo en el alma.
Cuando ingresó le llamó la atención el ruido de la calle, era muy citadino. Pasaban por esa calle muchos transportes de carga y autobuses. Pero la recibieron con sencillez y seriedad. Sin grandes muestras de afecto pero con el compromiso de una institución diferente. La recibió una colega que con su ropa deportiva le insinuó ser la profesora de gimnasia. La acercó a una sala donde varios colegas trabajaban con cuadernos y carpetas. Todos elevaron la vista y en algunos se dibujó una sonrisa y en otros una mueca indiferente como si dijeran: ¡Otra novata que llega a resolver dramas!
No sabían que donde ella había trabajado anteriormente había vivido verdaderas aventuras humanas y algunas muy dolorosas. La asignaron a sexto año. Áreas de Legua y Ciencias Sociales; sus favoritas. Sonó el timbre y como resortes todos salieron hacia las aulas. Adela fue acompañada por la secretaria, una mujer de cabello blanco, muy menuda y con el rostro marcado por una cicatriz que le daba un aspecto de soledad y dolor. Me llamo Clementina, pero me dicen Chichí. Mira Adela en tu aula hay una alumna que padece una psicosis persecutoria y día por medio viene un psiquiatra de la superioridad a hacerle un tratamiento para ayudarla. ¡En verdad te compadezco! Esa niña ha hecho renunciar a variaos colegas.
Yo, me sonreí para mis adentros; conocía bien los tratamientos que daban en las escuelas públicas. Conocía bien a los chicos con problemas y solía adelantarme a los sucesos. ¡Gracias Chichí, por decirme este secretito de la institución!... Se reía. Es voz "pópuli" en la escuela, los chicos se apartan de ella y pasa muchas horas, encerrada en la biblioteca. Ya verás. Abrió la puerta de un aula algo espaciosa, con muchos pupitres y dos enormes pizarrones. Un armario que tenía puesto un candado. Me entregó la llave y me dijo: "Ten cuidado, allí están los papeles de valor para tu trabajo, los estudios y encuestas familiares y otras cosas que puedas guardar personales". Salió y me encontré con el grupo de chicos que me miraban con una sonrisa extraña. En un rincón, una niña en el piso, envuelta en una especie de colcha, parecía un animalito enfermo. Gruñía. Se mordía y gesticulaba rarezas. Yo saludé, como si no la hubiera visto. Les conté como me llamaba, ella, gritaba más fuerte; les animé con unas preguntas sobre lo que ya sabían y me paseé por los pupitres con total indiferencia. Sonó un timbre que llamaba al recreo y salieron corriendo, yo me apresuré y cerré la puerta con llave, la niña había quedado dentro. Cuando regresamos, estaba sentada en un pupitre. Seria y sin hacer berrinches.
Con el paso de los días, lo fui interesando con lecturas y cuentos. Los chicos entretenidos y "ella", comenzó a escucharme con interés. Entonces, aproveché y la invité a contar una historia... Fue tan original, que la aplaudieron todos sus compañeros. ¡Hermosa historia, querida Soledad! Te felicito y en su cuaderno en el que no había una sola tarea escrita, apareció mi felicitación con letra grande y clara. Firmada y con una excelente nota de diez. Lentamente la niña se fue incorporando como una más. Terminando el año era una de las mejores alumnas y su carpeta era preciosa. Había cambiado el ciento por ciento. Sus padres me agradecieron y yo sentí una gran alegría, había logrado sacar adelante a un niño más del mundo de los abandonados.
Habían pasado muchos años. Diez desde la última vez que la vi. Una tarde cuando salía de la escuela, la vi parada junto a un auto. Llevaba una planta llena de flores en las manos. Se acercó y me dio un sonoro beso en la mejilla. ¡Señora, usted salvo mi vida! Le traigo estas flores y mi título de escribana. Todo se lo debo a usted, seño Adela mi heroína... y salió despacio hasta el coche y se fue con lágrimas en los ojos, yo no podía contener las mías.
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