Le gustaba leer en el baño. Llenaba de periódicos, revistas y libros el pequeño receptáculo llamado baño. La casa era grande, pero el otro, el enorme, tenía ducha, jacuzzi, placares para ropa blanca, un enorme espejo que espiaba al que lo usaba y acechaba cada minuto al ingenuo que se acomodaba en el inodoro. ¡Horrible ojo del escándalo para la intimidad!
El otro, el pequeño,
quedaba junto a un breve jardín poco frecuentado por la familia, sólo a veces,
él, salía a fumar en escondidas un cigarrillo que apestaba el aire y lo
delataba con la chismosa de la casa, Camila, la vieja niñera.
Allí, en ese mundo
tenía su pequeño reino. Gozaba de intimidad y leía a gusto, mientras despoblaba
sus tripas sin vergüenza. ¡Nunca imaginó lo que ocurriría una tarde calurosa de
verano! Entró al recinto como el rey de la comarca. Se desvistió colgando de la
hermosa forma de bronce que servía de percha: pantalones, camisa y hasta se dio
el gusto de sacarse zapatos y quedarse en calcetines y bajarse el calzoncillo
hasta quedar casi desnudo. Éste, el blanco interior, se balanceaba entre sus pantorrillas
que ya lucían bellas venitas azuladas. Era un objeto inmaculado. Tomó el diario
del domingo y fue tranquilamente leyendo los artículos que no había aprovechado
ese día con la familia en pleno de “pasta” de la abuela. Tardó como una hora y
media, hacía rato que despojó de sus desechos.
Cuando dejó el
periódico y se agachó para lavarse…quedó estupefacto. Una enorme araña negra se
balanceaba en su íntimo calzoncillo blanco. Tenía patas peludas y con sus ocho
ojos, lo miraba ignorando el próximo movimiento que la dejaría fuera del
sublime momento que vivía. ¡Pobre araña!
Comenzó a gritar.
¡Camila, Rosalba, Julio! Nadie acudía y él, horrorizado, se imaginaba que el
astuto arácnido, se acercaría a sus partes pudendas y le mordería ahí, justo en
la piel más suave y tersa que tiene el hombre…su escroto o su pene que se iba
achicando hasta casi desaparecer en su vientre. ¡Camila, Rosalba, Julio! Que
alguien venga… o me muero. Y apareció la vieja, con ganas de matarlo. ¿Qué te
pasa Humberto? Miró y se quedó con la boca abierta. ¡Ah, no, esa porquería no
me va a dejar a mi muchacho enfermo! Y salió corriendo en busca de algo.
El baño, parecía cada
vez más pequeño, más lóbrego, más peligroso. Él, miraba como la horrorosa se
movía lenta en la nívea prenda. ¡Ya vuelvo! Había dicho Camila que lo crió de
niño. Y regresó con un palo. Y el miedo se agigantó. Me vas a pegar un palo. ¡Déjame
a mí! Y con un mandoble de artista de circo arrancó el calzoncillo de los
tobillos de Humberto. La araña rodó por el suelo envuelta en parte de la
prenda, pretendiendo salvar su negra y peluda existencia. El golpe fue
perfecto. La muerte rápida y la risa de Camila tronó en el baño que de pronto
pareció Versalles.
¡Por fin la araña
estaba inerte! Y Humberto sin su prenda interior, con calcetines a rayas de
colores, parecía un huérfano en la calle de los barrios más pobres de Calcuta.
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