DE CASUALIDAD EN BRUJAS, BÉLGICA
Estando en París en mi último viaje, me invitaron Carolina y Tony a ir a
Bélgica a conocer Brujas, esa antiquísima ciudad medieval. ¿Yo saltaba dentro
de mí de estupor y alegría! Imaginaba que sería un viaje largo y que nos
tendríamos que quedar en un hotel a pasar la noche. ¡En mi país, todo queda
lejos y hay que andar muchas carreteras para llegar a las ciudades!
En el trayecto, me hicieron descender del coche en un enorme cartel,
BÉLGICA, rezaba. ¡Ya estábamos en otro país! Ni aduana, ni pasaporte, ni
policía…estábamos en un territorio del Mercado Común europeo!
Acá para cruzar la frontera con Chile a unos cien kilómetros de mi
ciudad, hay que hacer dos aduanas y esperar a veces ocho, a diez horas. No lo
podía creer. Entusiasmada me faltaban ojos para ver los campos cultivados y las
viviendas a orillas de la carretera. De pronto una flecha roja dejó su estela
junto a nosotros: el tren bala que como saeta atravesó el terreno. Imaginaba mi
país que de norte a sur tiene cuatro mil kilómetros y de este a oeste mil
doscientos y no tenemos ferrocarril, ni de los de antes… ¡Qué triste
diferencia!
Llegamos a Brujas. Un sueño hecho realidad. De mis lecturas y estudios,
fui avizorando las preciosas joyas arquitectónicas que cruzan la ciudad. La
plaza tan de ciudades viejas, con esos colores ocres y rojizos que me llenaban
de amor. Almorzamos en un parador redecorado con antiguas piezas de arte y
objetos artesanales bellísimos.
Como veía en los ventanales pequeñas obritas de encaje que cubrían los
vidrios, pregunté por qué no había cortinas en lugar de esos bellos objetos. ¡En
épocas muy distantes en el tiempo, cuando se hablaba de las “Brujas”, para
demostrar que en las viviendas no había ni se hacía hechicería, tenían la
obligación de tener toda la vida a la vista del público! Creo que por eso se
llamará Brujas esa ciudad.
En un edificio algo escondido, en plena plaza principal, vi que
ingresaba mucha gente y entraba por una puerta estrecha y salía por otra que
daba a otra calle atrás. Pregunté qué era ese lugar. ¡Una iglesia Católica!
Allá fui. Cuando me acerqué vi a un sacerdote que tenía en sus manos una
ampolla de cristal que la gente miraba y seguía de largo, Yo me incliné y al
mirar vi en latín “Sangre de Cristo”. ¡Dios, mi corazón pegó un salto! ¿Será
cierto? En Europa todo puede ser. Me hinqué y me santigüé y el cura, me miró
extrañado, me la acercó la ampolleta y vi una masa mínima de coágulos de
sangre; le pasó un paño impecable y me la dio a besar. Yo con fervor, la besé y
él, descartó el paño y la limpió con otro nuevo. Me entregó un libro que tenía
la historia de la ampolleta y estaba en varios idiomas. No sabré nunca si es
realmente Sangre de Cristo, pero me produjo una gran emoción ya que ha habido
tantos milagros en ese lugar que creo que Sí, lo es.
Luego al salir subimos a un bote de remo que nos llevó por los canales
que atraviesan Brujas. Comenzó a llover, los patos y gansos que nos rodeaban
pedían migas de pan que la gente les daba, y era muy bello ver a las pequeñas
crías acompañar a la pata o la gansa por el rumbo de la barca.
Alrededor de las siete de la tarde cuando la lluvia cesó regresamos a
Francia y a París, que era un hervidero de autos que retornaban del fin de
semana. Ellos salen de la ciudad buscando sol y buen clima en el sur. Ya que
París tiene casi todo el año el cielo gris y poco sol.
¡Por supuesto no pude dejar de traer esos preciosos encajes para mis
ventanas! Aunque estoy segura que en mi tierra no existe
El viejo dicho de mi tierra es: Brujas…que las hay, las hay, pero no
usan escobas…ahora usan Internet, Televisión y You Tube. Los aquelarres son en
los “boliches” donde bailan con la ruidosa música metálica.
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