Hacía un año, más o menos, que de la gran casa de los Flores Ancely, desaparecían valores. Un día desaparecía de la bodega un barril de oporto, otro mes un caballo de carrera que había ganado un Derby, otra oportunidad, los candelabros de plata heredados de sus antepasados. ¡Nadie sabía nada! No se podía descubrir al ladrón.
El patrón, había muerto hacía dos años e Isaura, su viuda, desesperaba por descubrir al maldito.
Una noche, don Guzmán, se preparó con el arma del patrón, que se guardaba en un lugar estratégico de la casa. Se escondió entre los matorrales de la entrada de la vivienda. El frío le penetraba los huesos, y tenía las manos duras de apretar el rifle. Rulito, el perro, agazapado junto a Guzmán, vigilaba.
Pasó una berlina y apenas se detuvo unos segundos cerca del enorme roble que cubre parte importante de la fachada de la casa. Alguien saltó el murete y corrió por el jardín. El perro salió corriendo y moviendo la cola. ¡Esto no puede ser! Colmo de colmo. El hijo de doña Isaura, se había desplazado para pasar inadvertido por la ventana del ala sur, donde estaba el escritorio del difunto. ¿Qué querrá este mequetrefe?
Como un sonámbulo se acercó para espiar los movimientos dentro del escritorio. Vio como el muchacho rebuscaba en los cajones del enorme mueble donde solía ubicarse para escribir sus memorias don Ovidio, el padre de ña’Isaura. Revolvía las pilas de papeles y carpetas con un escalofrío de impaciencia. Al acercarme y espiarlo por el ventanal, su figura temblequeaba y sudaba. Se cubría el rostro con un pañuelo de seda verde claro, que yo le había visto a don Ovidio. ¡Pero es el niño de la casa!
Me achiqué. Rulito se apretó a mis piernas que tiritaban. ¿Cómo le digo a la patrona que su hijo preferido estaba buscando en el escritorio esos papeles o carpetas? Para qué. No me va a creer. Salió sigiloso por el ventanal y se las arregló para que no se abriera con el viento. ¡Un genio para despistar! Rulito gruñó, pero porque yo lo tenía de un bozal apretado. Quería salir a jugar con él, siempre de día cuando llegaba a almorzar con Isaura, su madre, parecía un ángel. Jugaban un rato y el animal fiel, lo adoraba.
Saltó por el muro y desapareció en la oscuridad. Yo aproveché y me fui a mi dormitorio y vestido me tiré a dormir, mañana vería cómo enfrentar el perjuicio. Me saqué las botas y el cinto con el revolver, dejé el rifle junto a la cama por las dudas y dormí. Tranquilo por primera vez desde la muerte de don Justo. Ya sabía quien era el que sacaba las cosas de la casa.
A la mañana, desperté con los ladridos de Antenor, el perro de la señora Isaura. Era un danés joven, que dormía junto al ama. Pegué un salto y me calcé. Salí de mi cuarto y la vi parada junto al antiguo desayunador. Su bata blanca perfilaba la silueta del ama. Rulito, se asomó en una postración de temor ante el danés. Me acerqué. ¡Seora Isaura, no escuchó ruidos anoche? ¿Ha pasado por el escritorio del difunto? Porque anoche, nos pareció ver una sombra por allí y de repente no había nadie. Me asusté porque Rulito no gruñó ni ladró. Si fuera un extraño le haría mucho ruido.
La doña, me miró asombrada. ¡Será un fantasma! ¡Acaso tenía el porte de mi querido Justo? ¿Cómo sería el tamaño? ¡Quién se atrevería en la noche a husmear sino el único dueño de su escritorio! Una lágrima corrió por la mejilla de la mujer que temblaba. Mi amado esposo… ¿Qué podría estar necesitando?
¡Guzmán, llame al cura don Gabriel del Sagrado Corazón y pídale que venga! Y Guzmán salió con pasos cansinos, sabiendo que no era ningún fantasma, que era el Niño… al acercarse al templo, entró a la casa parroquial y pidió asistencia. El anciano sacristán llamó al padre Gabriel, que estaba enroscado con un penitente que porfiaba con sus errores. Lo despidió, con mandas de regresar a la tarde y se enfrentó a su nuevo sayón. ¿Cuál es tu problema hijo mío? ¿Acaso la viuda tiene alguna necesidad de Dios… que yo pueda resolver?
Don Gabriel, tengo que hablar primero con usted y luego, llevarlo con mi señora Isaura. Y se despachó, con la historia. El cura, no sabía si reír o sermonearlo. ¿Cómo iban a creer en fantasmas? Lo bendijo, sacó la estola, se la puso, tomó un crucifijo de regular tamaño y siguió al hombre. Cuando entró en la casa de la viuda, salió toda la servidumbre sorprendida. Nunca venía desde el suceso del patrón, un sacerdote a la casa. Isaura, lo invitó a entrar a la biblioteca y estudio para que hiciera sus rezos y ¡Oh, sorpresa! Todo estaba revuelto y en la alfombra, sillones y mesillas, carpetas y papeles. Pero lo más complicado que la caja fuerte había sido violada y faltaban algunos dineros y joyas de los dueños de casa.
El hombre de Dios, se hizo la señal de la cruz y dejando salir un estruendoso suspiro, volteó y dijo: ¡Acá no ha entrado un fantasma, sino un ladrón! ¿Para eso me han sacado de la casa? La señora se largó a llorar y comenzó a relatar todos los elementos que se habían desaparecido de la casona. ¡Y bien, hay que llamar a la policía! Dejemos que ellos hagan su tarea y no los hombres y menos yo, un cura. Los bendijo y salió apurado, seguido por Guzmán, que sabía la verdad. ¡Padre, gracias!
Cuando llegó el inspector el niño estaba sentado sosteniendo la mano lánguida de su madre. ¿Quién podría pensar que él, era el merodeador? Las preguntas iban dirigidas a la viuda, luego a Guzmán, al muchacho ni lo miraban. De pronto entró un ayudante con una boina azul. Esto estaba entre los arbustos del jardín cerca del árbol que da a la ventana donde robaron.
Eso es de mi hijo, mi amado muchacho la debe haber perdido. Sí, pudo ser Rulito, que la llevó hasta allí o el danés, que juegan siempre con mi hijo. Pero los ojos del inspector y su ayudante se clavaron en el joven. ¿Yo lo he visto en ciertos lugares de la calle… de Los Remolinos, y en el bar de “los Griegos” y en un garito de san Cristóbal? ¿No tiene usted algún problema de dinero, Joven?
El rostro arrebolado de Arturo se transformó en un volcán a punto de estallar. ¡Bueno, he estado por ahí, si, pero no tengo ningún problema! Y se paró adelantándose a los pasos del ayudante que se acercaba insidioso a su lado. Una mano firme lo paró en seco. Vamos a charlar un rato con usted a solas, salgan todos de aquí, incluso usted señora Isaura. Guzmán, reía por dentro, su rostro impávido, no demostraba lo risueño del momento, pero recordaba las tareas extra que tuvo por culpa del mequetrefe. Todos salieron y dejaron la sala desierta, quedando los policías y Arturo.
Pasaron unos largos minutos y salió el ayudante con el joven esposado. ¡Acá está el enigmático ladrón! Su hijo, doña Isaura, lleno de deudas de juego, de putas y de alcohol, ha estado sacando de a poco su herencia. Y de gracias a Dios, que no lo mataron por sus atrasos en pagos, con gente de mala vida. Esos tienen sus métodos y no son bondadosos con los morosos. Ellos matan.
El silencio cubrió nuevamente la casa de los Flores Ancely, como cuando murió su dueño. Ahora el duelo era por el Niño Arturo, que no regresaría hasta no devolver con trabajo social y en el penal, el daño que había hecho a su familia.
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