Con la mirada perdida en la orilla del mar, Isabella, buscaba un recuerdo de aquel día en el que vio por primera vez la nave. El viento arremolinaba el cabello en su rostro, abrazaba con su larga falda el cuerpo y su pañoleta de gasa era un torbellino de suave color ambarino que trataba de acercarse a las olas.
El bravo oleaje mutaba el color del agua, la sal se prendía como alfileres de hielo en la piel. Espera larga y tediosa para los forasteros, pero quienes la conocían sabían que invierno o verano, con tormenta o calma ella estaría allí, parada mirando el horizonte.
Sus ojos estaban enrojecidos por el aire fresco que agobiaba desde el horizonte. Las manos traficaban oraciones y plegarias al oleaje. Su amor viajaba en las alas de una nube, de una gaviota, de un rayo castigando la esperanza. Estaba mustia, estaba acerada, estaba tan mujer desperdigada en pensamientos que languidecían en su mente que enarbolaba sueños, cada día, cada primavera o en otoño.
Isabella, peregrinaba desde su casa de piedras heredada de sus ancestros hasta la costa. Allí lo vio, él, la buscó con la mirada penetrante de los dioses paganos. La tuvo. El amor engendró un delirio de piel y besos, bajo la luz de la luna llena o el caliente viento que llegaba del sur, de África.
El sonido del vapor tuvo el sortilegio inesperado de la despedida. Una columna de humo se fue alejando por el agua verde dejando una vereda de espuma. Ella se paró en la escollera hasta perder de vista el bulto negro de la nave. Su dios pagano regresaría a su lecho florecido de amor. Allí, donde se guardaba el calor inoportuno de la pasión compartida.
Él, no volvía. Su rostro se fue desencajando y su cabello blanquecino, se perfiló bajo el velo del tiempo. Pero, una mañana, cuando llegó al puerto, lo vio. Era él. No la reconoció. Pasó a su lado sonriente enredado en la cintura de una niña morena de ojos de trigo. Ella, en silencio, volvió a su casa, cerró la celosía y guardó las sábanas bordadas que acariciaron sus cuerpos. Isabella comprendió, que su amor se había ido entre las marejadas de un mar bravío e insolente: el tiempo.
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