UNOS VEINTE MINUTOS DESPUÉS LO VIMOS LLEGAR POR EL TERRAPLÉN, Y ERA MÁS ALTO DE LO QUE PENSÁBAMOS Y TODO DE GRIS........
No puedo ahora recordar todos los detalles. Sus ojos color verde o ¿eran azules?, bueno parecía mayor. Holanda dijo que tendría unos veinte años. Yo me reí, no podía ser. Le pregunté su nombre y me dijo- ¡ Me llamo Eleazar Ariel y tú? – ¡Con ese nombre! No podía ser más interesante. Me enredé en palabras, Holanda dijo que su nombre también no era común y se echaron a reír a carcajadas. Me sentí afuera del grupo. Sin saberlo, odié a mi prima. Me hubiera gustado estar a solas con él y poder decirle que tengo nombre de flores, de primavera, de nostalgia. Me miró un instante y comentó que le gustaba mucho cuando representábamos las estatuas. Siempre soñé con esa que veíamos en el parque Lezama o en la fuente de Lola Mora en la costanera, cuando mamá nos llevaba a danza. ¡ La pobre Leticia se perdía eso, pero tenía los conciertos de los domingos! Que nunca nos llevaban porque el que la venía a buscar era su padrino, el viejo coronel Segovia, con su nueva esposa. La otra se había ido con su asistente,(eso lo escuché tras la puerta de mamá hablando con la tía. Nosotros no debíamos saber esas cosas, pero yo me escondía detrás del sillón grande del living a escuchar cuando venían las amigas a jugar canasta uruguaya) y un día, el coronel apareció con una mujer linda, joven y alegre. Mamá se enojó, no supo disimular, pero creo que ella las conquistó enseguida cuando les dijo que eran re jóvenes y que le dieran la receta para estar tan delgadas.
Volviendo a Eleazar Ariel, preguntó por nuestra prima, y nos miramos cómplices con Holanda. Mejor no le dábamos la carta. Así tal vez, nos invitaba a nosotras a ir al cine o al club. Esa semana estrenaban una con Zulli Moreno y el cine Odeón estaría repleto de compañeras del colegio. Imagino la cara de algunas cuando nos vieran llegar con nuestro amigo. ¡ La envidia les teñiría hasta el pelo! Me molestó cuando me señaló las manos y dijo-¡ Te comés las uñas, una chica tan lista y comiéndose las uñas! – el rubor me dejó la garganta seca, de inmediato juré a San Calixto, el santo de mi tío, que no volvería a morderme las uñas. Pero sacó una sonrisa tan hermosa de sus labios que me desdibujó la bronca. Holanda mostró sus uñitas pulidas y nacaradas, y yo quise suicidarme. Rápidamente cambió de tema. Recordó cuando Leticia hizo el Temor. Seguro que parecía que estaba aterrorizada. ¡Cómo le hubiera gustado verla y hablar con ella! Holanda sacudió su larga cabellera negra y fingiendo dolor le explicó que no la vería porque tenía un padre horrible, perverso, casi un ogro, que no la dejaba salir en cualquier momento. Ariel Eleazar, se rió a gritos. Si él nos veía desde el tren y siempre estábamos jugando las tres. Entonces lo miré con tristeza y le confesé que ella estaba prometida en casamiento desde chica con un comerciante amigo. ¿Un gitano, -preguntó molesto,- son gitanos? No, dijimos a coro, pero es una vieja deuda de nuestro tío. Se hacía tarde, por la puerta blanca ya se habían asomado dos o tres veces las tías. Comenzamos a dar algunas explicaciones nuevas. Hasta que Holanda vociferó...-¡ Olvídala...es una enferma de tisis!- no puede salir con nadie, excepto con nosotras. ( Nos acordamos de la Dama de las Camelias). Y él, saludó, bajando la cabeza y se despidió. Igual nos dijo que volvería y yo, ingenua no le creí. Ahora que han pasado diez años y veo a Holanda del brazo de su Eleazar Ariel, me abruman las preguntas, ¿ Cómo hizo para volver a verlo? La buena de Leticia le perdonó la traición, él, era para ella.
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