martes, 31 de mayo de 2022

MEMORIA DE ANTIGUOS ARPEGIOS


            Mi cuerpo tiene un embelesante origen. Sí, tengo alma de robles, abedules y abetos. Mi piel es más preciosa aún, yo tengo partes de ébano, palisandro y cerezo, agreguen a ésto un puñado de madreperla de los mares de Japón, corales mediterráneos y pequeñas gemas de la India. Además mis dientes son de marfil africano, de un refugio de elefantes salvajes en el río Ghana . Ni les puedo explicar que me han sobado, acariciado y amado sin pudor y con desenfreno hombres y mujeres.

            Un caballero me compró por 1798 a mis creadores, el Luthier que me dio vida se quedó con un gran dolor en el pecho cuando el impreciso hidalgo le entregó una bolsa con brillantes y sonoras monedas de oro. Su rostro cubierto por un rebozo le daba un misterio que en ese tiempo era muy común. Llegué a un pequeño y coqueto "Petit Hotel" de la Avenida Reina María Renata Georgina, allí encontré un raro amor ya que una joven mujer de cabellera rojiza, ojos almendrados y de un intenso color verde me acariciaba con dulzura. ¡Lo que me extrañó fue ver el pertinaz esfuerzo que hacía el gentil hombre para que una jovencita de no más de once años, se sentara en mi butaca, para ejecutar pequeñas sonatas, él se acercaba y con dedos demoníacos tocaba suavemente la sedosa piel de la nuca de mi pupila. El cabello rubio de núbil pequeña se desparramaba como una cascada en su espalda y cuando la mamá de Ginnette, se presentaba el hombre trataba de esconder su viciosa impudicia.

            Una tarde Grethelin descubrió al monstruo y clavó una daga en la espalda del infortunado. Así quedé cubierta por largo tiempo con un paño de terciopelo oscuro que supo ser un cortinado y con quien hice una entretenida amistad. Ella me contaba lo que veía fuera de mí y yo le contaba cuentos de cosas y gente que me había ejecutado. A veces inventaba porque ya no me quedaban muchas historias.

            Después de mucho tiempo me dieron a luz en un verdadero hogar. Nunca más volví a saber de mi amiga la cortina , pero conocí gente maravillosa. ¿Quiéres que te cuente? . Verás en 1802 fui comprada por un conde español y en un enorme barco me trasladaron a las Américas, llegué agotada por el largo viaje, al salir del vetusto bergantín, entré en un carromato en un río fangoso con olor a barro podrido y de un caudal desvergonzado, me sostenían con cuerdas y unos brazos dignos de gigantes, les llamaban criollos...y por un camino empedrado y fangoso entré en una casa de altos y jardines con madreselvas y un precioso aljibe. El buen conde era un hombrecillo larguirucho, de calva y ojos negros muy penetrantes que me observó un largo rato y trayendo de la mano una joven muchacha de unos veinte años le habló maravillas de mí. Yo sentí orgullo de los elogios y me propuse dar los sonidos más perfectos que pudiera. Algo olvidado de mis maravillas debieron llamar a un serio caballero que me afinó y cuando estuve lista,¡ no sabes las ternuras y vítores que sentí a mi alrededor!. Mi vida fue hermosa por mucho tiempo. Conocí a personas muy valiosas. Un día hasta vino a mover mis teclas un hombre refinado, apuesto y culto que había cruzado la cordillera con un ejército para liberar otros países del Río de la Plata. Te puedo decir que esta gente era tan interesante, que el que fue conde, dejó de serlo porque consideraban impropio de un país moderno los títulos nobiliarios. Tengo mucha fatiga, te contaré el resto de mi historia otro día, total en este museo tú y yo, estaremos mucho tiempo juntos. ¡Hasta mañana, ahí viene otro grupo de forasteros a observarme, seguro que escucharé las mismas preguntas de siempre...¿todavía suena?, ¿es cierto que era de la familia de los Escalada?, ¡ya me tienen aburrida con tanta ignorancia!. Dije hasta mañana, pequeña Arpa Dorada...duerme tranquila.

 

UNA VENGANZA DE ULTRATUMBA


“La noche tiene su canto y me has de decir cuál es” Martín Fierro.

“A las sombras sólo el sol las penetra y las impone, en distintas direcciones se oyen rumores inciertos, son almas que de los que han muerto que nos piden oraciones. Moreno.

La casa está bajo la vigilante mirada de cierto oscuro personaje. Cada hora que pasa, varía la posición de sus anteojos de larga distancia. Alquiló el edificio vecino, que destruido como está, pasa desapercibido a la curiosidad de cualquier transeúnte o residente alrededor de la “casa”. Usó, por supuesto, documentos apócrifos, que eliminará cualquier rastreo de su verdadera identidad. Allí se mantiene atento a cada rumor, cambio o persona que se acerca. Trajo todo lo que puede necesitar para sobrevivir dos o tres semanas sin mostrarse, sin despertar sospechas. No enciende luces, ni cocina. El silencio es atroz, cabe, el silencio, en la robusta imaginería que rodea las viejas paredes descascaradas, cubiertas de fotos con la misma figura. La obsesión pertinaz le produce palpitaciones. Busca el rostro largamente fantaseado.

Las sombras comienzan a cubrir los muros húmedos y fríos, con lágrimas de olor a orines y moho. Vuelve a cambiar de ventana. Ese ángulo es más siniestro que el anterior, da  a un patio trasero lleno de chatarras y basura, acumulada durante el último semestre. Él, conoce cada movimiento, pero espera descubrir el paso en falso que tarde o temprano dará el hombre.

En la oscuridad, carga un reflector infrarrojo que sigue los movimientos sin que lo puedan descubrir.

Con la noche vuelve el llanto lastimero que al principio buscó desesperado por cada rincón de la ciudad. Ese llanto que lo sigue y lo persigue. Luego, más sereno, comprendió que era un llamado de ultratumba. Alguien que había muerto mal, buscaba sus dotes para comunicarse. Esa maldita herencia que lo ha marcado desde que se quedó encerrado ocho horas en la cripta de su familia cuando tenía apenas cinco años. Recuerda cada minuto, cada instante de ese momento. Las manos ahuesadas que se aferraban a su camisa de franela celeste, los lamentos y gritos desarmónicos de las sombras que lo rodearon. Hasta que llegaron por él. Lo salvaron de las almas en pena. Quedó marcado para siempre, desde entonces sus noches están pobladas de seres que viene a solicitarle ayuda. Mujeres mutiladas por amantes ciegos de celos, niñas violadas y ahorcadas por pedófilos indignos, madres operadas en tugurios abortando hijos  no deseados, ladrones ajusticiados por sus cómplices avaros... esa es su cruz, la de ser el intermediario entre la vida y los muertos. Pero no cualquier muerto, los que han sido arrebatados de su destino.

Observa que se detiene un vehículo, lo ingresan de culata al galpón que sirve de guarda coche. Su anteojo está húmedo entre las manos heladas. Atentamente sigue los movimientos de ese hombre gris, no, negro como las sombras que proyecta la noche sin luna. Un nuevo rumor va creciendo en la casa abandonada en la que espera, son gimoteos y llanto de niño que buscan ser oídos por el que acecha. Un espectro comienza a dibujarse en la pared lateral, donde las fotos apenas se vislumbran. Una forma densa va conformando la imagen de un chico no mayor de doce o trece años. Debe ser a quien han descuartizado, ahora envuelto en un lienzo pringoso de barro y sangre. Él, observa atento. Los rumores y movimientos de seres fantasmales lo envuelven con susurros, implorando justicia. ¿Justicia? Si ese espectro espera la justicia de los hombres, sólo él, podrá hacer justicia. Ya lo tiene en la mira de su rifle con luz ultra láser. Certera, la bala impacta en el cuerpo del hombre que arrastra el cuerpo entre el barro del garaje y el jardín. Cae pesadamente envuelto en un humo azulado. La sangre va desplegando una areola en el pavimento húmedo de la vieja cochera. En el muro impiadoso de su habitáculo surge un nuevo sonido lastimero y nítido escucha una voz que sentencia: “ Me vengaré”.

En la pared mugrienta donde las fotos brillan con una rayo de luna, surge la figura grácil de adolescente que le pide una oración para dormirse en el sosiego de las sombras.

PIEL DE ESCAMAS


 

Rueda por la piel caliente, escamas, trozos de tu boca

Un trozo

Atraviesa un océano de duendes

Sin manos

Atropellando el cielo.

Un sol que estornuda en la nuca de la luna

Un brazo se apoya entre los dientes

Frustrado

Mi piel se derrite con el aliento

Dormido de verano

Sobreviviente en las laderas de mis sueños quietos

Los ojos que desparraman flores de naranjo

 

Se caen, despertando a la mujer que espera

Con su vientre de tierra sin semillas

Cae, sosteniendo las alas de un arcángel de hielo

Cae , protegiendo las nubes de mariposas azules

Rueda por la piel de mi conciencia el dolor de ser mujer

En un mundo cualquiera.

Un hombre que cada día se despierta, abre la puerta

Sale triunfante a triturarte, mujer.

Por eso, rueda sobre mi piel escamada una lágrima

Lágrima libertaria que cae.

 

EL EXAMEN


EL EXAM

 

                    Esa mañana, tenía un examen extraordinario. Había estudiado horas sin mirar siquiera el reloj. Hasta Marcia me trajo en un plato unos emparedados que dejó en el escritorio. Los comí como autómata. Iba al corredor con las hojas de papel repitiendo las ideas. Usé un sistema nemotécnico con números y letras. Casi un escándalo. En teoría sabía que me jugaba el puesto y la beca. La señora que atendía en la biblioteca me había comentado la diferencia que hacían algunos profesores con los alumnos que se presentaban sin el vocabulario exacto. ¡AH, también con ropa formal! Ellos odiaban a esos personajes que pretendían ser “cancheros” y modernos, con ropas informales y descuidadas; por eso aturdí a Luisina, mi hermana pidiéndole su mejor traje. Ella es una exquisita para adaptar su atuendo a las circunstancias. Debo ducharme y prepararme. Mañana es el gran día.

                     Ingresé a la habitación y allí, calmada y apenas iluminada estaba Luisina.

                     En la cama gemela duerme mi hermana Luisina. Cuando abra los ojos, la estaré mirando y no le gustará. Se enojará, me acusará, si cree que estoy al acecho tratando de entrar donde no debo. A su mundo personal, su ropa. Creí que me dejaría su traje sobre el pie de mi cama y no, allí no hay nada.

                     Bajaré a pedirle a mamá que me ayude. Y, oh sorpresa, ella me está planchando un traje nuevo que compraron para mí. Unas lágrimas de ternura corrieron por mis mejillas. El amor de mi familia es el mejor regalo que me pudo dar la vida. mi madre, que está sola desde que nació Luisina, ya que papá se fue y no sabemos nada de él, ha hecho un esfuerzo enorme junto a mi hermana para darme ese mimo.

                     Abracé a mamá y cuando llegué a mi lecho, vi que ella, Luisina, me espiaba con el rabillo del ojo. Me eché sobre su cuerpo que temblaba de risa y la llené de besos y me hizo cosquillas. Seguro que mi examen será el mejor de mi vida.

 

ANÉCDOTA DE VIAJES

 

ESE LUGAR DONDE UN APÓSTOL, CASI BAJA LOS BRAZOS

 

Según dice la “historia”, cuando Jesús envió a sus amigos, los apóstoles, a llevar su mensaje, cada uno salió hacia un lejano lugar del antiguo mundo. Ese que llegó a tan lejos, fue Santiago. Los paganos no se dejaban seducir con ese hombrecillo que les hablaba de un Dios único y bondadoso. Sus dioses eran rudos y violentos. ¡Y el apóstol, casi baja los brazos y se marcha, pero dice la memoria que se le presentó la Madre de Jesús y le dijo que lo ayudaría! Y de verdad, sí que lo ayudó. Lo demuestra la inmensa ciudad que se ha construido alrededor de ese templo.

La enorme iglesia que se levanta en el lugar es increíble. Su explanada está muy concurrida de peregrinos y son muy estrictos con los horarios. Yo había soñado con poder ingresar, fue una utopía. ¡Pensar que estaba a miles de kilómetros de mi casa y no pude encontrar un horario para ver el famoso “Vota Fumeiro”! Me conformé con una pequeña réplica que atesoro en una vitrina, ya en casa. Igualmente es un pueblo o ciudad, llena de vida. Sus calles están pulidas por el perpetuo pasaje de gente que peregrina. De todas las edades y contexturas, de lenguas que al oírlas, no podría decir cuántas intenté descifrar su origen. Por todos lados me ofrecían un símbolo de los peregrinos, una valva de “viera”, que pulida y blanca tiene una bella cruz pintada en color rojo que la distingue de otras que he visto en mis viajes.

Salimos de la zona de la catedral y comenzamos a caminar por las antiguas calles medievales, en cuyas vidriera, se podía ver infinitos mariscos, pulpos, langostas y gambas, que se movían en enormes peceras de vidrio para que los paseantes eligieran ese pobre animal.

Caminamos por recovecos históricos y restaurados por la mano de expertos artistas. Hay arte en cada rincón. Y luego ingresamos a un bar donde la gente leía en sillones de pana y comía o bebía en silencio; una suave música clásica sonaba en un tono sedoso y tierno. Tomé un té, en una vajilla preciosa y me integré a ese pequeño paraíso artístico.

Nuestro hotel estaba lejos. Siempre nos ubicaron en lugares alejados de los centros urbanos, lo que nos creó ciertas dificultades para movernos y alimentarnos.

Una mañana solicitamos un taxi y llegamos al centro de la ciudad. Allí una joven repartía un folleto invitando una excursión a “Finis Terra”, el último punto del  mar Atlántico. Según dicho Tour. ¡Y nos entusiasmó ir hacia ese lugar! Yo había leído un libro y la entusiasmé a mi amiga. Tomamos el autobús que nos buscó en el hotel y allá fuimos… al punto más al norte de Galicia. Allí hay un faro que desviaba los barcos para no hundirse. Caminamos por unas explanadas llenas de obras de arte y luego nos dirigimos a una zona donde había una antigua iglesia dedicada a “Nuestra Señora de las Arenas”, cuya hechura es una gran mezcla de arquitectura, ya que con las borrascas e incendios ha sufrido muchas restauraciones. Hoy declarada Patrimonio de la Humanidad. Es bella, pequeña y muy protegida. En las cercanías unas hermosas mujeres sentadas en butacas hacían encajes de “bolillo” y vendían verdaderas joyas.

Me tenté y abrí mi billetera, no podía dejar y no tener una de esas maravillas.

Llegamos a unas rocas cuya leyenda cuenta que eran barcos hundidos que con el tiempo se han transformado en enormes piedras chatas como planos de lajas, entre la que luchaban unas flores silvestres para robarle calor al sol de la incipiente primavera. Viento y bramido de olas contra los peñascos, gaviotas y aves que pescaban renacuajos, minúsculos moluscos y peces. Los peregrinos que mojaban sus destartalados botines en el agua de “FINISTERRA”, el último punto de su romería. Un lugar mágico, que nos enamoró.

Hasta ese lugar: ¿Habrá caminado el Apóstol Santiago?  ¿Allí se sentó a pedir un apoyo Divino? Hoy está declarado Tesoro Universal y Propiedad de la Humanidad. Me sentía un insecto merodeando en las leyendas que habitan esa región donde los ártabros enfrentarían a los monstruos de la mar. Por  eso se le nombran “Costa de la Muerte”. ¡Cuánta historia en un rincón lejano de la Coruña!

Nos costó dejar el lugar y regresar a la bulliciosa ciudad. Ese día no pudimos comer pescado ni mariscos, nos parecía que traicionábamos ese mar glorioso, dominante y ruidoso.

Tal vez, los peregrinos buscan ensimismarse con el cielo y la tierra del Fin de la Tierra. Ser unos con ella, como nos pasó en nuestras entrañas montañeras. Y recordamos que nuestro país, también tiene un punto al que llaman “El Fin del Mundo” en Tierra del Fuego. ¡Dios qué lejos y qué cerca estamos de la vida y de la muerte! La leyenda es tan grande que tendría años para recordarlas a todas.

¡Adiós Santiago de Compostela! Antes de tomar el avión a Madrid que nos llevaría a San Sebastián, un hombre que supo éramos de argentina, nos dijo: Señoras, argentina es la quinta provincia de Galicia. ¡Tantos fueron los gallegos que emigraron a estas tierras en el sur y ahora los nietos van regresando en busca de ese mundo maravilloso que ha crecido con el tiempo!

 

 

MI LIBERTAD


 

            Siempre impecable, bien peinada, con su uniforme blanco almidonado, el cabello recogido en la nuca y una enorme sonrisa; atendía en la farmacia La Familiar. Cuando recibía a los clientes, parecía que encontraba a su amiga o amigo de toda la vida. Dialogaba sobre las pequeñas noticias barriales o familiares de cada uno de esos personajes que venían muchas veces con un pretexto a la botica, solo para charlas unas breves palabras con ella.

            Rosario era la mujer más amable del barrio. Su vida personal, nadie la conocía. Nadie sabía que era hija única de un matrimonio “chapado” a la antigua. Que cuidaba a su padre enfermo y muy cascarrabias. En su silla de ruedas daba órdenes y señalaba lo que deseaba con un bastón afilado que algunas veces, sin querer se encontraba con las piernas de su dulce hija, dejándole una marca azulosa que con los días se amarilleaba hasta la próxima oportunidad.

            Su madre, una mujer callada y sensible que se hacía cargo de todo… y ese todo era muy complejo. Bañar, afeitar, vestir, calzar, cortar cabello y uñas de manos y pies, al exigente esposo. Limpiar toda la casa como una diligente obrera. Cocinar exquisiteces con el dinero que traía Rosario de su trabajo. El hombre de la casa, de joven trabajó en el ferrocarril; mas un día un accidente de trabajo lo dejó sin poder caminar y lo mandaron a su casa. El sueldo magro, se convirtió en muy magro y si Rosario no salía a la farmacia, no entraba lo suficiente para los tres.

            La pequeña casa quedaba en el barrio, eran propietarios y gracias a eso, no tenían ese gasto extra que es el alquiler. La muchacha ya había pasado los cuarenta años, no salía nunca con amigas y cuando regresaba cansada de su tarea, la sonrisa se desdibujaba en su rostro. ¡Estaba muy cansada! Ni pensar en tener un compañero, novio o marido. Su madre con setenta y tres años, estaba muy cansada y su cuerpo arruinado por la fatiga de cuidar a su marido, al que amaba, pero ya sin ese sortilegio de cuando eran jóvenes.

            El dueño de la farmacia, había envejecido y tanto su esposa como sus hijos, habían optado por no ir todos los días al negocio. Por lo que Rosarito, era como la dueña de las medicinas y toda clase de objetos que se vendían allí. Cada noche cerraba la caja, dejando apilada en un escondite el dinero, que extrañamente al día siguiente ya no estaba, excepto el cambio chico.  Una tarde apareció un caballero, de traje oscuro, camisa impecable y corbata. Se detuvo observando a los anaqueles y optó por una crema de afeitar. Se acercó a Rosario y le pasó un billete, mientras hacía un comentario con cierta suficiencia sobre un acontecimiento que voceaba un canillita en la esquina.

            Ella, comentó que no sabía lo sucedido y que en la noche vería con su madre si en la radio se sabía algo del caso. El hombre, la miró a los ojos y le dijo: Su esposo le va a contar, seguramente. Rosario lo miró y con su natural sonrisa, le dijo: “No hay un esposo”, hay un padre y una madre mayores que cuido y alimento. Él, salió, colocándose los anteojos y el sombrero de fieltro negro, y le dijo: Lo siento. Hasta mañana. Ella no puso mucha atención a su saludo. Siguió trajinando con cajas y pastillas.

            Todos los días el caballero, siempre elegante y formal, venía a la farmacia, esperaba un rato que la muchacha se desocupara y luego de un breve diálogo, compraba una chuchería o algún remedio. Era mayor. Tal vez le doblaba en años… pero no, un día le pasó el documento para que cobrara con la tarjeta de débito y leyó su fecha de nacimiento, el nombre y profesión. Florencio Román Grassotti, abogado; nacido el 22 de febrero de 1948. Ella era nacida el seis de marzo de 1965, por lo que no le doblaba en edad. Pero pronto olvidó esos datos.

            Dos semanas después, él, trajo una receta que ella miró, primero sin darle importancia, luego se dio cuenta que era un medicamento para enfermos de cáncer avanzado. Lo observó y no pudo dejar pasar un comentario: ¿Señor, es para usted o para su esposa? Para mí, no tengo ni esposa ni hijos. Soy solo.

            Rosario se quedó afligida. ¡Lamento saber de su mal! Pero acá tendrá prioridad en la atención o si no puede venir, me llama y yo le acerco a su casa los remedios. El hombre se quedó mirando en la profundidad de sus ojos verdosos. ¡Gracias!

            Pasaron unos meses y la muchacha recibió el primer llamado. Le solicitaba un remedio para los dolores que cada vez eran más agudos. Cuando cerró el negocio, tomó un colectivo y buscó la dirección que  le había dado. El barrio era en la parte alta, al llegar al número vio que era una mansión añosa pero hermosa. El parque que rodeaba el frente le pareció magnífico. Tocó el timbre y apareció una mucama de mediana edad. Ya se retiraba cuando escuchó la voz del dueño de casa que le solicitaba que entrara. Ella lo hizo a regañadientes, no le pareció correcto. Quedó boquiabierta. ¡Era un palacete! La hizo sentar y le contó algunas cosas de su vida y trabajo. Era juez, ya estaba fuera de su tarea diaria por la enfermedad, solo y sin familia, necesitaba horas que le sobraban para escuchar música clásica y leer. La biblioteca era gigante.

            Rosario, prácticamente huyó. Un miedo incrustado en su memoria familiar, le hacía desconfiar de todos y de todo.

            Así, fue durante varias semanas a la casona con sus medicinas. Un día el hombre estaba acompañado por dos señores de mediana edad. La cuidadora la hizo pasar y le espetó: El doctor Florencio la espera, necesita hablar con usted. Un escalofrío le recorrió la espalda. ¿Qué querría ese pobre hombre? Siempre tan educado y cortes.

            Pase señorita Rosario… le presento a mis amigos el doctor Haroldo Fuentes y el contador Santiago Freytes. Ella les tendió la mano que estaba fría y sudada, por el extraño recibimiento. ¡Siéntese, por favor! Habló el doctor Haroldo, mire señorita nuestro amigo está muy grave, tiene muy poco tiempo de vida y quiere a través nuestro, señalando a su otro colega, hacerle una oferta.

            La muchacha temblando levantó la mirada e hizo el amague de pararse. Quería huir, no la dejaron. “Florencio es solo, no tiene esposa, hijos, madre, hermanos o demás descendientes por lo que le ofrece dos cosas: Primero casarse con usted en las condiciones que usted desee y en segundo lugar que una vez concretada la boda, venga a vivir acá en esta casa. Sin compromiso de tipo marital, hasta que él, muera”. Un sudor frío escapaba del cabello recogido en la nuca de Rosario, le temblaban las manos.

            El rubor le daba un tono rojizo a sus mejillas que habían sido muy blancas. Se le borró la sonrisa. Y luego de un profundo quejido comenzó a decir: Yo soy el único sostén de un padre discapacitado y una madre muy cansada, si hago lo que me piden quién velará por ellos. No tendré libertad entre el trabajo, cuidar del doctor Florencio y mi familia.

            ¡No tendrá que trabajar porque le deja una altísima cuenta bancaria y entradas para mantener a cinco familias, si así lo necesitara! Dijo el contador, mostrándole unos enormes libros con números. La mucama, detrás de la puerta, hacía morisquetas y se reía sin sonido. Escuchó, el ruido de una copa que caía de la mano del enfermo. Corrió a ayudarlo y él tomándole la mano le miró a los ojos y le dijo: ¡Usted es una dama y tendrá todo lo que yo tengo para que nadie se lo quite! Podrá traer a sus padres y los cuidará acá. Nunca perderá su libertad. ¡Se lo prometo!

            Salió con lagrimas en los ojos, porque le respondió desde su corazón… ¡No puedo aceptar su propuesta, no me interesa ni el dinero ni las comodidades, lo cuidaré por ser un ser humano digno y bueno que está sufriendo! Y salió casi corriendo, dejando la incógnita si se haría o no, la boda de esos dos seres llenos de compasión.

jueves, 26 de mayo de 2022

EL HOMBRE SOÑABA QUE SOÑABA

                         Y entonces caminaba el hombre sobre las plateadas crestas de las olas, semejante a un delfín sombreado sobre una selva virgen azulada. Caminaba arrastrando una enorme red de hilos giratorios donde atrapaba mariposas. Saltó un guijarro de granate desde la mano que sostenía un grito metálico, agitando la espuma fracturada de estrellas. Apareció una nave con el ancla elevada, esgrimiendo enganchado el cuerpo pálido de la mujer sirena. Voz de océano inventando en un desierto de extraña ingeniería, las voces, los corifeos estáticos que enhebran cánticos de amor pagano que se oían en las marejadas. Él, seguía caminando, sordo su oído a los clamores de la profundidad del mar donde habita la pasión cautiva. Soñó con tentar al demonio, para que le entregara el cuerpo casto de la mujer sirena que ondulaba la cola en el agua profunda entre las rocas. Vio una luz penetrando en su pupila. Dejó que llegara hasta la boca el rayo y salió de sus labios un pez de color ámbar como un haz de escamas nacaradas. Surcaron el silencio los sonidos sibilantes de delfín dormido. Abrazaron los senos fríos de la mujer sirena. Quería despertar. La luna se desplazaba sobre el vientre asexuado por la culpa ancestral de los orígenes latentes. Quería despertar porque estaba soñando que soñaba un tortuoso, agotador y desvariado sueño de espera, de quimeras vacías. Sus cuencas también vacías miraban el espacio desprovisto de planetas. Quería despertar de ese sueño que atrapaba su cuerpo contra el rústico suelo. Volcán árido. Gris estepa sin cielo. Desierto promiscuo de ternura. Comprendió que no despertaría aun...no bebería los besos de pasión...no había nacido y en el nido tibio de su placenta revivió otras vidas anteriores. Esperaría el duro alumbramiento, saldría al abrazo de esa vagina fenomenal de su madre parturienta. Pero sabía que apenas diera el primer vagido, olvidaría ese mundo maravilloso de otro tiempo.

OTRO INFIEL QUE DESPLAZA EL OLVIDO

 

            Apesta el olor a fritura en la galería. Los visillos se desdibujan sobre el corredor que lleva en damero a los fondos de la casa vieja. Hace calor y humedad. Las chicharras clamorean encaminando sus atractivos sexuales a las hembras. Un sopor manifiesto se despliega en los dormitorios sombríos. Lentos ventiladores perezosos se desdoblan en aspas gastadas con zumbidos de insectos invisibles, sobre las sábanas de algodón que clarean las sombras. Clavo de olor, canela y vainilla. Fantino yace semidesnudo bajo el sopor del ron y la cerveza. Noche tras noche amancebado con las busconas de Puerto las Rocas. Un vientecillo suave, mueve las cortinas de la puerta ventana, atrayendo aire con olor a río. Espanta las moscas y mosquitos, que en la oscuridad sacrifican su necesidad de sangre en la grosera piel del ajumado moreno.

            Temprano ha comenzado el ruido de los carros que llevan el pescado y los mariscos al mercado. El grito de los hombres que trabajan, no lo despiertan de sus interminables borracheras. Una gallina atrevida ingresa en la habitación en penumbra y picotea el piso donde hay restos mutilados de comidas derrochadas en la jarana. Nadie se atrevería como el ave a acercarse. Seguramente, un zapatazo sería la respuesta. Sin embargo, Nunila, escoba en mano limpia el patio de tierra, sacando hasta brillo al polvo. Su cadera gruesa, sostiene la enorme falda blanca de algodón con puntillas. Sus manos hábiles fabrican para ella y los extranjeros metros y metros de puntillas en la penumbra de la tarde cuando espera el grito de Fantino. Odia esa voz. Odia al hombre. Odia el mundo y a las hembras que venden su cuerpo a ese gordo infame y alcoholizado que está siempre tirado, fingiendo vivir, sólo para copular noche tras noche.

            Nunila, fue bella. Morena de ojos claros y largísimo pelo ondulado con brillo de perlas negras. Creyó en él. Creyó que la sacaba del infierno de su rancho, donde cada hombre era más y más bruto con el ron o la ginebra. Estaba allí, ahora, en las sombras de esa vieja casa que guardaba sus secretos. Antigua estirpe de otras épocas, donde el oro relucía entre los marrulleros comerciantes que atraían las minas del interior. Cada barco que atracaba, era un escándalo en el puerto. Atiborrado de mujerzuelas y borrachos. Gritos y peleas, que acababan en las zanjas con sangre de infelices nunca buscados por nadie. Marginales. Para Puerto las Rocas, no había una ley y si la había, nadie sabía cuál era. Nunila en silencio sobrevivía al horror de los sucesos. Callada, cocinaba plátanos fritos, mariscos y pescado, arroz con cerdo. Nunca le dio ni una moneda el Fantino, nunca. Sólo vivía de sus manualidades. Pagaba a las rameras con algunos billetes que conseguía de los extranjeros que se enamoraban de sus encajes. El ron y el alcohol, lo traía Amancio, dueño de las hembras. Ella era fiel. Salía con su turbante atando el pelo y la pollera suelta que le cubría hasta los tobillos. Ella no era igual a esas desheredadas que traían cada noche.

            A veces, se atrevía a los altos, por la escalera desvencijada y entraba en la gran alcoba de la señora Santina y abría los cofres cubiertos de mantos de seda. Se ponía uno de aquellos trajes de seda antiguo. Se sujetaba el pelo con peinetas de carey o nácar y usaba los aretes de oro y zafiros. Se transformaba en señora. En dama. Descalza caminaba sobre la alfombra de Persia. Se daba aire con el abanico de plumas de ave del paraíso. El espejo le devolvía un fantasma. Gloriosa en su belleza nativa. Majestuosa en su porte de reina. El mejor era el verde agua, con encaje de Bruselas. Las enormes enaguas de lino, aun conservaban la fortaleza del almidón y su cuerpo parecía una pintura arcaica de la colonia. Todo eso era de otro siglo. De otra vida. Después se desvestía, guardaba sus secretos y volvía a su vestido de algodón blanco y a su turbante. Nada sacaba para sí, su marido, si la viera, le daría tantos palos como pelos tenía en la cabeza. La señora Santina era la suegra, que cuidó hasta la muerte y que nunca la consideró esposa del hijo idealizado. ¡Si lo viera! Borracho todo el día. Follando cada noche con una o dos y hasta tres mestizas del puerto. Caería en otra apoplejía como la que sufrió cuando supo que su marido tenía una manceba… y con nueve hijos por ahí, en las afueras de Puerto las Rocas.

            Solía tomar el cuadro con el rostro de doña Santina y hablarle. Como le hablaba en el lecho, mientras le lavaba las heridas provocadas por las horas en el lecho, o los insectos. Otras veces, cuando le daba de comer en la boca, la madre, se negaba y una lágrima corría por su piel lechosa. Ella con un pañuelo de encaje las secaba mientras acariciaba sus manos. Igual, nunca la quiso. Nunca devolvió un gesto, una palabra, nada. Era mestiza. Su madre negra y su padre blanco de ojos claros. Por eso ella tenía esos ojos de cielo cambiante según se avecinaba la tormenta. Un día en la feria, tropezó con un hombre que le dijo:- “¡Hembra tienes ojos de mar tormentoso! ¡Sí que eres bella!- Huyó, Nunila, dejando la cesta con la compra sobre la mesa de madera en la calle, perdida. Perdida ella, en el temor de las palabras escuchadas. El extranjero trató de correr tras ella, que se perdió entre los callejones malolientes del puerto. Y lloró su destino. Entre los paraísos en flor, lloró su suerte.

            Al regresar a la casona, un grupo ruidoso de gente, entre ellos dos vecinos y el Amancio, la esperaban. Algo extraordinario había ocurrido. El marido, Fantino, había salido gritando por la calle y cayó como partido por un rayo en las piedras mugrientas. Balbuceaba algo. Una espuma blancuzca le burbujeaba entre los labios. Santina vino a buscarme, Mamá, y dando un revolcón en la tierra, perdió el conocimiento. Sus ojos en blanco y sus uñas amoratadas, como lo que se podía ver de los labios, fueron lo último que se vio, antes de pasar a otra vida.

            Nunila, con el señorío de siempre y su silencio, redujo todo a un sepelio corto. Sin ruido y sin llantos equívocos. Pocos fueron a acompañarla. ¡Mejor!

            Una semana después, limpió la casa. Pintó con cal cada habitación, lavó y cepilló cada ventana, mueble y piso, dejando que la luz de la vida regresara a la vivienda. Se transformó en la dama que era. Con las telas de los vestidos de doña Santina, se hizo ropa acorde a la época, se colocó el cabello con las peinetas de su suegra y habilitó el salón, para que allí se aprendiera a fabricar los encajes que ella sabía confeccionar. Pronto las muchachas de otros barrios llegaron a aprender. El murmullo de las voces juveniles, le cambió el tono a la zona.

            Un atardecer, sentada Nunila en la galería, vio bajar por la escalera a doña Santina, con su mejor traje de seda amarillo pálido, le tomó la mano y dejó en el hueco de ambas, una caja llena de joyas, que la muchacha nunca supo que existían. Luego le dio un beso en la frente y salió por la galería desapareciendo entre los jazmines.   

UN CREPÚSCULO PERFECTO

 

La espera

Un sonido que no llega en la tarde

apenas iluminada del crepúsculo

 

Espero  y el tiempo que me envuelve en sus nubes

 imprecisas destacan el rostro dilatado de la luna.

 La espera será larga

habrá violetas a mi lado

cubriendo el tornasol crispado del poniente.

 

Volaré buscando la belleza    

el cordón pintoresco de tu nombre.

 

 

Seré un globo en el cielo que se aleja hacia el tiempo infinito

del crepúsculo    perfecto

desfile de sonrisas en la máscara triste.

 

Espera  y una lágrima de yeso caerá de mi rostro.

No puedo.

Tengo el rostro cubierto de silencio.

Volveré a la niñez con el color bermejo que vuela en la distancia.

entre cielo y montañas

entre  la vida y el pecado de soñar despierta en un crepúsculo perfecto.

Ese sueño opaco de la ciudad violenta

de mástiles sombríos

de pancartas rotas  de carteles sin señales ni belleza.

Hoy hay teatro y sus escenas serán nuestras

es nuestra vida. Nuestra nueva vida.

UNA TARDE DE DOMINGO

 


                        Sentí la voz inconfundible de Coquita pidiendo que fuera esa tarde a tomar el té. Tenemos tanto trabajo de la cofradía del Santísimo Sagrario para dejar listo. Cortó como siempre la conversación, ella siempre apurada, tiene muy controlado el teléfono. No le alcanza la pensión de su difunto marido. Además no tiene tiempo. Entre las compras, las plantas... tiene como cien macetas con helechos y orquídeas, siete canarios, dos gatos y un ovejero que con artritis, se arrastra tras su caminar apurado. Alimenta animales abandonados, algunos harapientos y mendigas locas que duermen en los portales. Todo el barrio la conoce y la adoran. Los vecinos cuentan con ella cuando viajan. Ella es el alma de la cofradía. Me dispuse a salir. Temprano porque cada día tengo más temor a salir. La oscuridad me aterra, pasan cosas increíbles en la calle. Además me tiene loca el reuma en las rodillas. Me pondré los ruleros porque con la humedad el pelo ralo, no me sienta. Cuando me miro al espejo siento tanta pena...me tengo que cortar el cabello y teñirme porque me veo muy vieja. ¡ Pero con lo que cobro cada vez me alcanza menos! ¡Gracias a Dios, Tinchi, el peluquero que me atiende desde que vine a Palermo viejo, me aguanta! Es muy bueno. Palermo...pensar que tuve que dejar la casa. Cómo extraño la casa de Haedo. Sus patios con glicinas y mosaicos de colores armando alfombras. Alargaba los días y las noches con su cálido entorno. Cuánto luchamos para tener esa casa teníamos un baúl de ilusiones. Ahora el “pañuelito” en que vivo, que compraron los chicos, es como una pileta de la Recoleta. Me ahogo, pero ¡pobres! Tenían que comprarse casa en Pilar. Tienen otras obligaciones. Yo entiendo, la vida moderna es así, complicada.

                                   Felicitas, coqueta como siempre toma el cincuenta y siete que la lleva a Olivos, tarda casi una hora, pero aprovecha para mirar las vidrieras de Santa Fe y pasa por Cabildo...recuerdos, recuerdos se van prendiendo de sus ojos soñadores. Disfruta mirando a la extraña gente de esta época. Ha pasado los setenta y ocho. Y viaja con una bolsa enorme de añoranzas. Siente nostalgia de los chicos, los ve tan poco...Jorge con sus corridas de la clínica al hospital y a la facultad. ¿Cuánto hace que se casó? Luego el divorcio y tres matrimonios más. ¡Qué hizo mal! Pero no fue su culpa murmura mirando el rostro desencajado de los que viajan junto a ella. La casa de Jorge es un loquero, con hijos propios y ajenos que entran y salen. Felicitas ya no sabe bien cuáles son sus nietos de sangre. Para lo que sirve. Si no vienen nunca. A veces suele venir Victoria, la nieta mayor, fue la que más conoció desde niña. Ahora está por irse del país a estudiar una carrera de marketing. Ya no la verá más. De Loli, sí que tuvo mala suerte. Se enamoró mal de un tipo sin escrúpulos. Cierto que ahora no se dan sobrenombres. Dolores, su Dolores. Pobre para qué le puso ese nombre fue como darle una consigna de infelicidad. Pasan calles, gente y pensamientos.

                                   Chofer...en la parada de Rosales.¿ Me puedo bajar por acá? Gracias. Esta calle de adoquines me tortura los pies y la cadera.

                                  

                        Coquita la espera, no se ha arreglado para recibirla como otras veces. Recibe el paquetito de masitas de la confitería de la esquina. No te hubieras molestado. No es nada. Cómo están tu cadera y las rodillas. Bien algo dolorida. Sentate y ya traigo el té. Gracias. No mires el desorden, pero últimamente no tengo ganas de trabajar, estoy como...Como que trabajaste demasiado ya, Coquita. Y sin la obligación de atender a los hijos ni al marido. Ah, ya sabemos es lo mismo, yo... Bueno de ese ni hablar...bien muerto esté y que no resucite. Me extraña que hablés así de tu difunto esposo Coquita. Me hizo sufrir hasta el cansancio, lo que se dice un crápula. ¡Nunca te escuché hablar así del doctor! Claro, siempre me quedé callada, por los chicos. Pero nunca te hizo pasar necesidades...y a los chicos les dio flor de carreras. La voz de Coquita se pierde tras los cortinados que separan el salón de la zona interior de la casa. ¡Flor de sin vergüenza fue mi marido! Imaginate que se jugó todo lo que me dejó mi padre. No te puedo creer eso del doctor, parecía tan serio y correcto. La mirada dura de Coquita se apoya en la fotografía del “doctor” que sonríe desde el piano. Felicitas piensa en sus propios hijos que la han dejado sin un cobre... al final todo el mundo es igual.

                       Bueno, Coquita, y tu hijo Carlos, cómo está después de la denuncia que le hizo el otros diputado...¿Qué? No te oigo bien, sabés que cada día escucho menos .Son cosas de la edad. Las sonrisas oculta de las dos mujeres que esconden sus desdichas son misericordiosas con quienes aman. Te hacés la sorda cuando te conviene...la tacita inglesa de porcelana tiembla miserable entre los dedos torcidos de Felicitas. Coquita ha derramado parte de su té en la alfombra. Ambas se quieren y se conocen. Ambas han sufrido y sufren la soledad y la vejez. Con respecto a la Cofradía, ¿qué te parece una cena en lo de Chola en Pilar?  Y la charlas despliega intrascendencias por la tarde del domingo. A las siete en punto Felicitas regresa con más peso en su mochila de recuerdos.

DE TU CUENTO A UN INVENTO


            Te voy a contar la historia de una niña que se llamaba Regina. Era muy, muy mimosa. Su abuela le contaba cuentos, le hacía milanesas con puré y le compraba juguetes. Pero Regina nunca estaba feliz.

         Un día el cielo apareció gris y lleno de nubes oscuras. Presagiaba una tormenta y hacía mucho frío. La niña, no quiso ir a la escuela. Su mamá y su papá que trabajaban todo el día, tuvieron que llevarla a la casa de la abuela para que no se quedara sola en la casa.

         Aprovechando que estaban juntas, la abuela la invitó a jugar a cocinar masitas de chocolate y coco. Regina se encaprichó y sólo quería ver televisión. La abuela la dejó en el comedor mirando un programa infantil, pero el sueño la ganó y se quedó dormida. Así comenzó a soñar.

         Regina soñó que se elevaba en las alas de un pájaro enorme de pico afilado y garras de acero. Volaba tan alto en el cielo, que desde ese lugar podía ver la cumbre de la montaña, los enormes ríos que desaguaban en las plantaciones de los valles y hasta un azul lago rodeado de pinos.

         El sol le hacía cosquillas en la cara y escuchaba el relincho de caballos salvajes. Jugó con cachorros de perros y pequeñas cabritas. Juntó mariposas y escarabajos azules. Nadó en un arroyo de agua dulce y tibia. Seguía volando por entre las nubes. En un rincón, inventó un huerto con manzanas gigantes, aves con pelos, árboles de color celeste y gatos con plumas de color rosado.

         Caminó por las hojas de una palmera de cartón y se vistió con una capa de azúcar amarilla. 

         Regina estaba muy feliz. Reía y reía entre las enormes plumas de las alas del ave. Pero... de pronto sintió un rugido tan fuerte que la despertó. Era un trueno que anunciaba la lluvia. Un tremendo chaparrón desdibujó el jardín.

         Una taza de chocolate caliente con galletas dulces, le hizo despabilarse. Los brazos amorosos de la abuela, fueron el refugio de su temor a las tormentas.

         Ya siendo noche llegaron sus padres a buscarla. La abuela estaba un poco triste. Regina, sólo hablaba de su aventura en el sueño. La pequeña le prometió que otro día vendría, pero sólo para volver a soñar como ese día. ¡Así conocerá los hermosos cuentos que inventa y la abuela le hará ricas galletas!

        

DE ANÉCDOTAS DE VIAJES

 

UN VIAJE MUY AJETREADO, MADRID CON LLUVIA

 

Para poder llegar a Santiago de Compostela, el famoso Camino de Santiago, nos mandaron a Madrid. ¡Comenzaron los problemas! Los vuelos retrasados nos impidieron llegar al que nos trasladaría a Galicia. Llovía como hacía meses, según dijeron, no llovía. Nos llevaron, luego de muchas protestas de todos los pasajeros que habían perdido sus conexiones; nosotras entre ellos; a un edificio cerca del aeropuerto que habían organizado como “hotel”. Eran módulos de departamentos con habitación, baño y cocina. Sin heladera ni comestibles. Nos fueron acomodando según los próximos vuelos que comenzarían a las dos de la madrugada. Mi compañera y amiga, se animó a buscar comida. Ambas ya hacía más de diez horas que no probábamos alimentos, excepto una bolsita de 40 gramos de maní que nos dieron en el avión de Iberia. Pudimos hablar con nuestros esposos e hijos, puesto que la empresa proporcionó llamadas gratis al país de cada pasajero. Hacía frío y no paraba de llover. De pronto, tocó la puerta una jovencita y me entregó dos bolsas con comida y bebida. Cuando llegó mi amiga, se sorprendió, no había podido conseguir que la máquina que expende con monedas algunos alimentos, le entregara dos emparedados y se quedó, el aparato, con los euros. Ella estaba furiosa. La calmé, la invité al picnic y luego de higienizarnos, comimos. Un sándwich de jamón de pavo y queso, un jugo de naranja, un yogurt y para mí una pera.

Sabíamos  que a las cinco de la mañana nos llevarían al aeropuerto. Ella salió un instante porque no soportaba el encierro y se perdió, era un edificio laberíntico. Cuando volvió, estaba muy triste. Habló con su esposo y su hija y se calmó. Esa noche dormimos tres horas.

Al día siguiente, no llovía. Salimos de Madrid rumbo a santiago de Compostela. En el avión, ya se veían los peregrinos que con sus mochilas y bastones viajan para hacer esa antiquísima peregrinación. ¿Me pregunto qué impulsa a los seres humanos hacer una caminata de casi 900 kilómetros andando por el antiguo camino de los cristianos de antaño? Hoy, por lo que pude observar, la mayoría no era gente religiosa, la que hacía la Romería o Peregrinación. Muchos van por esos largos senderos por decir: ¡Lo logré! Llegan a “Finis Terra” y allí regresan con su cartilla llena de sellos comprobantes del viaje. En fin será otra de mis anécdotas.

A las cinco de la mañana nos alertaron que ya pasaban a buscarnos para viajar a uno de los lugares más bellos: Santiago de Compostela.

 

martes, 24 de mayo de 2022

JUNTO A UNA ESCULTURA DE PÍO BAROJA


 

SOLOS

 

Y descubrí que no estábamos solos

y

mi ciudad se enredó en los árboles y acequias

escondiendo el dolor de los hombres y   los  niños.

Cada par de ojos, cada mano que se extiende

 me recuerdan

cuánto me hace falta comer de tu boca

tengo hambre de tus besos    de muslos abiertos

entonces mi ciudad me duele con llagas vivas

le falta amor al pueblo      mi pueblo   tiembla

en deseos   que me recuerdan   el tiempo de repartir

los viejos sueños. ¡Ay...qué haremos?

 

Ven     

cerremos las ventanas. Abramos el corazón

dejemos que el sonido de nuestro palpitar aturda nuestro lecho.

 

Estamos solos con nuestro amor lejano. Aun

tenemos nuestro amor. A pesar de todo

a pesar del tiempo.  Y nuestros sueños.

UNA INSÓLITA SOLUCIÓN

 

            Desde el automóvil alquilado, Ivanna, observa el frente del caserón. Bello lugar. El coche de su amado Rafael, es el aguijón que se le clava en los ojos. Allí está detenido desde las diez horas, y no se ve movimientos en el interior. Se le nubla la vista que tiene incrustada en los ventanales y el gran portal, por donde espera verlo salir.

            Ya es la hora en que los árboles comienzan a transformarse en matorrales, verde oscuro o negro, cuando comienzan unas leves luces a asomarse por los vidrios. Se abre el portón de hierro y aparece un pequeño coche deportivo. Antes, en el vestíbulo, Ivanna observa asombrada, como su marido, besa apasionadamente a un atlético joven moreno.

            Un estilete invisible le atraviesa la garganta reseca. En su retina se incrusta la imagen. Luego parte el coche de Rafael, rumbo a la ciudad. Suena en su cartera el celular. Amor, me voy a demorar unos veinte o treinta minutos, acá en el club. Siempre que no me llamen por teléfono unos clientes. Te amo, espérame para cenar. Y ella lo sigue, para verlo ingresar en el club. Se detiene y espera. Lo ve salir bañado y cambiado de ropa. Un estilo informal que traía y sale con el típico traje de oficina. Los ojos de la mujer, tienen un raro color resinoso. Se aleja apurada por la autopista y corta camino por calles extrañas para llegar antes que él, a la casa.

            Intenta tranquilizarse. No sabe cómo actuar. No debe demostrar sentimientos. ¡Comprende por qué causa no quiere tener hijos! Su reloj biológico ya está en rojo y él, siempre inventa pretextos para evitar la paternidad. Resiste pensar en “su” hombre en brazos de otro, si fuera mujer, su alma no estaría tan destrozada. Cuando siente la llave en la puerta de entrada, se ve reflejada en el gran espejo de su dormitorio y una extraña pátina se desliza por sus ojos, en forma inoportuna cual párpado transparente. Se refleja nuevamente su piel tersa y su cabello corto tiene un suave reflejo verdoso. ¡Es mi imaginación! Mi odio me hace ver cosas insólitas, piensa. Desciende por las enormes escaleras de mármol y se desliza como una sombra. Él, en el comedor ha tomado un vaso de güisqui y tintinea el hielo festivo en el cristal. Le acerca uno igual y la besa ligeramente en los labios. Ella retira precipitadamente la boca. Que siente levemente dura. Su lengua parece de plástico. Se aleja hacia la mesa donde la mucama ha preparado la cena. En silencio, se sientan y comienzan a comer. Un breve comentario sobre la exquisita carne a la provenzal, al buen vino boyarda y al clima. Luego se instala una pared invisible entre ambos. Cuando están por finalizar y se acerca la joven mucama, se miran sorprendidos por el rugido de una moto que ingresa en el camino a la casa. Rafael, salta en la silla y se precipita al palier de ingreso. La alfombra persa sabotea los pasos y la voz en cuello de ambos hombres, es un siseo terroso que llega apagado a oídos de Ivanna. ¿Qué haces acá? Te he dicho que aquí jamás vengas. Vete. Mi esposa …El ingreso inopinado de la mujer transforma la situación. Lame con su mirada extrañada el cuerpo y rostro de su enemigo. Una cara infantil, rubicunda de ira y sospechosa de venganza, se detiene en ambos rostros. ¿Quién viene a visitarnos a esta hora? ¿Acaso lo invitaste a cenar y no sabía nadie nada? Pase. Tome un aperitivo con nosotros, dice ligera para conocer la causa de ese exabrupto.

            Rafael, palidece y apenas puede balbucear palabras. Mi compañero de tenis, el joven Belisario Verón. ¿Te acuerdas que yo te comentaba, querida de un nuevo socio al que hay que temer por lo bien que juega? Bueno ha venido y me encantaría saber qué lo trae a esta hora.

            No vengo como socio a jugar tenis, sino a buscarte para ir a “Soho Gay”. No es tu fuerte mentir. Cambiate que nos esperan para el nuevo show. Y te retiras de nuestra casa que crees que estás haciendo, atrevete a molestar a mi señora. Sal ya mismo. De ninguna manera. Tú, refinada estúpida, debes saber que hemos estado todo el día juntos en un lecho de amor. Te engaña. Es mi amante. Déjalo ir. Sé inteligente por una vez y comprende que yo he ganado esta contienda. Eres un verdadero cretino. ¿Qué necesidad tienes de insultar en mi casa a esta pobre mujer?

            Atónita, Ivanna y la mucama, miran a la pareja. Salen y el estruendo del escape rompe el trágico silencio de las gargantas de las mujeres. Sorprendidas, se alejan para reponerse del momento sufrido. La mucama, toma su ropa y sale, dejando la llave sobre el mármol rosado de una cómoda, en el ingreso a la casa. No atina ni a saludar. Su mente tiembla. No comprende nada. Su patrón es… no puede ser. La señora tan fina y bella… eran tan felices, o lo parecían. En la soledad del barrio pasa junto a los guardias de seguridad como aislada del mundo.

            La joven ama, despechada, comienza a recorrer cada rincón de su bello dormitorio. Abre el vestidor y con una navaja corta y deshilacha la ropa de su ex marido. Su vientre es un volcán en erupción. No llora. Tiemble de ira y sueña diferentes venganzas. De pronto se mira frente al espejo de su vestidor. Allí, observa que sus ojos, tienen un extraño proceso de cambio. El iris, se alarga verticalmente. Una suave membrana cubre su globo ocular en forma de párpado extra. Su rostro, totalmente endurecido por la furia, se va cambiando y la nariz, se eleva achatándose sobre una faz angulosa. La lengua es larga y se mueve a latigazos con una incisión en medio. Una serpiente envidiaría su lengua. La piel va tornándose escamada y verdosa. Mira sus manos y las ve atrofiadas en garras con afiladas púas negras. Se encorva. Crece una inesperada cola con espinas de colores que se elevan hasta la cabeza donde el hermoso cabello ya se ha transformado en aguijones venenosos. Se desliza sobre su vientre húmedo y frío. Siente un grito interior que la empuja hacia el parque. Sale por el enorme ventanal. Sale en búsqueda de un apareamiento para desovar sus crías.

            Sobre el brillante piso de mármol blanco quedan derrotados, un par de zapatos de tacones rojos, un vestido de seda negro y un collar de perlas con broche de zafiros.

           

AZULES MIS MANOS

 

Azules.

Azules mis manos

Un camino azul sobre mi lecho.

Nostalgias y sueños.

Mi alma se pierde en un azul de incienso

Mi amor, que perdido, busca el reencuentro.

Mi memoria encuentra mil azules

Sueños y esperanzas

Añiles y dulces.

Dudas y distancia

Aguarda la esperanza que tiñe de rojo

Sin ver lo que toca.

Inquieta la tregua que me deja sola,

En el umbral de los recuerdos

Quedará enredado el añil sufrido,

El color perdido

La fiesta postergada por ausencias

De los que amasamos el pan de la alegría

O acaso olvidamos

Pisar las uvas del buen vino.

El azul envuelve los manteles

Que llenan las mesas de los que marcharon

Buscando un camino lejos de la patria.

Azules infinitos

Azules al viento

Azul de esperanza

Por los que han vuelto.

 

UN MISERABLE

 


            Usted no lo conoció. Asdrúbal Segovia, el hijo del hacendado, gustaba de las rameras. Verlas caminar semi desnudas por el lupanar; con sus nalgas bailoteando en su andar por los pasillos, con las tetas algo flácidas en vaivén de acá para allá. Siempre buscando un granuja que las atrapara. Les sacaban todo el dinero que tenían. ¡Eso era lujuria! ¡Y eso era su única dicha!

            No era malo el Asdrúbal. Era tan sólo un miserable lleno de desconcierto sobre la vida. Un insecto lleno de miedos y que olisqueaba el perfume de cebolla que descargaban los sobacos de las pupilas. ¡Ni hablar de las jóvenes nuevas! Esas que llegaban aterradas, desterradas de sus ranchos por ignorantes y padres mal entretenidos.

            Las seguía como el zorro en celo. No podía sentir el olor de la fritanga de ajo y cangrejo que había en los pasillos del lupanar. Eso era el éxtasis, se excitaba y deliraba, pero sufría. Un pillo desvergonzado e ignorante que fue cuidado por una madre enferma de tisis que lo dejó siendo niño. Su existencia fue un desastre. El olor caliente de los intestinos flojos de su mamama, o de la “Niña”, lo enloquecía. Salía por las siestas abrasadoras buscando la orilla del río, donde desnudo retozaba, hasta que vio a un mulato atrapar una muchacha y escondido entre los matorrales aprendió. Quiso ser igual de atrevido y ganador. Tenía trece años y ninguna lectura. Ni números en el ábaco.

            Así creció el Asdrúbal, como perro en celo. Su hermana, la Niña, tomó las riendas con un par de años más que él. La hacienda daba frutos, pocos, pero alcanzaba para mantener la casa y los empleados. Su  padre, el capitán Segovia, que no era militar sino ayudante en un bote de río, se fue hacía como ocho años y nunca regresó a la casa.

            Ya el muchacho, no recordaba su cara ni su figura. Sí, cuando dormía, soñaba con los gritos que daba cuando golpeaba a los animales del corral, a los azotes que daba en la baranda del balcón profiriendo blasfemias. Un bebedor que dejaba su huella en los bares de poca monta del poblado.

            Una mañana lo encontraron tirado en el portal de la hacienda con un enorme tajo en los brazos, un ojo hinchado y negro; casi desnudo, con barro y sangre por cada orificio de su cuerpo. ¡Era una venganza de algún petimetre del lupanar!

            Lo llevaron al médico, que no quiso atenderlo, en principio. Cuando vio los billetes, llamó a su mujer y luego de lavarlo, comenzó a coserlo como a un fiambre. Los gritos se oían desde una calle abajo. Así se quedó en la casa de su familia.

            El cloroformo lo dejó medio dormido por muchas horas y cuando despertó no podía hablar ni moverse. ¡Menos mal, decían todos! Pero los días pasaban y las cosas seguían igual. Así es que la casa parecía un hospital. El olor de los remedios y tisanas, el ruido de los pasos sordos de cada familiar era un cambio fenomenal en la hacienda.

            Tomaron a un “toruno”, un muchacho joven muy fuerte que lo levantaba en brazos para poder cambiar las sábanas y limpiar su cuerpo de las heridas malolientes. Apenas hablaba el mozo y Asdrúbal, gemía por el dolor caliente de sus costuras, esas que le habían salvado la vida. De noche despertaba a los gritos, soñaba con la muerte.

            Mamama hizo traer a un fraile de la Ermita de santa Escolástica, para que expulsara los humores del cuerpo y del alma. Así comenzó una verdadera guerra entre el herido y el hombre de Dios. Una contienda de palabras y rezos, de mentiras y perdones, de rosarios y puteadas. Al fin ganó Asdrúbal y el fraile se resignó. Mamama no se lo perdonó, Asdrúbal, se puso cada vez más enfermo. El médico pidió que se lo llevaran a la ciudad, él, no quería comprometerse más. Así partió el enfermo en una carreta por los caminos irregulares hasta el asfaltado y de allí a la urbe.

            Largo fue su tiempo en el sanatorio y tan diferente regresó, que desde entonces se trata de otra historia.

           

             

UNOS PANES SOBRE LA MESA

 

FULBIO

Si caminaba un trecho más, encontraría la cornisa de piedras que rodeaba el límite del redil. Sus pies doloridos y mal equipados arrastraban con pena su menester como labriego. La casa grande parecía dormir a esa hora. Los perros no se acercaron para torearlo por pereza y decencia. No hacía frío, pero un vientecillo áspero tremolaba en la fértil parcela de trigo que comenzaba a dorarse en su madurez.

Seguido por su caballo, llegó al pesebre perfumado a pasto fresco. Lo dejó envuelto en una manta decolorada de lana rústica. Cerca de la puerta se lavó con agua fresca de la fuente que manaba descontrolada hacia la vega. Su brazo sostenía el rifle y del hombro colgaban dos liebres que cazara para la cena. Ingresó en la cocina. El perfume a romero y cebollas invadió su alegría. Hogar. Él, era un simple labriego asalariado pero sentía pertenecer.

Nació allí, en la casa, como un duende inevitable de los dueños; se paseó por las habitaciones siendo niño, pero llegando a la adolescencia ya fue ubicado en la zona de servicio. Amaba a esa gente. Eran su familia. El dueño, un astuto comerciante, postrado en una silla de ruedas por efecto de la guerra. La señora, una dama dulce y misteriosa que caminaba como un pajarillo sobre las alfombras, siempre lista para sus hijos que llegaban como gazapos a la mesa, hambrientos y ruidosos.

Nunca le pegaron, ni lo maltrataron. Tal vez, porque era muy parecido al mayor de los niños de la casa. Su madre, era la doncella de la señora. La cuidaba y parecían amigas.

Un día uno de los muchachos se burló de su madre y el señor, encolerizado le dio un azote con la fusta del caballo que montaba cuando recorría el campo. El chico lloró a mandíbula loca, sus gritos se escuchaban desde el gallinero donde Fulbio, se escondió. No quería ser la causa de los golpes. ¡Pero su mamá se metió en la cocina y lloró mucho! No entendía el motivo.

Al día siguiente tuvo que llevar la comida a la habitación del muchacho y este le gritó que lo odiaba. ¿Por qué sería? El chico le descargó su enojo contándole que su padre era el mismo que el de él. ¿Cómo? Sí, mi padre es tu padre, pero tú, eres hijo de la doncella y no de mamá. Salió corriendo. Se escondió en el establo. Lo vino a buscar la cocinera. Debía irse al monasterio por una orden del señor. Eso fue lo que hizo. Partió.

Al tiempo, lo fueron a buscar, tenía que trabajar en el campo. Ya los muchachos habían crecido y no había quien cuidara de la vega. Aró, sembró y cuidó a cada animal de la casa. Ya tenía como veinte años. No le permitieron ser cura, como le proponían en la abadía sus maestros. Manso, volvió y siguió siendo el labrador de la tierra.

Su madre, ya anciana, le explicó, que su futuro era mantener el bienestar de la familia. Eso la incluía a ella. Supo que cada año, sembraría, cosecharía para tener granos, porque tenía que transformar el trigo en pan para los habitantes de la casa. Su casa. Su familia y su vida.

 

LISBOA UN INESPERADO ENCUENTRO CON LAS BELLEZAS, de Anécdotas deviajes.

 

Me costó llegar a Lisboa. Fueron trece horas, sentada, en un incómodo asiento de un avión entre dos personas gruesas, que se desparramaban sobre sus pequeños asientos. El caballero que estaba a mi izquierda era un enorme padre chileno que hacía tiempo no veía a su hija y nieto en Alemania, y debía pasar por el aeropuerto de Ámsterdam, para hacer combinación con su nave. Llegamos sobre el tiempo esperado y al bajar en la aduana, nos llevaron por un ascensor hasta un sitio donde vendían todo, sí, había plantas (Mis favoritas), recuerdos de todo tipo, bebidas, comidas y un sin fin de objetos.

De pronto apareció una señora en un simpático motor con ocho sillas adosadas, para llevarnos de un lugar del aeropuerto a otro. Allí los despachos y salidas son de varios cientos de metros. Nos ayudó a subir y montó feliz a su frente. Puso el artefacto en marcha y comenzó a luchar para sacarnos del lugar. Llevó por delante un cartel metálico, un enorme elemento de acero para desperdicios, chocó con una columna y luego de ser asistida por otra dama, compañera de su tarea, comenzó el viaje evitando llevarse por delante pasajeros que apuraban su paso por el enorme corredor. Cada recorrido que hacía, producía un silbido semejante a una sirena de barco o de tren, la gente o reía o renegaba. ¡Era un personaje de película! Lástima que en el momento no atiné a sacarle un video con mi celular. Fue un simpático viaje de corto cómico.

Luego de hacer el resto de mi travesía, llegué a Lisboa. El traslado fue excelente, nos esperaba un joven brasileño, que nos dejó en un hotel en el centro mismo de la ciudad. Cosa que agradezco. El hotel, como todos los hoteles, ha atravesado dos años de cierre por el COVID 19 y se está desperezando del encierro. Frente al mismo, había un teatro que al preguntar si había posibilidad de tener una entrada para asistir, había que haber sacado el ticket  un mes antes. Desistí. Mi amiga y compañera de viaje no se molestó mucho, porque no gusta del teatro, yo lo lamenté. Sobre la calle que caminamos cada día, había muchos restaurantes y negocios que lentamente van abriendo sus puertas. Venden sugestivos objetos hechos con alcornoque, corcho, como decimos nosotros.

El primer día almorzamos en un lugar que nos pareció simpático, con un tenderte para poder usar parte de la calle. Un alegre camarero nos hizo en un cerrado portugués los elogios de su cocina. Y entramos y comimos. Yo, que adoro los pescados y mariscos, soñaba con un buen plato lleno de ellos. ¡Mi compañera de aventura, odia lo que yo amo, se conformó con un pez, que ella detesta y para colmos, lleno de espinas…! Nos prometimos no volver al lugar.

Conocimos los lugares emblemáticos del turismo por la ciudad de Lisboa, hicimos tours por barrios antiguos y zonas marítimas, así, llegamos a una zona donde sólo se comía frutos de mar. Mi amiga, solicitó pollo y papas. La miraron con desdén, pero le prepararon ese menú, yo, preferí comer moluscos que eran tan frescos como el aire del mar que corría por esa rambla.

Buscábamos alguna tienda que no vendiera los típicos objetos que descubrimos no eran de alcornoque, sino de una fibra plástica imitando el material real. Nada. Todo era igual.

Ya regresadas al hotel y pasado el tiempo, salimos a conocer una antigua iglesia del siglo XIII que abrió las puertas por ser el día de Lisboa, el día Patrio. Por todos lados repartían claveles rojos y yo recordé que hubo una revolución, no recuerdo en que año que la llaman: ¡La asonada de los claveles! Así que pusimos un clavel bajo los pies de una antiquísima Virgen de piedra en la que creo fue una catedral.

A los pies de la misma, en una especie de callejuela, se apacientan una gran cantidad de inmigrantes africanos y hacen música y bailan. Hay allí un hermoso homenaje al Holocausto y también cohabitan anticuarios. Ese día las tiendas todas cerradas. Y la plaza mayor, cerca de nuestro hotel con innumerables personas que bebían un licor hasta quedar algo ebrios. Todos lucían un clavel rojo. Los padres y madres con sus niños, los ancianos y viajeros recibíamos el clavel con cariño. Era el símbolo de la Libertad.

El día de los claveles, conseguimos que nos llevaran a la Iglesia de la Virgen de Fátima, donde según la historia, se presentó en 1917 la Madre de Cristo a tres niños pastores. Cuando llegamos, (el viaje fue hermoso), la enorme fila de cuatro en forma, era de tres o cuatro cuadras o más de quinientos metros. La gente silenciosa oraba, transportaba velas y flores blancas. Yo me dije: ¡De acá no salimos ni mañana! Comencé a caminar por un jardín que bordeaba la ermita y de pronto me encontré frente a un templete con la Madre. No lo podía creer. Mi amiga se quedó asombrada. Nadie nos había impedido ingresar y estábamos a los pies de la muy soñada y esperada Imagen. Oramos un rato por nuestras familias, nuestra Patria y el Mundo. Pedimos por la Paz en este duro momento de guerra; y dejamos nuestras súplicas de quienes me habían pedido llevara a la Virgen de Fátima; amigas y amigos de mi ciudad. Allá quedaron en las manos de María. Luego salimos por una callejuela donde vendían recuerdos que compré para regalar. Y a las catorce en punto estábamos regresando a Lisboa. ¡Gracias Madre por permitirme no hacer esa espera enorme en la fila de gente que te quiere ver y rogar salud y bendiciones! Juro que no sé cómo pasó, que estuve a sus pies sin hacer nada contrario a lo que estaba estipulado. Ella me llevó a sus pies.

Al día siguiente, después del desayuno, salimos a la plaza, ya sin tanta gente para hacernos un RCP, que exigían para ingresar a España y lo hacían gratis y en dos horas nos entregaron, firmado y legalizado por el gobierno portugués. En la plaza se había desplegado una feria de artesanos. Allí compramos algunas chucherías para nietos y nietas.

Ya llegaba nuestro último almuerzo. Habíamos probado las exquisiteces que produce en dulces y masas en Lisboa y todo Portugal según nos comentaron. Realmente, yo que nos soy muy adicta a las masas dulces, me enamoré de algunas. Ya armada nuestra valijas y listos nuestros papeles para nuestro viaje a Santiago de Compostela, salimos a comer. ¡Y, OH, sorpresa, nos volvimos a encontrar en el mismo restaurante que habíamos prometido no volver!  Yo rogué no me hicieran el pescado con ajo y mi amiga renegó, pidiendo pollo con papas, porque no estaba en el menú. ¡Por Dios, cómo les gusta el ajo! Todo olía a lo mismo, gustaba a lo mismo y molestaba al paladar igual: AJO.

¡Le dijimos adiós a Lisboa, con buenos recuerdos y algunas molestias, mínimas hasta ese momento! Lamentablemente no pudimos ir a Oporto.

 

viernes, 20 de mayo de 2022

MUY MACHO PERO…

 

 

            Miró el trapo lleno de sangre que tenía en las manos y de un tirón le quería quitar el policía. Dio un salto hacia atrás y se alejó. Vomitó. ¡Nunca había pensado que le pasaría eso a él, el mejor maquinista del ferrocarril del sur de la provincia de Buenos Aires!

            Nació para ver pasar los trenes, su casa temblaba con el pasó de cada vagón, fuera de pasajeros o de carga. Amaba el olor del humo y de los aceites que derramaban las locomotoras. Iba pasando el tiempo y le suplicó a su madre que lo dejara ir  a la escuela Técnica de “Ferroviarios”. Estudió y salió con una medalla. No era muy inteligente, pero si tenía la testarudez de un toro. Orgullosos con su título se presentó en la oficina en Paternal donde le harían unas pruebas. Salió bien pero los acomodados le ganaron de mano.

            Se “conchabó” como aprendiz de un viejo polaco que armaba camiones y grúas, para el ejército. Aprendió de ese viejo agrio que escupía cada vez que hablaba en un idioma trágico de su tierra, un sin fin de estrategias con los metales. Sabía de todo y atento memorizó mucho de lo que el anciano sabía.

             Siempre puteaba por la guerra y se dormía sentado en un sillón desvencijado que según él, era traído de Polonia. Tenía más tierra y mugre que todo el vertedero de basura.

            El hombre escuchaba una música linda, pero extraña para el muchacho que amaba el tango. Igual, un día encontró en la mesa de la cocina una carta que lo llamaba del Ferrocarril Central para comenzar como maquinista.

            Un sueño cumplido. ¡No fue fácil! Tenía a un montón de tipos envidiosos y vagos que le hacían la vida imposible. Nunca los delató, hubiera sido peor. Había una pequeña mafia apadrinada por punteros políticos y del sindicato.

            Cumplió a rajatabla con su tarea, hasta lo premiaron dándole la locomotora más nueva y la más bella. La limpiaba como a una estatua de mármol o de acero. Brillaba cuando rauda pasaba por la ruta. Siempre atento a los cambios de luces, si veía un color naranja, aminoraba caso a diez kilómetros para evitar cualquier accidente. Si era roja, frenaba y los rieles y las ruedas chirriaban como una sinfonía de terror. Era verde volaba como los pájaros libres de la pampa.

            Ese día fue un horror. Bajadas las barreras y terminado de subir todo el público, comenzó a poner la máquina a andar, llevaba a los obreros y mucamas de media provincia, en la próxima barrera baja, una joven mujer corrió y se tiro bajo “su” tren. El grito y escándalo fue feroz. La gente gritaba y se tiraban para tratar de ayudar. Unos varitas y policías echaron a todos. A él, lo tomaron de atrás para quitarle el trapo que arrancó del cuerpo de la joven mujer. ¡No! Se deshizo de las duras manos que lo sostenían y le pusieron unas esposas de acero. No dejó el trapo sangrante. Lo arrastraron hasta un celular que irradiaba luces azules y rojas como la cabeza que rodó a sus pies, de la pobre mujer. Sacaron el cuerpo y lo llevaron fuera de su vista. Lloró. Lloró mucho, nunca pensó que le podía pasar algo así. Para eso no estaba preparado. Cuando abrió entre sus manos ese trapo sangrante, comprendió que era un delantal de cocina. Metió la mano en el bolsillo y encontró un sobre, arrugado y sucio. Lo abrió y había una hoja que con letra temblorosa decía: “Marcos, no soporto más tus golpes, tus insultos y tus llegadas borracho todos los días. Estoy embarazada y seguro que no quiero que mi hijo sea como vos” adiós y que Dios te perdone.

            Ese día Roberto González, dejó de ser maquinista de ferrocarril. El “polaco” y su madre fueron los únicos que lo fueron a ver en la cárcel de Caseros, hasta que demostraron que era un suicidio