martes, 31 de mayo de 2022

MI LIBERTAD


 

            Siempre impecable, bien peinada, con su uniforme blanco almidonado, el cabello recogido en la nuca y una enorme sonrisa; atendía en la farmacia La Familiar. Cuando recibía a los clientes, parecía que encontraba a su amiga o amigo de toda la vida. Dialogaba sobre las pequeñas noticias barriales o familiares de cada uno de esos personajes que venían muchas veces con un pretexto a la botica, solo para charlas unas breves palabras con ella.

            Rosario era la mujer más amable del barrio. Su vida personal, nadie la conocía. Nadie sabía que era hija única de un matrimonio “chapado” a la antigua. Que cuidaba a su padre enfermo y muy cascarrabias. En su silla de ruedas daba órdenes y señalaba lo que deseaba con un bastón afilado que algunas veces, sin querer se encontraba con las piernas de su dulce hija, dejándole una marca azulosa que con los días se amarilleaba hasta la próxima oportunidad.

            Su madre, una mujer callada y sensible que se hacía cargo de todo… y ese todo era muy complejo. Bañar, afeitar, vestir, calzar, cortar cabello y uñas de manos y pies, al exigente esposo. Limpiar toda la casa como una diligente obrera. Cocinar exquisiteces con el dinero que traía Rosario de su trabajo. El hombre de la casa, de joven trabajó en el ferrocarril; mas un día un accidente de trabajo lo dejó sin poder caminar y lo mandaron a su casa. El sueldo magro, se convirtió en muy magro y si Rosario no salía a la farmacia, no entraba lo suficiente para los tres.

            La pequeña casa quedaba en el barrio, eran propietarios y gracias a eso, no tenían ese gasto extra que es el alquiler. La muchacha ya había pasado los cuarenta años, no salía nunca con amigas y cuando regresaba cansada de su tarea, la sonrisa se desdibujaba en su rostro. ¡Estaba muy cansada! Ni pensar en tener un compañero, novio o marido. Su madre con setenta y tres años, estaba muy cansada y su cuerpo arruinado por la fatiga de cuidar a su marido, al que amaba, pero ya sin ese sortilegio de cuando eran jóvenes.

            El dueño de la farmacia, había envejecido y tanto su esposa como sus hijos, habían optado por no ir todos los días al negocio. Por lo que Rosarito, era como la dueña de las medicinas y toda clase de objetos que se vendían allí. Cada noche cerraba la caja, dejando apilada en un escondite el dinero, que extrañamente al día siguiente ya no estaba, excepto el cambio chico.  Una tarde apareció un caballero, de traje oscuro, camisa impecable y corbata. Se detuvo observando a los anaqueles y optó por una crema de afeitar. Se acercó a Rosario y le pasó un billete, mientras hacía un comentario con cierta suficiencia sobre un acontecimiento que voceaba un canillita en la esquina.

            Ella, comentó que no sabía lo sucedido y que en la noche vería con su madre si en la radio se sabía algo del caso. El hombre, la miró a los ojos y le dijo: Su esposo le va a contar, seguramente. Rosario lo miró y con su natural sonrisa, le dijo: “No hay un esposo”, hay un padre y una madre mayores que cuido y alimento. Él, salió, colocándose los anteojos y el sombrero de fieltro negro, y le dijo: Lo siento. Hasta mañana. Ella no puso mucha atención a su saludo. Siguió trajinando con cajas y pastillas.

            Todos los días el caballero, siempre elegante y formal, venía a la farmacia, esperaba un rato que la muchacha se desocupara y luego de un breve diálogo, compraba una chuchería o algún remedio. Era mayor. Tal vez le doblaba en años… pero no, un día le pasó el documento para que cobrara con la tarjeta de débito y leyó su fecha de nacimiento, el nombre y profesión. Florencio Román Grassotti, abogado; nacido el 22 de febrero de 1948. Ella era nacida el seis de marzo de 1965, por lo que no le doblaba en edad. Pero pronto olvidó esos datos.

            Dos semanas después, él, trajo una receta que ella miró, primero sin darle importancia, luego se dio cuenta que era un medicamento para enfermos de cáncer avanzado. Lo observó y no pudo dejar pasar un comentario: ¿Señor, es para usted o para su esposa? Para mí, no tengo ni esposa ni hijos. Soy solo.

            Rosario se quedó afligida. ¡Lamento saber de su mal! Pero acá tendrá prioridad en la atención o si no puede venir, me llama y yo le acerco a su casa los remedios. El hombre se quedó mirando en la profundidad de sus ojos verdosos. ¡Gracias!

            Pasaron unos meses y la muchacha recibió el primer llamado. Le solicitaba un remedio para los dolores que cada vez eran más agudos. Cuando cerró el negocio, tomó un colectivo y buscó la dirección que  le había dado. El barrio era en la parte alta, al llegar al número vio que era una mansión añosa pero hermosa. El parque que rodeaba el frente le pareció magnífico. Tocó el timbre y apareció una mucama de mediana edad. Ya se retiraba cuando escuchó la voz del dueño de casa que le solicitaba que entrara. Ella lo hizo a regañadientes, no le pareció correcto. Quedó boquiabierta. ¡Era un palacete! La hizo sentar y le contó algunas cosas de su vida y trabajo. Era juez, ya estaba fuera de su tarea diaria por la enfermedad, solo y sin familia, necesitaba horas que le sobraban para escuchar música clásica y leer. La biblioteca era gigante.

            Rosario, prácticamente huyó. Un miedo incrustado en su memoria familiar, le hacía desconfiar de todos y de todo.

            Así, fue durante varias semanas a la casona con sus medicinas. Un día el hombre estaba acompañado por dos señores de mediana edad. La cuidadora la hizo pasar y le espetó: El doctor Florencio la espera, necesita hablar con usted. Un escalofrío le recorrió la espalda. ¿Qué querría ese pobre hombre? Siempre tan educado y cortes.

            Pase señorita Rosario… le presento a mis amigos el doctor Haroldo Fuentes y el contador Santiago Freytes. Ella les tendió la mano que estaba fría y sudada, por el extraño recibimiento. ¡Siéntese, por favor! Habló el doctor Haroldo, mire señorita nuestro amigo está muy grave, tiene muy poco tiempo de vida y quiere a través nuestro, señalando a su otro colega, hacerle una oferta.

            La muchacha temblando levantó la mirada e hizo el amague de pararse. Quería huir, no la dejaron. “Florencio es solo, no tiene esposa, hijos, madre, hermanos o demás descendientes por lo que le ofrece dos cosas: Primero casarse con usted en las condiciones que usted desee y en segundo lugar que una vez concretada la boda, venga a vivir acá en esta casa. Sin compromiso de tipo marital, hasta que él, muera”. Un sudor frío escapaba del cabello recogido en la nuca de Rosario, le temblaban las manos.

            El rubor le daba un tono rojizo a sus mejillas que habían sido muy blancas. Se le borró la sonrisa. Y luego de un profundo quejido comenzó a decir: Yo soy el único sostén de un padre discapacitado y una madre muy cansada, si hago lo que me piden quién velará por ellos. No tendré libertad entre el trabajo, cuidar del doctor Florencio y mi familia.

            ¡No tendrá que trabajar porque le deja una altísima cuenta bancaria y entradas para mantener a cinco familias, si así lo necesitara! Dijo el contador, mostrándole unos enormes libros con números. La mucama, detrás de la puerta, hacía morisquetas y se reía sin sonido. Escuchó, el ruido de una copa que caía de la mano del enfermo. Corrió a ayudarlo y él tomándole la mano le miró a los ojos y le dijo: ¡Usted es una dama y tendrá todo lo que yo tengo para que nadie se lo quite! Podrá traer a sus padres y los cuidará acá. Nunca perderá su libertad. ¡Se lo prometo!

            Salió con lagrimas en los ojos, porque le respondió desde su corazón… ¡No puedo aceptar su propuesta, no me interesa ni el dinero ni las comodidades, lo cuidaré por ser un ser humano digno y bueno que está sufriendo! Y salió casi corriendo, dejando la incógnita si se haría o no, la boda de esos dos seres llenos de compasión.

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