jueves, 28 de octubre de 2021

"DEL LIBRO: HISTORIA D E TRENES Y HOMBRES"

 

1-      EL MILAGRO

                            “Recuerda la hora más oscura es la que precede a la aurora” Shakti Gawain

                                                                                                       

            Hilarión Domínguez era hijo de un maquinista de ferrocarril. Aquél, que ya no pasa más por las vías remotas del terruño. Su padre, Don Gervasio, pertenecía orgulloso a la “Fraternidad”, sindicato fuerte en los cuarenta. Él, heredó la tarea y era un apasionado de los rieles. Conocía cada locomotora como a su conciencia. Despertaba a las tres de la madrugada para acicalarse y luego de tomar unos mates silenciosos, preparaba una caja metálica con lo que podía llegar a necesitar. Su viaje era a un pueblo del secano “puntano” para dejar agua potable, leña y alguna mercadería que le encargaban algunos paisanos.

            Iba en el día y regresaba siempre a la hora exacta. Así era el ferrocarril en esa bendita época. Cuando pasaba por la antigua “Corocortas”, salían a saludarlo con las “chupallas” los pocos habitantes que andaban por ahí. Llegaba a esa hora incierta entre la noche y la madrugada, sin luna o con luna, siempre parecía un lugar oscuro. Él, no tenía temor, dos días de descanso y otro viaje, siempre igual. Rutinario pero hermoso. A veces veía correr las liebres por las vías calientes y aceitadas por el gasoil o el alquitrán del vagón de YPF. Otras, un zorro con hembra y crías, tal vez un “choique” y cientos de animalitos que pasaba bajo su mirada atenta. Su atención al trabajo era real. No podía darse el lujo de perder un convoy ni un tanque…, luego pegaba la vista al frente para reconocer algún paisano que le hacía señas con el pañuelo para saludarlo o gritarle un encargo.

            Fue un día nublado y que denunciaba lluvia, raro en esa época y lugar, pero a lo lejos, vio un punto negro entre las vías. Negro, muy negro. De cuarenta kilómetros por hora que era su movimiento fue bajando por las dudas a treinta, a veinte… pero allí se agrandaba la manchita. Tocó el silbato de la máquina. Retuvo la mano en el freno, pero el aceite y alquitrán no le dejaban parar el tren. Vio unos jornaleros que agitaban sombreros y mujeres apostadas en las hileras de alambres de los campos que se agarraban la cabeza.

            Hilarión pensó que había un “choco” dormido ahí, entre sus rieles. No, no alcanzaba a distinguir qué era eso. Su ayudante tomó el manijón de la máquina, del freno. Hilarión sudaba y miró al cielo, pidiendo a Dios y la Santita de los Caminos que lo ayudaran. Descendió del estribo y se quedó helado. Un niño ennegrecido por el alquitrán, el aceite y la tierra reptaba entre las vías. Seguro el tren le pasaría por encima.

            ¡Ruego a Dios nuestro Señor que salga y se aleje…! y vio con sorpresa que el niño se prendía del hongo metálico del cambio de riel y salía. Los lugareños estaban estáticos. A él, se le escapó un insulto.

¿Cómo puede ser que naides se atrevió a cruzar y sacarlo, tuvo que ser “Tata Dios” el que me hiciera el milagro?

            Vio una madre deshecha en llanto. Y un padre que alejaba cabizbajo; pero ahí supo que Dios lo había escuchado. Hizo una promesa… colocó en ese lugar una Cruz Blanca con una estatuilla del Sagrado Corazón y cuando pasaba le tocaba el silbato como saludo.

            Todavía cuando pasan los paisanos le saludan al crucifijo con respeto.

 

 

UNA ARAÑA EN SU ROPA

             Le gustaba leer en el baño. Llenaba de periódicos, revistas y libros el pequeño receptáculo llamado baño. La casa era grande, pero el otro, el enorme, tenía ducha, jacuzzi, placares para ropa blanca, un enorme espejo que espiaba al que lo usaba y acechaba cada minuto al ingenuo que se acomodaba en el inodoro. ¡Horrible ojo del escándalo para la intimidad!

            El otro, el pequeño, quedaba junto a un breve jardín poco frecuentado por la familia, sólo a veces, él, salía a fumar en escondidas un cigarrillo que apestaba el aire y lo delataba con la chismosa de la casa, Camila, la vieja niñera.

            Allí, en ese mundo tenía su pequeño reino. Gozaba de intimidad y leía a gusto, mientras despoblaba sus tripas sin vergüenza. ¡Nunca imaginó lo que ocurriría una tarde calurosa de verano! Entró al recinto como el rey de la comarca. Se desvistió colgando de la hermosa forma de bronce que servía de percha: pantalones, camisa y hasta se dio el gusto de sacarse zapatos y quedarse en calcetines y bajarse el calzoncillo hasta quedar casi desnudo. Éste, el blanco interior, se balanceaba entre sus pantorrillas que ya lucían bellas venitas azuladas. Era un objeto inmaculado. Tomó el diario del domingo y fue tranquilamente leyendo los artículos que no había aprovechado ese día con la familia en pleno de “pasta” de la abuela. Tardó como una hora y media, hacía rato que despojó de sus desechos.

            Cuando dejó el periódico y se agachó para lavarse…quedó estupefacto. Una enorme araña negra se balanceaba en su íntimo calzoncillo blanco. Tenía patas peludas y con sus ocho ojos, lo miraba ignorando el próximo movimiento que la dejaría fuera del sublime momento que vivía. ¡Pobre araña!

            Comenzó a gritar. ¡Camila, Rosalba, Julio! Nadie acudía y él, horrorizado, se imaginaba que el astuto arácnido, se acercaría a sus partes pudendas y le mordería ahí, justo en la piel más suave y tersa que tiene el hombre…su escroto o su pene que se iba achicando hasta casi desaparecer en su vientre. ¡Camila, Rosalba, Julio! Que alguien venga… o me muero. Y apareció la vieja, con ganas de matarlo. ¿Qué te pasa Humberto? Miró y se quedó con la boca abierta. ¡Ah, no, esa porquería no me va a dejar a mi muchacho enfermo! Y salió corriendo en busca de algo.

            El baño, parecía cada vez más pequeño, más lóbrego, más peligroso. Él, miraba como la horrorosa se movía lenta en la nívea prenda. ¡Ya vuelvo! Había dicho Camila que lo crió de niño. Y regresó con un palo. Y el miedo se agigantó. Me vas a pegar un palo. ¡Déjame a mí! Y con un mandoble de artista de circo arrancó el calzoncillo de los tobillos de Humberto. La araña rodó por el suelo envuelta en parte de la prenda, pretendiendo salvar su negra y peluda existencia. El golpe fue perfecto. La muerte rápida y la risa de Camila tronó en el baño que de pronto pareció Versalles.

            ¡Por fin la araña estaba inerte! Y Humberto sin su prenda interior, con calcetines a rayas de colores, parecía un huérfano en la calle de los barrios más pobres de Calcuta.

LLEVÓ EL AMOR AL MAR

 Con la mirada perdida en la orilla del mar, Isabella, buscaba un recuerdo de aquel día en el que vio por primera vez la nave. El viento arremolinaba el cabello en su rostro, abrazaba con su larga falda el cuerpo y su pañoleta de gasa era un torbellino de suave color ambarino que trataba de acercarse a las olas.

El bravo oleaje mutaba el color del agua, la sal se prendía como alfileres de hielo en la piel. Espera larga y tediosa para los forasteros, pero quienes la conocían sabían que invierno o verano, con tormenta o calma ella estaría allí, parada mirando el horizonte.

Sus ojos estaban enrojecidos  por el aire fresco que agobiaba desde el horizonte. Las manos traficaban oraciones y plegarias al oleaje. Su amor viajaba en las alas de una nube, de una gaviota, de un rayo castigando la esperanza. Estaba mustia, estaba acerada, estaba tan mujer desperdigada en pensamientos que languidecían en su mente que enarbolaba sueños, cada día, cada primavera o en otoño.

Isabella, peregrinaba desde su casa de piedras heredada de sus ancestros hasta la costa. Allí lo vio, él, la buscó con la mirada penetrante de los dioses paganos. La tuvo. El amor engendró un delirio de piel y besos, bajo la luz de la luna llena o el caliente viento que llegaba del sur, de África.

El sonido del vapor tuvo el sortilegio inesperado de la despedida. Una columna de humo se fue alejando por el agua verde dejando una vereda de espuma. Ella se paró en la escollera hasta perder de vista el bulto negro de la nave. Su dios pagano regresaría a su lecho florecido de amor. Allí, donde se guardaba el calor inoportuno de la pasión compartida.

Él, no volvía. Su rostro se fue desencajando y su cabello blanquecino, se perfiló bajo el velo del tiempo. Pero, una mañana, cuando llegó al puerto, lo vio. Era él. No la reconoció. Pasó a su lado sonriente enredado en la cintura de una niña morena de ojos de trigo. Ella, en silencio, volvió a su casa, cerró la celosía y guardó las sábanas bordadas que acariciaron sus cuerpos. Isabella comprendió, que su amor se había ido entre las marejadas de un mar bravío e insolente: el tiempo. 

 

LA PIEL DE UN HERMANO


 

                                                         LA HERMANA DE MARCELO, MIRÁNDOLO ALLÍ EN LA CUNETA DIJO:

                                                                                                     NO TUVISTE HERMANO NI TAN SIQUIERA LIMPIA LA PIEL.

 

                Lo peor que le pudo pasar a Petronila, fue nacer con la piel tan oscura. Los ojos de un estridente color negro y rulos en su bello cabello descolorido. No era rubio, no era castaño, no era negro. De pequeña no sintió el peso de su figura, pero de grande, es decir cuando comenzó a ir al colegio, los chicos le preguntaban si estaba quemada por un incendio o si el sol se había enojado con ella.

            Nada que pudiera decirles, servía para evitar las burlas y chismes. Porque hay que reconocer que los pequeños, repetían historias que escuchaban en sus casas cuando por las tardes de calor se  sentaban bajo los “castañolas” para beber te frío. Allí se hablaba y comadreaba siempre como si la vida de todos los que habitaban ese paraíso fuera un motivo importante en la historia de la humanidad.

            Cuando nació el hermano, al que bautizaron Marcelo, lo primero que miraron fue el color de la piel. Y era de un pálido rosa viejo, con algunas manchitas o pecas más oscuras, pero el cabello definitivo era castaño oscuro con reflejos dorados. Petronila, lloró toda la noche. Miraba por la ventana el cielo y le parecía que la luna se reía de su pena.

            Fue creciendo con una belleza que trastornaba a cada madre envidiosa, lo que atrajo una especie de producción de tráfico con manos santas y aprendices de curanderas. Cintas rojas envolvían la cuna, luego los tobillos y hasta llegaron a colgarle un diente de tigre del cuello, para espantar el mal de ojo. Eso no evitó que creciera cada día más lindo, inteligente y con una sonrisa que atrapaba estrellas.

            Las muchachas se acercaban a Petronila, sólo para poder hablar de su hermano. Incluso algunas le regalaban gatitos o cotorras, para que le entregara papeles con cartas de amor. Cuando cumplió diecisiete años, Marcelo era el chico más codiciado de todo el pueblo.

            Como era buen alumno consiguió una beca y se fue a una ciudad cercana para hacer su nueva etapa de técnico agrario. Y allí, se dio cuenta que la vida no era tan fácil como siempre le fue presentada. Extrañaba mucho a su familia y a Petronila, a quien llamó para que lo acompañara en la ciudad. Ella pudo estudiar enfermería y conoció a personas buenas que no la miraban por su piel, sino por su bondad y predisposición para el aprendizaje. Su tono de piel combinaba muy bien con el traje que usaba en el sanatorio donde hacía las prácticas y un compañero se enamoró de ella. Y le pidió que se casaran para la primavera. Los padres estaban felices y Marcelo se puso furioso. Los celos no le permitían disfrutar de la alegría de su hermana.

            Una noche que salió con varios estudiantes, bebió demasiado. Se puso a pelear con unos pandilleros que terminaron dándole un botellazo en la cabeza. Cayó mal herido. Luego lo levantaron entre varios y lo tiraron en una cuneta. Allí lo encontró Petronila y Julián, su prometido en plena madrugada. Nada se pudo hacer, estaba muerto. Y ella con los ojos llenos de lágrimas sólo atinó a decir: ¡No tuviste hermano ni tan siquiera limpia la piel! Ahora qué me dirá mamá… todo es culpa mía, seguro. Y sintió los brazos amorosos de Julián que la protegían del dolor.

 

 

 

 

viernes, 22 de octubre de 2021

EL HOMBRE DEL BASTÓN


Amanecía en “Las Compuertas”, campo si los había, pletórico de sembradíos. El trigo en paños se movía como la cabellera rubia de una doncella, los girasoles, abrazaban el sol con un esfuerzo supremo de convertirse en ese inmenso disco de fuego, alabando al demiurgo, el maíz estiraba sus verdes brazos hacia el infinito con sus penachos dorados que inseminaban los granos de los maíces.

El ladrido de los dogos, alteraban el suave sonido de las aves. Unas nubes rosadas se almacenaban sobre los eucaliptos al oeste. Entre la vegetación, sobresalía la casa. Antigua y dura. Las piedras con musgo empobrecían las viejas paredes despintadas y la cal sólo se enseñoreaba en las zonas altas. Los ventanales distraían la mirada de los que se atrevían a llegar hasta el portón de hierro en la entrada. Atadas con cadenas, se retorcían los postigotes rotos por las tormentas.

Un parterre de flores amarillas, apretaban sus pétalos dorados, confiando en la orilla de la escalera la entrada. La puerta, despintada había sido verde. Una aldaba de bronce, con la figura de un extraño duende o demonio, servía de anzuelo para llamar a los habitantes de ese caserón avejentado.

Celmira, se asomó, cuando los animales comenzaron a desgarrar sonidos agudos. Una sombra se deslizaba sobre los pastos duros del camino. Un sombrero negro, ocupaba el cuerpo de un alguien atrevido y ajeno. La capa soportaba el torso desgarbado del personaje y un bastón sobresalía a cada tranco que revoleaba para sacarse de encima los perrazos.

¿Quién vive? Gritó la mujer, secándose en el delantal las manos húmedas de miedo. Deténgase o disparo. Los animales dejaron de ladrar y zigzaguearon alrededor del cuerpo mustio y desgarbado. Ella, abrió la ventana con cuidado. Apenas asomó el rostro y el perfume del tabaco fino y a humedad del susodicho, le dio en la nariz.

Mi nombre es Plácido Villoria. Vengo desde el Cortijo de Andrada. Me envía don Lezica. Quiero hablar con usted o con su padre.

Celmira, sintió un escalofrío. ¿No sabía Lezica que su padre yacía en un lecho perdido, sin conocer a nadie, ni siquiera a ella? Cerró la ventana y pidió licencia para acomodarse un poco. En realidad, buscó el viejo revolver de Francisco y lo escondió bajo su delantal de cocina. Abrió lentamente la puerta. Lo miró de frente. Unos ojos negros se clavaron punzantes en su rostro. Hable conmigo, mi padre duerme y no lo voy a despertar por un desconocido. Hizo un ademán y la rodearon los mastines.

¿Puedo pasar?- dijo el desconocido. ¡De ninguna manera! Acá no entra nadie sin mi consentimiento o el de mi capataz. Francisco ha ido a comprar herraduras y un barril al pueblo. Regresará más tarde. ¿Qué necesita?

Disculpe mi atrevimiento, pero, don Lezica y su tío Andrada, me pidieron que viniera a por la cosecha del trigo. Quieren comprarla y yo se las voy a llevar al molino de Ahumada. Quieren que me diga un precio a pagar por todo el grano.

Celmira, se acomodó contra la pared, necesitaba aire. ¿Cuánto podría pedir por semejante cantidad de trigo? Se restregó las manos. El hombre clavó sus ojos de ascuas en los dedos deformados por el trabajo duro que veía en ellas. Lo voy a pensar. Esperaré que venga mi capataz y haré números con mi padre.

Plácido Villoria sonrió, le brilló un diente forrado en oro en una boca austera de otros dientes. Si quiere lo esperamos. O despierte a su padre y él, podrá decirme cuánto quiere. Sacudió el bastón sobre el lomo de un animal que se acercaba mucho. ¡Ey, no me muerdas tunante!

Sal de ahí, Ulises, el señor te tiene miedo. Y el animal bajó las orejas pero el brillo de los pelos marrones, erizados, reflejaba su astucia y atención. ¡Dije que no pasa nadie a esta casa!

A lo lejos una nube de polvo se acercaba. Era Francisco que regresaba antes de lo previsto. Llegó con los caballos sudados y sedientos. Al apearse, mostró el trabuco en su cintura. ¿Qué anda buscando el caballero? Doña Celmira, vaya adentro que yo me arreglo con este señor.

Ulises, se sentó entre ambos gruñendo. Celmira, ingresó, pero quedó con las orejas pegadas a la ranura de la puerta. Desconfiaba de ese hombre. Difícil que Lezica y Andrada, no supieran que su padre tenía demencia senil. Ellos, si bien hacía tiempo no venían por el campo, sabían por los obreros, que el dueño de Las Compuertas, ya no sabía ni que su hija era ella. Quien lo cuidaba, le daba de comer en la boca y lo afeitaba. Difícil era bañarlo. Y el médico venía una vez por mes a revisarlo, darle algún remedio o tizana para que no tosiera tanto. De golpe sintió un estampido.

Abrió la puerta y Ulises, saltó sobre el bandido. Le asió con sus colmillos la mano y evitó que detonara otro balazo a Francisco. Éste, yacía bajo un charco de sangre. Un calor agrio le atravesó el cuello a la mujer y un grito salió apenas de su garganta herida.

La empujó y con el bastón le hincó un afilado puntazo en el pecho. Ulises, cayó herido también, y se vinieron los demás animales y desgarraron al asesino.

La noche se desparramaba sobre la escena cuando llegó un desorientado Lezica, herido pero vivo. Él, no había logrado desatarse antes, para avisarles a sus vecinos que ese matrero les venía a robar.

Cuando abrió la puerta de la habitación del viejo, éste, lo miró y dijo: Lezica, ayude a mi Celmira y a Francisco. Algo malo ha pasado. Yo nunca he podido. Y se volvió a perder en su universo de olvidos

EL COMPADRITO

             Nació como según se dice: en cuna de oro. Su padre estanciero, su madre con apellidos para hacer un legajo real. Un bebé de portada de revista de moda. Sexto hijo de una pareja despareja y sombría, pero que aparentaba felicidad. Los tres primeros eran unas niñas que no tenían el glamour que se esperaba de esa gente. Los dos varones que vinieron después, mellizos, eran morenos, de ojos negros y tan diferentes al padre que se murmuró que no eran del patrón, sino del chofer. Tenían una berlina que los llevaba a la iglesia o a la ciudad. Siempre acompañados por la nana, una matrona rubicunda y alegre que le cantaba canciones en francés.

            Lo bautizaron Luciano Rigoberto Cosme, por abuelos y parientes muy queridos. Y aprendió a caminar pronto, más ligero que sus hermanos. Ágil y picaresco siempre haciendo travesuras que eran ocultadas por el resto de los hermanos. Una tarde de tormenta un rayo cayó cerca del camino, el caballo se descalabró y cayeron en un barranco. Dos de sus hermanas: Federica y Leticia quedaron en estado de coma. No hubo terapia que ayudara a las niñas y con el dolor incrustado en el corazón de la familia las dejaron en el camposanto de Laguna Larga. A tres kilómetros de la casa familiar.

            Pasó el tiempo y los muchachos fueron internados en un colegio LaSalle y Amancia la hermana de ocho años, fue a las Clarisas. Quedó él, el niño más mimado de la familia. Con el Jardinero, aprendió a cazar, a pescar y a galopar por los campos de trigo y cebada de la estancia. También don Antenor, le enseñó a capar y marcar el ganado. Para el muchacho todo era un deporte.

            Creció hablando un francés pasable, porque la nana insistió en enseñarle su lengua nativa. Su madre le hablaba en inglés y el padre, como buen hijo de castellanos, le obligaba a usar el español a la perfección.

            Nadie habló de llevarlo a la ciudad a un colegio para su formación y sólo aprendió con esmero de la enorme biblioteca de sus padres. Era muy inteligente y curioso. El día que su padre compró un Ford, estalló en gritos de alegría y ya nadie pudo impedir que trepara al vehículo y aprendiera a manejarlo. Volaba por los caminos polvorientos. Desarmaba parte por parte el automóvil y lo armaba como a un simple rompecabezas. ¡Es un genio! Se decían en la casa. Pero salía con el asiento lleno de armas y volvía con animales sangrando, colgados de los hierros del coche.

            La cocinera se molestaba porque debía limpiar y despostar los bichos. Luego cocinarlos con recetas que le daba la nana. La madre lo llamaba Rigoberto, por una discusión que había tenido con su abuelo de quien el muchacho había recibido el nombre de Luciano.

            Cuando pasó el tiempo, ya mozo, su figura era la de una estampa de buen artista plástico. Alto, bien formado, de ojos claros como su padre y siempre tostada la piel por el sol que recibía entre los campos de girasol y maíz. A veces iba a buscar a sus hermanos y los veía pálidos y descontentos, llenos de remilgos por la exigida escuela y sus maestros. Pero él, sólo pensaba en grandes aventuras.

            Su padre le regaló un campo y él, supo hacerlo trabajar y acrecentar sus bienes. No sería abogado como uno de los hermanos, Rufino, ni cura como Alcides pero su vida sería recordada por siempre. Él, sería un héroe.

            Aprendió a volar unos armatostes de metal, lona encerada y madera. El motor echaba humos como horno de pobre y el ruido era del mismo infierno del Dante. Voló solo y acompañado por su amigo Waldemar. Pasaron del globo al aeroplano como pájaros sedientos. Eran jóvenes y arriesgados. Llegó a Francia y París lo recibió con su bohemia y pasión. Amó a varias mujeres, probó todo. Hasta un día que le llegó un telegrama diciendo que su padre y su madre habían muerto y se lo necesitaba en América. Laguna Larga era su lugar y su mundo pequeño pero asombroso. ¡Y regresó! Ya tenía cuarenta años. De sus hermanos poco sabía. Su hermana se había casado con truhán que le robó hasta la memoria. Tenía siete hijos y deudas hasta en la cocina. Cuando la vio, casi cae desmayado. Delgada y pálida, su cutis otrora arrebolado era color ceniza verdosa, sus manos que parecían ángeles en el teclado del piano estaban llenas de cayos y ampollas. ¡Un horror!

            Resolvió la vida de Amancia, que cambió. La de sus hijos también. Pero, ella le hizo comprender que tenía que formar una familia. Buscó entre las muchachas casaderas a la más inteligente y de buen humor, no quería un limón agrio a su lado. La encontró en Virginia Del carril y Orregio. Una dama, que hablaba francés, inglés y pintaba como había visto a grandes artistas en París.

            Siguió cazando pero junto a su amigo Waldemar, atravesaban la sabana africana o asiática buscando piezas de alto valor entre los hombres acostumbrados a ese deporte. Mientras ellos viajaban, Virginia y Amancia, manejaban los campos y disfrutaban en reuniones con personas pensantes. Hasta que vino una revolución y quedaron dentro de un pequeño círculo que se ocultaba para tratar de reponer la Justicia y el orden.

            Les confiscaron las haciendas y los vehículos. Se salvó el avión porque Luciano Rigoberto lo había llevado a África. No pudo regresar por dos largos años. Su país ya restablecido el parlamento, le había devuelto sus bienes. Cuando regresaban una tormenta los atrapó en pleno mar, debieron aterrizar en una pequeña isla y allí, esperar un tiempo de bonanza. Al aterrizar en Laguna Larga comprendió la verdad, se acercaba un hombre bello, tan hermoso como fuera él, a sus años y supo que había envejecido.

            Un abrazo enorme los unió y una promesa selló sus corazones. No venía un héroe, venía un hombre maduro que ya perfilaba los setenta años. Virginia, con la cabellera gris, le entregó dos cartas. Una de su hermano abogado que exigía la herencia que le correspondía y una de su hermano que ya era obispo, que pedía entregara su parte a los pobres de África. Y así, el muchacho arrogante y veleidoso se arrebujó en un sillón junto a su perro y su esposa, para pasar el resto de su vida como un hombre común típico de un tiempo lejano.

martes, 19 de octubre de 2021

YO NUNCA TE HE CONTADO


                                               Miraflores de Jara. Agosto de 1982.

Querida prima Regina.

                                   Te escribo para relatarte esto:

            Antonia es trágica. Su vida es una tragedia y no se queja. Su niñez, sería mejor no recordarla. En su barriada, la llaman “Hécuba”, por las tragedias griegas. ¿Cómo lo sé? Y, don Konstantino Zamais, el dueño de la imprenta, siempre nos contaba historias de su tierra. Llegó de Grecia con sus padres con apenas tres años, pero sabe un montón de cuentos y es fabuloso cuando relata lo que escuchó de niño.

            Te decía, que Antonia es una mujer hecha para una obra de teatro. Su cuerpo algo deforme, con una pequeña giba y sus piernas delgadas, recuerdan los sarmientos del parral de los patios de mi abuela. Tiene un cabello hermoso de color azabache, lleno de ondas, pero sus ojos acarrean el dolor de todo el universo. Dicen que su madre la había abandonado apenas nacida en el portal de don Constantino y que su mujer, que era malísima, la trató mal, siempre.

            Quiero relatarte sobre lo que ha sucedido hace apenas unos años en la vida de Antonia. Me preguntas cuántos años tiene y yo no te puedo dar una respuesta. Tal vez treinta o treinta y cinco. Sé, que le ha tocado cuidar de ese par de viejos. Ella lo hace por don Konstantino. Él sí fue bueno y defendió su debilidad, de la ira indescriptible de la mujer. Pero fue perdiendo el tino junto con la fuerza y la salud. La vieja, por otra parte, ahora no sabe ni siquiera quién es. ¡Qué paradoja! La pobre Antonia los cuida como si fueran sus verdaderos padres. Bueno como te contaba… hace como dos años le llegó una carta desde Grecia. Era de un tal Alexandro Papadoulus, y era como un juez o algo parecido. En la carta, que ella no podía leer, porque estaba escrita en griego, había unos papeles llenos de sellos. En ese tiempo el viejo, todavía podía razonar un poco y el dijo que tratara de contactarse con un anciano de la capital, su amigo. Así hizo ella. Se vino el hombre hasta la imprenta. Casi se desmaya cuando vio en el estado en que estaba la pareja. Una vez compuesto de la impresión, se sentó y leyó la carta. Miraba  y miraba a cada párrafo a la cuidadora. Allí había una clave para el futuro.

            Antonia le sirvió limonada fresca y él, se lo agradeció besándole la mano. Ella retiró su mano rápidamente de los labios húmedos del amigo Mirkos, paisano de su padre adoptivo. Una mirada sorprendida la escrutaba desde los ojillos ávidos del griego, porque el anciano era nacido allá, en Grecia. Así, se fue enterando que a siete kilómetros de un pueblo llamado Kozánni, la familia de Konstantino tenía una antigua casa con un terreno lleno de plantíos de olivos. Que debía viajar para recibir del consejero vecinal la propiedad, pero ¿cómo iba ella a lograr abandonar a los ancianos? Además ¿cómo iba a recibir en nombre de esa pareja el bien, si nunca la habían adoptado con papeles y sólo la criaron? Nuevamente su destino se frustró. Ahora envejecida, dicen, tiene que esperar. Nada es para siempre.

            Al poco tiempo de ese hecho, le comenzaron a llegar cartas y más cartas de Grecia. Las iba juntando y cuando podía se las mandaba a don Mirkos. ¿Sabes que eran? Ofrecimientos para casarse con jóvenes de aquel pueblo. Todos sin conocerla quieren casarse con Antonia. Ella se ríe como loca. Dice: -Si me vieran, si me conocieran, ¿crees que igual se casarían? – Y yo le digo que sí, por ser un alma de luz y amor. Porque hay que reconocer que nunca se ha quejado, canta sencillas canciones que le enseñó su padrastro. No sabe qué dicen, las canta en un griego dudoso. Y su casa está impecable y lava y plancha ropa de otros para darles todo lo que los ancianos necesitan. La imprenta está muerta, ella de eso… nada. Me ha mostrado fotos de muchachos y mozos cuarentones que le mandan instantáneas  para entusiasmarla con una boda posible.

            Nosotros, sus amigas, le decimos que la vamos a ayudar para que se case. Se ríe y se ríe. Sus fuertes carcajadas retumban en el caserón. ¡Y lo último!

            Apareció un griego, de más o menos treinta y ocho años o algo más, viajó para conocerla personalmente. Le trajo un collar de perlas y corales de las islas griegas. Con argollas de oro y unos pendientes hermosos, de regalo. Insiste en su idioma que él, quiere casarse con ella. Tuvo que venir el anciano Mirkos, para traducirles. El hombre a pesar de tener como setenta años se puso celoso. No quiere repetir lo que ruega el hombre. Ella sigue riendo y lo mira con franca sencillez. Te juro que le ha cambiado la mirada. Ahora ya no es tan triste, y nos confiesa que siempre soñó con un hombre como el viajero griego.

            ¿Qué hará? No sabemos pero Antonia creo se ha enamorado y el candidato está maravillado con ella. No es para menos. Es una joya. Te he escrito esta carta, para que investigues cómo puede aprender el idioma de su enamorado y qué debe hacer para tener los papeles listos para viajar a su casa en Grecia, ya que los médicos le han dicho que a sus padres ya le queda poco tiempo de vida.

            Querida Regina sólo tú me puedes orientar, por eso recurro a tu buena voluntad. Afectuosamente, tu prima. Quedo a la espera de una pronta respuesta.

                                               Rosalía.

VATICINIO

 

            La depositaron frente al portón del Instituto de Menores. Era menuda y tranquila. Esperó a que alguien se acercara sin hacer demasiado ruido. La encontró el portero, hombre rústico que conocía a cada niño del hogar. Llamó a la regente, que se acercó mirando con sorpresa a la pequeña. Ésta, no quiso que la tocara y trató de quedarse allí. Pero fue imposible. Don Lelio la tomó como quien alza un paquete grande y la llevó al interior del orfanato. Parada sobre el escritorio parecía una figurita de greda cocida.

La mujer la estudió.  Observó detenidamente su rostro, su ropa de buena calidad, sus zapatos y el cabello limpio y bien cuidado. Descubrió, bajo el saco de lana tejido, una papeleta arrugada con la palabra: “Lunática”. Ambos rieron porque una cosa así, tan chiquita, era imposible tratar de “loca”.

Unas breves preguntas y la señora supo que se llamaba “Anunciada”; que tenía tres años, ya que mostró tres deditos. Estaba callada. No contestó nada más. La llevaron con una asistente. Renata, la joven auxiliar, le puso ropa adecuada. Continuó en silencio. Después de varias semanas, tan pronto cantaba o reía como lloraba sin motivo o gritaba en la oscuridad.

Se quedaba en un rincón lejos de las otras niñas, ya que la mayoría eran deficientes o con síndromes extraños. ¡“Generalmente abandonan por esa causa a las niñas!”, solía decir la directora. Pero ella era hermosa, sana y había sido alimentada. ¡Era muy extraño.¿Qué había sucedido con sus padres?

Cuando Anunciada se acostumbró al lugar, se acercaba a las pequeñas si le parecía que estaban en peligro o hacían algo que les podía producir un problema. Tanto Renata como don Lelio, observaron que desde su llegada, las huéspedes no habían sufrido accidentes tan comunes a esa edad y en ese lugar.

Un día, la asistente entró al dormitorio y la observó acunando a una nena afiebrada. La consolaba. Le sonreía y su mano blanca y chiquita, acariciaba su frente calmándole el dolor. La sorpresa fue grande. La asistente comentó con la directora y todo el personal y comenzó a mirarla de otra forma. Era una niña singular.

Pasaron dos años. Nadie quería que se alejara, pero no podía quedarse. Por orden superior, tanto tiempo en el instituto era imposible. Con dolor debieron desprenderse de ese ángel llamado Anunciada.

 

 

 

La entregaron a una familia sustituta como era de suponer. Así es la Ley

            En la casa adoptiva, estaba más silenciosa. Tenía miedo. Al cumplir los siete, la madre del corazón, la descubrió mirando unas fotos viejas y Anunciada le fue diciendo el nombre de cada uno de los que aparecían en ellas. Nunca, la mujer, había nombrado a ninguno. La niña “insólita” conocía si vivía o estaba muerto, si visitaba la casa o hacía años que no se veía con su actual parentela. Cada vaticinio que expresaba, sucedía fatal e inefablemente.

Nada resultaba claro. Cada augurio se concretaba siendo inexplicable para el entorno. Ella no llegaba a comprender “eso” que le sucedía. Se distraía con los ruidos; urgiendo a las sombras a irrumpir en el vacío. Veía señales a su paso. De día y de noche. Siempre la tentaban con sutiles engaños. Bajaba la vista siguiendo al instinto de no consentir la trampa propuesta. Absorta, delicada y cautivada con las visiones continuó creciendo.

A veces jugando, perseguía un perro callejero, iba tras un carro de mudanza o llegaba a la calesita. Don Cipriano, conociéndola, le permitía subir a dar unas vueltas. Ahí soñaba hipnotizada con su fantasía. El maquinista del “tío vivo” sabía que cuando le solicitara a los padres del amor, le pagarían.

Creció sin mucha instrucción, en la escuela, no duraba en el aula. ¡Era tan inquieta! El médico de la familia le hizo pruebas que superó. No era débil mental. Era indómita, les advirtió.

Creció alertando, a quienes conocía, de los extraños sucesos que le podían ocurrir. Si le creían evitaban una contrariedad. Caso contrario solía sobrevenir alguna catástrofe personal o familiar.

            Salió una mañana a caminar como cada día y se perdió en la ciudad. La familia cansada de sus extravagancias no la buscó. Regresaría cuando quisiera o necesitara volver. Ya lo sabían. Caminó y caminó. Frente a un edificio que creyó maravilloso, se detuvo. Ingresó a la biblioteca más completa del país. Comenzó a pedir libros que devoraba.

De noche bailaba en la calle y descubrió que los mirones le dejaban dinero por sus extrañas contorciones. Comía poco pero no sentía hambre de alimento, sólo de páginas y páginas. Anunciada, cuando había pasado varios meses, regresó a la casa. Se alegraron sin sorprenderse. Traía un bagaje de conocimientos que le había develado su condición de vidente nata. ¡Esa era su locura infantil! No era demente, era visionaria.

Cumplió quince años. Regresó al instituto y les relató cómo había descubierto las enfermedades de sus compañeras, quienes se iban del lugar, quienes pasaban a ser ángeles tutelares. Supo del amor de Lelio y Renata. Siempre se amaron y nunca se atrevieron a aceptarlo. En fin, ella tenía premoniciones. Sabía por qué la dejaron en el Instituto. Temor, horror a lo desconocido, escrúpulos frente a lo inexplicable. Ignorancia.

En sueños veía la cara de sus verdaderos padres que vislumbraron su condición de videncia. La tortura que sufrieron por dejarla abandonada. Pero creían que era hija de “Lucifer”.

Un vecino, le pidió ayuda para encontrar a un hijo perdido. Esa fue la primera vez. Lo encontró en un tugurio de adictos. Le valió para que llegaran muchos en búsqueda de auxilio a varios sucesos. Apoyó a todos. Quedaba agotaba por lo que cada tanto huía y se escondía vagando por la ciudad. Así conoció gente igual. Eran tildados de raros. Especialmente los que se negaban a asistir en oscuros hechos policiales.

El comisario Fretes, le envió un sobre con fotos, una mañana de verano del 2005. Necesitaba que encontrara la verdad en un caso de una rara muerte por estrangulación. Le cambió la vida.  Anunciada entró en un infierno.

No podía escapar de esa maraña de seres diabólicos. Los fantasmas del averno la querían doblegar hacia la oscuridad. Entonces, tomó la decisión de enmudecer. Nunca más habló y su silencio, la acompañó hasta ese día, que ella conocía bien, en que se sumergiría con el pequeño bote en el lago de la casa de campo donde envejeció.

           

 

ESA MUJER PARADA Y QUIETA

 

Entre las sombras un arco musical graba la brisa.

 

El centro distante de la muralla de fuego arderá en silencio.

 

Madurará el húmedo lamento de los besos, labios sin piel.

 

Cuenco abierto para acorralar un niño sin alas

 

Que espera prenderse al ánfora de alabastro de los senos.

 

Será un tiempo de crecer en la búsqueda fértil.

 

Agosto será un amanecer alegre entre la mar calma

 

Rodarán ebrias las miradas por la cintura de tu cuerpo

 

Esperando los sollozos  de la espalda acodada en espera.

 

Una mirada se pierde a la distancia, el camino del sur

 

La desatada jungla de turquesas y flores amarillas,

 

El perfume de almizcle y caléndulas arrastrando el ancho sol

 

Una luna herida y un grito. Un soplo de nardos.

 

Esa mujer parada. Quieta. Esperando el amor. ¿Acaso llegue?

 

 

PERDER LA INFANCIA NO ES PERDER LA VIDA

 

            ¿Quiere que le cuente? A veces miro a la nena y me sorprende. Es tan dulce su mirada, tan callada y buena, que me asusta. Cuando la traje al mundo tuve miedo. Mucho miedo. ¡Somos tan pobres! Pero apareció como una madejita rosada y chillona entre mis manos ásperas, por la dura tarea de fabricar ladrillos. El Ecelino, es un peruano que se vino escapando, como todo pobre del hambre, y quién sabe de qué escondrijo zorruno. Pero se apareó conmigo y es buen hombre. No sabe, como yo, leer. Nunca fuimos a la escuela, hasta ahora. La que supo ser mi vieja, me dejó apenas abrí los ojos con el hombre que dice ser mi padre. Ahora lo tengo en el rancho y lo cuido. Es tuberculoso y tiene un reuman, de esos que no tienen vuelta. Trabajó mucho, es cierto. Nunca supe yo lo que era jugar. Siempre a su lado trabajando y lavando la ropa y cocinando. Seis o siete años, tenía, cuando me dijo que me cortaba el pelo y me vestía de muchacho, para protegerme de los “golondrinas”. Y me crié así. Como hombre. Usé siempre ropa de chico y el pelo cortado. Me creí que era un varón hasta que un día me sangró la pierna. Y él, asustado, me llevó a la salita en el Algarrobal. Allí supe con sorpresa que era hembra. Y una dotora me empezó a conversar de mi apariencia, palabra que yo escuché por primera vez. Tuve vergüenza y me reculé más, todavía. No quise salir por meses. Hasta que mi padre empezó con las escupidas con sangre.

            Pasó un par de años y conocí al Ecelino. Era muy guapo. No tenía miedo al trabajo y me miraba. Enseguida se dio cuenta que era mujer. Él, me dijo un día si quería ser su esposa y que me ayudaría con plata y el trabajo que se me había duplicado, con esta enfermedad de mi papá. Y acepté. No sabía todo lo que era ser la mujer de un hombre. Mi papá algo quiso decirme, pero se le trabó la lengua y se quedó allí repitiendo la palabra “Pobre”, “Pobre Jubelina”. Jubelina es mi nombre. ¿Lo escuchó alguna vez? Nadie lo ha escuchado. Y así de golpe una noche después de tomar una sidra helada supe. ¡Eso era ser mujer! Tenía que obedecer a sus reclamos de hombre. Al principiar me dolía. Después me acostumbré. Eso sí, el Ecelino, nunca me pegó. Nunca faltó la comida y traía ropa y zapatillas para mí y mi papá, que cada día estaba peor, hasta que lo llevó al hospital y allí lo mejoraron.

            Y un día me puse gorda y me dijeron que tenía un hijo en la panza. Al tiempo nació la María Belén. ¡Era tan bonita! Como es ahora. Suave y dulce. Que no le hice caso al dolor. Yo he sufrido tantos dolores sin que estuviera entre mis brazos esa florcita llamada María Belén, que no me importó tener puntos entre las piernas. Pesó cuatro kilos. Era larga y regordeta. Ahora es tan bonita. Yo no le voy a cortar el pelo. El Ecelino, la cuida y dice, que a ella nadie la va a tocar. Y si alguien se atreve lo mata. ¡Yo creo que huyó de su país por algo así, eso creo! Acá se cuida mucho y le escapa a tomar y las fiestas de sus paisanos.

            Bueno, ahora voy al grano. Se acuerda cuando me llamó la maestra de la nena, yo no podía leer lo que decía la nota. Me dio vergüenza y me fui a un centro comunal de la municipalidad y pregunté si alguien me podía enseñar a leer. Me miraron sorprendidos. Cuando me preguntaron la edad y se las dije, más sorpresas. Tengo treinta y tres años. ¿Usted, cuántos creía? No, no me enojo. Creía que tenía como cincuenta, es la vida que llevé. Bueno, le cuento mi secreto, principié la escuela. Para eso vine. Acá tiene la libreta. Como no tengo mamá, ¿me la puede firmar? No vayan a creer que nadie sabe que he estudiado y paso de grado. Para mí es importante. Es un respeto al maestro y al Ecelino, que trabaja más horas para que yo no deje. Ah, gracias por firmar; pero no llore. ¿Me felicita? ¡Que se siente feliz? Imagínese yo, que puedo leer las notas de la maestra de la nena. Señora directora, no le diga a nadie que yo recién ahora voy a la escuela. ¡Pero no me llore más! Me hace dar más pena.

LOS VIEJOS

 

            No es fácil, en verdad, no es fácil. La mujer camina con dificultad entre los cuidados muebles antiguos y  cada paso que da le parece que hace un esfuerzo inusitado. Los recuerdos vienen y van. A veces le parece que está cerca de la vida, otras que la sombra se acerca para buscarla. Ella es orgullosa y no va a deponer su resistencia. No será una partida anticipada. Se sabe hermosa. Claro ya no quiere verse en el espejo. Allí, está la verdadera y su amado compañero la sigue como si tras ella estuviera el premio mayor. Todavía él tiene la mente fresca. Ella se pierde por momentos. Tengo que ir a la escuela, dice algunas mañanas. Pero luego de un rato de silencio recuerda que hace muchos años que está jubilada. ¿Querido cuándo vienen los chicos del colegio?. Pero sabe que ya son universitarios, que están lejos. Alberto, es médico y vive en Canadá con su familia. Laurita, es farmacéutica y tiene una farmacia en la Patagonia  junto a su marido. Ernesto falleció en un viaje por la ruta a Mar del Plata, con su hijo de catorce años. Su nuera y sus dos nietas están viviendo en España. No vendrán. El país no les da oportunidades. Catalina ya cumplió setenta y tres años. Está sufriendo, dicen los médicos, una enfermedad cada día más común. Anzhaimer.

            El amor que ha unido a esta pareja, le obliga a recluirse en su casa a la espera de un remedio o de un cambio. ¡Es tan difícil! Es una enfermedad que produce un deterioro de las neuronas del cerebro. Los amigos no reciben respuesta a sus llamados, ni los vecinos, que ven preocupados como se van deteriorando ambos. Odilia, la amiga más fiel, busca comunicarse con los hijos, pero ninguno puede hacerse cargo.

            Una tarde, Catalina, ve caído en el baño a un señor. Es ese hombre que nunca la deja sola. Ella se acerca y lo toca. Está muy frío. Se queda horas junto a él. Pero no se mueve. Asustada, abre la puerta de calle y sale caminando por la acera desierta. Un muchacho, se sorprende al ver a esa dama en camisón caminando sola y la detiene un momento. Ella lo mira y le sonríe. Él, cree que la mujer sabe a dónde va. Sigue su camino. Ella, continúa por la vereda hasta llegar a una esquina donde pasan muchos automóviles. Cruza sin mirar. Un camión frena, pero no puede impedir golpearla. El chofer desesperado, la levanta y la lleva hasta una sala de auxilio. Nadie sabe quien es esa dama en dificultad.

            En el noticiero de la tarde ponen una foto de la señora. Nadie la reconoce. Es una vieja herida. Una mujer que tal vez, ha sido abandonada por sus hijos. ¿Lo ha sido? Luego por los golpes recibidos ella se duerme en un dulce sueño.

            Una semana después, el mal olor despierta sospecha en los vecinos. Llega una patrulla y abren. Él, está allí, muerto. Buscan a la dama. Un joven oficial, recuerda a la mujer del accidente viendo la foto de Catalina en la mesilla. Buscan a los hijos y ahora sí, tienen tiempo para asistir a su despedida. Cuando regresan a la casa, un silencio doloroso los envuelve. ¿ Qué nos ha sucedido? Hemos permitido que mamá  y papá se murieran, sin asistirlos. La Muerte, parada junto a la vieja foto familiar ríe a carcajadas. Otra vez atrapó a una vieja y a un anciano abandonados porque el siglo XXI es el enemigo del Amor. Ni siquiera la Señora de las Sombras llora por esa pareja que terminó su vida con amor humano.

 

                                   En recuerdo de Hering  y su amada esposa Teté.

CARUCHA, LA GATA

 

No puedo saber cómo ni cuándo aparecí en una caja de cartón en el portal de una casa. Hace un tiempo que sucedió este maravilloso hecho. Alguien ingresó conmigo en un ambiente cálido y se ocupó de mí. Crecí. Ya no era una bola peluda y apenas gruñona. Hasta es día en que me escapé por una puerta hacia la sala. Frente a mí había un ser muy interesante. Era gris, con manchas blancas. Una nariz rosada, húmeda y le estiré mi mano y ella también.  Di un salto atrás. ¿Qué quería esa cosa peluda?

Alguien entró a la sala y me miró mientras reía. Yo avanzaba y retrocedía según me quisiera tocar esa imagen. Me distrajo el nombre que me dieron. “Carucha”, sos vos, son tus reflejos en el espejo…y se reía. Mi amiga, la que me daba de comer y me alistaba para que pudiera subir a mi sillón preferido enfrente a la chimenea, se reía.

Carucha, te pareces a un peluche. ¿Y eso qué es? Siempre dicen cosas que desconozco. Pero salí corriendo y me oculté bajo una mesa donde sabía que pronto me buscarían. Son tan agradables esos seres. Hasta que una noche sucedió algo horrible.

Comenzó una tormenta y a temblar toda la casa. Luces rugían como soles asustados. Alguien entró por la puerta de atrás. Estaba oscuro y solo se iluminaba mi escondite con cada rayo. Los truenos me aterraban. No lo había visto nunca en la casa. Era un hombre, de mirada furibunda como cuando el dogo del vecino cuando pasa cerca de mi ventana favorita y me mira como para morderme y triturarme. Comenzó a sacar cajones y revolver los muebles. Gruñía y su olor a mugre de la calle, esa que solía traer el jardinero cuando estaba el señor, me hizo agazapar bajo el trinchante.

De pronto se encendió una gran luz, era como fuego que abrasaba todo. Las cortinas se fueron desflecando en llamaradas agrias. El humo, estallaba en mis pulmones y no me atrevía a salir corriendo hacia el jardín. El hombre sacaba en una bolsa objetos que mi ama, adoraba y yo ni un maullido. El terror, me paralizaba, soy una gata miedosa y sin conocimiento de sobrevivir.

Finalmente, no pude más y salté al cuello del hombre que arrastraba un bulto. Lo mordí con mis dientes y impacté mis uñas en sus mejillas y ojos. Me dio un manotazo y caí a metros, pero dejó un rastro de sangre. Y escapé por las ramas del árbol de durazno y me enrosqué como una bola de pelo. Sentía el calor horroroso del incendio. La sirena de un enorme camión se detuvo en la puerta y bajaron unos hombres vestidos como extraterrestres, como las figuritas del hijo de mi ama. Agua, el agua caía por doquier y yo una gata, estaba despavorida y mojada. Llegaron mis dueños. Lloraban. Cuando pude bajé y ronroneando me acerqué a sus piernas y les demostré cuánto los amo. Sollozaban, tal vez habían perdido todo, menos a mí. ¡Carucha, fuiste tan valiente que lograron aprehender al ladrón por tu mordedura y sus uñas afiladas! ¡Ese día fui muy feliz!

jueves, 14 de octubre de 2021

LA CASA DE LA ESQUINA

 EL ENCUENTRO CON LA PANDILLA.

 

            Al fin papá consiguió ese trabajo nuevo donde quería  desarrollar una nueva vida. Vivimos desde hace veintitrés días en un nuevo barrio de calles tranquilas, con arbolados antiguos que ocultan con raras sombras el frente de las casas.

            Lo primero que me llamó la atención fue una reja alta, negra, cubierta de hiedra que retorcida como serpientes venenosas, esconden una casa vieja y maltrecha. Digo maltrecha porque está deshabitada, con las ventanas rotas, las tejas caídas por las gallerías y yuyos altos que crecen por todos lados. En la cuadra viven otras familias que tienen chicos, algunos de mi edad. Pronto nos hicimos amigos. La pandilla, que ha creado una cofradía, una sociedad secreta, sólo para varones, con votos de silencio y ayudas mutuas. Al principio no me aceptaron pero yo demostré valentía y pasé todas las pruebas...no les puedo contar cómo fueron ya que los iniciados  no pueden romper con los compromisos, sino debemos cumplir con el peor de los castigos: ¡ Pasar la noche en la casa de la esquina! Los muchachos le tienen terror, pero no lo dicen para que nadie los tenga por unos cobardes. Así comencé a escuchar de sus bocas y de otros vecinos, unas historias espeluznantes.

            Resulta que Rolo, hace unos días le regaló sus figuritas a una pituquita de la otra manzana. Rompió la promesa número 2 que dice: “no tener ningún contacto con esos extraños seres llamados mujeres”. Las chicas son entrometidas y chismosas, además de tontas.

            Bueno sigo, a Rolo le dieron la máxima pena...; La casa abandonada de noche” Y después que sus padres se durmieron, salimos todos a la hora exacta en que los brujos salen para viajar sobre los techos de las casas y entran por chimeneas y ventanas, aunque estén cerradas. Él, se demoró todo lo que pudo, pero el Valerio, Leandro y Renzo, lo apuraron y así lo acompañamos hasta la puerta de reja que se abre apenas con un ruido que despierta hasta a los fantasmas. Le dieron un empujón y desapareció en la tremenda oscuridad. Ellos salieron corriendo hasta el farol de la esquina contraria.

Entonces...¡pronto él, comenzó escuchar ruidos extraños! Una luz temblequeante que aparecía y desaparecía desde una vela que se movía entre largos pasillos, entre las enormes habitaciones ocupadas sólo por muebles rotos y telas de araña que envuelven cada objeto. También comenzó a escuchar una voz rumorosa que lo llamaba. Parecía que una persona hablaba y pedía ayuda: -¡ Rolo...Rolo...ven, acércate, necesito que me ayudes a salir de aquí!-

            La mujer, porque era una mujer, vestida con un largo camisón hecho jirones, con puntillas y cintas rotas, que le colgaban del pálido cuerpo flaco. Medio verdoso. Despeinada, con el pelo larguísimo y enredado, que le caía sobre la cara, escondiendo sus ojos hundidos y transparentes. Tenían una mirada triste. Alargaba las manos con dedos afilados de uñas larguísimas como las garras de un animal en acecho para tocarlo a Rolo. Él trató de hablar pero parecía de yeso. El pobre tiritaba, tartamudeaba, trató de gritar pero la voz no le salía de los labios. Yo imagino que en su lugar hubiera salido corriendo, me escaparía como un perro galgo, como el de mi abuelo.

Dice que ella se detuvo un momento frente a la ventana donde la luna llena iluminó la habitación. Rolo vio que la figura penetró por la pared de la chimenea y desapareció justo cuando el reloj de la municipalidad sonó la campanada de la una de la madrugada. Como él no salía y ya había cumplido el castigo, Leandro dijo que lo fuésemos a buscar. Lo encontramos como muerto, y no podía hablar. Lo sacamos entre todos casi a la rastra.

Al día siguiente en la escuela quiso contar, pero se había puesto “tartamudo”.

Nunca más haremos algo así, pero seguro que “el fantasma” sigue viviendo adentro.

 

ROLO COMIENZA A HACER COSAS RARAS...

LA LARGA CAMINATA POR UN LUGAR DESCONOCIDO.

Después del suceso que vivimos esa noche , los padres se reunieron preocupados para pedir a las autoridades municipales que clausuraran la casa de la esquina. Rolo seguía tartamudo y el médico de la familia lo envió a un especialista que lo ayudó bastante, sin curarlo del todo. Cuando llegó el camión municipal con varios “tipos ruidosos” nos reunimos todos los chicos de la cofradía en la vereda. Además aparecieron varias mujeres del barrio a curiosear y eso, dijo, Leandro traería mala suerte. Pero cuando limpiaron de maleza y suciedades varias, cortaron la hiedra de las rejas, a plena luz del día la casa parecía un gato peludo al que han metido en agua. Nada podía asustar en ese caserón deshabitado. Así fue que, ya limpia, clausuradas las ventanas, cerradas las celosías y las puertas, sólo parecía una triste casa sin gente. Nada anormal en vista.

Mamá me recomendó ciento de veces que no entrara...-¿ Ever no te quiero ver ni asomar en esa casa llena de fantasmas!- y yo sin decir ni mu, pero no tengo intenciones de meterme en líos...pero...quién se atreve a decirle a Leandro, el jefe, que no. Pasaría a ser el cobarde... Asentí con la cabeza sin pronunciar palabras, así no rompía con mis votos.

A las siete después de tomar la media tarde, vino Rolo a buscarme. Me pidió que le prestara mi “ discman” y fuimos en “bici” a dar vueltas por el barrio. Nos cruzamos con varias vecinas y chicas de la escuela que nos rodearon ( en realidad lo rodearon a Rolo) y comenzaron  a preguntarle por la extraña mujer fantasma que él había visto. No se cómo se las arregló, pero casi sin tartamudearles contó: - Yo estaba allí en la  noche, cuando comencé a caminar por las habitaciones llenas de telas de arañas que se me pegaban al cuerpo, a la cara, a las manos...de pronto, vi en la oscuridad una figura humana. De los ojos huecos, salía una luz que parecía dos brasas encendidas de carbón. Allí,- dijo mientras su voz se iba quebrando- me quedó pegado un vapor gelatinoso que despedía por el agujero de la boca dentada. Era un aliento asqueroso y sucio que me envolvió la cara. Comencé a ahogarme.- ahí se quedó pensando y temblaba, juro que se estremecía- salté hacia atrás. Desprendió “eso” y salieron volando unos murciélagos tibios que chillaban. Se perdieron en la oscuridad...- a esa altura del relato la mitad de la chicas se abrazaba y gemía de miedo- Yo, seguí- dijo Rolo- caminando hacia la puerta principal...pero una mano descarnada y con huesos grisáceos, se prendieron de mis hombros...sentí que me levantaban por el aire me sacudían contra las viejas cortinas roñosas que echaban polvo...tierra acumulada por años y años...y luego volé hacia un hueco que se abría en la pared.  Estábamos solos ya no quedaba nadie escuchando, sólo yo que paralizado escuchaba hechizado de terror.

-Seguí, Rolo, seguí, yo te acompaño. No tengo miedo mentí. Así el pobre se sacaba eso de encima.

De ese lugar sólo recuerdo la oscuridad..., no sentía sino un viento helado que me congelaba hasta llenarme de escarcha el pelo. Mi ropa no era suficiente, sabés, tenía la sangre congelada. Caminé a tientas palpando con las manos hacia delante. Toqué algo tibio, húmedo y suave. Con un aullido que escuché salía de mi garganta, se asustó un pequeño animal peludo que escapó por la tierra mojada. Mis ojos se estaban acostumbrando a la oscuridad y pude mirar bien...¿ me pregunté dónde estaba? Y, ¡ay!, era un jardín debajo de la tierra, cavado debajo de donde nosotros caminamos. – un escalofrío me cortó el habla- allí crecían extrañas plantas con flores de color negro, las ramas se movían tratando de envolverme y unas enormes mariposas que brillaban en la oscuridad revoloteaban sobre mí... raíces deformes colgaban de la tierra sobre mi cabeza, que como si fuera una bóveda pesada, cubría el pasadizo del jardín subterráneo”- se quedó callado y pálido, temblando, me tocó un hombro y yo pegué un grito. Salió con su bici como si alguien lo persiguiera y yo me quedé allí mirando la casa con desconfianza. ¿Sería cierto lo que me contó? Por las dudas regresé a casa y no dije nada, me puse los auriculares y escuché un disco de mi músico favorito, pero esa noche no pude dormir.

 

DE CÓMO ME ENTERO POR RENZO QUE PARTE ERA MENTIRA.

CUANDO ME ANIMÉ A CONTAR...

Me  vestí con desgano, pero tenía clases de jockey y me esperaba el entrenador del colegio. Mamá me preguntó qué me pasaba y yo la evité. ¡Cómo le iba a contar! Así llegué al club. Allí Leandro, Renzo , Valerio y Rolo me miraron y se echaron a reír. Yo los miraba boquiabierto, se agarraban la barriga y lloraban de risa. El desconcierto mío era total y comprendí que era una broma, lo de ayer. Se arrastraba en el pasto de la cancha, apretándose la panza... yo, juro, lo quise matar. Me enojé tanto que no lo hablé toda la tarde y me volvía casa sin saludarlo. Dos días después, mamá me llamó y me dijo que Rolo estaba internado en el hospital de niños. Me sentí muy mal y aún enojado le pedí a mi papá que me llevara a verlo. Antes nos juntamos en la placita con los chicos de la pandilla y allí me contaron que sólo lo de la cueva y el jardín bajo tierra era mentira...lo demás era verdad. Renzo se puso serio por primera vez y nos dijo que los padres de Rolo estaban muy asustados. Que no podía dormir y que de noche y de día veía y escuchaba cosas raras. Cuando entre en la sala donde estaba acostado, parecía un chico a la mitad del que era antes. El pelo rojo que siempre le brillaba estaba ceniciento y su cara era como más chiquitita. No se le veían las pecas de la fiebre que lo penetraba y deliraba. Los padres y los abuelos lloraban. Varios médicos hablaban en murmullo sin decir nada y nos miraban con ojos de:- ¡ Lo que hicieron fue malísimo...demonio de chicos!- quedamos sin palabras. Un señor de barba, que era un famoso siquiatra se sentó con nosotros y nos estuvo hablando sobre las consecuencias de los actos y las enfermedades que acarrean ciertas acciones. No entendimos nada pero vimos que estaba muy enojado con nosotros. Por un mes no me dejaron salir, ni ver tele, ni ir al club. Mamá tenía razón. Pero no pensamos que fuera para tanto.

Pronto volvimos a vida normal. Íbamos a la escuela, al club donde el abuelo nos reúne para contarnos cuentos o para jugar ajedrez...en fin lo normal. Los domingos fútbol y campo, pero algo era distinto. Rolo ya no era el mismo y cuando nos juntábamos en la plaza, parecía ausente. Ni miraba las figuritas de Valerio, que tiene una colección extraordinaria de todo los jugadores de básquet del mundo y que a él, le deliraban, ni pasaba como antes por la vereda de la pituquita del otro barrio, ni siquiera hablaba. Según Leandro tiene depresión. Yo le digo que está chiflado, que esa es una enfermedad de gente grande y sin ganas. Él me dice que habló con su tía que es sicóloga y que le contó que ahora por los problemas del mundo hay muchos jóvenes que la padecen. En fin terminamos todos tristes. La verdad que nos mandamos un gran lío.

Mi papá me mira con una seriedad que me asusta, a pesar que nunca nos reta, siempre nos habla, lo veo muy pensativo y cuando llego me pregunta cómo está Rolo.

Yo le cuento y él se queda mirando hacia la casa de la esquina. Esa maldita construcción vieja nos ha traído un montón de problemas. El abuelo Ever, nos contó que allí vivía una familia de varias personas y que un día la señora joven apareció muerta en forma muy misteriosa. Además antes parece que vivió otra gente que también tuvo una historia de tragedias...en fin a mi cada día me gusta menos vivir a tan poca distancia de todo estos misterios.

 

COMIENZAN LOS PROBLEMAS GRAVES.

UN MONTÓN DE FANTASMAS HACEN CONTACTO.

Nadie se anima a pasar por la vereda de la casa. Todos tenemos mucho miedo. Además han aparecido las ventanas sin las maderas que puso la municipalidad, y , las puertas están abiertas. Según los chicos, de noche deben entrar vagos para tomar vino o para dormir y esa explicación no convence a nadie. ¿Quién puede ser tan valiente? Si la mujer fantasma debe seguir allí.

Rolo dice que es imposible que salga y tartamudeando dijo:- Ella sólo aparece de noche- y como si nada se fue a mirar tele. Al volver a mirarlo vimos que de la chaqueta le sobresalía algo parecido a una cola. Nos quedamos callados y realmente asustados. Además caminaba con un ritmo extraño como si alguien lo empujara, pero él, estaba tranquilo y se fue por el pasillo del cole, dobló la esquina y no lo vimos más.

Con los chicos nos fuimos al centro de jubilados a buscar a mi abuelo Ever, que nos acompaña a jugar al metegol y como el bar donde está hay grandes, él se queda a jugar con nosotros. ¡Es re piola! El bar está pasando un pastizal detrás del puente de hierro del viejo ferrocarril y se juntan allí un montón de personajes re interesantes. Mi abuelo, se pone siempre contento cuando lo vamos a buscar y el dice que tiene veinte años en el corazón pero que no le alcanza para un partido de fútbol con nosotros...¡por la artritis y el corazón! Pero tiene alma de pibe y siempre nos pregunta si es cierto que pertenece a la pandilla. Era normal que le contáramos los sucesos después de aquel día y se puso un poco serio, lo llamó a  su amigo Celedonio  que sabe unas historias de terror bárbaras y después de contarle dijo:- ¡ Muchachos hay tienen una auténtica historia de fantasmas para recordar toda su vida! – se miró las manos y tocándole el hombro al abuelo sostuvo- Yo, cuando era muy pequeño, conocí a la familia que vivía en esa casa, la hija del ujier Joaquín Valledor y su hermosa esposa doña Nicolasa. La muchacha era hermosa pero la casaron con un viejo soldado de cómo treinta años mayor que ella. La muchacha lloró muchos días y se encerró en la buhardilla para no tener que ver al vejete que era su marido. Él, un día partió para Europa a una de las tantas guerras que hubo y no venía, no venía; entonces...apareció un joven músico que andaba de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, tocando un instrumento antiguo parecido a una mandolina, y cuando la joven lo vio se enamoró...cosa de las mujeres...- acá tengo que agregar que Celedonio tiene más de noventa  y dos años - Quisieron escapar pero ni el padre, ni la madre lo permitieron y dicen...que debe haber regresado el marido, porque apareció atravesada por una espada en su lecho- yo caí en cuenta que lo que le sobresalía a Rolo del saco, era una espada...oxidada y larga- Me parece que la madre se enloqueció de pena y después el padre, murió de viejo, pero dicen que ciertas noches de tormenta aparecen el soldado, la muchacha y que se escucha una canción cantada por una voz muy varonil, desde las sombras. – nos quedamos un rato callados y recordé parte de la historia que me contó Rolo en la plaza. Las cosas no eran pura coincidencia. Don Celedonio,- pregunté -¿ usted sabe mucho de fantasmas? Porque Rolo ha cambiado mucho desde el día de la prueba. -dije. El anciano, me miró con sus ojitos astutos y me dijo:-Es cuestión de creer o no creer. Yo he visto varios casos. ¡ Claro que no es cuestión de reírse, los muertos se pueden enojar! – Nos recorrió un escalofrío y nos dispusimos a jugar pero en general quedamos pensativos. El abuelo nos compró helado a todos y eso nos tranquilizó y predispuso al juego. Leandro hizo tablas y salimos con buen ánimo. Una vez que dejó a cada chico en su casa el abuelo me trajo a la nuestra y después de cenar viendo que se venía una tormenta, papá sacó el auto y lo llevó a su departamento, que queda a diez cuadras. Me fui a la  pieza las nubes cubrieron rápidamente el cielo, parecía que habían corrido un toldo de plomo el barrio. Un viento frío comenzó a soplar desde el sur moviendo frenético las copas de los árboles. Los truenos y relámpagos comenzaron una danza furibunda y no me pude dormir. Me coloqué el discman para no despertar a nadie y me senté en el descansillo de la ventana y me quedé contemplando la furia del cielo. Desde donde estaba se veían los techos de todas las casas. Algo despertó mi curiosidad. De pronto vi pasar a Rolo hacia la casa de la esquina. Iba con una enorme gabardina oscura. ¡Sí, era él! ¿ A dónde se dirigía sino a la casa maldita? No se si me había quedado dormido y estaba soñando. No, es él, no cabe duda va hacia la puerta principal. Un rayo iluminó el cielo y pude ver como entraba en el jardín. Miré y vi de repente una luz amarillenta que iba y venía de ventana en ventana. Luego subió al mirador. Un escalofrío me recorrió la espalda. Tenía todo los pelos de punta. ¡Qué miedo! Yo debo haber parecido un alfiletero lleno de aceritos. La luz aparecía y desaparecía intermitente. Pasaba de un lugar a otro y la figura de Rolo se recortaba agigantada por las luces de los relámpagos. El ruido de la tormenta despertó a papá. Cuando vio luz en mi cuarto apareció con un vaso de leche tibia con cocoa. Yo le señalé la luz en silencio. Tenía que compartirlo con él. Mi papá quedó perplejo y me tranquilizó diciendo que “siempre hay una explicación para ese tipo de cosa”. Lo inexplicable en la noche de día se hace fácil. Yo lo tranquilicé, pero no pude dormir hasta el amanecer que soñé con un sin fin de monstruos.

Desayuné rápido y me fui al colegio. Allí estaban los chicos,...¡ con unas caras! Algo andaba mal. ¡ Claro, yo imaginé que tenía que ver con lo de esa noche!

Por la galería apareció Rolo...con esa gabardina que era tres tallas más grande. Algo abultada su espalda y sus brazos. Y por atrás le sobresalía algo extraño. Era la famosa espada que se arrastraba en los mosaicos y rechinaba haciendo que nuestros dientes sufrieran. Parado frente a nosotros nos dio la sensación que sus ojos eran de súplica. Unas ojeras violetas subrayaban los ojitos, que de no dormir, era pequeñitos. Estaba aterrado sin dudas y no podía hablar. Desde ese día quedó mudo. Nos miraba como pidiendo socorro. Algo terrible le pasaba y no nos podía explicar.

La espalda tenía movimientos extraños. De entre su manga apareció una cadavérica mano pálida, que sobresalía, tratando de tocarnos...estiraba unos dedos descarnados y azulados...De repente, se cayó esa mano, y como por arte de magia desapareció. Un grito desgarrador salió de la boca de Rolo y salió corriendo. Nosotros gritamos también y mientras nuestro pobre amigo desaparecía por la galería; un profesor, el director y la profe de inglés aparecieron corriendo. ¡Algo muy malo estaba pasando y tenía que ver con la casa de la esquina! 

 

      LOS PROBLEMAS SE AGRAVAN.

      LOS FANTASMAS SE ADUEÑAN DE ROLO.       

Me levanté temblando. Maldije, sí, maldije a la pandilla que me trajo todos los problemas. Yo era un chico tranquilo, juguetón y alegra. Me encantaba jugar a las figutitas,  al boleybol y al fútbol, pero desde ese maldito día mi vida es un infierno. Cada día me despierto con más miedo. Ayer, sin ir más lejos, en la computadora muy sentado el viejo soldado afilando la espada, que de oxidada ya no tiene filo...y antesdeayer...la mujer sentada en la alfombra mirando contentísima el álbum de las estampillas. Ni hablar de cuando al guitarrista o qué se yo que toca, se pone a dar recitales entre las sombras. ¡ No me dejan en paz! Si salgo al baño, me siguen y me espían, si voy a la escuela, ella, corre con el impermeable de mi abuela y se abraza por dentro a mi espalda y sale conmigo, pero el soldado, que está re loco, se agrega y no puedo, casi, caminar. Voy a perder el año y seguro que mi mamá me “mata” siempre salí entre los primeros...y ahora tengo varios regulares. Hace dos días que aparece otra señora...una tal Nicolasa que parece que adora a la tonta, que se pega a mí, para todo.

Hoy si no me equivoco, los chicos en la escuela se quedaron fritos. Yo no les puedo hablar porque ellos, los fantasmas, me tapan la boca o qué se yo, la cuestión que no puedo decir palabra. Lo único que falta que ese médico que me ve, diga que estoy loco y me encierren. Quisiera explicar que me llevan a la casa de la esquina todas las noches, que no me dejan dormir, que me usan los libros, los juguetes, hasta he visto que intentan usar la computadora...gracias a Dios, que de tecnología no saben nada, los muy ignorantes. Ya en mi cuarto tengo instalado a cuatro fantasmas, y son tan pesados, a pesar que por ahí son transparentes...Cuando quieren asustar a alguien para alejarlo, sacan partes de sus viejos cuerpos y lo muestran. Hay días que me han ayudado a hacer la tarea. El soldado sabe mucha matemática y la chica, dibuja bárbaro. La tal Nicolasa, me tiende la cama y ordena. Mi mamá cree que por lo que me pasó estoy más ordenado...pero son ellos los que juntan las cosas. Si no arreglan, no entran en mi cuarto y por eso son educados y tienen todo bien. Ni decirle al sicólogo que ellos conviven conmigo...eso sería mi ruina. Mañana, que tengo prueba de historia, me llevo al soldado que sabe un montón. Y si la profe de música se pone pesada, me llevo al otro, al de las serenatas. 

Por ahí me traigo a la pandilla y les doy un buen susto a este montón de extraños. Según me contó Luchito, Don Celedonio y su  abuelo Ever, me aconsejan buscar la forma de echarlos. He descubierto que si nombro a Dios o a Jesús empiezan a temblar y se van por un rato. ¡ Esa sería una forma! Pero regresan y a veces traen a otros.

Me voy a la placita, los chicos están reunidos y yo quiero jugar. ¡Eh, amigos...Dios...Jesús...Alá...Dios, Dios...Dios...! Se fueron por un rato.

 

ENCONTRANDO LA FORMA.

LOS CHICOS ACUERDA UNA ESTRATEGIA.

 

Juntos podemos hacer algo. Dale Rolo te vamos a ayudar. Mi abuelo dice que los molestes dejando entrar la luz, o poniendo música fuerte o qué se yo. Todos opinan todos saben que tiene que existir una forma de ayudarlo. La verdad que piensan que así no se puede seguir viviendo, ya no tienen ganas de jugar y les falta el  mejor defensa de la cancha.

Toman una decisión difícil...ir a la habitación de Rolo.

Al entrar, la pandilla no ve nada diferente...¡claro, con el pulgar el chico les señala hacia el techo y, ¡oh!, sorpresa, como si fuera una araña cuelga el cuerpo translúcido del músico que hace malabarismo para que no se le caiga la mandolina! Señala hacia la cortina que es grande y oscura y medio escondida se ve una muchacha transparente está acomodando sus cintas y puntillas para que no se noten...debajo de la cama...una señora gorda parece una burbuja a punto de explotar...! ya están todos allí. También el soldado.

Leandro comienza a tirar pelotitas de golf hacia el techo...malhumorado el músico se mueve de una punta a la otra, parece una araña nerviosa. Todos toman pelotitas y una lluvia al revés lo acorrala y sale como si fuera una lagartija de la habitación y se pierde por una hendija de la persiana.

Divertidos comienzan a pinchar a “Nicolasa” que estornuda y hace ruidos extraños que les da mucha risa...la anciana, resopla y hace muecas que no los asusta. Muestra sus largas uñas descarnadas y trata d rasguñarlos, pero se le caen, una a una a la alfombra y desaparecen. Salta y enredándose en unos cables del equipo de música se despedaza. Llorando se va por el ventilete del baño.

Los chicos ya saben qué hacer le ponen la gabardina a Rolo y salen. De inmediato ingresan a su espalda el soldado y la muchacha. A la mujer, la sacan con un pinchazo de alfiler, sale aullando y se esconde en el placard. El soldado sigue firmemente aferrado a la espalda de nuestro amigo. La calle a esa hora está tranquila. Los vecinos que los ve, no imaginan todo lo que les sucede. Tiene un secreto de amigos. Eso los une para siempre. En la calle buscan un bache grande, caminan tres cuadras y lo encuentran. Tiene agua sucia, podrida y barro, que le servirá para lo que piensan hacer. Se detienen estratégicamente junto al bache...Rolo se pone a decir: Dios...Jesús y se sacude fuerte...cae el soldado en el hueco y embarrado, sucio y maloliente, parece un alma en pena...que lo es en realidad. Llora el pobre fantasma y los chicos muertos de risa, salen corriendo. Rota la mandolina, con su cuerpo dolorido y su dignidad de  fantasma herida, se eleva por entre los árboles y se pierde en el jardín de la casa abandonada.

Cuando vuelven encuentran a la muchacha, que llora quejosa diciendo:-¡ No es justo que me hagan ésto!  Soy una dama en desgracia, pobre de mí, pequeña Aldonza, sin un amor, ni siquiera mi músico enamorado...!- llamarse Aldonza...¡pobre mujer...si le tocaron todas! Nos sentamos rodeándola. Comenzamos a elevar el sonido del compact disk de rock pesado y apretándose los huecos de los oídos se fue achicando hasta transformarse en una mosca y voló, voló hasta desaparecer. Cuando llegó la madre de Rolo estábamos tranquilos charlando. Nos miró sorprendidas y vio una luz nueva en los ojos del hijo.

Nos fuimos contentos al club y allí el abuelo Ever y Don Celedonio dijeron :- bueno muchachos...lograron entrarlos a su lugar, los espantaron..., tendrán una hermosa historia para relatarle a sus nietos...y ellos descansarán después de esta aventura.-

-Sí, dijo Renzo- hasta que algún chico, medio tonto,  vuelva a querer hacer pagar una prenda... “una noche de tormenta en la casa abandonada de la esquina...”. una sonora carcajada salió de todas nuestras gargantas.