viernes, 25 de abril de 2025

SU SOMBRERO DE PANAMÁ


 

Era breve, silencioso y astuto. Miraba de soslayo y con frecuencia murmuraba palabras irreproducibles. Nadie sabía de dónde había llegado. Deambulaba por las calles sedientas de la Villa. Su figura reproducía en la memoria de los ancianos, el recuerdo de un vecino que había ido a trabajar a otro país, lejos, tal vez tanto, que nunca se supo nada de él.

Siempre con un sombrero panamá que parecía haber pasado siglos en la cabeza de cien hombres. Una larga gabardina de color negro despintada, zapatones de piel, como esos que se ven en las películas del veinte. ¡Era un hombre vencido por el tiempo! Se depositaba como un arbusto frente a la fachada de la casa principal, mirando con ojos perdidos el horizonte inexistente. Ya la ciudad había invadido cada trozo de terreno, altos edificios de pisos rodeaban la casa antigua que lentamente el tiempo iba devorando.

Don Nazario, el sastre, un día se acercó y se sentó junto a él. ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas y a qué te dedicas? Y lo miró de frente, como miran los hombres de bien. Se produjo un silencio y giró la cabeza hacia la casa, se sacó el sombrero y le dijo:- Me llamo Oliverio soy el hijo de Plácido Valera. Mi padre murió en uno de sus interminables viajes alrededor del mundo. Y vine a saber. Vivo de algunas promesas de amor que le dejó a mi madre. Vea, esta es una...- Y sacó de su bolsillo un bello collar de perlas color gris con un precioso broche de oro.

El hombre se estremeció al ver la joya. ¿No serás un ladrón? Preguntó asustado. - Puede ser que lo sea o no, según como lo crea la gente común y simple. He robado un par de panes y unos ojos hermosos a una muchacha de uno de mis viajes. ¡También robé sus besos! Así era mi padre. Así me echaron a este mundo incomprensible y mustio.

Don Nazario, se levantó y lo enfrentó. No sabía bien si denunciarlo, creer o dejarlo ahí, como a un fantasma desdichado. ¿Qué quieres que haga por ti? Conozco a todos en este pueblo, ya no es una Villa pequeña como cuando vivía tu padre, hoy es una ciudad, pequeña pero de gente buena y complicada. Todos te tienen miedo, nadie se atrevía a acercarse.

-¿Cómo han dejado que la casa se destruyera así? - la pregunta sorprendió al sastre. Era hermosa, mi padre solía sentarse junto al fuego en la playa de mi tierra y nos platicaba sobre lo hermosa que era. Y contaba su historia, por lo que tuvo que huir.

-¡Nunca supimos porqué se fue tu padre y de esa casa no queda nadie! Todos están en el camposanto de la zona sur, junto a la carretera.- se volvió a sentar. - ¿Acaso tu padre la conocía? Nunca se lo vio entrar en ella. Allí vivía una niña. Tatiana era cuidada como una pieza de alabastro por los ogros familiares. Su padre, el dueño del molino, que fue el que se auto erigió gobernante del lugar, era un león afiebrado y rugiente; la madre, una estela de seda que bailaba al son de sus rugidos. Estaba el tío Flavio, un cachafaz que se aprovechaba del dinero del viejo, jugador empedernido y rompe familias; y la abuela que parecía un alma en pena que murió sin pena ni gloria, como todos.

- ¿Y la tal Tatiana? ¿Qué fue de su vida? - De ella hablaba mi padre, como de una estrella, un sol o una luna de plenilunio. ¡Era, según él, una belleza y buena como un durazno maduro!- dijo mirándole a los ojos sorprendidos de don Nazario.

- Ella, se quedó encerrada, fue quedándose sola y una mañana, la encontraron flotando en el río Talasio. Fría y azul como la noche. Está con todos ellos en el mismo lugar que te nombré. Puedes ir a ver la placa que le hizo el pueblo. ¡Pobre muchacha! De joven era linda y muy buena. Nunca se casó ni tuvo hijos. Por eso está la casa así, como sus vidas, innecesarias y tristes. Consumidas por el abandono y la tristeza. Nadie se ha atrevido a entrar, desde aquél día.

Oliverio, le dio la mano y se fue caminando por una calle desierta hacia el sur. Quería ver todo lo que este buen hombre le había dicho. Su paso era más firme que antes, se irguió y se acomodó el panamá con aire de seguridad. ¡Adiós, murmuró al retirarse!

El sastre apresuró el paso y se acercó a la comandancia. Relató la historia. Habló del muchacho que representaba más edad, tal vez, de la que realmente tenía. Un suspiro de tranquilidad los sorprendió, cuando el comandante, le dijo: - Le entregaré las llaves de la casa, él debe ser el único que puede entrar. Seguro que el padre, fue el intruso que visitaba en las madrugadas a la muchacha esa.

A lo lejos, se sintió la voz de una mujer. Era Mafalda, que venía corriendo por la vereda. - ¡He visto a un fantasma en el cementerio! ¡El hombre del sombrero es igual a mi padre! - la mujer inevitablemente sintió terror al ver a Oliverio.

- ¡Tranquila, es el hijo de Plácido Valera! - Es de carne y huesos. Y no puede ser tu padre... su padre, tu padre. ¿Me entiendes?

- No, sólo entiendo que en mi cómoda, tengo una foto del hombre que amó mi difunta madre, que huyó hace mucho tiempo. - Lloraba.

Los presentes que habían oído la historia del extraño de sombrero panamá, se miraron cómplices. Tatiana, la madre de Mafalda, el tal Plácido Valera eran todos amantes en silencio de ese pueblo hipócrita y maldito. Había que buscar en algún punto la verdadera historia de esa Villa hoy ciudad moderna.

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