En
la sombra del aire regresó desdibujando el dolor de su ausencia.
La oficina era un espacio donde se
coagulaba el alma de Inés, secretaria típica de empresas extranjeras. La
contrataron hacía dos años por su cultura, uso de idiomas y belleza física.
¡Era bella! Su cuerpo de un metro setenta y cinco, largas piernas torneadas,
cintura estrecha y manos hermosas. Ni hablar de su rostro, era una verdadera
belleza de “Tiziano”, su cabellera de
tono castaño rojizo le caía sobre los hombros en cascada de suaves hondas. El
jefe, que la contrató le hizo pasar varios exámenes pensando que era tan sólo
eso, un cuerpo bonito y una cara hermosa. Pasó todas las pruebas por extrañas y
difíciles que fueran. ¡Un hallazgo!
Llegaba
temprano y ordenaba el trabajo de acuerdo a las prioridades. Nadie sabía que
había sido criada estrictamente por un abuelo austríaco y que su padre, había
viajado a un país americano enamorándose de una muchacha preciosa pero de bajo
nivel social, por lo que una vez nacida, fue sacada de los brazos maternos y
paternos y escondida en la enorme mansión de los Alpes, que guardaba en secreto
el anciano.
Luego, enviada a estudiar en
distintos institutos y universidades del mundo, Inés, era la joven perfecta
para estar en el mundo de la economía y comercio de alto nivel del mundo, pero…
ella tenía un rasgo personal extraño. Era antisocial. No sólo le temía a la
gente, sino que era muy callada y solitaria.
El abuelo, había impregnado su vida
de cultura, de belleza y arte; pero la aisló de la sociedad con un desmesurado
afán de protección. En el fondo el egoísmo le quitó a Inés de la compañía
despreocupada de gente como ella. Su juventud pasó siempre entre libros, cursos
con grandes maestros, teatros y bibliotecas solitarias y con perfume a papel
entintado.
En Liverpool caminando por entre los
pasillos de una librería lo conoció. Era un hombre un tanto mayor. Tendría unos
ocho años más que ella que cumplía los treinta en pocos días. Era muy alto,
algo canoso, bien plantado y con unas enormes gafas que le daban un aire de
profesor magíster. Él, se acercó silencioso y la enfrentó. ¿Qué buscas? La dejó
perpleja, busco un libro de Chesterton. ¡Ah, pensé que buscabas algo de modas!
Ella se largó a reír. ¿Por qué, si
soy universitaria y estoy preparando una tesis sobre… Chesterton? Por tu
inimaginable belleza. Simplemente por tu
hermosura y ese perfume que se huele desde varios metros de distancia.
Volvió a reírse. Lo compré en
Argelia en una Medina y es un aceite de nardos. ¿Pero usted quién es?
Él, se sacó un guante de cabritilla
negra y le dio la mano, presentándose. Me llamo Damián Makontoff, profesor de
filosofía. Inés vio el anillo de oro que portaba en el dedo anular. ¡Era
casado! Mi nombre es Inés Maryan Sgruggs López y soy profesora de literatura y
entre otras cosas mujer. ¡Cómo se rió él, cuando dijo: Mujer! A carcajadas. Era
la primera vez que Inés veía una risa tan clara y sonora. Alguien los hizo
callar, entonces Damián la tomó de la mano y la saco por los pasillos
conduciéndola al café que estaba habilitado en la planta baja de la biblioteca.
Cuéntame de tu vida. Y ella por
primera vez, comenzó a narrar su historia. Él, la miraba arrobado. Le miraba a
los ojos y escuchaba atentamente sus pingües vivencias familiares, sus enormes
pasos por claustros y la dura educación que le dieron. Habló de su abuelo Kurt y de su padre Adolf.
No conocía el nombre de su madre, nunca la había visto y sólo sabía que era de
Argentina, de una ciudad llamada Rosario y que no le permitían buscarla.
Tampoco a su padre.
Inés creía a su padre muerto hasta
que un día descubrió a su abuelo hablando por teléfono con su padre. Estaba en
ese lejano y raro país que es Argentina. Y comenzó a investigar cosas de la
gente, las costumbres, la música y todo lo que pudo sobre arte, música y
literatura. Así conoció a Borges, Cortazar, Lugones y muchos otros que leyó con
avidez. Escucho en escondidas “tango” y se enamoró de Piazzola y de Julio Sosa.
Buscó paisajes y hasta se atrevió a escuchar música popular de las diferentes
provincias. Le entusiasmó saber de la diversidad de artistas plásticos y
bailarines que habían logrado destacarse de entre los mejores del mundo.
Damián solo le contó que estaba
casado con una mujer excelente que había comenzado a sufrir una enfermedad
lenta y deformante, que cada vez, estaba más recluida en una silla.
Así, comenzó su amistad telefónica y
por Internet. Algunas veces, cuando el podía la invitaba a un concierto o una
ópera. Pero no se atrevía a hablar de otro tema que no fuera intelectual.
Pasaba el tiempo y del sillón, Amalia la mujer de Damián, pasó al lecho, ya no
podía caminar, ella comenzó a trabajar en la facultad para verlo
frecuentemente; pero él, cuidaba su imagen y sólo conversaba con Inés en la
cafetería del Instituto. Jamás le había hablado de amor. Hasta el día que lo
encontró llorando en la secretaría y supo que su esposa, había comenzado a usar
un respirador para sobrevivir.
Cansada se mudó a otra ciudad y allí
tomó el secretariado de la corporación Internacional de Stafford J. P. R. & CIA. Y trató de alejarse de
Ese amor imposible que la torturaba. Ella amaba a ese hombre honesto y fiel,
pero habían pasado nueve años y jamás le dijo una sola palabra que le indicara
amor y pasión. Los compañeros se deshacían por acercarse a la “diosa” y ella
gentil, sólo les demostraba eficiencia y solidaridad laboral. Estaba cansada de
su ausencia que la despojaba de un sueño de ternura y compañía.
El día que cumplió cuarenta años, le
llegó un ramo de orquídeas blancas con una rosa roja. La tarjeta decía: Te amo,
Damián. Y un número de teléfono.
Inés no se animaba a marcar. Pensó
en lo extraño de ese regalo y en las palabras tan inesperadas de amor. Cuando
salió de la oficina, vio un automóvil azul oscuro que estaba detenido a la vera
de la puerta del frente. Él, Damián la esperaba parado junto al coche. Ella le
saludó con la mano y vio que él, estaba extraño. Se acercó y el le susurró:
“Amalia falleció hace unos días”. Perdóname, nunca quise decirte cuánto te he amado
por respeto a ti y a ella. Hoy, libre vengo a buscarte para recuperar el tiempo
perdido. Te amo y espero poder darte todo lo que mezquiné en estos diez años. La
enlazó por la cintura y por primera vez la besó como Inés había soñado.
Hoy Damián e Inés, ya casados,
viajan por el mundo y disfrutan de una pasión que los inaugura en la felicidad.
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