jueves, 2 de enero de 2025

FRANCO… ¿UN DUENDE O UN FANTASMA?


 

1—

            Martina mañana tenemos que ir a la casa de la abuela Lina. Fíjate que el vestido de plumeé ti celeste esté impecable. Los zapatos de charol de tu hermana Guillermina están a mano y trae el peine, yo mientras tanto armo la valija.

            El tren parte de Lomita a las nueve. Estaremos en la estación a las ocho. Y deja de comer ese merengue, que te pondrás redonda. Aprende de Guillermina, tan cuidadosa con su cuerpo, su cabello y sus modales. Tienes que imitarla y ser como ella.

            ¿Ya está lista tu habitación? ¡Martina podría estar mejor!  Pero estamos apuradas, niñas recuerden: ¡No pregunten y está prohibido ir a la habitación del fondo, la que está con un candado, bien cerrada! ¡Ni se les ocurra acercarse o hablar a los abuelos porqué o qué hay en esa pieza del candado!

 

 

 

2---

            El tren me produce sueño, a Guillermina la descompone y vomita; yo la cubro de mamá y papá. Ella, mamá, se pondría como loca de nervios si se ensucia el vestido. Yo la arrastro al baño y la limpio. Guillermina se manchó un poco, la lavo y la vuelvo a peinar, con el moño de la trenza, lucho un rato y me queda perfecto. Mamá se preocupa y viene a buscarnos, yo me hago la tonta como siempre. Mamá cree que las cosas que hace mi hermana son perfectas  y todo lo que hago son torpezas. Llevo el cabello suelto y el flequillo desflecado, hecho hilachas. Pero no vomito y amo ir en tren por el camino que se entrecruza con la carretera y el ferrocarril, miro el paisaje y adoro reconocer los animales y árboles. No digo nada, total soy “la tonta” ¡Soy más machota, como dicen los de mi familia!

            Descubrimos que en una estación entraron al tren muchos soldados. Su risa me estremece. Son los que van al desfile de mañana a la capital. Nosotros seguimos hasta un pueblo cercano.

            Nuestra familia en las fiestas patrias como la de mañana, se juntan en la casa de los abuelos, como si fuera un cabildo abierto. Mañana es 25 de Mayo. Ja, ja, ja… la tía Gloria dice que hay que ser ¡Bien patriotas! Pienso que son tonteras, pero tengo apenas once años y conozco poco de historia. Lo de la escuela, no más. Y no me tienen en cuenta para nada. Recién paró el tren y se bajaron los soldados. Ahora hay silencio y mal olor. ¿Se bañarán? Guillermina, vamos a sentarnos allí y juguemos a “Piedra, papel y tijera” ¡Dale!

 

 

3___

 

            Cuando llegamos a la casona de los abuelos, nos recibió la tía Josefina. Nos dio un abrazo que casi nos ahoga. Cuando vino el resto de la familia  que yo conté en treinta, todos hablaban al mismo tiempo. En una mesa bajo los jazmines, había platos con empanadas, pollo en trozos que habían asado el tío Jorge y Lucio. Parecían payasos, colorados por el calor de la parrilla.

            Los chicos comimos primero. Los grandes ya comenzaban a discutir de fútbol, política y otros murmullos que no alcancé a oír. Tomaban un vino que se veía sabroso. Hoy se que era Vermouth y comían salame, mortadela y queso cortado, pero parecían una enorme boca insaciable. Después no mandaron a jugar. Unos primos jugaban a la “payana”, otros a las “Canicas” y las chicas “a la mancha venenosa”.

            Mi hermana me tomó de la mano y me llevó a la ¡habitación prohibida!

            ¡Lo prohibido es lo que más atrae! El candado… estaba abierto y miramos para todos lados, no había nadie detrás de nosotros. Nadie nos veía. En punta de pié llegamos cerca y nos escondimos tras las macetas con helechos de la abuela. No venía nadie y entonces… ¡qué emoción! Abrimos la puerta apenas, un aire helado y húmedo nos hizo echar atrás. Yo más atrevida, comencé a mirar con descaro lo que había. Estábamos medio cegadas por la luz de afuera y la penumbra. De pronto una mano helada se prendió de mi brazo y comenzó a gruñir. ¡Pegué un grito!

            Un ser deforme gesticulaba y babeaba tratando de retenerme. Entró como una tromba mi abuela. Me tomó del pelo y por primera vez, me pegó una cachetada. Yo lloraba y gritaba, más por el susto que por el dolor. Guillermina ya estaba en brazos de mamá. Muda, y temblorosa salí corriendo y ligué de nuevo con papá.

 

 

 

4---

            La casa era un horror, todos vinieron y así descubrieron que allí habitaba un hermano de mi papá, que todos creían muerto al nacer. Era enfermo. Escuché las palabras: “parálisis cerebral” y lo tenían oculto con vergüenza del famoso ¡Qué dirán!

            Las mujeres lloraban, los hombres comenzaron a discutir; habían descubierto “El Secreto”. Se llamaba Franco y el niño era un muchacho parecido a un fantasma, ya que nunca tomó sol y caminó o jugó en el patio o fue a una escuela… ¡Yo estaba desesperada! Ahora con cuarenta y ocho años, veo como se cuida y ayuda a los niños que nacen discapacitados y doy gracias a Dios y a la Vida que Franco fuera descubierto. Murió un tiempo después, pero gracias a nosotras, conoció la luz del sol, el aire puro y el amor de algunos primos que nos apiadamos de él.

            Regresamos a casa en el tren anterior al que habían dicho y la penitencia nos duró hasta mucho tiempo después, pero me enseñó a no tener “prejuicios” y a tener compasión con los débiles. Guillermina, tal vez por ese suceso estudió para ser especialista

 

UN HOMBRE DE BLANCO


 

Desde muy pequeño escapaba de la cabaña para sentarse en un tronco cerca de las vías. Horas perdidas jugando con un palito molestando a las hormigas o a los insectos que merodeaban por allí. Era como un tambor: piernas muy finitas, panza muy abultada, pecho chiquito y brazos como cañas de agua. El pelo desordenado y piojoso, le daba vuelta por la cabezota de ojos negros y brillantes como gemas.

Esperaba horas y horas sentado en un tronco de palma semi podrido que arrastraron entre varios muchachos de la barraca grande. Los otros se habían cansado de su juego. Está loco se decían y le hacían morisquetas y burlas. Él, soñaba y esperaba que pasara el tren que no tenía idea de dónde venía ni adonde iba. Pasaba como una flecha y dejaba un ruido que a Mihlo le encantaba. Además, de vez en cuando le caía una botella vacía de color ámbar, una moneda que entre las cortinas arrojaba una señora que usaba un sombrero como de pájaro.

Una vez pasó un poco lento y un hombre de barba blanquecina le alcanzó algo… cuando lo olió, el perfume de carne asada lo ensoñó. El no conocía un sándwich y el hombre se lo dio a él.

El maquinista lo había visto en cada viaje a Diamantina, y le había llamado la atención ver ese chico con forma de animalito humano sentado allí esperando su paso. El convoy  tenía un horario laxo, podía pasar un poco más lento frente a esos ojos desorbitados que seguían la ruta de hierro como a un fantasma precioso de ensueño.

Mihlo tenía como ocho o nueve años, pero era tan flaco, tan mal nutrido que parecía de seis o siete. Ahora tenía sentido quedarse a esperar el tren.

Algunos pasajeros ya lo conocían de ver su figura desdichada siempre allí, esperando, esperando.

Don Joao se comprometió a llevarle siempre algo… en especial algo para comer. El niño devoraba la carne o el pollo asado. Olía un rato el pan hasta que el vagón desaparecía de su vista como un enorme carretón negro a la distancia.

Pasó un par de meses y un día el tren casi se detuvo. Descendió junto al chico un hombre de ropa blanca y barba larga de un gris ralo. Llevaba un par de anteojos sobre una nariz ganchuda y sus labios finos se perdían entre los pelos del bigote. Mihlo se asustó, se escondió detrás un matorral y entonces Joao lo llamó para darle el pan con carne. Fue superior al miedo y salió tomó la comida y el hombre con suave acento le habló en un extraño idioma: portugués. Mihlo sólo hablaba con ruidos guturales un tipo de lenguaje indígena del sertao. El “hombre” se acercó y le miró el vientre, del que sobresalía un enorme ombligo y comprendió que no solo era desnutrido, sino que tenía un enjambre de gusanos en sus intestinos. Le hizo un mimo del que Mihlo nunca había recibido.

El tren partió y el chico corrió hasta la hamaca donde su padre dormía bajo el efecto de una “cachaça infame” y el humo de la pipa con ciertas hierbas somníferas. Lo zamarreó. Apenas el hombre lo miró y le tiró una tremenda patada. El dolor lo dejó mareado. Vomitó el sándwich y de entre sus nalgas salió un jugo amarronado con cientos de lombrices rosado oscuro. Fue un alivio. Ya no sentía ese movimiento que le revoloteaba en su panza y no lo dejaba en paz. Una de las mujeres se acercó y lo gritó. ¡Vete a limpiar, cochino! De su espalda colgaba un trapo con un bebé llorón que dormitaba entre hipo y gruñido. 

Mihlo corrió y se metió en el río, que era la fuente de agua. De allí bebían, se lavaban, se usaba como manantial de vida. No sabían que estaba tan contaminada, que era causa de muertes prematuras y enfermedades. Río arriba había minas de oro y gemas que los patrones “gringos” arrancaban de la tierra. Todos los desechos bajaban hacia el río grande y de allí al mar. Pero nadie controlaba.

Pasó un breve tiempo y una tarde el tren se detuvo. Bajó el hombre de blanco con dos mujeres vestidas con ropas largas y cubrían su cabeza con un paño negro y blanco. En la cintura llevaban un hilo de cuentas de madera y una rara, para Mihlo, imagen de dos palitos cruzados. El chico desconfiado no quiso acercarse. El atrevido barbado, comenzó a caminar entre la maleza, el griterío de los macacos no lo asustó, las monjas se juntaron y casi se atropellaban para no perderse del guía. El muchacho, caminó más rápido y los superó, se detuvo y no los dejó pasar para que no vieran donde estaba la barraca y las cabañas con la gente.

¡Pero los chicos al verlo corrieron y lo abrumaron estirando las manos pidiendo comida!

Un anciano o así les pareció a ellos, se acercó con un machete en la mano izquierda, ya que no tenía la mano derecha. Su rostro surcado con un enorme tajo, dejó a los viajeros un tanto desorientados. Este hablaba un poco de portugués, mezclado con el dialecto de la tribu. El nativo entendió que esas personas no quedarían por mucho tiempo, que habían bajado del tren por el chico que siempre estaba en el tronco esperando y que estarían entre ellos hasta que volviera a pasar la máquina. Mostró el permiso del gobierno para darles unas píldoras y hacerles unos análisis, a los cuales sin entender qué era eso, todos se negaron, menos Mihlo que aceptó, para demostrar que él, era valiente y que sus amigos del ferrocarril eran muy buenos. Todos lo miraron con ojos desorbitados. En especial las mujeres.

Al día siguiente, el muchachito, despachó cientos de lombrices, gusanos y huevos de otros insectos que vivían en sus intestinos, una larga “tenia saginata” salió con dificultad de su cuerpito enclenque. Las monjas le dieron de comer una exquisita sopa de vegetales y gallina y le enseñó que todas esas porquerías que había defecado era producto del agua contaminada. Se acercaron, curiosas, las mujeres y algunos hombres. Vieron como hervía el agua y le agregaban unas gotas de cloro.   

Mihlo se transformó en el héroe de la tribu.

Pasaron los meses y se fueron curando todos los habitantes que tomaron las famosas píldoras del hombre de blanco, que resultó ser un médico de Bahía dos Rey que viajaba a las minas a controlar a los minales, obreros embrutecidos por la dura vida que tenían.

 


TRABAJANDO EN LAS VÍAS

 

El punto rojo del cigarrillo se destacaba en la oscuridad. El vapor que salía de la locomotora parecía un fantasma socorriendo a los vivos. Sólo un muerto, puede dar esa sensación de humareda vaporosa y frágil.

Los chirridos de las ruedas sobre los rieles aquejaban los oídos, a pesar de ya haber perdido casi toda la capacidad de escuchar de los hombres de ese rincón de los trenes.

Con tanto humo seguían fumando para apaciguar la soledad. El miedo de perder un miembro cuando se movía un vagón o se caía una de las pesadas ruedas o ejes del tren, que arreglaban. No se podían distraer. Para evitar la muerte o quedar como el Ramón Oviedo, en una silla que le fabricaron los compañeros en los talleres.

El olor del cigarro los concentraba en su mundo. Los trenes.

Deoclesio se limpió con estopa la grasa y sacudió el pantalón con tanta fuerza que sin darse cuenta dejó manchas de sangre en su trasero. Tenía agrietadas las palmas por el duro esfuerzo. No sentía dolor. Era como una queja de su cuerpo eso de andar dejando huellas rojas en la ropa. Un día alguien al pasar le comentó que parecían flores las manchas. ¡Qué coraje! Flores… esos pedacitos de piel que se iban quedando dormidos en los rieles o en las herramientas.

Un sacudón lo sacó del embrujo, en el mismo instante comprendió que se había distraído y pudo ser “finado”. Y, ¿qué le pasaría a la Aurelia si el se marchaba como el vapor del tren? ¡Nada! O tal vez un poco más de miseria. Ya estamos acostumbrados.

El Florencio le pegó un grito, que apenas sobresalió del chasquido de los fuelles del viejo mamotreto que estaban reparando.

-¡Deoclesio, pase una pinza y la “francesa” que dejó en el banco del taller!- y se escabulló entre los maderos de la factoría haciendo un mutis con los alborotados sonidos que ya le atormentaban. Tomó las herramientas y miró con ganas la puerta de salida. Le faltaba como una hora para que sonara el silbato de final de trabajo.

- Acá tiene, masculló no la pierda como la semana pasada que después hay que pagarla.

El movimiento de los fierros les contagió una breve euforia. ¡Eran los mejores! Sacaban trenes de esas chatarras destruidas con herrumbre y carbón.

El agudo sonido de la sirena los reconfortó. Dejaron la máquina y guardaron las piezas y útiles para no tener que pagar de su magro salario. Pero Deoclesio no vio la maniobra de su compañero que escondía una de los instrumentos de más valor.

Al llegar a su casita, pequeña pero cuidada con esmero por su mujer, dejó su ropa de trabajo y dándose un baño, se acomodó en el sillón que desvencijado se adaptaba a su cuerpo. Tomó unos mates y escuchó unos tangos en la radio. Luego llegaron los hijos del centro donde trabajaban y cenaron; después, ellos, se fueron a terminar el colegio en la escuela parroquial. ¡Si no tienen un título, serán siempre como su padre, un obrero que gana poco y “labura” mucho!

Se quedó dormido en el sillón. Lo despertó una sirena aguda, no era la de la fábrica. Incendio en el conventillo de la vereda del sur. Salió para ver si podía ayudar, no le permitieron acercarse. Clavó la vista en el fuego y supo que el tren a vapor iba a desaparecer. Como no lo había pensado antes. ¿Qué trabajo haría él, si se terminaba el ferrocarril a carbón? Miró la alta columna de humo negro y suspiró. ¡Dios no permitas que se cierre el taller!

Pasaron unos años y sus hijos con su título a cuestas ya se fueron yendo a vivir  su vida y con la clausura de los trenes a vapor, lo jubilaron. Ya no tenía que pelear con la grasa, ni el carbón ni el hollín, ahora podía conocer otra zona de su ciudad, ir con su “vieja” al cine de barrio y sentarse a tomar un café en el Bar “Los Nombres del Amor” que estaba enfrente de la estación de trenes eléctricos. Descubrió que su compañero había robado tantas herramientas que se había organizado un taller de reparación de autos y de puro “macho” le colgó en la puerta una noche, un cartel que decía: ¡Ladrón…! Y se armó un gran revuelo y él, lo disfrutó cuando llegó en un auto de la policía esposado. ¡”Chorro”! Tuvimos que pagar con nuestro sueldo las cosas que te “afanaste”. Y se fue riendo porque el Florencio lloraba cuando se lo llevaron a la comisaría.

Al final él, era el héroe de esa historia, se acomodó la medalla de oro, que le dieron por los cuarenta años al servicio de los ferrocarriles y que tenía su nombre: Deoclesio Martínez, por su labor honesta. Miró el reloj que le regaló su jefe y que nunca soñó tener. Era la hora de dormir una buena siesta.

 

 

SALEM, OTRO INFIERNO

  

Sabía que mi pueblo era parecido a todos los pueblos. Nunca creí que era        

un segundo Salem, donde quemaron a las mujeres diciendo que eran brujas.

            Una mañana apareció por el pueblo un predicador con un carromato que remedaba un enorme tren. Era un vehículo antiguo, muy cuidado. Sus colores eran férreos en la parte de adelante y más atrás era de muchos colores con flores que decoraban un paraíso desmarriado y falso. Una imagen de Adam y Eva sólo vestidos con hojas de color verde desvaído y una enorme serpiente de color roja que parecía querer comerse a ambos.

Con un alta voz llamaba con tono meloso la atención de los pocos habitantes que transitaban por la calle principal. Algunos parados en los portales o apoyados en las barandillas de los negocios, miraban atónitos.

Mi padre salió de la oficina en la que recibía agobiantes cables telegráficos que le iban dictando el valor de suba o baja del maíz, la cebada o el trigo; tropezó con el cajón del escritorio en el apuro y desparramó los papeles que hora por hora iban llegando de la bolsa de Comercio de la Capital. También cayó su cuaderno de cuentas y volcó el tintero con sus largas piernas al sentir urgencia de ver lo que yo, con mi curiosidad de niña de nueve años ya estaba curioseando entre el polvo y el ruido. Otros chiquilines seguían al carromato gritando y haciendo toda clase de morisquetas. Cada vez más sucios de tierra y interés caminábamos haciendo una suerte de murga para remedar los apocalípticos mensajes que vociferaba el hombre.

Papá me llamó ahuecando las manos como una bocina. A pesar del ruido su voz me sobresaltó y regresé a au lado. Me zamarreó y colocó su mano, enorme, en el hombro para que yo no me alejara.

El sonido se fue alejando y papá sorprendió a los pocos vecinos que pasaba cerca cuando escucharon su orden:- vete rápido al molino y trae a tu tío Zacarías. Corre- me dijo- lo necesito con urgencia.

Salí corriendo en dirección contraria a la caricatura de tren piadoso. Llegué con la ropa empapada de sudor y polvo. Mi cabello parecía un nido de pájaros desarreglado y enredado. Mi tío Zacarías salió cuando lo llamé y quedó boquiabierto ya que no entendía lo que en el apuro le decía. Me dio a beber un té frío y me volvió a preguntar

Así supo que debía ir al pueblo. Sacó la calesa y subiéndome de un brazo partimos por el camino. Llegamos y ya no se escuchaba el altavoz del casi-tren.

Papá se encerró con Zacarías y luego de unos minutos salió cerrando con llave la oficina. Fueron a la policía. Yo los seguí por temor a estar sola, ya que mi mamá había muerto cuando nací y vivía solo con papá. Al entrar, me dejaron sentada afuera pero siendo tan curiosa los seguí sin que me vieran. Zacarías fue el primero que habló: - Ese hombre que ha llegado al pueblo es un delincuente. Deben arrestarlo, ponerlo entre rejas.

Yo no entendía nada. ¿Cómo sabían ellos quién era el reverendo?  Mi papá comenzó a decir que en nueve años atrás llegó a nuestro pueblo y robó a las tres chicas más lindas y buenas del lugar. Se las llevó a la ciudad donde se les perdió el paradero. El comisario escribía con cara de pocos amigos. ¡Y lo peor, es que llegó mi novia embarazada de uno de los secretarios del seudo pastor y cuando nació la niña, falleció!

El horror me paralizó. ¿Era esa la historia de mi madre? Es un truhán, un embaucador y un ladrón, Me imaginé que mi hermoso pueblo iba a ser un nuevo Salem y que en lugar de quemar brujas, iban a quemar un remedo de tren con imágenes del paraíso con Adam y Eva incluidos. Cuando salieron con los policías yo escapé llorando y el tío y papá intuyeron que había escuchado todo.

Cuando fueron a arrestar al forastero se llevaron una enorme sorpresa. El nuevo dueño era un árabe que vendía Biblias pueblo por pueblo y no aquel que se robara a las muchachas. Ahora con setenta años, recuerdo el dolor de quien me crió con amor de padre y cuando subo a un tren, me sonrío recordando aquel episodio.                             

  

LA TOMASA REINOSO... PA´SERVIRLE

  

            Sí, doña Tomasa, le puedo fiar un poco de harina...pero no, el hombre no me va ha decir eso, seguro que me corre con todo lo que le debo. Son sueños nomás. Lo sé, desde que se fue mi hombre no queda casi nada. Sólo penurias y deudas. La pobre de la Odilia ya no tiene qué, ni esperanzas. Pero perder la fe, sería el final y falta un tiempo para la cosecha. He mirado como han brotado los parrales en el cuartel del norte y he visto mucha vida en esos botones verdes. Parecen hembras preñadas... Me acuerdo cuando en el tiempo del tata esperábamos el rebrote azulverdoso de la viña. ¡Qué fiesta era verlos a todos con una luz de esperanza en los ojos deslucidos y enrojecidos por el sol de las siestas !

            Caminaba entre los pozos abiertos en la tierra seca, la Tomasa Reinoso y pensaba y soñaba. Su tiempo de mujer joven se iba acabando y el miedo como enredadera agreste se le apretaba entre los ojos hundidos y los músculos doloridos por la tarea cruel de la tierra. Tenía un puñado de aliento todavía. Esperaba un milagro que no llegaba. Salió del camino como olvidando el sabor furtivo de la desesperación que la estaba consumiendo. Miró hacia el camino ancho que de frente a ella era como un enorme flecha hacia el destino incierto del futuro. Se santiguó y pidió que lloviera por lo menos. El tomero le había dicho que faltaba agua, era lo último que quedaba:¡ la seca!, y entonces se tendría que ir ¿ a dónde?, si no tenía a nadie. La ciudad la aturdía y le tenía miedo. Ya era vieja. Hacía como tres meses que había sido su santo y tenía como cuarenta. Cuarenta años pesan y el Beto. El Beto tan bonito como su padre. Lástima que no habla ni me comprende. Ese chico que se queda horas mirando el cielo como si fuera a volar en cualquier momento, se mueve suavemente como una hoja de sauce. Va y viene, viene y va sobre sus pies que no mueve. Ella lo lava, lo peina, le pone en los labios suaves pan con leche. Es igual a un pájaro sin su nido. Lo mira y le habla como si fuera a entenderle. Su hijo ya tendría que caminar, reirse, soñar como los otros. El Beto no puede, no entiende, no quiere. Sigue su camino pensando, en busca de ayuda. Su hermana espera que traiga algo para cocinar porque sólo con huevos y verduras no puede o no sabe. Ella sí tuvo una vida distinta. Fue a la ciudad y se casó con un hombre. Le daba todo. Le daba golpes y un día casi la mata, pero era un hombre de veras, trabajaba en el ferrocarril, hasta lo del accidente. Un día perdió pie y cayó sobre los rieles justo con un cambio de vías y maniobras. Allí quedó el pobre como masa de fideos, todo cortado. Ella no lo lloró, digo, mi hermana.¡ Es fuerte la mujer, pasa por cada cosa? Sigue pensando y camina por la tierra blanca. Se sienten los ladridos de los perros del almacenero y ella va acortando el paso. Un mundo de vergüenza le colorea la cara y sigue lentamente arrastrando los pies y su amor propio. Todo por el Beto y la Odilia, si por ella fuera se quedaba ahí mismo. Mira los troncos viejos de árboles añosos y se acerca lentamente atrapa con sus brazos los maderos rugosos y besa la corteza con avidez. ¡ Quiere ser como ellos, pero no puede ! Ya se ve la casona y el almacén, un jolgorio de perros y de palomas que comen las semillas que caen de las bolsas, esperan su llegada, un instante de duda y entra. ¡ En la penumbra fresca del boliche ve la figura agradable de don Prudencio, sonríe el hombre bueno y reservado ! Ella  mira asombrada ese rostro anguloso y apacible, él, le acerca una mano y en la otra un mate. Él la mira con ojos de hombre complacido al verla. ¡ Sueña Tomasa sueña y recibe el mate agradeciendo !

            Buena señora ¿ cómo anda todo? y siente que esos ojos le piden que se distienda, le dan ese resquicio. ¿ El muchacho anda bien? ¿ Y la Odilia? Vio que no llueve, parece que no tenemos suerte este año. Ni agua nos manda Dios. Viene seguro por harina y grasa. ¿ Huevos, va a llevar? Ni la mira mientras arma el paquete de esperanza blanca. Ella confundida se apoya en el mostrador gastado. El hombre es joven todavía y apenas la mira. Tomasa, perdone, pero necesito hacerle una pregunta quedan las palabras caracoleando en el pecho de ambos. ¿ Usted, querría casarse conmigo? Y el cielo de pronto se abre y ella lo mira quieta. Ya van más de seis años que la veo y no me animaba a preguntarle. Yo la veo ¡ tan buena, tan guapa, tan madre...! Acá tendría todo.

            La Tomasa se santigua. Está sorprendida y una lágrima larga le desprende el silencio. Apenas puede hablar y sólo se anima a tocar la mano áspera del hombre. Asiente en un murmullo. De pronto comienzan los truenos para el este. Cae un chubasco. El brazo fuerte que ha dado una vuelta para acercarse toma la cintura ancha y dócil de la mujer. La abraza con ternura. Ella apoya la cabeza en el ancho pecho. Ya tiene futuro. Piensa contenta en el Beto y en la Odilia.

 

                                  

EN LA CALLE...

 


Mordisqueó hipando un trozo de pizza helada y mugrienta que encontró en un cesto. Le supo a asconausea, color verdoso. ¡ Otra vez la calle ! ¡ El horror y el miedo ! Sollozó en silencio recordando los cartones viejos, los papeles de diario y el frío. Al " Nuria "...lo habían encontrado muerto en un oscuro zaguán de un cuchitril abandonado. ¡Tenía tres cuchilladas y estaba atado con un alambre...había mucha sangre y su protector- madre, allí había quedado como lo que era un pobre tipo de la calle. Era hermoso...o mejor dicho era bella con su faldita de seda roja y las medias de malla y los tacos altos y ese cabello rubio, casi platinado, que le caía sobre la espalda. Era su padre- amiga. La recogió de un baño de la estación Retiro, una noche de tormenta cuando tenía aproximadamente siete...ocho años. Ella se había refugiado allí y escondida la vio entrar con su pelo suelto y sus ojos grandes de color oscuro. Después supo que era un chico. Mucho después que le enseño a usar el baño, a comer con plato y cubiertos y tantas otras cosas lindas. Un día le compró una muñeca. Otro le compró unos libros y un cuaderno y un lápiz y empezó con las letras. Con los deditos supo sumar y restar por la Nuria-Gustavo, que le traía comida y le daba la leche tibiecita en las mañanas frías.

                        Se escondió como pudo en un recodo de una galería. Si la encontraba la cana...o algún tipo de "esos", seguro que no tendría escapatoria para tantas cosas que había visto cuando huyó de su madre.¡ Pobre loca !. ¿Dónde estaría esa infeliz que le pegaba tanto?. Volvió a llorar por su suerte. Por su amiga-hermano muerto, lloró y, se tendió entre unos papeles.

                        Al comenzar el trajinar de la calle se irguió y comenzó a frotarse con las manos llenas de "smog", como le enseñó el Turquito cuando pequeña, para que no se dieran cuenta que era hembra. Se acomodó mal la ropa y comenzó una larga caminata por las calles frías e indiferentes al dolor de una niña...de la calle. ¿ Por qué a ella ?. Vio pasar chicos con guardapolvos y uniformes. Ella era una "mal parida"..., una lágrima larga comenzó a deslizarse por su mejilla sucia. Llegó otra noche y se metió en el hueco entre dos edificios en construcción. Allí sintió los gritos de otros desamparados que se llevaban "Ellos" o los "Otros", todos de temer. Comenzó a deambular hacia Retiro. Entró en el baño y encontró un rato de alivio. La sacó una mujer que se sentía dueña. Casi escapó corriendo. Terror, dolor, frío, hambre. Otra vez la calle. Se acurrucó en un pórtico y casi en la mano se encontró sin darse cuenta con la solución al problema. Un trozo de vidrio afilado y brillante. Se abrió una a una las venas de arriba abajo por sus lánguidos brazos de chica quinceañera. Pasó el " Jésica " contorneándose en sus altos tacones y vio el cuerpo herido y comenzó a chillidos pidiendo ayuda. Llegó una ambulancia y cuando la llevaban notó que aparecía tras el vidrio, la cara de Nuria, de Karla, de Yesenia, que sonrientes le daban su vestido de quince: de seda y encaje rosa, sus zapatos de tacos y tomandóle las manos comenzaron a danzar un vals .

LLUEVE EN EL CREPÚSCULO


 

Petulante me involucro con el ritmo de las gotas,

siento casi mutilado el desgajar de la borrasca que machaca.

Llueve y se quebranta el ebúrneo meollo del ocaso en llamas.

¡Qué insensato el cielo en su fractura!

Disfruto en mi rincón el trepidar,

holgando sin recato la plácida belleza de esta lluvia.

Cambian todos los colores de la tarde.

Circunspecto el arcoiris derrama sus matices encarnados.

Índigos, violetas, azules, plateados ingresan en la noche.

Toda una comarca desflecando fulgores argentados.

Las ráfagas. Guiñapos de metales áureos,

líquido fluido helero que me sazona en regocijos.

Me lleno de alborozo. Llueve.

LA JUANA

 


            Le faltaba un año para ser profesora de gimnasia. Era delgada y ágil. Su perfil era semejante al de una bailarina de ballet. Sus padres le daban el dinero para su escuela y su comida, de noche trabajaba en un geriátrico cuidando ancianos. Así pagaba su habitación compartida en una pensión de mala muerte. Su compañera estudiaba teatro, era morocha y delgada, sus formas no le ayudaban para conquistar a un actor consagrado para que la mantuviera. Juana, le dejaba siempre algo de comida sobre la mesita que servía de escritorio y apoyo.

            Un día la encontró tiritando en la cama. Tenía fiebre y le pidió ayuda: un remedio que hiciera pronto efecto, tenía una prueba en pocos días en el teatro Odeón. Salió a la calle y encontró todo cerrado. Una luz lejana le advirtió que ahí había una farmacia, caminó y llegó justo cuando el boticario estaba por cerrar. Le compró un remedio, que según el hombre, era mágico. Así llegó a la pensión seguida por un perro y un tipo que la miraba con sorna.

            Apenas entró, le dio a beber la medicina a Reina, que se adormeció. Al día siguiente ya no tenía fiebre.

            Cuando regresó del gimnasio, la encontró envuelta en una bata y llorando. -¿Qué tienes ahora?-  Necesitan una joven de cabello rubio y no tengo vestido verde que es el color que me piden. Bueno, yo le pido a la patrona de la pensión tita y te la pongo en el pelo como ella. Y yo tengo un vestido verde. ¡Tranquila!

            Pasó el día y cuando regresó de su trabajo, reina era rubia y super hermosa. ¡Vaya con la muchacha llorosa y afiebrada! Me encanta verte así. Tendrás el papel, dijo Juana optimista. ¿Y has visto quien es tu actor de reparto? – Si. Un conocido actor de unos cuarenta años.

            -Bueno, bueno tal vez todo esto te traiga suerte. Y cuida que no se den cuenta que el vestido te queda lago apretado. ¿Quieres mis zapatos de tacones negros?- ¡Claro! No me atrevía a pedírtelos.- Tómalos.

            Tres semanas después Reina, era la estrella de teatro y cine. El galán le había regalado un vestido nuevo, zapatos de charol de aguja y un bolso haciendo juego.

            -Mira Juana, gracias a ti, hoy soy quien soy, por lo que lo que necesites, estaré muy feliz de darte. Sabés mi jefe es muy generoso. Creo que hasta demasiado. Me llevó a comer al “Paradisse” y me hizo probar champagne.

            -Reina ten cuidado…! Puede que te enrosques en un lío. Los hombres  a veces son muy taimados, eso dice mi padre. Pasaron varios meses y el jefe, le presentó a un gerente del banco nacional. La venía a buscar un chofer con uniforme. Juana apenas lo miraba. Tenía miedo por Reina. Un día llegó feliz, su nuevo amor, le había pedido que se casaran.

            Un año después Reina, la famosa actriz, apareció ahogada en el lago del parque junto a un joven actor de cine. Juana lloró pensando que ella se había arriesgado mucho jugando un papel doble. Nadie investigó la muerte de los artistas, porque eso suele pasar en la farándula, decían los pasquines.

PARAGUAS VIEJOS


            Nino comenzó a escudriñar entre los trastos del abuelo Ángel. Encontró el viejo sombrero de fieltro, la pipa fiel amiga de los labios de anciano y la chaqueta raída de lana y se la puso. El olor lo confundió y cerró un minuto los ojos y su mano tropezó con un objeto de madera suave y pulida. Sus dedos lo recorrieron y sintió el frío del metal que por su redondez le recordó la antigua escopeta del "nonno". Sonrió rememorando cuando lo seguía y volvió a tocar la curva del gélido metal que se alargaba con su fina estructura, pensó en las innumerables veces que juntos atravesaron el bosque tras un conejo o una liebre asustada. Recordó la pícara mirada del anciano y volvió a sonreir.¡ Siempre conseguía que el pequeño animal escapara!. Cuando abrió los ojos en la semipenumbra comprendió que sus de dos acariciaban el paraguas roto y ya sin la negra seda que usaba el abuelo Ángel cuando lo buscaba en la escuela y una lágrima cayó sobre el arcón antiguo. Lo cerró y se despidió de viejo y amado amigo...su abuelo.